Voy
a cometer una infidencia con quien acabó siendo un amigo. Llevo dos días
dándole vueltas y no me resisto a narrar aquí lo acontecido. Muchos me tendrán
por un traidor y por persona bien poco fiable, pero hay cosas que uno no debe
guardar para sí, en parte porque revienta si no las comenta con otros y en
parte porque también el mundo tiene derecho a determinadas informaciones.
Anteayer
viajé una vez más a Colombia, volé a mediodía de Madrid a Medellín. Agradable
rutina académica, de nuevo unas cuantas clases en una maestría y conferencia en
universidad acogedora. Tuve que madrugar para llegar a Madrid sin apuro y
presagiaba que me pasaría dormido buena parte del vuelo, como casi siempre.
Hice
tiempo del modo habitual, comiendo bocadillos, bebiendo cocacolas, leyendo
periódicos y consultando el correo electrónico en mi portátil. Me faltó el rato
de pasear por las tiendas de la T4, pues está en obras esa parte en el sector
de salidas internacionales. Ya en la puerta de embarque y a la espera, sonó mi
nombre en los altavoces para que me acercara al mostrador. Lo de otras veces,
soy un tipo con mucha suerte y un montón de puntos en mi tarjeta de Iberia, me
explicaron que el avión iba lleno y que me pasaban a clase ejecutiva, a
primera, como seguimos diciendo los de pueblo. Eso sí es viajar a gusto, como
un señor auténtico. Las universidades que me invitan a Latinoamérica cuatro o
cinco veces al año nunca me pagan un pasaje de ésos. Al principio creía que no
había para nadie, pero luego supe que sí convidaban a volar con ese lujo a los
profesores que se ponen más impertinentes o que se dan más ínfulas. Yo soy un
proletario de la academia, infantería universitaria.
Cuando
voy cansado no suelo enterarme ni de los despegues. Me arrellané en el muy
cómodo sillón, saqué mi libro, acepté la copita de cava que ofrecía un azafato
sonriente y me quedé dormido como un tronco. No me di cuenta cuando se instaló
a mi lado un pasajero más.
Me
despertó el trajín a la hora de servir la comida y apenas había abierto los
ojos y me estiraba discretamente cuando la azafata ya me preguntaba si quería
consomé y si tomaría salmón en papillote o solomillito con frutos rojos después
de la ensalada de brotes con queso de cabra. Para beber elegí un Rioja tinto
que me resultó un poquito más ácido de la cuenta, aunque poca atención le pude
prestar a su buqué, como se verá.
Con
la bandeja ya sobre mi mesilla y mi conciencia aún a medio gas, fui reparando
en el viajero de al lado. Lo primero que capté fue que llevaba una camisa
idéntica a la mía, con rallas blancas, azules y negras. Otro al que le regalan
camisas de Cristian Lay, pensé un poco divertido. También su americana era del
color de la mía, azul, aunque yo iba con unos pantalones negros y él llevaba
unos vaqueros azules de los de toda la vida. Tenía barba entrecana y estaba
extrañándome de sus gafas oscuras, grandes, cuando me miró, se las quitó, se
puso unas de las normales de ver, sonrió y con una voz gutural y un poco
gangosa me dijo: hola, soy Mariano. Me tendió la mano y yo me quedé de una
pieza, literalmente petrificado y convencido de que seguía dormido y me había
venido un sueño de lo más tonto.
-
Mariano... ¿Mariano...? - No supe decir más por el momento.
-
El mismo.
Sonreía
como quien se está divirtiendo de verdad. Insistió:
-
Que sí, que sí, el Mariano que está usted pensando.
-
¡Ahí va! -En eso, en exclamaciones y poco más había quedado mi acrisolada
facilidad de palabra.
Con
mi turbación, el apretón de manos había durado bastante más de lo normal. Era fuerte
su saludo. Caí en la cuenta de mi falta de cortesía y me presenté.
-
Yo soy Juan Antonio.
-
Encantado.
Se
había metido las gafas de sol en una funda que guardó en el bolsillo interior
de su americana y se aprestaba a dar cuenta de la ensalada suya. Había pedido
vino blanco y, señalándome la botella, dijo:
-
Albariño. ¿A usted no le gusta el blanco?
-
Sí, sí. Y me encanta el Albariño. Pero hoy se me antojó tinto, no sé...
-
A mí también me gusta el Rioja, siempre lo tomamos en las comidas..., ya sabe.
A los extranjeros siempre les apetece Rioja, es lo que más han oído.
-
Ya.
Comía
él con mucho apetito y yo lo había perdido. Pichaba una hojita de rúcula y lo
miraba de reojo. Es un doble, seguro. Eso pensé. Tranquilo en tal
convencimiento, empecé a ansiar un poco de silencio y me propuse disfrutar la
comida como en mí era habitual. En los vuelos transoceánicos detesto ir junto a
individuos que me hablen y me lo paso muy bien devorando cualquier cosa que me sirvan.
Para qué decir si viajo, de chiripa, en business y son viandas de esta
calidad. Pero él tenía gana de más palique y volvió a la carga:
-
A ver si tenemos buen vuelo.
-
Sí, ojalá.
-
No me creerá, pero esta es la primera vez que viajo a Medellín. En Bogotá sí he
estado varias veces ya.
-
Sí.
-
¿Usted ya ha ido otras veces, verdad?
-
Sí, voy con cierta frecuencia a Medellín y Bogotá.
-
Eso me parecía.
Decidí
callarme, a ver si cundía el ejemplo.
-
No quisiera incomodarlo con mi charla, es que estoy un poco nervioso.
Lo
que yo pensaba, me dije, al doble le han dado unos días de vacaciones y se ha
organizado un viajecillo.
-
No se preocupe.
Así,
educado pero cortés. Ya me había puesto con el solomillo e iba por la segunda
copa de vino. Empezaba a sentirme bien conmigo mismo y cansado de la compañía.
Pero él volvió a la carga:
-
Si le digo la verdad, ya estaba agotado. Para saber lo que es eso hay que
vivirlo.
Ladeé
mi cabeza y me quedé mirándolo. Él también volvió la cara hacia mí. Son sonrisa
era ahora un poco forzada, se lo veía un poco violento, tenso. Me dije que si
había que hablar, hablaríamos a calzón quitado y nos dejaríamos de bromas y
regates.
-
Lo que es qué.
-
Usted ya sabe. Me ha reconocido.
¿Este
tipo de qué va?
-
He reconocido al personaje, claro que sí. Son clavados y hablan igual. Me
imagino que a la coincidencia habrá sumado usted muchas horas de trabajo hasta
lograr la imitación perfecta y el parecido total.
Se
rio de buena gana, amagó con dar una divertida patada en el suelo y casi se le
cae la bandeja. Menos mal que tenía la copa vacía en ese instante, si no, me
tira el Albariño encima.
-
Piensa que soy mi doble.
-
Bueno, nadie es el doble de sí mismo.
Se
iba a enterar de con quién se las gastaba, sutil iusfilósofo.
-
Ya me entiende. Pero se equivoca. Soy yo.
¿Le
coloco una frase supuestamente graciosa sobre el ser en sí, el to ontos on, el
Dasein o cualquier lindeza que lo desanime de una vez? Aunque, bien mirado,
tampoco era mala idea entretenerse un rato con un doble tan competente, seguro
que saco tema para una entrada del blog. No me dejó seguir con mis
cavilaciones, y me soltó la frase definitiva.
-
El doble se ha quedado en Madrid, en mi puesto. Y eso que esta semana hay
faena. Pero es muy bueno y ya sabe lo que tiene que decir. Ya sabe que no tiene
que decir nada.
Aquí
no sólo le volvió la risa sino que me dio un codazo de complicidad y esta vez
fue la copa mía la que, mediada, se tambaleó peligrosamente en mi bandeja. Se
me habían quitado las ganas del postre, helado de turrón con sirope de arándanos.
Maldición. Pues si quiere conversación la tendrá. Y me lancé.
-
Y cómo sé yo que usted es usted.
En
cuanto lo dije me di cuenta de que me había contaminado de su manera de
expresarse. Suele ocurrirme con los gallegos. Traté de salvar mi imagen ante mí
mismo:
-
Quiero decir que no es nada normal que viaje usted así y charlando conmigo como
si tal cosa. Cualquiera apostaría a que es un doble o un graciosillo
disfrazado. O a que estamos en un programa de cámara oculta y han decidido
tomarme como víctima.
Esto
último se me acababa de ocurrir. No me hizo ninguna gracia. Así que amenacé:
-
Si es un programa de cámara oculta y bromazos, ya pueden tentarse la ropa antes
de sacar ni una sola imagen de un servidor sin mi permiso.
Se
había quedado pensativo.
-
Pues el caso es que a ver cómo le demuestro que soy el auténtico. Aunque, bah,
qué tontería. Mire, mire.
Había
sacado su pasaporte de la chaqueta y me lo tendía. Como no me animaba a
tomarlo, lo abrió por la segunda página, donde figuran los datos personales y
la foto, y me lo puso delante.
Pues
sí. O era un documento falsificado o era él. Me pregunté cómo podría uno, así,
a simple vista, detectar si un pasaporte es falso. Adivinó mi pensamiento.
-
Y mire estas fotos que llevo en el móvil. Ésta es Elvirita, mi mujer, aquí
estamos los dos y aquí véanos con nuestros hijos. Ah, y espere, verá. Fíjese,
aquí estamos con Ruiz Gallardón y su
señora y mire, mire, llevo esta misma camisa.
Nueva
risotada.
-
Bien, se lo acepto como hipótesis probable.
-
Qué hipótesis ni qué carallo, que soy yo, hombre.
-
Vale, y me va a decir que viaja así, tranquilamente, solo y sin seguridad ni
nada. ¡Anda ya!
-
¿Quién le ha dicho que no llevo seguridad? ¿Ve aquel de allí? -me señaló un
puesto dos filas más adelante, en diagonal a nosotros- Es un escolta.
-
Claro, y aquella rubia de la primera fila es mi secretaria, ya te digo.
-
Es incrédulo usted. ¿De dónde es?
-
Asturiano. De Gijón.
-
Será por eso. Gallegos y asturianos primos hermanos, ya se sabe. Se lo voy a
demostrar.
Levantó
un poco la voz y llamó al hombre que me había indicado.
-
¡Bergantiños! ¡Bergantiños! Atienda para acá, hombre.
Bergantiños no había comido y estaba dando una
cabezadita en ese instante. Tenía toda la pinta de no ser un gran partidario de
los aviones. Se levantó y vino hacia nosotros.
-
A la orden.
-
Bergantiños, enséñale la placa a este hombre.
Cuando
Bergantiños metió la mano en el interior de su chaqueta no me dio buena espina.
-
¿Algún problema, señor?
-
Ningún problema, Bergantiños, estoy aquí en unas apuestas con el amigo y
necesito que le demuestre usted que es policía.
-
Guardia civil, señor.
-
Coño, Bertantiños, venga hombre, lo que sea, pero sáquele una placa y puede volver
a su asiento a meditar.
Bergantiños
sacó al fin la mano con una cartera y de la cartera extrajo una placa que me
enseñó y que ponía algo de servicio de no sé qué. A una seña de mi compañero de
asiento, volvió al suyo.
-
¿Ya da su brazo a torcer?
-
Sí, no importa. Pero usted sí me admitirá que es raro esto. Póngase en mi
lugar.
-
Y póngase usted en el mío. ¿No puedo acaso hacer un viaje privado?
-
¿Solo?
-
Ya ve que traigo seguridad. De eso no he podido librarme.
-
Quiero decir sin más séquito, sin familia...
-
Es que es muy privado.
Volvió
a darme un golpecito en las costillas y cuando lo miré me guiñó un ojo.
-
Privadísimo -insistió, y volvió a reír.
No
tuve valor para preguntar nada. O me estaban gastando un bromazo elaboradísimo
o me ocurría lo más extraño que hubiera podido imaginar. Más me valía ir con
pies de plomo y hablar lo mínimo, por si acaso. Mi interlocutor también se
quedó callado un buen rato, sacó el ABC y se puso a leerlo, creo que un
editorial. Pero con un movimiento muy resuelto lo cerró, lo recogió de nuevo en
el receptáculo correspondiente del asiento de delante, se ladeó y quedó
mirándome:
-
Pues se lo voy a contar, porque sé que puedo.
-
Usted dirá, discúlpeme si ando bastante perplejo.
-
Más perplejo lo voy a dejar ahora.
-
¿Más?
-
Voy a Medellín por una mujer.
-
Por una mujer...
-
Sí, qué le parece.
Yo
estaba ganando tiempo. Mejor dicho, se me acumulaban las razones para quedarme
callado. Que me cuente lo que le dé la gana y que salga el sol por Antequera,
pero quién era yo para preguntar nada.
-
A usted en el fondo no le parecerá tan raro, ¿eh, pillín?
¿Y
ese atrevimiento? Lo interpreté lo mejor que pude.
-
En verdad no es la primera vez que se me sienta al lado alguien que viaja a
Latinoamérica por una cuestión de faldas - ¿Me había pasado?- Bueno, perdón, ya
me entiende.
-
Claro, claro, no se preocupe. La mía se llama Erika Lucía.
-
Erika Lucía.
-
Sí, le voy a enseñar una foto suya.
Revolvió
en el móvil, murmurando algo por lo bajo.
-
Es que tengo sus fotos en una carpeta con clave.... Aquí está. Qué me dice.
Me
tendió el móvil. Plano cercano de una morenaza de ojos negros y más bien
pequeños, busto alto, collar de perlas en el cuello y pendientes a juego, labios
finos y sonrientes.
-
Muy guapa, sí.
-
Yo normalmente no hablo tanto, no se crea. Bueno, ya lo sabe -esta vez su
sonrisa tenía un toque melancólico-. Es que estoy nervioso, es la primera vez
que vamos a vernos Erika Lucía y yo.
-
No se conocen personalmente.
-
Personalmente sí, pero por Internet. Ya sabe, no le resultará extraño ese mundo
- ¿Otra vez con ésas?- Hay tantas páginas...
Pues
me lanzo y me lanzo y que sea lo que tenga que ser. Así me dije y allá me fui.
-
Bien, le agradezco la confianza o la simpatía o las dos cosas. Ya sé seguro que
este vuelo no se me va a olvidar jamás. Pero ahora en serio. ¿Pretende que me
crea que usted, usted, ha dejado su cargo en manos de un doble y se va a
Medellín a ver a una chavala con la que ha contactado por internet? ¿Usted?
-
No soy tan distinto de los demás, ¿cuántos de este avión piensa usted que irán
por las mismas razones?
-
No lo sé y no me importa mucho. Usted será como tantos, vale, pero ¿qué hay de
su mujer? ¿Elvira, no?
-
Elvira, sí. Elvirita. Nosotros somos liberales, eso ya se lo podría imaginar
usted.
-
¿Liberales? ¿Pareja liberal? ¿Quiere decir que ella lo sabe y está de acuerdo?
-
Eh, cuidado, yo no he dicho eso. Digo liberales como Esperanza y así. De lo
otro nada. Si Elvira se entera, me mata. A buena parte ha ido usted a dar.
-
Entonces se ha buscado usted una aventura a distancia y va a consumar...
-
Hombre, a consumar, no sé. Veremos lo que da de sí el encuentro. Por mí...
-
Erika Lucía sabe quién es usted.
-
No, ¿cree que estoy loco? Me he hecho pasar por empresario. Fabricante de
paneles solares.
-
Paneles solares, vaya.
-
En Colombia hace buen sol.
-
Ya, ya.
-
¿Hace calor en Medellín?
-
Bastante.
-
Además llevo a Bergantiños para la seguridad.
-
¿Es de confianza Bergantiños? ¿De tanta confianza?
-
Toda. Él va a lo mismo.
-
De empresario de paneles.
-
No, quiero decir que también tiene una cita con una buena moza.
-
¿Bergantiños?
-
Sí, sí, contactó a través de la misma página. Él me metió a mí, en realidad.
Vudú o algo así creo que se llama.
-
Badoo.
-
Eso. Mire cómo lo sabe.
-
No doy crédito. No salgo de mi asombro.
-
Se lo voy a demostrar, ya puestos, qué diantre. Para que vea. ¡Bergantiños!
¡Bergantiños!
Bergantiños
se había tomado dos copas de brandy del bueno y se había quedado dormido otra
vez.
-
Señorita, señorita, llámeme a ese joven de ahí, hágame el favor.
A
la azafata le costaba despertar a Bergantiños. Miró a mi compañero y éste le
hizo seña de que insistiera. Ella lo sacudió y Bergantiños reaccionó al fin,
con sobresalto.
-
Bergantiños, véngase para acá, hombre -Bergantiños llegó con la mirada
legañosa-. A ver, dígale a este buen amigo cómo se llama su chica.
-
Señor.
-
Que le diga cómo se llama su chica, no sea usted tímido, hombre.
-
Señor...
-
¿Hablo vasco, Bergantiños?
-
No, señor, es que no sé a qué chica se refiere.
-
A la de Medellín, a la de Medellín. A la que vamos a conocer. A la que va a
conocer usted, vaya.
-
Se llama Yendy Alejandra.
-
Yendy Alejandra, ahí está. ¿Lo ve usted? - me indicaba con su mano hacia
Bergantiños, como si fuera a éste al que yo tuviera dificultades para ver-
Bueno, pues ahora saque una foto de la chica y enséñesela a este amigo
asturiano, ande. La que comentamos ayer, ésa en la que está con bikini azul.
-
Señor...
-
...
-
Bueno, es ésta.
Rubia
de bote hasta cerca de la cintura, rolliza, boca grande con bonitos dientes
blancos, muslos poderosos, pecho pequeño y realzado con refuerzos.
-
Puede retirarse, Bergantiños, luego hablamos. Échese otra cabezadita, que aún
falta.
Demasiada
trama para tratarse de una tomadura de pelo y demasiado largo para guion de un
programa de la tele con incautos como yo. Seguí a lo mío y dispuesto a llegar
hasta el final o dar con el apaño.
-
De acuerdo, Bergantiños y usted vuelan juntos a ver a unas novias que se han
echado en la red. Genial. Y usted, nada menos que usted, va y me lo cuenta a
mí, uno que se ha encontrado en el asiento de al lado.
-
Está todo bajo control, tenemos Estado en condiciones.
-
Qué bien, todo bajo control. ¿Y si yo me bajo del avión y me pongo a chivarle
el caso al primero que me encuentre? ¿Y si llamo a unos periodistas y les doy
la primicia? ¿Y si resulta que soy yo mismo periodista y hasta le he hecho a la
chita callando ya varias fotos con una mini cámara que tengo en este botón o le
he grabado la conversación con el móvil que llevo en el bolsillo?
-
Todo controlado, ya le digo.
-
Controlado. ¿Puedo saber cómo?
-
Usted no es periodista.
-
¿No?
-
Usted es profesor.
-
No me diga.
-
¿Creía que el Servicio Secreto no iba a averiguar al lado de quién me buscaban
la plaza? Sabemos a qué viene usted también. Pero no seré yo quien se lo
reproche. Ya ve que somos colegas. Lo que no recuerdo es cómo me han dicho que
se llama la suya.
-
Qué me dice, hombre, qué atrevimiento. ¿Pero sabe de verdad quién soy yo?
-
Profesor Díaz, de León, de Derecho.
-
Pues no, de León y de Derecho sí, pero García.
-
Sí, sí, Díaz García, de Derecho Penal.
-
No, no, mire. - Le tendí el pasaporte- García Amado, de Filosofía del Derecho.
-
¡Me cago en la puta! ¡Velázquez! ¡Velázquez!
Nadie se movió, ningún pasajero
cercano se dio por aludido, pese a que las llamadas habían sonado casi como
gritos. Se acercó Bergantiños.
-
Señor...
-
Llame a Velázquez, hombre, Bergantiños, que tengo que hablar con él.
-
¿Velázquez?
-
¿Cómo se llama el del Servicio Secreto?
-
¿El chico o la chica?
-
El chico, coño, el chico.
-
Gómez, creo que se llama Kevin Gómez.
-
Pues dígale a Gómez que venga acá ahora mismo.
Bergantiños
se fue tres asientos más adelante y tocó el hombro de un joven, como
treintañero, que iba muy acaramelado con una mujer de parecida edad. Estaban
tomados de la mano y se decían cosas en el oído, ya los había observado yo hace
rato, cuando se levantaron al baño y desaparecieron los dos un rato. Bergantíños
y Gómez hablaron treinta segundos, creo que el primero estaba poniendo al otro
en antecedentes de cómo andaban las cosas.
-
¿Ése hombre es del Servicio Secreto?
-
Sí.
-
No me diga más, también ha ligado por Internet y viene a pasar unos días con su
enamorada.
-
No, éste trae pareja. La que va con él es su novia. Los dos son del CNI. Me los
recomendó... éste..., el de Interior..., Jorge, Jorge. De los más competentes,
al parecer.
En
esto ya teníamos a Gómez delante, con cara de preocupación.
-
Gómez, ustedes habían estudiado el pasaje y habían organizado todo para que me
tocase en primera al lado de una persona apropiada, ¿sí o no?
-
Sí, señor, Fariñas y yo hicimos ese trabajo minuciosamente.
-
¿Quién es Fariñas, si puede saberse?
-
Mi novia, señor. Ahí está, ¿quiere que la llame?
-
Sepa usted, Gómez, que la han cagado bien cagada.
-
¿Cómo dice?
-
A ver, cómo se supone que se tenía que llamar mi compañero de silla, aquí
presente.
Gómez
sacó una pequeña libreta del bolsillo de su camisa y empezó a pasar páginas. Allá
más adelante, Bergantiños y la agente Fariñas cuchicheaban.
-
Díaz, señor.
-
Díaz qué.
-
Díaz García, señor.
-
Oficio.
-
Catedrático de Derecho Penal.
-
Con qué aficiones.
-
¿Aficiones?
-
Ya me entiende Gómez, carallo.
-
Pues, las suyas, señor, creo.
-
Muy viajado y comprensivo, ¿no?
-
Así es, señor.
-
Pues ahora pregúntele aquí al amigo cuál es su filiación
-
¿Su filiación?
-
Los apellidos, Gómez, pregúntele por sus apellidos o mírele el pasaporte.
Me
adelanté a la pregunta de Gómez, que parecía cada vez más turbado y que no
dejaba de observar por el rabillo del ojo el diálogo que por lo bajo se traían
Bergantiños y Fariñas.
-
Me llamo Juan Antonio García Amado.
-
¿Y Díaz? - Sonaba muy tímida la voz de Gómez.
-
No, Díaz no. Díaz García es un colega mío al que profeso grandísimo aprecio.
-
El oficio, pregúntele el oficio, Gómez.
Gómez
me miraba con ojos implorantes, como si deseara pedirme una mentira piadosa. No
esperé y di el dato:
-
Soy catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de León.
Gómez
intentó ganar tiempo.
-
En León estudió Derecho uno compañero nuestro en el Servicio Secreto, Montejón
Ardura, ¿lo conoció?
-
Gómez, no joda, eso será secreto, digo yo. Y no me cambie de tema. ¿De dónde es
usted, por cierto?
-
De Verín, señor.
-
Ya me parecía. Pues ya lo ha oído, de Fi-lo-so-fía-del-de-re-cho. ¿Su García de
qué iba a ser?
-
De Derecho Penal, señor.
-
Pues ya lo ve. Creí que estábamos entre iguales y he estado contándole
confidencia tras confidencia a este buen hombre que no es el que me habían
dicho. ¿Ahora qué hacemos?
Gómez,
muy serio, hizo un extraño movimiento horizontal con la mano, como de apartar
algo con brusquedad o de cortar con un machete. Me sobresalté.
-
No sea burro, Gómez, no sea burro. El señor Juan Antonio es buena gente y digo
yo que será tan discreto como su amigo Díaz. ¿Ha dicho que son amigos, eh?
No
sé por qué, pero me urgía aclararles que mi amigo Miguel Díaz y yo somos como
dos gotas de agua, almas gemelas el todo, y que nos consideramos poco menos que
hermanos.
-
Somos una piña, no los hay en nuestra Facultad que más se aprecien. Fíjense que
nos conocimos en Alemania en el ochenta y tres y desde entonces, inseparables,
inseparables. Y claro que nos guardamos los secretos, como tumbas.
Habían
empezado a sudarme las manos. Ignoro por qué razón me estaba dirigiendo a los
dos, y más desde que Gómez había dejado de prestarme cualquier atención y
estaba solamente pendiente de Fariñas y Bergantiños, que ahora se morían de
risa. Él se había sentado en el sillón que había dejado libre Gómez.
-
Pues tendrá que ser discreto, no le digo más. Si quiere, y para que todo encaje
como es debido, le pregunto a Erika Lucía si tiene alguna amiga. Creo que me
escribió el otro día que había estado en la fiesta de cumpleaños de una
compañera muy simpática, de Cali. Dicen que son bonitas las de Cali, yo no lo
sé. Erika Lucía me insiste en que las más guapas y agradables son las de
Medellín. No me acuerdo como las llaman.
-
Paisas. A los de Medellín se les dice paisas.
-
Así me firma Erika Lucía: tu paisita. Es
más rica...
Seguimos
hablando y hablando. Ambos nos habíamos relajado ya. Se interesó mucho por mis viajes colombianos
y lo que conocía del país. Le dije lo que pienso en verdad, que es un país
maravilloso con gente fantástica, pero le aconsejé que tuviera cuidado con las
bromas que les hacía. Le conté por encima lo que me sucedió una vez que escribí
una coña sobre Colombia en mi blog, y se rio bastante. También mi insistió
mucho en que tenía ganas de conocer a mi compadre Miguel y que éste le contara,
aunque yo le apunté que mucho me temía que pudiera haber otra equivocación ahí,
una equivocación bien grande.
Al
final del vuelo nos adormilamos un ratito, ya después de tomar el tentempié de
poco antes de la llegada. Nos despertó el aterrizaje. En el aeropuerto de Río
Negro me hizo pasar con él el control de pasaportes, sin espera y por una
puerta medio secreta, y nuestros equipajes nos los acercaron rápidamente unos
empleados de la compañía aérea. Concluí de esta manera que los servicios de
seguridad colombianos debían de estar al tanto de la visita privada de tan
ilustre personaje.
Insistió
en que me quería presentar a Erika Lucía y en que a lo mejor podían acercarme
en su coche a mi hotel. Le dije que de ninguna manera y muchas gracias, que a
mí me recogería alguien de la universidad anfitriona. Pero que con gusto
saludaría a Erika Lucía.
Había
mucha gente esperando a los pasajeros de nuestro vuelo. Mi amigo había vuelto a
colocarse las grandes gafas oscuras. Apenas aparecimos, juntos, en la gran sala
de llegadas, oímos una voz de mujer que gritaba Mariano, Mariano. Fue visto y
no visto, vino corriendo y se echó en los brazos de él, se achuchaban, se decían
algo al oído. Yo, violento, trataba de apartarme un poco, pero fui casi a
chocar con Bergantiños y su Yendy Alejandra, que se estaban comiendo a besos.
Mariano logró desasir un brazo y me hizo señales para que me acercara.
-
Mira, Erika Lucía, quiero presentarte a un buen amigo, el profesor...
-
Doctor Juan Antonio, qué alegría, ¿se acuerda de mí?
Me
quedé helado y en primer tiempo de saludo. Mariano, ya completamente abandonado
por los brazos de la mujer, me miraba confundido. Gómez y Fariñas, que
discutían a unos cinco metros, se aproximaron discretamente a ver qué pasaba.
Erika
Lucía seguía con su entusiasmo.
-
Eh avemaría, doctor, qué berraquera que sea amigo de Mariano, vea, el mundo es
un pañuelo. ¿De verdad que no se acuerda de mí? No puedo creerlo.
Mariano
ya estaba serio, Gómez y Fariñas se acercaban más, Bergantiños no se había
movido de su lugar, pero había dejado de besar a Yendy Alejandra y le hacía
señas a ella para que se callara un momento.
-
Bueno, a lo mejor la recuerdo vagamente, no sé, son tantos estudiantes cada año
en unos lados y en otros...
-
Ay, mi doctor, de la Universidad de Medellín, de la maestría de la doctora Ramírez.
Usted nos recomendó que leyéramos a Kelsen y a mí ese hombre me cambió la vida.
De ahí a la fiscalía y aquí me tiene, mi doctor. No sabe qué alegría me da
verlo y que además sea tan amigo de Mariano.
Mariano
era todo sonrisa en la parte que no le tapaban las gafas negras, Gómez y
Fariñas habían perdido interés y Bergantiños usaba su lengua a modo de taladro
en la boca de Yendy Alejandra.
-
¿Seguro que no quieres que te acerquemos a tu hotel?
-
No, Mariano, mil gracias. No tardarán en aparecer a buscarme. El avión se ha
adelantado un poco. Me fumaré un cigarrillo mientras espero.
-
En qué hotel se aloja, doctor.
-
En el Sheraton, creo.
-
No nos pilla mal, nosotros vamos para Envigado. - Y dirigiéndose a Mariano- Mi
amorcito, te hemos preparado una gran fiesta con toda la familia en casa de mis
tíos. Te va a encantar. -Ahora a mí- Doctor, qué gusto verlo, para lo que se le
ofrezca le dejo mis señas- Y me tendió su tarjeta- A Mariano y a una servidora
nos encantaría pasar a buscarlo un día para tomar un aguardientico. ¿Le gusta
el tango, doctor?
-
Sí, mucho. Pero anden, vayan, vayan, ya nos veremos cualquier día.
Se
metieron en el coche de ella y partieron. A la carrera, Gómez y Fariñas pararon
un taxi y salieron detrás al rato.
Prendí
un cigarrillo e inhalé fuerte. No daba crédito a lo que me había pasado. El
ligero mareo me hizo bien. Me sobresaltó la voz de Bergantiños a mi lado.
-
Es un gran hombre.
-
Sí, parece majo.
-
Muy humano.
-
Eso, lo que más.
-
Profesor, quiero presentarle a Yendy Alejandra.
Me
puse un poco tenso, pero esta vez no hubo novedad. Nos saludamos a la
colombiana, un solo beso en la mejilla. Siguió hablando Bergantiños:
-
Profesor, que aquí mi Yendy tiene interés en hacer en España un máster o un
doctorado o algo y a lo mejor usted puede asesorarnos. Ella está en segundo de
diseño de modas.
Les
tendí a cada uno una tarjeta mía.
-
Ahí me localizáis, en lo que os pueda servir.
-
Gracias, doctor, a la orden. - Lo había dicho Yendy Alejandra, Bergantiños se
quedó mirándola y yo me sentí en la obligación de traducirle al buen hombre.
-
Aquí a la orden es una fórmula de cortesía. Ya irás conociendo el país,
Bergantiños.
-
Lástima que sólo vengamos con tres días. Don Mariano tiene estado de la nación
la semana que viene. Esto es un sinvivir.
Alguien
caminaba hacia mí apresuradamente y me hacía señas. Era Juan Oberto Sotomayor,
penalista de los buenos y hombre cabal. Nos dimos un abrazo recio de viejos
amigos.
-
Qué tal estuvo el viaje.
-
No vas a creer lo que me ha pasado.
Desde
su coche, al rato, divisamos Medelllín, allá al fondo del valle, apoteosis de
luces, llena de magia buena. En el audio del auto, vallenato, cómo no, Poncho
Zuleta y Colacho Mendoza cantaban Fortuna y desdicha:
Qué fortuna la del hombre enamorado
cuando vive
apasionado
de un amor
correspondido,
qué dichoso entre
amigos y parrandas,
tiene música en el
alma
y alegría en el
corazón.
Al
acabar mi relato, noté que Juan Oberto no me había creído. No importa, me dije,
yo en su lugar también pensaría que esa historia es alucinación de jet lag.
Cerré los ojos y recordé a Mariano, en la tele, diciendo que hay cosas que
nunca se podrán probar. Pues eso. Que tiene razón.
Yo también tuve un viaje sorprendente; y vaya que me sorprendió¡
ResponderEliminarjajajajajaj muy bueno.
ResponderEliminarSi nos permitieran utilizar los mismos argumentos y mecanismos de esta escoria para delinquir...ayyy
Qué gozada efectuar pagos en diferido, desgravar dinero en b, tener cuentas en paraísos fiscales, ser aforado, ver como prescriben los delitos (uno tras otro), subvencionar empresas para asegurarme un silloncito de asesor cuando me salga (de ahí mismo, sí), decidir mi sueldo y privilegio...ayyy, qué bonito.
Y reír, reír-se de todo/s.
Un cordial saludo.
Acabo de ver "Lucia y el sexo" y ahora me encuentro con este relato... en fin, paradojas....
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