Esta
mañana fui a dar con la
lista de los eminentes juristas que acaban de ser designados por el
Parlamento de Cataluña para formar parte de la Junta Electoral de lo del
referéndum y el derecho a decidir decidiendo y todo eso. Plastaluña, pues. Para
los susceptibles, recuerdo que plastalán no es sinónomio de catalán, sino que
se alude a aquella parte de los catalanes que son eso, unos pelmas
empedernidos. Allá ellos, es legítimo ser un plasta, igual que ser gordo o
miope o con poco pelo o aficionado a los dulces o flojo de vientre.
Pues
resulta que, con algo de curiosidad, me puse a mirar los nombres de los
juristas de la Plastajunta Electoral y, eureka, conozco un poco a uno o una.
Voy a referirme en masculino sin prejuzgar por ello el plastagénero de la tal
persona y, para abreviar, lo denominaré Senyor
G.
Una
vez, hace lo menos doce años, estaba un servidor en una isla perdida en medio
de un lago de un país centroamericano, solitario yo y relajado. Me sonó el
móvil y resultó que me llamaba el Señor G, a quien no conocía en persona y
apenas de nombre. Se presentó, amable, y me dijo que presidía cierto organismo
de un Ministerio (del Estado español, claro) y que necesitaba con urgencia
evaluadores para las solicitudes de unas ayudas especiales que se habían
convocado y que me ofrecía integrarme ahí. Le dije que bueno, que estaba
dispuesto, y en ese momento me preguntó si no habría yo por casualidad
solicitado una de tales ayudas, pues evidentemente ello sería incompatible con la
designación mía para evaluar. Le contesté que no, que para nada. Y en el
Ministerio un día nos conocimos en persona.
Fue
ese primer encuentro en una reunión de bastante gente y para tomar
colectivamente las últimas decisiones sobre las ayudas aquellas. Presidía el
Senyor G. Comenzaron los debates y defendía el Senyor G que deberíamos graduar
el importe económico de las subvenciones de manera tal que, de entre las
solicitudes que pasasen la nota de corte, había que dar mucho más dinero a las cinco
o diez que tuvieran la puntuación más alta, y a los otros repartirles nada más
que unos restos. Llegó la hora de ver las calificaciones que había obtenido
cada expediente y, oh sorpresa, el Senyor G tenía su propia solicitud de
subvención y resulta que era la mejor puntuada, cien puntos de cien. Alguien
preguntó quién se la había evaluado y levantó la mano otro de los presentes,
llamémoslo Senyor F, reconociendo que la había puntuado él. Eran compañeros de
área y creo que hasta de departamento, o lo habían sido. Para mayor pasmo, la
segunda solicitud mejor calificada, con noventa y nueve puntos, pertenecía a
este Senyor F, y se la había evaluado el otro, el Senyor G. Perfecto ayuntamiento
cuasicarnal, conspiración para dar el palo.
Y
yo pensé: la madre que los parió. Y protesté un poquito y alguien más protestó,
pero sin éxito. Escribí a la semana siguiente una carta el responsable del
Ministerio para esas cuestiones, un Secretario de Estado o algo así. Me contestó
amablemente que era preocupante lo que yo revelaba y que se tomarían medidas.
Y, en efecto, las tomaron: mi nombramiento iba a ser para más de un año, pero
me echaron de inmediato. El Senyor G siguió por largo tiempo, según creo,
supongo que por ser eficaz y expeditivo, o por su garganta profunda, vaya usted
a saber.
Me
tropecé con él unas cuantas veces más, siempre en Madrid y estando él al mando
de alguna comisión o comité y siempre tratándose de repartos de dinero para
cosas de la universidad y así. Por ejemplo, en una oportunidad se trataba de
unas becas especiales y él iba con dos listas bajo el brazo, en las que había
apuntado quiénes eran los candidatos con más méritos, ni comparación, los
únicos que merecían sin dudar las tales becas. Los primeros eran de su facultad
y los segundos de otras facultades catalanas.
Me
viene a la memoria todo esto y algo más que me callo al ver en la lista de
plastajunteros electorales al Senyor G. No digo nada, está muy achuchada la
vida y cada día cuesta más levantarse un buen cliente, hay temporadas en que
tiene una que enseñar más canalillo o llevar falditas imposibles para estos
muslos. Tampoco cuestiono vocaciones ni conversiones y respeto el derecho de
cada cual a estar en la procesión y repicando. Pero no sé, me pongo en el lugar
del Senyor G, como en el de tantos de la misma camada y similares ardores, y me
digo que habrá sufrido de lo lindo al desdoblarse tanto y al irse a la cama por
igual con quien ama y con el enemigo. O que se prostituye con conciencia plena
y a sabiendas, en cuyo caso estoy por alegrarme por él y porque el día que
Plastaluña sea Estado ya tendrá quién se encargue de avaluar tugurios allá, o
de gestionarlos.
Dicho
lo cual, lo de Plastaluña ya no hay parroquiano que lo aguante, está uno hasta
la boina de semejante patuleta de tocapelotas y del derecho a decidir y de que
parezca que la gente es tonta. Voto por el referéndum y votaría sí en el
referéndum, si pudiera. Palabra de honor. Aunque sólo sea para no volver a
encontrarme en Madrid a tipos de esos que llevan en la frente el anuncio de
griego integral y francés completo. Porque imagino que cuando el Senyor G sea
extranjero no lo seguirán llamando de los pérfidos ministerios del Estado
español.
Senyor
G, go home.
Yo también votaría SI, porque esto no quien lo aguante. Yo también estoy cansado de tanto victimismo.
ResponderEliminarVale , vale , profesor, muy bien y tal, pero ¿me puede dar su opinión acerca de si el Señor G está cometiendo en estos momentos algún delito?
ResponderEliminarPues fíjese en que lo que yo no soporto ni un instante más es Plastaña y los plastañoles como usted. Qué le vamos a hacer.
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