No sé cuántas conferencias y
ponencias habré visto y oído, muchísimas. Y también me ha tocado disertar un
buen puñado de veces en congresos y variados eventos académicos y sociales. En
ocasiones, cuando me aburro un poco con lo que escucho, me entretengo
analizando las virtudes y defectos del expositor o buscando el fallo preciso
del que tengo delante. O, al contrario, medito sobre las claves del éxito del
orador que ha salido muy bien librado.
Modestia aparte, a mí mismo no me
ha ido por lo general mal cuando fue mi turno, lo que no quiere decir, ni
muchísimo menos, que sea capaz de aplicar apropiadamente todas y cada una de las pautas que voy a exponer aquí. Estos
consejos que paso a detallar son, en parte, el fruto de la experiencia propia, lo mismo
cuando me ha ido bien que cuando no he estado muy fino, pero, ante todo,
resultan del análisis distanciado de lo que he visto hacer a otros, para bien o
para mal.
Vayamos, pues, desgranando.
1. Lo importante es divertirse.
Divertirse,
sí, en el mejor y más positivo sentido de la expresión. El conferenciante que
sufre es conferenciante que fracasa. El auditorio nota su temor o su apuro
igual que, dicen, percibe el toro el miedo del torero.
El
auditorio condiciona una barbaridad y cada orador prefiere un tipo de público, unos
se sienten mejor hablando para pocas personas y muy seleccionadas, mientras que
otros están más felices ante una concurrencia abundante. Cada uno es como es y
ha de adaptarse, con más o menos esfuerzo, a la audiencia que le toque en cada
oportunidad. A mí, sin duda, me estimulan mucho más los grandes salones llenos
de gente. Sea como sea, la actitud mejor es la de quien se dice “a por ellos”.
El objetivo primero es que no se aburran los asistentes; el segundo, que se
interesen por lo que se les cuenta; el tercero, que tomen partido para sus
adentros respecto de los dilemas teóricos o prácticos de aquello de que se les
habla.
2. Lo segundo más importante, que el público también se divierta.
El
conferenciante, como el profesor en acción, tiene o ha de tener mucho de actor.
La tarima, el lugar desde el que se habla, es su escenario. El que desde allí perora
sabe, o debe saber, que ha de manejar la concentración, la atención, el interés
y hasta la respiración del auditorio. Los asistentes no se le pueden ir de las
manos, ésa es consigna fundamental. Hacen falta recursos de todo tipo,
expositivos, retóricos, de voz y entonación, y, naturalmente, referidos al modo
de plantear y tratar los temas, para que los que atienden no sucumban a la
tentación de desconectar y ponerse a pensar en sus cosas o echar una cabezadita
soñando con las musarañas. No hay temas difíciles, desde ese punto de vista,
sino grados de habilidad teatral y niveles de buen o mal método de los que exponen.
La base está en esto: si el que
habla se aburre a sí mismo, si el tema no le excita, si preferiría en ese
momento estar en otro sitio o haciendo otra cosa, si duda o no le acaba de
encontrar el sentido a lo que está planteando, si desprecia a los que le
escuchan, si no ha logrado concentrarse él en lo que en ese instante tiene
entre manos, su público lo percibe de inmediato y consciente o
inconscientemente se siente despreciado o hasta maltratado. Es cuestión de puro
contagio, la emotividad y el sentir del orador se refleja en su auditorio como
en un espejo. Si ellos bostezan es porque te estás aburriendo tú mismo, si te
miran mal es porque captan que no los miras bien tú.
3. No se esconda ni te parapete.
La atención del auditorio se pone
en una persona que habla. Cuenta lo que habla, claro qué sí, pero también la
persona. Y, en ese momento, la persona es un cuerpo con una voz que expresa
ideas o narra historias. No se ha de hurtar el cuerpo a la concurrencia, pues
sería algo así como si el actor principal de la obra teatral intentara recitar
su papel medio escondido detrás del telón o sin salir de detrás del mobiliario
en escena, asomando solamente la cabeza y hasta hablando bajito. Además, el
querer hablar sin cuerpo, ocultándose todo lo posible, es, para el que observa,
evidente indicio del miedo que se le tiene. Y al que nos teme lo respetamos
poco para nuestros adentros y sus ideas no las valoramos tan en serio.
No es tanto el lugar desde el que
se habla como la actitud, el modo de poner y de sentir el cuerpo. Alguien puede
hablar sentado detrás de una mesa y dominar la escena con plena autoridad, del
mismo modo que puede que diserte otro de pie y sin nada delante y que se le vea
como un animalillo asustado al que le tiemblan las piernas y no le sale la voz
de la garganta. Si usted es timorato a la hora de exponerse, puede no ser mal
consejo el de que se beba un buen vaso de vino antes de aparecer en escena.
Eso sí, cuidado con la logística
y los cachivaches. Si habla sentado, que la silla sea lo más alta posible y que
el borde de la mesa no le llegue hasta
el pecho. Y el torso levemente inclinado hacia adelante, como para acercarse a
los que están al otro lado u ofreciéndose, insinuando el contacto o no dando
apariencia de que se rehúye. Si se habla en un atril, que no asome solamente la
cabeza y que no parezca a su lado usted un enanito saltarín. En cuanto al
micrófono, cuanto menos se vea, mejor. Si es fijo, que no le tape la cara o no
parezca que se le va a incrustar en un ojo. Si es de mano, imagínese que es
usted un cantante y no un pobre tipo al que le han dado una porra para que la
sujete cerca de su cara y sin saber dónde meterla.
El mayor reto, de pie y frente al
público sin mesa ni atril delante. Eso es para toreros con gran dominio de la plaza
y de sus propios movimientos. En tal tesitura, se debe tener claro qué se hace
con las manos y con los pies. Para lo de las manos el micro puede ayudar bastante;
si no, un bolígrafo o cosa por el estilo en una mano y la otra libre para el
gesto. En cuanto a los pies, desplácese, pero no a la carrera ni como si le
dolieran los juanetes. Y téngase en cuenta que al moverse se mueve también lo
que se tiene frente a los ojos, con lo que conviene estar atento a dónde se
pone la mirada. Por cierto, y en general, la mirada ni en el techo ni en blanco
ni centrada todo el rato en una persona de la primera fila. Elija a unos
cuantos, situados en puntos distintos del lugar, o mire a lo que sería más o
menos el centro de la sala.
4. Los gestos y la voz.
Parece de lo más sencillo, pero
es bien difícil. Sólo hay un conferenciante peor que ese que grita como si
estuviera arreando un rebaño de vacas o una piara de cerdos: aquel al que no le
llega la voz al cuello, el que habla bajito y cual si estuviera en la intimidad
con su pareja y a media luz los dos. La voz se tiene que modular, hay que subir
y bajar, ligar su intensidad a las partes del tema, subrayando con el tono lo
subrayable o despreciando igualmente lo despreciable. Por ejemplo, a nadie se
le ocurrirá decir en tono más alto o con voz más templada la teoría que critica
que la propia o la que defiende.
¿Y la gestualidad? Nada de
despendolarse con gestos de loco o como si uno hubiera perdido el control de su
cara y sus extremidades, pero que tampoco dé la impresión de que el hablante
está manco o lleva un corsé de escayola. Y de sobra sabido es que, en esto, la
herramienta por excelencia son las manos. Entrénese en casa si hace falta y
pregúntese cómo manifestaría usted con las manos una sensación de duda, una de
perplejidad o extrañeza (¿recuerdan esa maneara de poner los dedos que tienen
los italianos?), una de entusiasmo o plenitud, una de acusación, apercibimiento
o demanda (ese dedo índice estirado y apuntando).
¿La cara? Lo mismo, adapte el
gesto y la expresión facial a la intensidad del momento y a la relevancia de lo
que se cuenta. Pero, en general, sonría levemente o tenga una expresión amable;
pero no sonría a destiempo, claro.
5. Cuidado con el apoyo tecnológico.
Parece mentira, pero el
power-point es un gran enemigo del buen conferenciante. Rompe la relación a dos
entre el que habla y los que escuchan. Tal como si en plena insinuación amatoria
va uno y le enseña al otro la prótesis. Pues no, se evapora el hechizo y acaba
por no verse más que la prótesis o el adminículo en cuestión. Auditorio que
mira una pantalla es auditorio que no mira al conferenciante. Y tras dejar de
mirarlo van dejando de escucharlo, y más si se han puesto a leer lo que se
proyecta. O, por usar otra imagen, el expositor con power-point es como el
torero con armadura o el futbolista con el tobillo escayolado.
Claro que puede ser necesario o
muy útil proyectar ciertas cosas, un esquema básico, algunos datos complejos,
unas fórmulas, cierta imagen de algo de lo que se está hablando. Pero nada más
y eso sólo cuando de verdad haga falta. Porque, repito, caso que se le hace a
la pantalla es atención que se deja de fijar en el orador. Al final, si hay
aplausos, serán para el ordenador, téngalo en cuenta. Y, por favor, si va con
su power-point, no comience ni acabe con imágenes de paisajes nevados, puestas
de sol, playas al amanecer o pa¡arillos de colores. El público normal desprecia
al conferenciante cursi o ñoñito.
Igualmente, si usted va a manejar
un ordenador o cualquier trasto durante su exposición, hágalo si no hay más
remedio, pero que no parezca que está más pendiente del maldito chisme que del
auditorio. Eso es como si usted, en casa, está mirando la tele o jugando con la
videoconsola mientras habla con su pareja de algún asunto importante de los
dos. Se lo va a tomar muy mal, y con razón. El auditorio de las conferencias,
igual.
Ah, de lo más relevante: no
olvide que los malditos aparatejos siempre se bloquean o se averían cuando se
acerca el clímax y cuando cree usted que más los necesita. Tenga recursos para
seguir sin ellos y, sobre todo, no se quede callado cual si no fuera capaz de
consumar sin apósitos y suplementos.
6. ¿Leer? A ser posible no.
Puede no quedar más remedio un
día, por tal o cual circunstancia. Y verdad es que los hay que leen con muy
buena entonación y excelente ritmo. Pero evítese lo más posible. El oyente
piensa que, para eso, le podrían haber repartido el texto y que ya se lo iba
leyendo en el baño y a su aire. Es obvio también que, atareado en leer, se
pierden todas aquellas otras herramientas expresivas y de manejo de atención a
las que me he venido refiriendo.
¿Que si no se lee se pierde precisión?
¿Y quién le ha contado a usted que en una conferencia, o en la mayor parte de
ellas, la precisión sea lo primero y principal? Las páginas que el
conferenciante va leyendo son como una capa que se interpone entre él y su
público, viene a ser como exponer con preservativo, y la gente se pregunta por
qué tanta profilaxis ahí, si no hacía falta.
(Continuará)
Interesante y valiosa aportación Juan Antonio, precisamente escribo ahora desde Catania (Italia) donde he participado en una jornada con iuslaboralistas italianos y, aparte de compartir ricas experiencias y aportaciones sobre reformas legales, he podido comprobar cuan ciertas son muchas de las cosas que dices.Espero impaciente esa continuidad de tu generosa aportación.
ResponderEliminarSaludos
David
En mi corta experiencia como conferenciante sobre asuntos jurídicos he detectado un problema y aún no sé cómo solucionarlo: la sesión de consultorio.
ResponderEliminarLas materias a las que me dedico son puramente positivas y me gusta -porque creo que ayuda a mantener la atención y a que el discurso sea de algún provecho para el auditorio- que los oyentes me interrumpan cuando algún punto concreto requiere de mayor aclaración.
Sin embargo, a veces, las preguntas buscan meramente una solución sobre un caso particular que ha de resolver el interpelante en su trabajo. Se formula la pregunta, se contesta, pero como la contestación nunca es todo lo precisa que se esperaba porque ni se aporta toda la información necesaria, ni hay posibilidad de estudiarla detenidamente, se repregunta, varias veces, llevando en muchas ocasiones la cuestión a terrenos ajenos al objeto de la conferencia, interrumpiendo el discurso y haciendo difícil recuperarlo luego.
Una solución podría ser diferir las preguntas al final de la exposición, pero eso se parece mucho a parapetarse y creo que mete una barrera entre conferenciante y auditorio; otra sería negarse a solucionar problemas particulares, pero eso parece una excusa de mal pagador de quien no sabe nada que no se lleve escrito, además de poder interpretarse como una cierta descortesía, en fin, que cualquier sugerencia sería muy bien recibida.
Por cierto, huyo en la medida de lo posible, que hasta ahora ha sido toda, de power point y demás familia.
Genial, Toño: esperamos la 2ª parte.
ResponderEliminarEstoy dándome de patadas porque no puedo asistir a la mesa redonda en la que participas mañana en la UAM. Pediré que me cuenten con pelos y señales.
Ah: ojo al título del epígrafe 3.
Abrazos,
Jacobo