(La parte I aquí)
7. Vestuario
En una conferencia o evento
similar no es diferente de en otros momentos de la vida social. Por ejemplo, a
usted se le sienta al lado alguien en el avión y con un vistazo levísimo ya se
ha hecho una idea de por dónde van el personaje y sus tiros. Margen de acierto,
el noventa por ciento, poco más o menos. Así que no hablamos de prejuicios
gratuitos, sino de lo que la experiencia vital enseña.
Cuando usted va a hablar ante un
público que no lo conoce de antes, puede preguntarse si quiere ser previsible o
si prefiere sorprender. Una de las maneras de hacer que el estilo de lo que
vamos a exponer sea certeramente adivinable es el manejo de la apariencia. Por
ejemplo, hace poco escuché en un país latinoamericano a un orador que iba con
chaqueta de pana negra, sin corbata, con pantalones informales de un color que
no ligaba con la americana y zapatos de esos muy cómodos para caminar por
senderos asfaltados en el bosque, y lucía unos hermosos rizos levemente canosos.
Con verlo subir al estrado y echar un vistazo al título de su charla ya me
podría haber marchado, sabiendo a ciencia cierta lo que iba a decir y cómo. Me
quedé y no erré ni un ápice en mis previsiones.
Muchos conferenciantes, al menos
en determinados contextos o ambientes, suman un objetivo adicional al de
exponer las ideas sobre el tema asignado o elegido: el de exponerse a sí
mismos, el de hacerse notar como personajes con una impronta particular o,
sobre todo, ligados a un cierto grupo o tendencia. ¿Eso es bueno o malo?
Depende del auditorio, pero, salvo que se trate de una reunión de fieles de la
misma secta o de ovejas en rebaño común, yo diría que es malo. Porque ese
orador, por previsible, ni va a sorprendernos ni se va a atrever a proclamar
cosa alguna que desentone con lo que por su peinado o por sus playeras de él se
espera.
¿Estrategia posible si usted no
quiere ser un orador así fungible y al que pudiera sustituir cualquier pelanas
de idéntica cuadra y capaz de repetir tópicos y posturitas? Pues o la sorpresa
radical o el camuflaje enigmático. La sorpresa radical la da el que aparece con
una pinta y luego no proclama lo que por ella se espera. Por ejemplo, uno llega
todo modosito y aseado y acaba invitando al sexo libre o a dejar de ir a misa;
o llega con la melenilla por detrás de la calva, con la camisa subida hasta los
codos y en sandalias y sale con una propuesta para restaurar la familia
tradicional, si eso es lo que piensa. El choque para el auditorio será garantía
de que se le presta atención.
La otra alternativa es el
mimetismo. Vaya como se suele, píllelos descuidados y sin ideas preconcebidas.
Por ejemplo, en mi ámbito, que es el del Derecho y los juristas, eso significa
traje y corbata, y hasta con camisa blanca y bien planchada. Con tal uniforme
no van a saber qué esperar exactamente los oyentes, aunque ya excluyen que
usted sea obispo o dirigente de Greenpeace. Es decir, los tiene a su merced
porque andan mirando cómo ubicarlo y se van a poner a escuchar lo que les dice,
a fin de ver por dónde respira y encajarlo en sus clasificaciones.
Y mire esto otro: salvo en las
concentraciones de mindundis idénticos y uniformados, la gente agradece que el
expositor se arregle un poco, ya que entenderá que se adecentó para ellos, para
la audiencia. Y si usted, por moderno y fingidamente desenvuelto, aparece con
el lamparón en la chaquetilla o los zapatos carcomidos por los años y la falta
de cremas, no lo van a considerar tan natural, sencillo y “enrollado” como usted
creía, sino como un cochino que no se asea ni cuando espera visita elegante o
tiene cita con personas que sí se duchan.
8. Que se le entienda, por favor, que se le entienda.
En determinadas disciplinas, como
las jurídicas, algunas de las llamadas humanidades y ciertas ciencias sociales
influye el mito bobo de que el conferenciante oscuro es conferenciante muy
erudito y extraordinariamente profundo. Vamos, que el fallo no está en él, sino
en la lamentable falta de formación o la muy deficiente cultura del auditorio.
Falso de toda falsedad, y aquí sí me atrevo a formular con la mayor
contundencia la que podríamos llamar primera ley del conferenciar: Si no se le entiende es porque no lo entiende.
El problema no lo tiene el que oye, sino él, quien habla. Tema dominado es tema
que se puede exponer con claridad y con el grado de dificultad o profundidad
técnica que convenga, en función de cuál sea el nivel esperable de los oyentes.
Dicho más claro todavía, si usted
sale de una conferencia para la que no está usted completamente falto de
recursos o formación y no ha comprendido ni maldita palabra, deje de
cuestionarse a sí mismo y concluya sin lugar a dudas que acaba de oír a un
incompetente que, para colmo, es bastante memo. Lo que bien se ha asimilado
bien se puede explicar. Y punto.
Ah, pero es que los hay que embadurnan
su exposición aposta, para poner distancia con los de enfrente y que se vea que
ellos sí saben y los otros no se aclaran. Entre los conferenciantes se da un
porcentaje de cretinos mayor que en otras actividades y profesiones. A muchos
les entregas un micrófono y se piensan que ya por eso son los supremos
sacerdotes de la sabiduría y que los demás han acudido para aplaudirlos por su
sapiencia presunta y hasta por su sexappeal.
Ser oscuro, y, más, oscuro adrede,
es una de las mayores faltas de respeto con un auditorio; y el auditorio en el
fondo lo sabe, aunque no se atreva darle una buena pitada al zampabollos que
habla nada más que para sí y para darse gusto, como un pobre Narciso onanista.
9. Algunos modelos que se han de evitar, si se puede.
Resultaría bastante entretenido
pergeñar una tipología completa del conferenciante tontito o levemente
repulsivo, grimoso incluso. Pero conformémonos por hoy con la mención de unos
cuantos tipos elementales.
Está el aparentón, el que simula relaciones
que no tiene y trato íntimo con quien seguramente ni de vista conoce. Usa cualquier pretexto para
dárselas de colega y amiguísimo de autores, especialistas o personajes que de
él no tienen ni vaga noticia o que ni de
lejos lo recuerdan si es que en una oportunidad coincidieron, seguramente en
una comida multitudinaria o meando en los baños del vertíbulo de algún hotel
donde se celebró un congreso masivo. Ah, pero cuando este impostorcillo
tiene su ocasión, en algún certamen o seminario en su pueblo o en una charla
para la asociación de vecinos de su parroquia, no dice que vio un día de
refilón a ese destacado autor que está citando y que, pongamos, se llama
Guillermo Calafate, sino que lo enfoca tal que así: “estábamos el otro día
Willy Calafate y yo en Tegucigalpa…”. Cierto, estaban ambos, pero el doctor
Calafate ni reparó en el otro pobre que ahora se estira para hacer como que son
iguales y de lo más amigos.
Esos alardes le provocan al
público una grima incontenible. Dime de qué presumes y te diré de qué careces,
pequeñin, alma cándida, complejitos. No agregues a tu discurso nada que no
abunde razonablemente en las tesis que expones, sino en el halago para tu
persona, en el culto a tu ego. Si eres amigo de un premio Nobel y viene a
cuento, puedes dejarlo caer o contar una anécdota, por supuesto que sí, pero
con naturalidad y no poniendo esa cara de orgasmo o como si no consiguieras
salir de tamaño clímax.
Otro personaje algo triste es el
untuoso, el que le da coba al auditorio y trata todo el tiempo de halagar a
algunos o de congraciarse con todos. Entendámonos, como parte de una buena
técnica retórica está la captatio benevolentiae, el sutil agradar a los oyentes
para que de mano le otorguen crédito a quien les habla y no lo vean ya como un
estirado distante. Pero eso es una cosa, y otra ponerse a masajearle
metafóricamente las ingles a los presentes a base de piropos que no vienen a
cuento o de exageraciones que a distancia apestan. “Y de esto mucho más que yo
sabe el doctor Ciempozuelos, prócer local que con emoción veo en primera fila,
que nos honra con su saber y su sensibilidad y a quien agradezco esta
deferencia de venir hoy a escuchar a este modestísimo profesor que les habla”.
Uno que ya se ha pasado de rosca.
Cuidado, un cierto o aparente
halago al auditorio o a alguna parte de él puede ser una herramienta útil en
algún instante de una exposición, pero siempre que se capte en el orador un
toque de ironía o algo de pícara actitud. Vuelvo a las comparaciones más claras
y digo que es como si uno le dice a una señora que qué preciosos ojos: según el
tono, el estilo y la cara que se ponga puede el piropeador resultar un picarón
simpático, un elegante conversador muy desenvuelto o un toro degollado.
Depende.
¿Y qué me dicen del erudito de
pega? Por cada frase, tres citas, generalmente incompatibles, churras con
merinas, peras con manzanas y alguna banana de propina. Todo para que se note o
se piense que uno está leidísimo y que se maneja con autores y obras con la
misma soltura con que el malabarista lanza al aire cinco pelotas a la vez o
hace bailar una docena de platos sobre una mesa. Un ejemplo en mi campo
iusfilosófico, inventado pero que podría ser real del todo: “El Derecho es obra
humana y social, como ya destacó Habermas en aquella polémica con Luhmann a
propósito de si la hermenéutica gadameriana es deudora de la ontología de
Heidegger o de la teoría de la interpretación de Schleiermacher”. A ver,
tontín, volvamos al principio de esa frase: para justificar esa simpleza de que
el Derecho lo hacen personas y rige en sociedades no hay por qué ponerse tan
estupendo ni eyacular citas de semejante manera. Porque saltará a la vista que
en verdad usted dice lo que dice solamente como disculpa para sacar esos nombres
y que la gente que lo oye se crea que está a la última y sabe un montón.
Citas de obras y autores, mención
de libros y variadas obras, detalle y pormenor sobre textos y ediciones, todo
eso cabe y da buen tono, pero nada más que en lo que venga a cuento y cuando
venga a cuento, sin pasarse. Porque es la diferencia entre perfumarse un poco o
refregarse entero de pachulí. Y ya sabe, cuando dejamos ver una ansiedad, se
nos nota una carencia. En el fondo casi siempre sabe poco el que se revuelca en
referencias eruditas. Y no nos damos cuenta que de esa forma nos distanciamos
del público que nos atiende y de que si, por distanciarnos así, nos miran de
lejos, nos harán menos caso o les importará a la postre un bledo lo que les
contemos.
(Continuará)
¡Los eruditos de pega le saludan !
ResponderEliminarYo no soy conferenciante, pero sí soy de esas personas que utilizan con frecuencia citas de diferentes autores y le aseguro que no con ningún propósito de aparentar.Son frases que en su momento me hicieron reflexionar y me gusta dejarlas caer para que los demás también reflexionen.
¿Tiene prevista alguna charla, conferencia, o similar en la Facultad de Derecho?Me gustaría ver como se expresa en directo.Me estimula mucho intelectualmente y como ya le he comentado, soy ex-alumna, pero usted nunca fue mi profesor.
En mi línea de erudita de pega le dejo otras dos citas.
"Muchos habrían podido llegar a la sabiduría si no se hubieran creído ya suficientemente sabios"Juan Luis Vives
" Huid de escenarios, pulpitos,plataformas y pedestales.Nunca perdáis contacto con el suelo, porque sólo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura "Antonio Machado
Mariel