El asunto de I. Errejón y su contrato en la Universidad de Málaga ha
puesto en primer plano el problema de los muy deficientes controles que en las
universidades públicas existen sobre cosas tales como la garantía del mérito en
el acceso a las plazas de profesor e investigador (y no sólo de ésas) o el
cumplimiento de las obligaciones fundamentales de los docentes e investigadores
(dedicación, rendimiento, horario, presencia en el centro de trabajo, etc.). Y
ha vuelto a salir el sempiterno tema de la endogamia.
Lo primero que a cualquiera se le viene a la cabeza es que son insuficientes
e inapropiadas las reglas que regulan esos temas y que habría que cambiarlas
por otras más terminantes y efectivas. Pero los que laboramos en las
universidades, y en las Administraciones Públicas en general, bien sabemos que,
en casos de mal funcionamiento y vicios heredados y fuertemente asentados, es
muy conveniente diferenciar entre problemas operativos y problemas
estructurales. Llamo problemas operativos
a los relacionados con el deficiente cumplimiento de alguna tarea o función,
como puede ser, en este caso, la calidad de la docencia o la investigación, la
atención a los estudiantes, la eficiencia de la gestión, la objetividad de las
evaluaciones, la adecuada utilización de los medios disponibles, etc. Por
problemas estructurales entiendo los
atinentes a la organización básica o disposición general de la institución de
que se trate, en este caso las instituciones universitarias. Los problemas
estructurales son los que impiden o dificultan el cumplimiento de las funciones
primeras, de las funciones que dan sentido a la institución y al gasto que
supone. Problemas estructurales serían, por ejemplo, los que se refieren al
régimen general del personal, a las formas de gobierno o la organización de la
gestión, a las maneras principales de financiación o a los sistemas generales
de responsabilidad y rendición de cuentas. Otra clara cuestión estructural sería
la del modo en que se entienda y se regule la autonomía universitaria.
Una de las razones por las que las reformas legales en materia de
universidades fracasan una y otra vez está en que defectos que son
estructurales se quieren corregir mediante cambios normativos que afectan nada
más que a cuestiones operativas, desconociendo que solo una reforma estructural
o de fondo puede atajar determinados defectos en el rendimiento o la prestación
del trabajo y los servicios. Un par de ejemplos. Si se cambia el sistema de
horarios y de control de asistencia de los profesores a su lugar de trabajo
seguramente sucederán enseguida dos cosas: que el corporativismo y los viejos
hábitos servirán pronto para que se dé con la manera de sortear tales controles
y que muchos pasarán más tiempo en su Facultad, pero dedicados nada más que a
pensar en las musarañas o jugar al póquer vía internet. Y si se incentiva la
producción científica del personal algunos encontrarán motivo para investigar
algo más, pero seguirán en sus trece los dados a la holganza, y más si las
distinciones positivas para los primeros son puramente simbólicas y con escasa
repercusión en sus nóminas.
La universidad no se arregla con parches y reformas puntuales, se han de
atacar los problemas de raíz y con cambios estructurales. Las cuestiones al
principio aludidas y que se relacionan con la endogamia, los favoritismos
internos y la consiguiente merma de calidad y productividad, nada más que
tienen arreglo poniendo a las universidades a competir seriamente y haciendo al
profesorado corresponsable de los resultados grupales, pero no moralmente
corresponsable, lo cual de poco sirve cuando la moral profesional o personal
está viciada o corrompida, sino laboral y económicamente corresponsable.
Concretemos la idea y desgranemos tres tipos de medidas escalonadas:
(1) Partiendo de una financiación básica común o atinente a reglas
generales (número de alumnos, número de títulos, número de profesores…), una
parte importante del dinero que cada universidad pública reciba del Estado o la
Comunidad Autónoma debe ser proporcional a sus rendimientos. Para eso podrían
tomarse dos patrones, con mediciones bien objetivas: índice de productividad
investigadora real de sus profesores e índice de éxito profesional de sus
titulados, con un horizonte temporal adecuado. De esa manera, en cada
universidad habría un buen acicate para preocuparse verdaderamente de lo que se
hace en los laboratorios, las bibliotecas o las aulas. Lo otro, lo que hay
ahora, son cuentos chinos y estadísticas vacías. Por ejemplo, nada de fracaso
escolar y mucha más atención al éxito o frustración laboral de los titulados. Universidad
con investigadores peores y con más alumnos sin salida profesional ligada a su
formación, universidad que recibe menos dinero de las arcas públicas. Todo ello,
por supuesto, aplicando las proporciones, los porcentajes y los índices de
corrección pertinentes, no simples números en bruto.
(2) Dentro de las unidades
administrativas y funcionales en que el profesorado se encuadre, sean, hoy,
departamentos o facultades, una parte del sueldo de cada miembro debería
depender de la productividad científica y docente (en el sentido del éxito
profesional antes mencionado) del conjunto, del grupo. ¿Por qué? Porque si por
cada peldaño que baje tal productividad cada profesor de ese departamento o
facultad cobra doscientos euros menos al mes, y por cada uno que suba percibe
doscientos euros mensuales más, se irá acabando la tolerancia y el silencio
cuando otros agencian contratos para inútiles, incumplidores o enchufados, y
hasta se lo pensará uno mismo a la hora de preferir al capaz o al discípulo
sumiso pero torpón.
(3) Las universidades, bajo ese
régimen, deben poder competir entre sí por el profesorado más experto y
cualificado. Para ello ha de haber libertad de oferta y demanda y posibilidades
de movilidad profesoral. Sueldo básico y digno para todos y en todas partes,
pero vías expeditas para que los mejores y que más hacen reciban ofertas de
otras universidades y, consecuentemente, negocien la permanencia en la universidad
suya. Si Fulano es un investigador con prestigio internacional cierto y
producción muy notable, que se lo pueda llevar la universidad que le ofrece
mejor sueldo o condiciones de trabajo más idóneas, y que tenga que entrar a ese
trapo la que quiera retenerlo en su plantilla. Si por fichar o retener a los
mejores las universidades ven elevado su prestigio y, sobre todo, su
financiación, harán los esfuerzos que hoy no hacen y prestarán la atención que
hoy no prestan a sus profesionales de más calidad. Lo que hoy tenemos es el
sistema más desincentivador de los posibles: café para todos, todo el mundo es
bueno y preferencia por los más mediocres, más sumisos y más amigos de los que
gobiernan en rectorados y decanatos, por los que obedecen y halagan, aunque no
produzcan ni cumplan decentemente.
En mi opinión, es así de sencillo. Y así de imposible, estando las cosas
como están. Lo que no pase por el estímulo firme al trabajo bien hecho será
fracaso previsible, por muchas normas que se reformen o mucho escándalo que surja
con este o aquel contratito o por mucho que farisaicamente nos alarmemos por la
sobreabundancia académica de parientes y paniaguados varios, de primos y
zascandiles, de amantes y lameculos. A competir en buena lid instituciones y
personal, y que las instituciones más nefastas y los empleados más zánganos
tengan algo que lamentar. O, al menos, que no se mine la moral de quienes
honestamente se esmeran y tratan de servir a la institución y no de aprovecharse
de ella, sean rectores (?) o sean profesores; o estudiantes.
En cualquier universidad en la que, hoy, un rector o candidato proponga
reformas válidas y límites de las corruptelas, perderá los votos de los más. Ese
es otro problema estructural, y de los primeros. De ahí que no habrá en las
universidades cambio que merezca la pena mientras no se altere el sistema de
elección de rectores y otros cargos de gobierno. Porque, ahora mismo, las
mayores porquerías suelen empezar bien arriba, y desde arriba se extienden y
manchan, pringan y contaminan. Va haciendo mucha falta que pronto veamos en la
tele algún rector esposado; o rectora. Hasta aquí solo los hemos visto
ascender, algunos a las más altas y decisivas instituciones del Estado. No me hagan
dar nombres, ustedes ya los saben. Es el mundo al revés, pero es lo propio de
un régimen bananero como el que vivimos y padecemos.
Buen artículo, al hilo de lo mismo, sobre la endogamia universitaria (y Podemos):
ResponderEliminarhttp://elpais.com/m/elpais/2014/11/28/opinion/1417202506_176244.html
Una cosa es predicar y otra dar trigo. El autor de este blog lleva predicando lo mismo lustros. Cada x meses se marca un post sobre el mismo, con muy ligeras variaciones sobre el anterior.
ResponderEliminarY no le falta razón en lo que aquí expone, porque el diagnóstico es cierto como la ley de la gravitación de Newton.
Ahora bien: ¿qué acciones concretas ha llevado el autor en todo estos años para cambiar aquello que denuncia? Y no me refiero a vociferar en un blog, en charlas de café o con esos amigos que se cruza en los aeropuertos con tanta frecuencia, sobre el desastre de universidad que tenemos.
Me refiero a cosas serias; del tipo que sea, me vale cualquiera: ¿ha intentado cambiar las cosas desde su posición? ¿ha probado a dirigir el departamento en que milita y aplicar su ideas hasta donde pueda o le dejen? ¿ha presentado denuncia ante presuntas corruptelas conocidas por él dentro del ámbito universitario? ¿
En definitiva, ¿se ha convertido en un antisistema universitario? Que es lo que se necesita para cambiar las cosas. O, ¿es sólo un voceras más o menos incómodo?
Porque si ha hecho algo de todo lo anterior, nunca nos dió cuenta en estas páginas... que yo recuerde.
En fín, que bien está denunciar todo lo denunciable, pero no vale.
Estimado Jubilado universitario:
ResponderEliminarGarcía Amado se sabe defender solo, pero permítame que haga dos comentarios.
En primer lugar, el hecho mismo de que él denuncie públicamente, por escrito y con firma las miserias y la decrepitud de la universidad española tiene ya por sí sólo mérito. ¿Cuántos profesores universitarios se atreven a hacer lo mismo, a pesar de tener un puesto asegurado de por vida? Usted y yo, sin ir más lejos, somos tan valientes que hacemos comentarios de segundo orden escondidos tras un seudónimo.
En segundo lugar, le recomiendo que vuelva a leer las entradas de García Amado sobre las prácticas universitarias. En muchas de ellas sí se mencionan sus acciones en este ámbito.
No siempre estoy de acuerdo con García Amado en el fondo y en la forma, pero si hay un tema en el que él tiene legitimidad para hablar, es el de laUniversidad.
Pues lo primero es analizar todos los estamentos y personal de la universidad. Si bien es cierto que hay muchas críticas hacia el profesorado y su posibilidad (que no realidad en todos) de poder dormitar sin preocuparse de una productividad personal o general, al menos hay un esquema de evaluaciones: se quiere promocionar, pues a acumular "méritos", existen sexenios con sus tablas de méritos, etc. Lo que ocurre con el PAS es que pueden dormitar y ralentizar todas las iniciativas que quieran y podrán fichar, pero pueden dedicarse a desayunar, charlar, jugar al poker, etc. e incluso manteniendo una tópica (que no general en todos) imagen de mal trato al alumno, al PDI, etc. amparados en regulaciones laborales muy rígidas: si tengo que un poner un paquete a más de 2 metros de altura, yo no lo hago y lo debe hacer personal de mantenimiento. Sinceramente muchos puestos de bajo nivel (no los de mayor especialización y nivel) serían los primeros en eliminarse de la relación de puestos funcionariales y quizás deberían desarrollarse con contratas como la seguridad o la limpieza.
ResponderEliminarLa segunda parte es que la sociedad debe decidir qué quiere. Se habla de rankings universitarios absurdos basados en premios nobel, publicaciones (y absurdos indicadores de formación de alumnos) y se utiliza como arma arrojadiza. Pero luego llegan otras críticas respecto de la formación de los graduados y su mala relación con las necesidades de empresa. Y es una dicotomía difícilmente compatible: los méritos basados casi al completo en publicaciones, ¿qué narices tendrán que ver con una buena formación al alumno para su futuro laboral? Es más, hay una tendencia estadística a que sea exactamente opuesto. Y muchos indicadores propuestos son francamente malos. Por cierto, a pesar de la realidad denunciada (no se va a negar), no son tan malos los resultados cuando ahora que los jóvenes han emigrado buscando en otros países el trabajo que no encuentran aquí, resulta que son acogidos con entusiasmo por las empresas, al menos en ramas técnicas y científicas. Y no van a volver porque la gestión de personas en España, en empresas y organizaciones, es patética por poco inteligente y mísera (que no significa siempre pagar mucho más sino tratar mejor, en aspectos que no cuestan, a la gente por egoismo, para que rinda). A lo peor es que Los opinadores que los criticaban antes de la crisis porque no se movían ahora se llevan las manos a la cabeza porque se van y descapitalizan el país. Creo que ya vale de tonterías sobre la educación y las universidades.
El caso Errejón no va sobre selección de profesorado sino de personal contratado a dedo en proyectos nacionales...ay, si hablaramos del mamoneo de los proyectos nacionales y regionales...mejor sería que ese dinero que se recorta y se hace intratable en gestión fuera a unos fondos europeos donde la decisión no estuviera dentro de España. Esa sí sería una decisión de gran limpieza, evitando los comités de organismos con catedráticos evaluadores que se reparten el pastel.
La parte más cierta es que hubo una burbuja en los noventa y nadie sabe cómo reconvertirla: caída demográfica, incapacidad o desinterés (el primero el gobierno) en atraer estudiantes extranjeros, internacionalizarse (todavía tenemos tonterías de obstáculos e impugnaciones que prosperan por tener exámenes en inglés), etc.
Seguimos con las chorradas de la meritocracia falsa de inflación de publicaciones, sin indicadores de formación,...Cuando un borrador de comité de expertos del ministerio de este gobierno (hace muy poco) proponía que, para cargos de gestión se obligara a tener un mínimo de sexenios, se llegó al colmo de la estulticia: ¿qué narices tendrá que ver publicar JCR con saber gestionar una organización?
En fin...