Viví un sablazo en mi época de diputado europeo. Al
salir una tarde del Parlamento un señor de color procedente de un Estado
africano impecablemente vestido se me acercó llamándome por mis apellidos e
informándome de que al día siguiente nos veríamos en una reunión que en efecto
yo recordaba en mi agenda. A renglón seguido me pidió cien euros que le urgían
y que no podía sacar de un cajero por haber dejado la tarjeta en el hotel. Naturalmente
me los devolvería y bla, bla... No sé la razón por la cual no me fié de mi
elegante interlocutor pero lo cierto es que su sablazo quedó en el humillante
grado de la tentativa.
No ha sido la única ocasión porque, ya en una ciudad
española, hace poco, otro sujeto también me cubrió de elogios por mi pluma, me
dijo que había comprado un bar y que tendría mucho gusto en invitarme a tomar
algo y charlar despacio... A continuación me pidió una cantidad de dinero. En
este caso mi pesquis no fue para celebrarla porque el sujeto no era muy
abonado, como se decía antiguamente.
De donde el lector puede sacar la justa conclusión
de que tengo cara de panoli y de que mi peligrosa exposición al pícaro debería
preocuparme.
Y hablando de épocas pretéritas, en la literatura
española el caso de sablista más celebrado y de mayor prestigio fue el de Pedro
Luis de Gálvez que ocupa páginas y páginas en los libros de Gómez de la Serna,
de Cansinos, o más recientemente, de Trapiello o de Juan Manuel de Prada. Es fama
-cierta o inventada pero eso es lo de menos- que Gálvez anduvo recorriendo los
cafés de Madrid con un niño muerto envuelto en una manta como medio, en verdad
aplastante, de mover las fibras de la misericordia de sus conocidos. Otras
veces la caridad que le hacían la retribuía perpetrando un soneto dedicado a la
luna, que es facilona y siempre se deja la pobrecilla, allá en su quietud
pálida e inofensiva, o una décima al sobado atardecer que tampoco se sabe
defender adecuadamente de los asaltos de la métrica.
La imagen del bohemio pidiendo un café con leche y
media (tostada) es pues de las que son venero inagotable en todo relato de la
España de usureros, trapisondas y ateneístas tronados.
Hoy día no se esgrime el sable. Ha quedado
anticuado. Hoy, como sabemos inglés y compramos camisas en Harrod´s, se
practica el crowfounding. Nos
encontramos con un amigo cuyo hijo está poniendo en marcha un blog para dar a
conocer la vida de la grulla coronada cuelligris y nos pide por favor que
contribuyamos a tan edificante propósito con unos euros de nada. Un vecino
tiene un chico cuya afición a la literatura le ha llevado por los malos pasos
de escribir una novela pero encuentra seria resistencia entre los abominables
editores para darla a la imprenta ... con unas monedas podría sacarla en una
página web pero le piden ... Idéntica astucia se emplea para filmar una
película o formar grupos de jazz, de rock, de música electrónica, de funk o de
pop ... o para fabricar un producto ecológico cien por cien y poderlo distribuir
por un canal de comercio solidario destinado al Tercer Mundo ... todo es bueno para sacar los cuartos al
personal, ahora en plan políglota y cosmopolita.
Conclusión: cuando la bohemia parecía haber quedado
disecada por la historia surgió el crowfounding
y así ha resultado inmune a los tiros que disparan los años.
Errata… "crowdfunding" o sea financiación colectiva.
ResponderEliminarSalud,
"crowfounding" sería algo así como "fundamentación corvácea", hehe... concepto útil en la exégesis ornitológica pero difícilmente aplicable fuera de ella...
ResponderEliminarSalud,