La época en la que el dormitorio era un lugar con
una cama, una mesita modesta para el vaso con la dentadura, un armario y un
crucifijo ha quedado definitivamente muerta. En las películas se veían también
dormitorios que albergaban una cómoda con un espejo donde la actriz -pongamos
Virna Lisi, compacta y adelantada de pechos- se desenredaba los cabellos y se
quitaba los polvos cosméticos con estudiado donaire.
Abordo este asunto en una sosería porque la
transformación del dormitorio es asunto serio. No descubro nada si afirmo que
hoy es un espacio donde se amontonan los cachivaches de suerte que uno se
pregunta si sus antiguas funciones, la de dormir, yacer y expeler las ventosidades
consustanciales al descanso fecundo, se pueden llevar a cabo con la formalidad
y la atención que merecen.
Porque primero entró el aparato de música con sus
cables y accesorios, después el televisor que se agranda cada trienio, vino
luego el móvil, más tarde la tableta para ver lo último que se ha colgado en el
youtube, la videoconsola ... creaciones que reclaman su atención en detrimento
de las tradicionales que van achicándose y perdiendo terreno ante la invasión
tecnológica que carece de miramientos y gasta maneras imperiales.
Como disponemos del móvil ¿quién no cae en la
tentación de consultar el saldo de la cuenta bancaria o de hacer una
transferencia que se nos ha olvidado con el ajetreo del día? ¿Y hay alguien que
no eche un vistazo al correo o envíe un mensaje sms a sus colaboradores más
directos que, a su vez, están con el móvil amargando la vida a sus
colaboradores más directos y así sucesivamente?
Lejos de mi ánimo ser alarmista pero aviso que
estudios hay -y estudios rigurosos de esos que ahora se llaman en las
Universidades “proyectos de investigación”- que están alertando de un fenómeno
pavoroso: en un dormitorio moderno los coitos se reducen a la mitad y, de esa
mitad, la mitad se interrumpe porque ha llegado un mensaje al móvil. Los que
quedan -un número ya despreciable- se despachan con una diligencia que es
neutralizadora de sus muchos efectos beneficiosos.
Hay parejas que han hecho esfuerzos enormes para
acomodar el concúbito a los minutos que dura un corte publicitario pero se
comprenderá la angustia que ello provoca en seres normalmente constituidos. Las
empresas anunciantes lo saben y por eso alargan sus mensajes, sabedoras de que
están favoreciendo una demora que siempre ha sido esencial en el trance. Y el
consumidor y la consumidora lo agradecen adquiriendo con preferencia esos
productos.
Para terminar
añadiré que, en las casas de dimensiones escuetas, se presenta una nueva
dificultad derivada de la lucha contra el colesterol y las advertencias
médicas. Aconsejan éstas el ejercicio físico y como es muy difícil hacerlo con
las fatigas que nos atormentan y la cantidad de encomiendas que hemos de
ultimar, el resultado es comprar una cinta o una bicicleta estática como
sucedáneos del ejercicio físico canónico.
¿Y dónde va a parar la tal bicicleta o la cinta?
Pues al dormitorio, a convivir con los demás cachivaches produciéndose ya su
definitiva desconexión con el sueño o el sexo. Llegados a este punto, que no
tiene retorno, recomiendo buscar un hueco en el desván que al fin y al cabo
siempre ha sido lugar de polvos.
Suscribo. Si hay futuro, pasa por menos electrónica del carajo (si me autorizan Vds. la interjección paradójica) y más sexo, mucho más sexo, bandera deliciosa y redentora de nuestra condición animal. [Afirmación apodíctica cuyos dos miembros deben valer dentro y fuera de los dormitorios.]
ResponderEliminarY, ¡sorpresa!, si creamos las condiciones socioeconómicas para ello, veremos que una cierta cuota de ese sexo será de la subvariedad (Ryan & Jethá docent) reproductiva...
Salud
a los felices de los años
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