23 diciembre, 2014

Sexo y sueño en peligro. Por Francisco Sosa Wagner



La época en la que el dormitorio era un lugar con una cama, una mesita modesta para el vaso con la dentadura, un armario y un crucifijo ha quedado definitivamente muerta. En las películas se veían también dormitorios que albergaban una cómoda con un espejo donde la actriz -pongamos Virna Lisi, compacta y adelantada de pechos- se desenredaba los cabellos y se quitaba los polvos cosméticos con estudiado donaire.

Abordo este asunto en una sosería porque la transformación del dormitorio es asunto serio. No descubro nada si afirmo que hoy es un espacio donde se amontonan los cachivaches de suerte que uno se pregunta si sus antiguas funciones, la de dormir, yacer y expeler las ventosidades consustanciales al descanso fecundo, se pueden llevar a cabo con la formalidad y la atención que merecen.

Porque primero entró el aparato de música con sus cables y accesorios, después el televisor que se agranda cada trienio, vino luego el móvil, más tarde la tableta para ver lo último que se ha colgado en el youtube, la videoconsola ... creaciones que reclaman su atención en detrimento de las tradicionales que van achicándose y perdiendo terreno ante la invasión tecnológica que carece de miramientos y gasta maneras imperiales.

Como disponemos del móvil ¿quién no cae en la tentación de consultar el saldo de la cuenta bancaria o de hacer una transferencia que se nos ha olvidado con el ajetreo del día? ¿Y hay alguien que no eche un vistazo al correo o envíe un mensaje sms a sus colaboradores más directos que, a su vez, están con el móvil amargando la vida a sus colaboradores más directos y así sucesivamente?         

Lejos de mi ánimo ser alarmista pero aviso que estudios hay -y estudios rigurosos de esos que ahora se llaman en las Universidades “proyectos de investigación”- que están alertando de un fenómeno pavoroso: en un dormitorio moderno los coitos se reducen a la mitad y, de esa mitad, la mitad se interrumpe porque ha llegado un mensaje al móvil. Los que quedan -un número ya despreciable- se despachan con una diligencia que es neutralizadora de sus muchos efectos beneficiosos.

Hay parejas que han hecho esfuerzos enormes para acomodar el concúbito a los minutos que dura un corte publicitario pero se comprenderá la angustia que ello provoca en seres normalmente constituidos. Las empresas anunciantes lo saben y por eso alargan sus mensajes, sabedoras de que están favoreciendo una demora que siempre ha sido esencial en el trance. Y el consumidor y la consumidora lo agradecen adquiriendo con preferencia esos productos.

Para terminar añadiré que, en las casas de dimensiones escuetas, se presenta una nueva dificultad derivada de la lucha contra el colesterol y las advertencias médicas. Aconsejan éstas el ejercicio físico y como es muy difícil hacerlo con las fatigas que nos atormentan y la cantidad de encomiendas que hemos de ultimar, el resultado es comprar una cinta o una bicicleta estática como sucedáneos del ejercicio físico canónico.                        

¿Y dónde va a parar la tal bicicleta o la cinta? Pues al dormitorio, a convivir con los demás cachivaches produciéndose ya su definitiva desconexión con el sueño o el sexo. Llegados a este punto, que no tiene retorno, recomiendo buscar un hueco en el desván que al fin y al cabo siempre ha sido lugar de polvos. 

2 comentarios:

  1. Suscribo. Si hay futuro, pasa por menos electrónica del carajo (si me autorizan Vds. la interjección paradójica) y más sexo, mucho más sexo, bandera deliciosa y redentora de nuestra condición animal. [Afirmación apodíctica cuyos dos miembros deben valer dentro y fuera de los dormitorios.]

    Y, ¡sorpresa!, si creamos las condiciones socioeconómicas para ello, veremos que una cierta cuota de ese sexo será de la subvariedad (Ryan & Jethá docent) reproductiva...

    Salud

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  2. a los felices de los años

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