El
terrorismo fundamentalista islámico acaba de atacar brutalmente en Francia. No
es la primera vez que ocurren estos ataques, ni será la última. Me parecen
chocantes algunas reacciones y absurdos ciertos comentarios. De eso quiero
hablar.
Creo
que para poner a prueba nuestros modos de razonar y los fundamentos de nuestros
juicios ante situaciones así lo mejor es ir modificando los hechos y viendo si
ciertos cambios afectan o no a nuestros enfoques y planteamientos. Vamos con
eso.
Lo
que ha ocurrido es que dos radicales islámicos nacidos en Francia y con ciudadanía
francesa y antepasados magrebíes entraron en la redacción de la revista Charlie
Hebdo y mataron a tiros al director y a varias personas más, y al escapar
hirieron a un policía y luego lo ejecutaron fríamente cuando estaba tendido en
el suelo y les hablaba. La razón que invocaban los criminales es que querían
vengar la ofensa a su religión islámica y a su profeta infligida cuando aquella
revista satírica publicó unas caricaturas de Mahoma, pecado tremebundo para esa
estúpida religión o rama religiosa. También estamos al corriente de que las
organizaciones a las que esos terroristas pertenecían, trátese del IS o de Al Qaeda,
quieren instalar en todos los países un régimen confesional islámico.
Fórmese
cada cual ahora su opinión sobre esos hechos terroristas, sobre sus ejecutores,
sobre los móviles de tales autores y sobre las ideas por las que así actúan.
Bien, ahora trabajemos con un supuesto imaginario, igual en todos los detalles,
menos en uno: los terroristas son neonazis furiosos que desean implantar un
régimen nazi basado en la idea de superioridad racial aria, a la manera de lo
que fue el sistema hitleriano. Añádase, si se quiere, que desearan vengar las
ofensas al nazismo por ciertos artículos de la revista y, a la vez, limitar la
libertad de expresión en ese punto.
¿Modificaríamos
nuestro juicio en algo por esa distinta circunstancia? A mi modo de ver, quien
juzgue diferentes los crímenes en razón del talante ideológico o los motivos de
los criminales tiene un serio problema de congruencia.
Jugamos
con unas cuantas variables. En primer lugar, lo que es atacado con tal
terrorismo, principalmente el sistema de libertades propio del Estado de
Derecho; en segundo lugar, las ideas que los terroristas tratan de imponer contra
el régimen democrático y su sistema de libertades.
Con
el sistema político liberal-democrático cabe estar de acuerdo o en desacuerdo.
Para quienes lo asumimos, ciertas libertades individuales (libertad de
pensamiento, libertad de expresión, libertades políticas, igual dignidad de
todos los ciudadanos al margen de su sexo, sus opiniones, etc.) son la base
intocable sobre la que en democracia se dirime el debate entre concepciones
diversas acerca de cosas tales como cuál es el modo más justo de repartir la
riqueza, de organizar la propiedad y de atribuir funciones y tareas al Estado.
Así, conservadores y progresistas, liberales económicos o socialistas proponen
programas políticos y sociales distintos, pero sin poner en cuestión asuntos
como la igualdad fundamental entre hombres y mujeres o el derecho de cada uno a
expresar sus convicciones o vivir en consonancia con sus personales creencias. En
cambio, ni islamistas radicales ni nazis (y no sólo ellos, ciertamente)
aceptarían esa base común, esos principios primeros del sistema democrático y
del Estado de Derecho.
Asumamos
que el diálogo que aquí estamos manteniendo es entre quienes asumen aquellos
principios básicos de la moral moderna e ilustrada. Y ahora pensemos en qué
diferencias podemos ver entre el terrorismo fundamentalista islámico y un
hipotético terrorismo de inspiración nazi.
¿Aporta
la religión algún elemento capaz de condicionar nuestro juicio o apto para
introducir matices importantes? En mi opinión, no, en modo alguno. Quien de ese
modo mata por sus razones religiosas o quien de tal manera pretende acabar con
la democracia y los valores propios del moderno Estado de Derecho no merece ni
un ápice de respeto más que quien obra por móviles políticos sin aquel respaldo
religioso. Da igual que se inspire en un libro sagrado que afirma, por ejemplo,
la superioridad de los hombres sobre las mujeres o en una creencia política que
postula la superioridad de una raza o un pueblo sobre todos los demás.
Sin
embargo, en nuestras actitudes y en nuestras leyes se aprecia una cierta
disparidad en el trato. Aquí y ahora, en los países europeos, no se tiene la
misma actitud o igual tolerancia con el islamismo y con el nazismo. Sé bien qué
se puede replicar de inmediato frente a lo que acabo de decir: que no todo el
Islam es igual y que no todos los creyentes en la fe islámica son enemigos de
la democracia y las libertades y que, desde luego, no todos los de fe islámica
matan o aprueban el terrorismo de sus correligionarios. Es muy cierto. Pero me
parece que tampoco están todos lo que se proclaman simpatizantes del nazismo o
militantes de partidos neonazis dispuestos a hacer atentados terroristas o a asesinar
fríamente a los que se les opongan u ofendan a sus líderes o sus ideas.
A
los nazis se les ponen trabas legales y hasta se les persigue penalmente porque
se entiende que, si pueden, obrarán en conformidad con sus ideas y acabarán con
nuestras libertades y desterrarán los principios en que asentamos la
convivencia en nuestros Estados. A los de fe islámica se les permite un margen
de libertad mucho mayor entre nosotros. ¿Por qué? ¿Acaso porque el fundamento
religioso de la actitud de unos los hace dignos de mayor consideración?
Discrepo totalmente de quien así lo crea.
Dicho
de otra manera, ¿acaso si lo que moviera al Islam no fuera un libro sagrado y
una fe religiosa, sino la proclamada convicción de la superioridad de una raza
o una nación y su derecho a someter a los demás a sus intereses y su credo
reaccionaríamos con mayor contundencia? ¿Por qué? Si alguien quiere, por
ejemplo, que mi hija carezca mañana de libertad para ser dueña de sí misma ¿debe
importarme que sus razones tengan un fundamento religioso y no en otro tipo de
ideología? ¿Debe importarme que ese que la quiere esclava o sometida alegue que
ella es inferior porque es mujer y el Profeta ordenó, en nombre de Alá, que
esté bajo el mando de los hombres o que diga que puede ser esclavizada porque
no es aria? Si pueden los unos levantar sus mezquitas y predicar libremente su
fe discriminatoria, ¿por qué no han de poder los nazis tener sus asociaciones,
sus partidos y sus sedes en las que proclamen la superioridad racial de los unos
sobre los otros? ¿Cambia algo importante si los homosexuales son perseguidos y
condenados a muerte por razones ligadas a ideologías políticas o por razones
que tienen que ver con un credo religioso? ¿Es menor el crimen contra los
homosexuales cuando los ejecuta el Estado iraní que cuando los perseguía y los
mataba en sus campos de concentración el nazismo? ¿Puedo yo ciscarme en
Goebbels tranquilamente, entre el aplauso general, pero debo ser más considerado
a la hora de calificar a imanes y ayatolás? Insisto, ¿por qué? ¿Ha de ser mayor
la tolerancia con las librerías que vendan panfletos islamistas que con las
que comercien con literatura nazi? ¿Por qué?
También
me parece un tremendo error presentar la situación como una especie de
enfrentamiento entre religiones, con el argumento de que aquí, en Europa, somos
cristianos y en otros lugares son musulmanes, y como si nosotros tratáramos de
imponer nuestra fe de la misma manera que ellos luchan por la suya. Para
empezar, porque algunos de los que creemos en los valores del Estado de Derecho
y la democracia, en la igualdad de hombres y mujeres y en libertades como la de
expresión somos ateos. Yo soy ateo. Y los referidos valores no los defiendo,
pues, ni por ser cristiano ni como valores cristianos, sino como valores
perfectamente laicos que, en verdad, también pueden ser asumidos por gente de
cualquier confesión religiosa o sin religión.
Yo
puedo ser y proclamarme ateo en España, en Francia, en Alemania o en Noruega.
En Arabia Saudí, no. Yo puedo aquí criticar al Papa o mofarme de la Biblia. En
Arabia Saudí no puedo ni burlarme del Islam ni burlarme de los líderes religiosos.
Bien reciente está, en Arabia Saudí precisamente, el caso del bloguero
condenado a diez años de cárcel y mil azotes por unas pequeñas críticas de este
tipo. No hay paralelismo ni simetrías: aquí las creencias religiosas son
libres, en muchos países islámicos no lo son. En España un musulmán puede
cultivar su fe libremente. Y cuando un musulmán, aquí, se radicaliza y mata por
su fe, no nos mata meramente porque seamos infieles, nos mata para que dejemos
de tener nuestras libertades y para tratar de que aquí y en todas partes no
haya más religión que la suya ni más libertad que la que su libro sagrado
permita.
En
suma, al defender, ley en mano, nuestros valores de libertad y democracia con
un fundamento no religioso, puramente laico, no somos inferiores; si acaso,
seremos superiores. Y no olvidemos que, aquí, la libertad logró imponerse en
pugna con la religión. ¿Vamos a dudar ahora porque se digan religiosos quienes
la combaten? ¿Qué diríamos si fuera la Iglesia Católica, o alguna secta o grupo
dentro de ella, la que peleara, hasta violentamente, para que retornáramos al
Estado confesional católico, a la sumisión de las mujeres, a la persecución y
castigo del que no acepte esa fe? Seguro que nos opondríamos casi todos sin
dudar y con absoluta contundencia. Entonces, ¿vamos a dudar porque no sean
católicos o cristianos, sino musulmanes, los que atacan nuestro sistema de
vida, el sistema que permite la convivencia en paz de los que no tienen
religión y de los que se acogen a credos religiosos bien diferentes? ¿No nos
ensañábamos muchos, en España, con el cardenal Rouco, por ultraconservador o
retrógrado? Pues me temo que al lado de la inmensa mayoría de los imanes y
ayatolás Rouco sería poco menos que un libertario ultraprogresista. Entonces, ¿por
qué nos tentamos la ropa tanto antes de poner de vuelta y media a imanes y
ayatolás y a quienes los siguen y obedecen? ¿Por qué, en las palabras y los
hechos, respetamos menos a los católicos de aquí que a los musulmanes de aquí o
de otros lados? ¿Acaso hay mayor racionalidad en el Corán que en la Biblia o
más alta humanidad en los preceptos del Islam que en los del cristianismo? ¿Desde
cuándo y por qué hasta a los que nos decimos ajenos al sentimiento y la
práctica de la religión nos parece tan estimable la fe del Islam y tan digno de
cuidado el fiel musulmán?
Se
está poniendo esta temporada muy en solfa el multiculturalismo. Pero ¿qué
significa multiculturalismo? Lo contrario de las políticas de multiculturalismo
es la política de imposición de homogeneidad cultural, de cultura única.
Opuesto radicalmente a la multiculturalidad sería, por ejemplo, el régimen en
el que se forzara a todos los ciudadanos a profesar una sola religión o a vivir
según un único y exclusivo sistema moral. Contrario a la multiculturalidad
sería un Estado en el que legalmente se discriminara a los que no se rigieran
por la pauta oficial. El Estado franquista, mismamente, era así en los tiempos
en que no se permitía la libertad religiosa y cuando se castigaban cosas tales
como la blasfemia y el trabajar en domingo. La mayor parte de los actuales
Estados islámicos son de esa manera, radicalmente enemigos de la
multiculturalidad.
La
política de un Estado es multicultural, repito, cuando dentro de él se permite,
a los nacionales y a los extranjeros, a los nativos y a los inmigrantes, ir a la
iglesia o a la mezquita o a la sinagoga o quedarse en casa, celebrar la Semana
Santa o los ritos del Ramadán o ir al cine o a bailar en tales días, ayunar
cuando lo marca el precepto religioso o comer a dos carrillos en la misma
época. Una sociedad es multicultural cuando en ella conviven personas y grupos
con las más diversas creencias y tradiciones sin que nadie sea perseguido o
discriminado por seguir las suyas. Los Estados de Derecho son en esencia y por definición
multiculturales, desde el momento en que en sus constituciones y su legislación
se amparan libertades como las de creencia, expresión y religión.
Pero
hay un aspecto de la cultura del Estado de Derecho que sólo puede funcionar
como axioma y sin concesiones ni desfallecimientos, el de la cultura política.
El multiculturalismo se niega cuando se amparan las culturas o prácticas que
son por definición contrarias a la pluralidad y la libertad. Porque si
multiculturalismo significa igual respeto para los que no admiten la igualdad
de todos los ciudadanos ante la ley y los iguales derechos de todos, sea cual
sea su religión, su sexo o su raza, tendríamos que empezar por dar libertad
plena a los defensores y apologetas del nazismo, mismamente.
Los
que creemos en las libertades y en el máximo valor de la autonomía individual
no somos de menor categoría, no valemos menos. Porque nosotros sencillamente
queremos que cada cual viva según le dicte su conciencia o le reclame su fe. Lo
que no podemos tolerar es que ninguno, en nombre de la libertad suya, nos
imponga su fe a nosotros o quiera matarnos o discriminarnos por cultivar otra
distinta o no tener ninguna. Nuestra defensa frente a fanáticos y
fundamentalistas es plenamente legítima. Dudar es perder, es asumir
anticipadamente la derrota, aceptar para nuestros hijos la esclavitud de la que
nosotros hemos sido liberados gracias al sacrificio de tantos como se
resistieron a los dogmas y las inquisiciones. Y, si hubiera que escoger, más
nos valdría prohibir todas las religiones que resignarnos a la certeza de que
una de ellas se nos va a imponer a todos nuevamente. Pero no hay por qué pensar
en prohibirlas todas, pues, ahora mismo, solamente algunos fanáticos de una
tratan de ponernos entre la espada y la pared. Si nos declaran la guerra, la
nuestra, al defendernos, será una guerra indudablemente justa. ¿O acaso habrá
quien sostenga que no hay guerras justas, pero que sí es comprensible o
disculpable el crimen del fanatismo islámico?
¿Que
hay musulmanes, muchos, que respetan la libertad, que no pretenden la sumisión
de las mujeres a los hombres o que valoran altamente la convivencia pacífica
entre confesiones diferentes? Magnífico, seguro que así es. Pero, en ese caso,
esos musulmanes están en nuestro bando y nosotros en el suyo, son de los
nuestros, comparten nuestros propósitos.
Merece
la pena detenerse todavía en un par de falacias frecuentes. Hay quien resalta
que los crímenes actuales del fundamentalismo islámico son una especie de
reflejo e histórica compensación de los que antes cometieron los europeos y el
cristianismo. Hubo tales tropelías y fueron muchas, sin duda. Mas ¿es racional
esa especie de sangrienta justicia histórica? Usted, amigo lector, no ha matado
a nadie hace mil años en las Cruzadas o hace trescientos en una colonia
africana. ¿Le parece que es justo y razonable que hoy muera un hijo suyo, que
tal vez es dibujante de una revista satírica como Charlie Hebdo, a manos de un coterráneo
de aquellas víctimas de antaño? Por esa regla de tres, tendría sentido y
justificación que las mujeres de hoy empezasen a matar indiscriminadamente
varones, ya que fueron muchísimas las que a manos de los hombres murieron
en todas partes; o que los indígenas
peruanos o bolivianos se dedicaran ahora a asesinar españoles en justa
represalia por los crímenes de la llamada conquista de América; o que los
españoles nos fuéramos a poner bombas en Argelia o Marruecos, como retaliación por
los ochocientos años de dominación árabe en la Península Ibérica, o que yo,
asturiano, me hiciera con un kalashnikov y entrara a tiros en un cine de Roma,
ya que los romanos, en tiempos de Augusto, acabaron sometiendo y humillando a
los astures; o que los negros en Estados Unidos atentaran contra los blancos
porque por blancos fueron allá esclavizados sus antepasados. Sencillamente
absurdo e impresentable.
¿Que
los Estados Unidos invadieron hace poco Irak y torturaron? Así es, y se trata
de injusticias gravísimas que se deben compensar y castigar. Pero admitimos eso
como razón que disculpe o atenúe el carácter criminal de los asesinatos de
anteayer en París? ¿Qué lógica seguimos y qué clase de cabeza tenemos si así
razonamos? Si a usted, querido lector, mañana un secuaz de Al Qaeda le mata a un
hijo con una bomba que colocó en un supermercado, estará dispuesto a asumir que
es una muerte justificable porque el otro estaba vengando a los niños muertos
en los bombardeos de Irak? ¿Se sentiría también legitimado usted por ello para
poner mañana unas bombas en Yemen un matar en represalia a unos pequeños de
allá? ¿Es de ese tipo la racionalidad de sus convicciones políticas y morales? ¿Es
usted de los que piensan que un crimen justifica otro crimen y así hasta que un
grupo venza a base de exterminar a todos los otros? Porque, por cierto, si lo
de Estados Unidos en Irak justifica el actual terrorismo islámico, el
terrorismo islámico en EEUU cuando el 11-S también justificará la acción de
EEUU en Irak y en otras partes. Y así hasta el crimen final o hasta que en la
cadena de justificaciones nos remontemos a Caín y Abel.
La
otra falacia tiene que ver con las alusiones a la pobreza y la marginación en
la que se vive en muchos barrios árabes o musulmanes en países como Francia.
También en eso hay, sin duda, injusticia y fracaso de un Estado y una sociedad.
Pero ¿es la pobreza o la marginación económica y social excusa o atenuante para
crímenes como los de estos días en Francia? Según tal pauta, no debería
sorprendernos ni escandalizarnos que, en España, mañana un grupo de gitanos
ultraviolentos y fanatizados se dedicaran a ametrallar a cualquier payo que se
le pusiera por delante. O que marginados sociales y económicos franceses o
españoles de pura cepa, de tantísimos como a día de hoy viven en la miseria,
tomaran las armas y asesinaran a cuantos encontraran en la sede de una empresa
pujante.
Pero
no, los terroristas de anteayer no mataron por razones económicas ni en
reclamación de un orden social más justo en lo económico. Mataron llevados por
una idea asquerosa de la religión y como venganza por un puro ejercicio de la
libertad de expresión de los que hacían una revista satírica. Además, y como es
bien sabido, quienes alimentan económicamente ese fanatismo religioso, ciertos
jeques, no son precisamente pobres ni obran guiados por una intención de
justicia social y de lucha contra la pobreza y la discriminación.
Usted
y yo, amigo lector, no somos culpables ni de la pobreza de los pobres ni de las
tropelías que en el pasado perpetraran los gobernantes o negociantes de otros
países o del nuestro. Y a usted o a mí nos pueden matar mañana porque estamos
en el local en el que estalla la bomba o en la empresa en la que entra a tiros
el tarado que busca así imponer su fe o conseguir la soberanía para su pueblo o
afirmar la superioridad de los de su raza o su estirpe. Usted y yo, amigo
lector, no podemos dudar de que el crimen es crimen, de que la el Estado debe
perseguirlo con toda la contundencia de la ley hecha por ciudadanos libres para
proteger la libertad. Porque si dudamos perderemos, y si perdemos, nuestros
hijos no serán libres ni para dudar y los matarán, a ellos no por azar, sino
precisamente por permitirse la duda.
Ni
un paso atrás y que se vea que el apego a la libertad no es un sentimiento ni
de cobardes ni de pusilánimes. No puede haber más dios que el dios que ampare
la libertad. A los otros dioses, a los dioses absurdos y sanguinarios hay que despreciarlos
y combatirlos con toda la saña que nos brinda el amor a la humanidad, sin
concesiones, sin desfallecimientos, sin pausa, sin complejos. Ningún libro
sagrado, ninguno, puede valer más que la vida y la libertad de un solo hombre y
una sola mujer. Y hay momentos en que hasta la blasfemia se convierte en
supremo imperativo cívico y humano. Si algún buen dios existe, lo comprenderá y
estará de nuestro lado. Y si existiera, que no, ese infame dios de los asesinos, sólo mereceríamos vivir si nos rebeláramos contra él, cueste lo que cueste.
PD (una hora más después de escribir lo anterior).- Un gran amigo penalista, casi un hermano, me escribe esto, que suscribo y que me parece adecuado para añadir aquí: Estoy de acuerdo en todo lo que dices en tu post en relación con el terrorismo islámico y demás. (...) Añadiría un matiz: que algunos (creo que tú también) somos tan liberales, demócratas y superiores en eso que pensamos que a los nazis, a los que defienden desigualdades entre sexos, a los que sólo quieren que se permita su religión, a los que reniegan de un determinado país queriendo crear otro excluyente y propugnan hacerlo fuera de los cauces legales del primero, a quienes suprimirían derechos fundamentales, a quienes cambiarían profundamente el modelo de Estado para pasar de uno de Derecho a otro tiránico, etc. también hay que dejarles expresarse, mientras no inciten directamente a otros a delitos (y similares) o actúen para ello, es decir, mientras sólo hablen y opinen (entre adultos libres, etc.). Eso no lo hacen desde luego "ellos", pero tampoco algunos de "los nuestros"; naturalmente, esto no iguala a unos y a otros, siguen siendo mucho peores "ellos".
PD (una hora más después de escribir lo anterior).- Un gran amigo penalista, casi un hermano, me escribe esto, que suscribo y que me parece adecuado para añadir aquí: Estoy de acuerdo en todo lo que dices en tu post en relación con el terrorismo islámico y demás. (...) Añadiría un matiz: que algunos (creo que tú también) somos tan liberales, demócratas y superiores en eso que pensamos que a los nazis, a los que defienden desigualdades entre sexos, a los que sólo quieren que se permita su religión, a los que reniegan de un determinado país queriendo crear otro excluyente y propugnan hacerlo fuera de los cauces legales del primero, a quienes suprimirían derechos fundamentales, a quienes cambiarían profundamente el modelo de Estado para pasar de uno de Derecho a otro tiránico, etc. también hay que dejarles expresarse, mientras no inciten directamente a otros a delitos (y similares) o actúen para ello, es decir, mientras sólo hablen y opinen (entre adultos libres, etc.). Eso no lo hacen desde luego "ellos", pero tampoco algunos de "los nuestros"; naturalmente, esto no iguala a unos y a otros, siguen siendo mucho peores "ellos".
Me gustaría añadir dos cositas: el ejemplo que ha puesto de los nazis me parece perfecto pero creo que el de los gitanos no es del todo adecuado porque tienen su propia ley.
ResponderEliminarRespecto al matiz de su amigo apuntar que en su disquisición se encuentra el quid de la cuestión. Uno puede tener ganas de practicar sexo con otra persona y expresarlo pero no por ello lanzarse a violar a la primera que pase ni incitar a satisfacer el instinto aunque sea a la fuerza. "Ellos" no se expresan, sentencian porque sus expresiones son dogmas de vida.
Un cordial saludo.
No es nada acertada la comparación entre islamismo y neonazismo. Es como tratar de igualar a neoconstitucionalistas con positivistas.
ResponderEliminarY me hace hasta gracia lo tremendos que nos ponemos cuando matan a X europeos en Europa y en eso tiene razón el Wily Toledo que eso de entrar en un local y liarse a tiros con los que hay dentro y encima en nombre de la democracia y las libertades, no en nombre de Dios, es a diario en Oriente. Y ¿no le parece grave profesor matar en nombre de la libertad y los derechos fundamentales? Pero matar con cojones eh no a 10 dibujantes 2 maderos y 4 ciudadanos en un supermercado.
Lo que pasa y a ver si abrimos los ojos, es que hay una guerra entre ricos de occidente y ricos de oriente y la carne de cañón son los pobres de los dos bandos lo que ocurre es que unos matan en nombre de Alá y otros en nombre de la democracia y por eso son "diferentes".
Pero que ha pasado, que de repente han muerto cerca eh y se nos hace el culo gaseosa, uyyyyy, por poquito y claro dice Vd que : "Nuestra defensa frente a fanáticos y fundamentalistas es plenamente legítima." y yo digo ¿pero a la trinchera quién va? Muchos con la cara seria y con cara de pena como si los muertos fueran de la familia y yo suis charli y tal y cual pero a pegar tiros los maderos, nosotros no que "semos" muy amantes de la libertad y bla bla.
Aunque, por supuesto, estoy de acuerdo con muchas de las afirmaciones que se hacen en el artículo, me parece que, hablando en general, la argumentación peca de entremezclar cuestiones (morales, políticas y jurídicas) muy distintas entre sí, que merecen respuestas diferenciadas, así como de apoyarse en afirmaciones de hecho más tópicas que probadas. Comenzaría poniendo en cuestión la afirmación sufre de un pecado original, que en absoluto es irrelevante: no distingue, como se debe, entre las distintas cuestiones; y, dentro de estas, entre la cuestión de qué debe promocionar el Estado, qué debe permitir, qué debe prohibir, qué debe castigar.
ResponderEliminarEn todo caso, he intentado reconstruir el debate y hacer una réplica ordenada en mi blog, aquí: http://josemanuelparedes.blogspot.com/2015/01/terrorismo-islamista-desmontando-topicos.html