I. Recapitulación y complemento de la
entrada de ayer.
En
mi entrada
de ayer venía a defender la siguiente tesis: si un grupo humano asentado en
un territorio resultante de una división jurídico-política de un estado
(Cataluña, Asturias, Aragón, Andalucía -comunidades autónomas-, Albacete,
Sevilla, Tarragona, Palencia -provincias-, Gijón, Reus, Ourense, Jerez de la
Frontera, Astorga -municipios-…) alega una “singularidad”, “peculiaridad” o
“hecho diferencial” suyo como base para recibir un trato distinto y mejor que
los demás grupos o entidades jurídico-políticas del mismo tipo, la cuestión
esencial es por qué esa diferencia puede o debe romper la simetría resultante
de la diferencia (por lo mismo que A se diferencia de B, se diferencia B de A),
de manera que uno de esos diferentes debe ser mejor tratado con motivo de la
diferencia en cuestión. Trato de aclarar esto un poco más, para empezar.
El
uso político de esos que aquí se acostumbra, ahora, a llamar hechos
diferenciales puede ser de tres tipos o con tres objetivos:
(i)
La diferencia se aduce como razón por la
que no es “natural” y/o justo que se conviva bajo un mismo régimen, idénticas
normas y con igual estatuto. Aquí vemos aparecer la justificación nacional
de los estados. Si cada nación tiene algo así como un derecho natural (no lo
digo peyorativamente, sino tratando de describir lo mejor posible) a
constituirse en estado independiente, si quiere, y si A es una nación, va
contra esa especie de “justicia natural” que A no tenga un estado propio y
exclusivo (si quiere tenerlo) y que haya de compartir estado con B (o con C,
D, etc.). Si se me permite la comparación, y tomándola en lo que pueda valer o resultar gráfica, viene a ser como si queremos que compartan lecho y se apareen un
lagarto y una gallina. No está en su naturaleza y donde mejor se encuentra y
rinde cada especie es con los suyos. La naturaleza sienta imperativos físicos y
entre los grupos humanos hay imperativos morales y políticos con efectos
paralelos. Los lagartos por su lado y las gallinas por el suyo, los franceses
por su lado y los alemanes por el suyo, etc.
No
consigo entender bien lo que es una nación, soy una especie de ateo o escéptico
en eso. Lo lamento, no puedo evitarlo. O, mejor dicho, como asturiano lo puedo
comprender y compartir en algún punto, pero no capto el imperativo político o
de derecho cuasinatural. Ni me importa mucho si los asturianos somos nación o
no ni, si lo somos, veo por qué eso me debe hacer preferir vivir
jurídico-políticamente separado de los de León, Ourense, Burdeos o Pisa. Es
como cuando un católico me señala lo que de misterioso y sobrecogedor hay en
una puesta de sol sobre el mar, en las formas y colores de una flor o de las
alas de una mariposa, y luego me apunta que cómo no va a existir Dios, y
concretamente el Dios de la Biblia, y que hay que ir a misa y guardar el sexto
mandamiento. Lo primero lo siento muy bien, pero esas consecuencias que el
creyente saca a mí me resbalan por completo, para mí no se siguen de aquellas
sensaciones.
Ahora
bien, el que yo no crea en naciones o en los efectos políticos de las naciones
no quiere decir que no comprenda al nacionalista independentista y no perciba
su coherencia; igual que me parece que comprendo bien al católico o al luterano.
Pero que no se molesten conmigo si les discuto su credo o lo pongo entre
paréntesis. Ese independentista es el que afirma que los de su grupo
territorialmente asentado son nación, que, como tal, tienen derecho a la
independencia como estado y que, en consecuencia, él quiere esa independencia
para que se satisfaga tal derecho y, por las mismas, el suyo en cuanto nacional.
Insisto,
a ese independentista lo entiendo. Lo que no sé es cómo y cuánto puedo hablar
con él, idénticamente a como me pasa con el católico. Él me dice: tú eres
asturiano (o castellano o andaluz o español o francés…, lo que uno sea según
ese criterio nacional-territorial) y yo soy catalán (o vasco o andaluz o
extremeño o italiano…, o lo que él sea conforme a idéntico criterio de
clasificación de los humanos) y no debemos vernos obligados a vivir bajo el
mismo estado los A y los B si unos y otros colectivamente no lo queremos así.
Yo comprendo bien lo primero porque veo cómo funciona el criterio clasificador,
pero no saco esas consecuencias de la clasificación, porque no soy “creyente”.
Ni tengo inconveniente en compartir estado (ni para no compartirlo, ojo) con
catalanes o franceses ni veo razón que me convenza para querer un estado en
exclusiva para mí y los míos, sean los míos los que sean, según aquella
clasificación. Pero, insisto, así es como lo siento yo personalmente y por eso
me es difícil el diálogo con los que encuentren trascendencia en los resultados
de tal clasificar, sean nacionalistas españoles, asturianos, catalanes o de
Torrelodones, si nacionalistas de “torrelodonesistas” hubiera. Ahí está el
drama de los escépticos. Aun reconociendo congruencia a los nacionalistas, uno,
como descreído, no tiene manera de ubicarse en ese debate. Es lo mismo que me
pasa si, supongamos, empiezan a discutir católicos y protestantes.
Lo
que este nacionalista independentista coherentemente no va a pedir es una organización
federal del estado. Porque ahí no hay independencia ni soberanía de la nación
suya. Eso se lo ofrecen a él para tratar de despistarlo.
b)
Segunda posibilidad de uso político del “hecho diferencial”. La diferencia se alega no para
justificar la vida separada de los A y los B, sino como fundamento de que, conviviendo unos y otros, los A estén en
posición de superioridad sobre los B. Esa superioridad pretendida o lograda
se basa en el hecho diferencial de marras. El hecho diferencial puede ser de diversa
naturaleza (lengua, tradición, eventos históricos, genética -de esto también ha
habido en el siglo XX-, religión, etc., etc.), o puede tener carácter complejo,
abarcando varios factores como componentes de ese “hecho diferencial”
resultante. Y el hecho diferencial puede emplearse para fundar una superioridad
de distinto tipo (ventaja económica, ventaja política, ventajas simbólicas,
ventaja jurídica o en derechos, etc.), o de carácter complejo o combinado
también. No es nada raro ni ajeno a nosotros. Una superioridad así, basada en
un “hecho diferencial” de carácter histórico, es la que tienen, según nuestra
Constitución, los vascos y navarros, y que les otorga ventajas
jurídico-económicas, fiscales, frente al resto de los ciudadanos de nuestro estado,
España.
Los
catalanes no tienen esa posición superior derivada de su “hecho diferencial”. Muchos
opinan que la querrían y que renunciarían bastantes nacionalistas a la
pretensión de independencia si la lograran. Pero algunos asturianos o gallegos
o castellanos o canarios, por ejemplo, decimos que a cuento de qué las
diferencias van a contar a favor de unos y no de otros y que, puestos a sacar
lo que haga falta enseñar como diferente, ahí sacamos lo nuestro cuando se nos
diga. Y, por definición, si, por ejemplo, el régimen fiscal es para todos el
mejor, tiene que ser para todos igual. Por eso a mí me entra mejor en la cabeza
una Cataluña independiente que un País Vasco con sus ventajas
constitucionalmente establecidas y que a los no vascos nos discriminan por la
gaita del “hecho diferencial” de marras. Que ya ves tú qué pitorreo tan bueno. Qué faena que los asturianos no hiciéramos alguna guerra carlista u otras paletadas por el estilo.
c)
Tercera posibilidad. El hecho diferencial
se trae a colación para justificar un trato de favor durante un tiempo y con el
fin de compensar y superar una discriminación sufrida hasta ahora por ese grupo.
Supóngase que, dentro de un estado, los X han vivido en desventaja y sometidos
a discriminación y explotación. Esos X tienen que ser como conjunto
identificables por alguna característica que compartan (vivir en un cierto
territorio, tener determinado atributo físico, pertenecer a una determinada
etnia o cultura, etc.). En este caso, lo que se reivindica es el
restablecimiento de una igualdad ausente entre los X y los demás, dentro del estado.
Por tanto, logrado ese objetivo mediante políticas compensatorias o de ventaja,
de discriminación positiva, lo congruente ya no es que se pida el trato
diferente, sino el mantenimiento del trato igual. Nada que ver con
independentismos.
Mi
tesis es que:
a)
El nacionalismo catalán, y en particular el nacionalismo independentista, no
argumenta para compensar una desventaja y en defensa de una futura igualdad, y
que o bien buscan unos (los nacionalistas no independentistas) asentar una
situación de superioridad o ventaja frente al resto del estado, o bien, otros, que
Cataluña sea reconocida como nación con pleno derecho a constituirse en estado
si así lo quiere.
b)
Que ni una ni otra de esas posibles pretensiones se satisfacen convirtiendo
España en un estado federal. En un estado federal sucedería, todo lo más, que
los estados federados tendrían más competencias que las que tienen ahora las
comunidades autónomas; pero no habría ninguna parte o territorio de ese estado federal
que no perteneciera a un estado federado que poseyera las mismas competencias
que todos los demás estados federados. Hasta donde sé (y no sé mucho, la
verdad) no hay estados federales asimétricos.
Aclaremos
este punto. Imaginemos que se reforma la Constitución y se hace un estado
federal. Habrá que decidir cuántos estados federados hay y, por tanto, cómo se
divide el territorio de este estado federal llamado España o como se quiera.
Manejemos nada más que dos posibilidades extremas. Una, que las actuales
comunidades autónomas se transforman en estado federados. Cataluña sigue igual
que estaba: ni tiene un estado suyo soberano, ni está en superioridad o ventaja
sobre el resto, como, parece, demandaría su “hecho diferencial”. La otra
posibilidad extrema sería que se erigiera un estado federal con solo dos estados
federados: uno, Cataluña; otro, el resto. Pero estamos en las mismas del
supuesto anterior si las competencias, los poderes y, en suma, el estatuto
jurídico-político de esos dos estados federados son iguales. Porque si pensamos
que con eso los nacionalistas catalanes quedarían contentos, llegamos a una
conclusión preocupante, la de que nada más que quieren marcar diferencias
simbólicas dentro del estado. Es decir, que no pretenden tener más de nada que
los asturianos o los riojanos, sino que no quieren que asturianos o riojanos posean
el mismo estatuto formal que ellos, el de comunidad autónoma o estado federado
o lo que fuere. Cuesta mucho pensar que se trate de eso y no creo que se trate
de eso. No, los nacionalistas desean o ir solos o ser más que los otro y tener
más que los otros, si con los otros van a convivir.
II. Un diálogo difícil.
Me
referiré ahora al amable comentario de Yann a mi entrada de ayer. Su tono es completamente
amistoso y así tiene que ser y va a ser el mío. Y empiezo por agradecerle sus
observaciones. A partir de aquí,
intentemos debatir y disfrutar con el debate.
Lo
primero que me dice es que mi capacidad de análisis, que se insinúa que no es
escasa (gracias), “se nubla” cuando trato “el tema del independentismo”. Aun
cuando pudiera ser yo un analista “fino”, según su atenta opinión, al hablar de
estas cuestiones las emociones me nublan.
Con
toda sinceridad y la mejor disposición de ánimo, le preguntaría al amigo Yann
cómo puedo yo -o como puede cualquiera- llevarle en algo la contraria al
independentismo o a un nacionalismo cualquiera sin que los aludidos me
repliquen que las emociones me nublan o me obcecan. ¿Por qué me nublan más mis
emociones o se atora mi capacidad de análisis precisamente en esta cuestión?
Sólo una explicación coherente se me ocurre, y sería la de que mis emociones
son más fuertes en estos temas que en otros. Tal vez me engaño a mí mismo, pero
creo que no es así. Intentaré explicarme al respecto.
En
primer lugar, mi crítica de fondo ayer no iba contra el nacionalismo catalán,
sino frente a quienes, como Pedro Sánchez, creen o dicen que el presente
problema político se arregla haciendo un estado federal. Quería yo decir que
eso es como tratar de dársela con queso a los independentistas. En cuanto a los
independentistas mismos, lo que ayer latía y hoy he tratado de expresar mejor
es que a un servidor no se le alcanzan los significados de sus “hechos
diferenciales” y que tengo serios problemas para hallar coherencia en los
fundamentos de su postura. Pero que, asumida como dato fáctico su “fe”, el
significado que ellos otorgan a su hecho diferencial, encuentro consecuente que
quieran su soberanía como estado y hasta me molesta personalmente menos eso que
el que pretendieran seguir dentro del mismo estado que los asturianos, pero con
más ventajas, más dinero y mayores poderes que los asturianos, por ejemplo.
El
independentista quiere vivir políticamente separado de mí, y eso me deja un
poco perplejo, porque yo, que estoy en una posición perfectamente simétrica en
cuanto a la diferencia entre él y yo (él es diferente de mí por lo mismo que yo
soy diferente de él) no tengo inconveniente en convivir políticamente con él y
bajo condiciones de igualdad entre él y yo (iguales derechos, iguales
servicios, etc.). El que sí me pone de malas pulgas es el nacionalista no
independentista, que sería aquel que no tiene inconveniente en seguir
conviviendo políticamente conmigo, a condición que él y los de su grupo (los
catalanes, por ejemplo) tengan más derechos y mayores privilegios que yo y los
del grupo mío, esté el grupo mío formado por los asturianos o los leoneses o,
más sencillamente, por todos los ciudadanos no catalanes del estado.
¿En
qué parte de este razonamiento mío me estarán nublando las emociones y
embotándome mi capacidad de análisis? Cierto, en mi argumentación hago mención
de emociones y digo que tal cosa me deja perplejo o tal otra me cabrea, etc.
Pero así razono también cuando opino o debato sobre religión, sobre teoría del derecho,
sobre política, sobre medios de comunicación, sobre usos sociales, sobre
sentencias judiciales, etc., etc. ¿Por qué habría de estar más obnubilado al
contradecir a los independentistas o nacionalistas de cualquier tipo que al
intentar rebatir a cualesquiera otros? ¿Por qué debo ser más frío o mesurado o
asirme alguna parte con papel de fumar si debato con una nacionalista que si
debato con un iusnaturalista, un neoconstitucinalista, un vegetariano o un
enemigo de los preservativos?
Con
algunos extraordinarios y queridísimos colegas académicos he mantenido por
escrito y oralmente discusiones fortísimas, bien duras. Al respecto, puedo
mencionar con orgullo a Luis Prieto o Manuel Atienza. Siempre o casi siempre ha
sido porque yo defiendo las tesis del positivismo jurídico y ellos serían o
antipositivistas o menos positivistas que yo. No solo con eso nuestra amistad y
aprecio mutuo han aumentado. Ellos jamás me han replicado así: eres un fino
analista, pero cuando te enfrentas con los antipositivistas o los
neoconstitucionalistas las emociones te nublan la mente. Y la verdad es que
estoy seguro de que a esos debates sobre iuspositivismo y iusmoralismo les aplico
mucha más pasión que a estas consideraciones sobre nacionalismo y similares,
entre otras cosas porque los temas aquellos ocupan un lugar mucho más relevante
en mi biografía, mi vocación y mi dedicación.
Otras
veces, muchas, he tenido intensas discusiones con personas profundamente
religiosas, siendo yo ateo, como soy. Y creo que nunca me han dicho que se ve
que las emociones oscurecen mi raciocinio cuando pongo en solfa elementos de
las creencias suyas que me parecen muy poco racionales o inconsecuencias
palmarias. Pregunto: ¿cómo puedo razonar críticamente con los nacionalistas
para que no me corten el paso con esa cantilena de las emociones y la
obnubilación y para que entren a hablar como cualquiera, o como ellos mismos si
se tratan otros temas? Me parece que va siendo hora de que denunciemos ese tipo
de atajos consistente en alegar defectos del razonamiento nada más que para
evitar el razonamiento crítico. El razonamiento crítico es emotivo y falaz por
definición; el laudatorio es frío y objetivo. Pues no; eso sí que es una
falacia como la copa de un pino. Si yo replico a una tesis de los católicos, no
puedo creer que por mi boca hable el demonio; si cuestiono una tesis de tales o
cuales nacionalistas, ni estoy poseído por ninguna mala emoción (¿no tienen,
acaso, los nacionalismos, todos, una base fuertemente emotiva?) ni soy portavoz
consciente o inconsciente del nacionalismo opuesto y perverso u opresor; ni
facha, carajo. Frente a la religión soy ateo y frente al nacionalismo soy
escéptico. ¿Cómo puedo decirlo para que se me tome en serio y se acepte hablar
conmigo, si es que merece la pena y si resultara que mis análisis no son
idiotas o perogrullescos?
Pues
analicemos un poco más. Dice el amigo Yann: “Todo el texto se basa en un axioma: el hecho diferencial es algo que
sucede y que diferencia a un ciudadano A de uno B dentro de un régimen
jurídico. El problema es que no es ese el caso. Para Cataluña, ser un estado
federado es un mínimo. Para otras partes de España, ser estados federados está
más allá del máximo. No se trata de que A y B sean diferentes bajo un régimen
jurídico. Se trata de que A y B desean vivir en diferentes tipos de régimen
jurídico”.
Si
lo entiendo bien, está sosteniendo conjuntamente estas dos tesis:
(i)
Si España se organizara constitucionalmente como estado federal, de modo que su
territorio se dividiera en estados federados y Cataluña fuera uno de esos estados
federados, el nacionalismo o independentismo catalán quedaría satisfecho y el
problema se disolvería.
(ii)
Si dicha solución federal no se pone en marcha es porque hay muchas partes de
España que no la admitirían. Por ejemplo, digo yo, La Rioja o Asturias o
Castilla y León o Castilla-La Mancha o Andalucía, que hoy son comunidades
autónomas igual que Cataluña, no admitirían que todos esas entidades
territoriales se convirtieran en estados federados. Por tanto, la culpa de que
no se solucione la cuestión independentista no está en que no se asuma que
Cataluña sea un estado soberano, sino en que no se admita que tanto Cataluña
como La Rioja, Asturias, Murcia, Castilla y León, etc., sean estados federados
del mismo estado federal y con iguales derechos y competencias para todos
ellos.
Si
en esa tesis doble Yann tiene razón, debemos reconocer que estamos haciendo colectivamente
las cosas muy mal y que Pedro Sánchez va por el buen camino. Estarían haciendo
mal las cosas los nacionalistas catalanes por no pedir que España sea un estado
federal, en lugar de reclamar la independencia y plena soberanía para Cataluña;
y estaríamos haciendo las cosas mal los no catalanes por no darnos cuenta de
que el llamado independentismo catalán no es independentista, sino federalista,
y por no empujar para que a toda prisa la Constitución se cambie para que España
se torne federal. Desde luego, si Yann está en lo cierto, yo me hago
federalista ahora mismo, para que acabemos con esta dichosa discusión en este
país y nos pongamos a trabajar en otras cosas. Al fin y al cabo, no tiene por
qué cambiar casi nada, más allá de algunos flecos simbólicos, pues hay estados
federales en los que los estados federados tienen menos competencias frente al
poder central del estado federal que nuestras comunidades autónomas. Estados
federales son, por ejemplo, Argentina o Brasil. Compárese. O, si pensamos en
EEUU o Alemania, ¿podemos decir que lo que persigue el mal llamado
independentismo catalán o aquello con lo que se conformaría sería que Cataluña
fuera, respecto del estado español, igual que Texas o Arizona respecto de estados
Unidos o Baviera o Baden-Wurtemberg respecto de la República Federal de
Alemania? ¿Dónde y cuándo firmamos eso? Me apuesto cuanto tengo a que lo
sometemos a referéndum en toda España, con promesa de que ahí se terminó el
problema por lo menos para cien años, y el sí arrasa.
Pero
me parece que no hablamos de lo mismo cuando decimos “estado federal” y “estado
federado”. Por eso me temo que Yann no estará de acuerdo con lo que acabo de
escribir. Porque sospecho -que me disculpe si yerro- que cuando dice estado
federal está pensando en confederación de estados o estado confederal; y que
cuando escribe “estado federado” se refiere a algo así como a estado soberano
libremente asociado y con posibilidad jurídica y práctica de romper esa
asociación cuando lo desee y en virtud de su soberanía, que es poder por encima
del de la federación. Pero los estados federales de los que normalmente se
habla y a los que seguramente se refería anteayer Pedro Sánchez no son así. Estados
Unidos no es así, Alemania no es así, Argentina no es así, Brasil no es así…
¿Me
parece mal a mí lo del estado libre asociado? No. Ni bien ni mal, todo depende
de si los asturianos vamos a estar, a la hora de la verdad y en cuanto al parné
y los derechos, discriminados o en igualdad. Si me voy a asociar de inferior,
de vasallo o de peón, digo que no y que muchas gracias y ya nos veremos en el
cielo, corazón. Pero lo que en debates como este sí que importa, si vamos a
conservar algo de finura analítica, es que sepamos qué significan o qué implican
los conceptos que usamos.
Recojo
ahora los dos últimos párrafos del comentario de Yann:
“Desde el punto de vista de Cataluña, lo que
es aceptable (acuerdo de mínimos) es ser un estado federado. Cataluña no tiene
objeción alguna a que el resto de España lo sean también, el hecho diferencial
aparece cuando el resto de España (o buena parte, al menos) no sienten deseo
alguno de ser estado federados”.
“A partir de ahí, o se fuerza a de las partes
a vivir bajo unas normas con las que no comulga, o hacemos normas diferentes
para cada parte. La tercera opción es que cada uno vaya por su lado. Lo de
hacer normas diferentes para cada parte no suele funcionar muy bien, por lo
cual no es extraño que los propios independentistas catalanes no consideren la
opción federal como una posibilidad seria”.
Será
torpeza mía, incapacidad inducida por aviesas emociones, pero solo lo entiendo
un poco si asumo que cuando habla de estados federados no está hablando de un estado
federal, sino de algún tipo de confederación o asociación entre estados
soberanos. Así visto, vendría a decir que no tendrían los catalanes
inconveniente en que Asturias también fuera un estado soberano perteneciente a
la confederación o asociación de estados en cuestión. Hombre, muchas gracias.
Sólo faltaba. Pero resulta que, según el amable interlocutor, los demás no queremos ser tal cosa y,
sorprendánomos, ese, según este amigo que firma como Yann, es el hecho
diferencial constitutivo de la identidad o singularidad política de Cataluña:
que ellos sí quieren ser estado soberano. Pero, ¡diablos!, esa es una tesis
absolutamente revolucionaria. Porque si el hecho diferencial que da derecho (natural)
a un grupo o conjunto de población asentado en un territorio consiste en que
ese grupo quiere ser políticamente diferente e independiente, soberano, ¡el
hecho diferencial que legitima consiste en el querer tener un hecho diferencial
legitimador! Es decir, el grupo X es distinto si se considera distinto, y tiene
derecho a ser políticamente soberano si por ser (considerarse) distinto desea
ser soberano. En consecuencia, todas las notas tradicionalmente mencionadas por
la doctrina nacionalista (lengua, religión, tradiciones, usos, folklore…)
pierden relevancia frente a ese supremo acto constitutivo y autorreferente:
somos diferentes y con derecho a independizarnos (o a tener más que los
vecinos) si queremos vernos como diferentes (ese es el hecho diferencial
fundamentador) y si queremos, por diferentes, ser independientes (ese querer es
el hecho diferencial legitimador). Todo grupo que desee ser independiente y
soberano ha de poder ser independiente y soberano, pues solo por quererse así
ya es diferente. Cojonudo (con perdón).
Consecuencias:
varias. Una, si los de Albacete, en cuanto albaceteños, se sintieran tan suyos
como los catalanes y quisieran como los catalanes, tendrían el mismo “derecho
natural” que los catalanes a la soberanía (o a ser estado federado, si las
cosas son como Yann afirma). Dos, si los de Reus también tuvieran respecto de sí
mismos igual sentir e idéntico deseo de autonomía, tendrían el mismo “derecho”
a ser independientes de Cataluña que los catalanes tienen a ser independientes
de España. Hágase.
Que
no, que no cuela. Y no me digan que tengo el análisis “nublado”, dígaseme en qué
es erróneo mi análisis. Y conste que mi sincero propósito es hacer un análisis
muy mesurado y cortés.
Invito
a que se lea con calma el último párrafo de Yann, hace un momento reproducido. Yo
o no lo entiendo o no quiero analizarlo, para que no se me diga que cargo las
tintas o que mi estilo es emotivo en exceso.
Dicho
sea todo con la mayor consideración personal y con aprecio, como siempre que
debato con interlocutores educados. Sin que lo valiente quite lo cortés.
mi querido Juan Antonio, lejos de mi intención terciar en tu discusión con Yann, cuyos argumentos no comparto.
ResponderEliminarPero un pasaje de tu comentario me lleva a cuestionar uno de tus asertos. Distingamos el oportunista secesionismo coyuntural de Mas de lo que es una vieja aspiración inter-generacional del catalanismo no separatista, que sí es la de disfrutar de un estatuto diferente de cualquier otra región española, razón por la cual el federalismo, además de ser un desastre, no ayudaría nada a solucionar este problema (salvo uno dual, con 2 entidades federadas, Els països catalans y el resto). No se trata (para Mas y su clientela sí) de tener ventajas, sino de verse reconocidas las diferencias, la de que el moderno Estado español surge como una unión dual de Castilla y Aragón, un Aragón cuyo eje era Cataluña y cuya capital era Barcelona. La guerra de sucesión es una guerra civil española donde se enfrentan las 2 capitales: Madrid al frente de Castilla, Barcelona al frente de Aragón, no en aras de secesión alguna, sino de la preservación de la España dual de los Austrias. Hace falta inteligencia e imaginación y también flexibilidad y ánimo de ceder en aras de la concordia. De la perversa y degenerada clase política borbónica no cabe esperar nada de eso, así que vamos al desastre.
Cuanta razón tiene. Con la perversa y degenerada clase política borbónica no hay nada que hacer. ¡Ah, si fueran más humildes y admitieran que les dieran un cursillo intensivo sobre ética y buenas prácticas políticas...! Lluis Prenafeta, Jordi Pujol (o cualquiera de sus hijos, sobre todo el delfín malogrado) serían unos monitores ideales.
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