Miren
esta joya de titular
y la correspondiente noticia: “El origen
de los vascos es 5.000 años más reciente de lo que se pensaba”. Despampanante.
Usted,
amigo lector, ¿qué antigüedad le pone a su propio origen? ¿Dos mil años?
¿Veinte mil? ¿Cincuenta mil? Si su origen o el de los de su pueblo tiene una
antigüedad determinada, usted o los de su pueblo son la leche y completamente
distintos del resto de la humanidad. ¿Por qué? Porque no descienden del mismo
mono ni comparten antepasado común; o, por decirlo en plan bíblico, todos
vienen de Adán y Eva menos usted o usted y los de su pueblo, cuyos ancestros
son posteriores a Adán y Eva y no descienden de ello. Así puestas las cosas,
usted y los de su pueblo son la repanocha, la monda, individuos y grupo de una
excepcionalidad radical. Darwin debió tenerlo en cuenta y añadir en su obra
este matiz: los seres humanos son resultado de una evolución a partir del mono,
salvo los del pueblo de fulano, que empezaron más tarde y por su cuenta. Como
para no darles a los del pueblo ese un trato especial, varios privilegios y un
concierto fiscal. A ver. Y lo que pidan.
El
caso es que esta estupidez de noticia tiene hasta un toque dramático, pues
empieza así: “Los primeros granjeros que
vivieron en la península Ibérica son los ancestros más cercanos de los vascos
modernos, cuyo origen no es tan antiguo como se creía”. Atentos a lo que de
bobo hay en esta última parte de la expresión: los vascos modernos no son tan
antiguos como se creía. Cáspita, sin son modernos cómo van a ser antiguos. ¿Y
qué quiere decir que no son tan antiguos como se creía? ¿Qué no tienen los
mismos ancestros primeros que el resto de los humanos?
Estamos
ante la típica utilización de la ciencia para alimentar mitos irracionales con
utilidad política. De eso sabía un rato largo un tal Alfred Rosenberg, cuyos
diarios, por cierto, se publican ahora. Lástima que en su época no estuviera
tan desarrollada la investigación genética. Le podía haber sacado una utilidad
bárbara y encontrado en este tipo de noticias gran ventaja para fundar lo
prístino, originario, puro y antiguo de los arios. Dios los cría y luego unos
se meten a periodistas, otros hacen política y los más tontos fabrican relojes.
Analicemos,
analicemos. Imagínese lo siguiente el amable lector. Tomamos hoy el ADN de tres
socios del Betis, equipo de fútbol de Sevilla muy querido y seguido por una
parte de los sevillanos. Que sean tres socios muy forofos de su equipo, béticos
del todo. Luego comparamos su ADN con el de los restos de tres sujetos que han
aparecido en Sevilla en un enterramiento de hace tres mil años. Como hay una gran coincidencia en la carga
genética de unos y otros, concluimos lo siguiente y lo ponemos en un titular
periodístico bien destacado: “Hace tres mil años ya había en Sevilla seguidores
del Betis”. Pues estructuralmente es lo mismito que lo de los vascos y el
titular tontaina que al principio les mostré.
Sigamos
con la perfecta y totalmente adecuada comparación. Seguidamente se busca a tres
socios del Sevilla C.F., que es el equipo con el que los de Betis tienen
tremenda rivalidad. Se les hace el examen genético correspondiente y se coteja
su ADN con el de cualesquiera enterrados en Andalucía hace dos o tres mil años.
Como no se les encuentra parentesco, ya tenemos para una nueva noticia: “Hace
dos mil años nadie en Andalucía era seguidor del Sevilla C.F.”. Genial, no me
digan que no. Miren la similitud: si resulta que los vascos son muy vascos
porque están emparentados con unos que andaban por aquí, por la península
Ibérica, hace cinco mil años y yo no soy vasco, sino asturiano, y nadie se
preocupa de ver dónde andaban mis ancestros o resulta que no tengo parentesco
genético con unos que estaban aquí hace tanto, ¿qué concluimos? Pues que yo soy
menos asturiano que vascos son los vascos. Con dos cojones (perdón, pero es que
estas cosas me emocionan muchísimo).
Si
uno es más lo que es (vasco, asturiano, andaluz, gallego, manchego…) cuanto más
antiguos eran los parientes genéticos suyos que circularon por el territorio de
lo que hoy es España, se me plantean dos dudas:
a)
¿Desde cuándo la identidad social y política o jurídico-política la determina
la genética? ¿Es eso constitucional y compatible con los derechos humanos, la
moral racional y todas esas cosas? Creo que a aquel Alfred Rosenberg y a varios
amigos suyos sí les gustaba esa idea, pero a mí no acaba de convencerme. Si yo
demuestro que estoy genéticamente ligado con uno que enterraron hace cuatro mil
años en donde hoy es Madrid, ¿soy más asturiano que uno que carezca de dicho
parentesco? ¿O necesito que ese ancestro mío aparezca en una tumba de lo que
hoy es Asturias?
b)
¿Qué pasa con los “vascos modernos” que no tengan ese parentesco antiquísimo
porque los suyos no llegaron al País Vasco hasta hace una generación o dos? Un
tipo nacido en Bilbao, que viva en Bilbao y que sea hijo de una pareja de León
que arribó a Bilbao hace setenta años es plenamente vasco a todos los efectos
legales, políticos, etc. Ese, como vasco, ¿también está emparentado con
aquellos de cinco mil años atrás? Bueno, eso lo dirá la genética, vale.
Pongamos que la genética determina que no. Entonces, ¿ese vasco moderno es
menos vasco que otros vascos modernos que sí tienen el parentesco en cuestión?
Y
miren este otro caso perfectamente posible. Un ciudadano que vive en Chiclana
(Andalucía) o en Mérida (Estremadura) y cuyos padres, abuelos y bisabuelos
también nacieron y vivieron en esa misma localidad, se hace la prueba genética
correspondiente, alguien compara su ADN con aquellos mismos pobladores de la
península con los que comparten genes los vascos y, eureka, hay parentesco
entre el de Chiclana o Mérida y el antepasado de los vascos. De este dato se
desprenderían una conclusión y una duda. La conclusión es que ese ancestro no
lo es solo de los vascos, sino también de gentes que no tienen el privilegio de
ser vascos. La duda: ¿habría que decir que en realidad ese otro paisano de
nuestro ejemplo es un vasco que nació y vive en Chiclana o Mérida?
¿Ven
qué memeces tan grandes? Pues son las propias de estos jueguecitos con
genéticas y pueblos. Pero estos jueguecitos no son divertimentos inocentes ni
ciencia por la ciencia, sino que valen para sacar consecuencias políticas y
jurídicas. Regresemos al ejemplo del Betis y el Sevilla y a aquellos titulares.
Se decía que hace tres mil años ya había seguidores del Betis, pero no así del
Sevilla. Como broma es bien graciosa. Pero ahora imaginemos que se usa el
argumento como aval para solicitar una mayor subvención del Estado o de la
Federación de Fútbol para el Betis que para el Sevilla. ¿Qué comentaríamos?
Bien, pues comparen, comparen con lo otro. ¿A qué viene, si no, tanto jaleo con
que si los vascos tienen cinco mil años o seis mil? Que yo sepa, ni uno ha
pasado ni pasará de los ciento y poco. Y la noción de vasco, como noción
político-jurídica o científico-social que es, no existía hace mil años ni cinco
mil, ténganlo por seguro. ¿Existían los vascos antes de que se inventara la
noción de vasco? Para quitarle pasión al tema, preguntémoslo de otros:
¿existían -¡existíamos!- los asturianos antes de que existiera Asturias como
entidad territorial jurídico-políticamente definida y de que existiera el
nombre de “asturiano”?
Me
indicará alguno que, hombre, ya las crónicas antiguas hablan de las tribus
astures, las que plantaron cara a los romanos e hicieron que tuviera que ir el
mismísimo Augusto a someterlos. Bien, pero si volvemos a la genética,
examinamos restos de astures, si los hay, y resulta que yo no desciendo de
ningún astur de aquellos, ¿no seré yo asturiano de verdad, pese a haber nacido
allá, ser hijo y nieto de asturianos, adorar mi tierra, etc., etc., etc.?
No
me digan que no es ridículo todo esto.
Dicho
sea incidentalmente y de pasada, si esa “lógica” sirve y tiene algún sentido
ese jueguecito que a mí me parece idiota, y puesto que la genética estaría
demostrando que los vascos más vascos están emparentados genéricamente con los
más antiguos pobladores de la península Ibérica, y no precisamente del
territorio que hoy llamamos País Vasco, resultaría que…, los vascos más vascos
son los españoles originarios y los más españoles de los españoles, aunque
luego se fueran muchos a vivir en lo que ahora es Euskadi. Es decir, España es
básicamente Euskadi y lo otro es tierra de mestizos e inmigrados. Por cierto,
esa misma tesis de que los vascos no vinieron en excursión desde el Cáucaso o
no cayeron de un platillo volador, sino que son los que más puramente
descienden de los primeros pobladores de la península ya la había defendido con
buenos datos algún lingüista que comparó la lengua vasca con inscripciones conservadas
de la lengua de los iberos. Pero le hicieron poco caso allá por Bilbo o Donosti
porque ese mito no es el que interesa para justificar un concierto fiscal.
Hace
un año me hice en EEUU un análisis genético, al igual que mi mujer y mis hijos
David y Elsa. Fue con la empresa 23andMe.
Salen resultados muy sorprendentes. Por ejemplo, uno puede descubrir ahí
parientes en quinto o sexto grado y ponerse en contacto con ellos. Yo lo he
hecho en algún rato. Interesantísimo. También le dicen a cada uno qué carga de
neandertal lleva en sus genes. O dónde estaban hace mil años sus antepasados
por parte de padre y por parte de madre. En mi caso, resulta que mis
antepasados paternos provienen de Escandinavia, y por parte de madre de la zona
de lo que hoy es Irak. No aparece que en ese pasado lejano antepasados míos
estuvieran ya en la península Ibérica, igual que no los tengo en América. Ahora
supóngase que yo fuera vasco, nacido en Rentería, hijo, nieto y bisnieto de
vascos de Rentería, hablante de euskera y militante del PNV. ¿Debería sentirme
igual de vasco o menos vasco que esos otros vascos originarios, pues su
parentesco es con los que estaban aquí hace cinco mil años?
Si
se me responde que qué importa eso y que sería yo igual de vasco que los demás,
estaré de acuerdo, pero de inmediato pregunto a qué vienen entonces las otras
gilipolleces sobre la antigüedad de los “vascos modernos”. Estaríamos
admitiendo que el ser vasco, asturiano, gallego o aragonés es una etiqueta
político-jurídico-administrativa resultante de un puro azar histórico o
biográfico, pero que en lo que sustancialmente importa todos somos iguales y, a
la postre, venimos del mismo mono cabrón que se puso en pie y usó bien el
pulgar.
Si
se me contesta que bueno, que seré vasco yo también, pero que importan mucho
esas antigüedades e identidades genéticas de los pueblos, me echaré a temblar y
pensaré que en cuanto aparezca por allí un Rosenberg con pinta de mesías y
retórica de loco, a mí me ponen a barrer los suelos y servir las copas, por no
ser racialmente puro y genéticamente intachable. Porque o la genética no
importa y la identidad individual y social de las personas y los grupos la dan
otras cosas, más o menos aleatorias y coyunturales, o la genética sí importa y
entonces se terminará por dividir a las personas y asignarles estatuto o valor
en función de su pedigrí. Ya se hace con los perros y con el ganado. Ya se hizo
con los humanos en el siglo XX.
El
que se moleste con estas consideraciones mías, que se fastidie o que explique
en qué me equivoco, dónde infiero incorrectamente o qué entendí mal. Pero, por
favor, que no me vengan con insinuaciones de que soy reaccionario por sostener
la igualdad de los humamos en cuanto primates con su encanto peculiar, poco
progre por no creer en la importancia del pedigrí humano o de las naciones
basadas en él o enemigo del progreso de los pueblos con identidad propia. Porque
le puedo responder con unos cientos de citas de ideólogos nazis para que se vea
lo que es y para qué sirve andar juntando el Volk con los genes; para qué vale andar tocando los genes a la
gente.
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