La noticia es un enigma: “en varias Comunidades
autónomas se quedan en la calle los tertulianos de derechas”. Alarmado me he
preguntado: ¿qué ha ocurrido? ¿qué acontecimiento social está detrás de este
anuncio extraño? ¿qué han hecho esas personas para quedarse sin sueldo? ¿de qué
van a vivir sus hijos? ¿están acogidos al paro o a alguna forma de la
misericordia divina o a la sopa boba de algún convento compasivo? Seguiría
haciendo preguntas pero, como cada una de ellas me anega más en angustias y me
atraganta el hipo lloroso, las ahorro para no transmitir al lector mi desolado
estado de ánimo.
He preguntado, he indagado, he visto caras de
asombro, otras de incredulidad, también -debo confesarlo- de indiferencia (de
personas insensibles que no les afecta más que su peculio) hasta que al final
un amigo, lector meticuloso y hasta implacable de periódicos, me ha informado
de que hace meses, con ocasión de unas elecciones, ha cambiado el signo político
de los gobiernos de varias Comunidades autónomas, lo que ha motivado que las
radios y televisiones hayan alterado sus programas y, aprovechando el impulso,
sus espacios políticos y a quienes los animaban, los tertulianos, esos que
antes se llamaban contertulios. Porque debo decir que, en el pasado anterior a
la LOGSE, Tertuliano, lo que se dice Tertuliano, solo había uno, conocido por
ser padre de la santa madre Iglesia.
Para mi amigo, que conoce los vericuetos del
presente y las trampas de lo porvenir, es bastante lógico porque, sostiene, si
el gobierno regional era de derechas, lo normal es que los tertulianos fueran
de derechas por aquello de la cercanía y del mutuo cariño ideológico que tira
mucho. Y lo mismo puede afirmarse de los gobiernos de izquierdas. Pero si, como
consecuencia del capricho ciudadano, siempre dado a la aventura y aun a la
sinrazón, el tal gobierno ha pasado a las manos del adversario, lo propio es
que, junto a los conductores de los coches oficiales y los consejeros, cambien
a quienes hablan por la radio o por la televisión. “Para poder trasladar mejor
su mensaje a la ciudadanía”, me aclara.
He debido de poner cara de asombro porque mi amigo,
vista mi espesura mental, se ha dado a la verbigracia: ¿no has oído hablar
nunca de los jueces de izquierdas y de los jueces de derechas? “Pues es lo
mismo, pedazo de alcornorque”, ha sentenciado (ya que de jueces hablamos).
Cada uno -ha continuado- tiene su lugar y nadie
puede ni debe escaparse de él ni traicionarlo. Pero, entonces, me he atrevido a
preguntar ¿hay también fontaneros de derechas y fontaneros de izquierdas? ¿y
pediatras, los hay de los dos bandos? Los habrá, me ha contestado. Cuenta con
que en el futuro, cuando todo haya alcanzado un punto ideológico sazonado, podrás
tener un fisioterapeuta adecuado a tu modo de pensar y no confiarte a un
encarnizado enemigo que lo mismo te desgracia una articulación.
Todo serán ventajas, prosigue mi interlocutor, y un
modo de acoplamiento entrañable que ahora no podemos ni sospechar. ¿Y no habrá
escapatoria entre unos y otros? No: el orden natural de las cosas así lo impone
y solo los pedantes intentan alterarlo.
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