Lo
que se está volviendo imposible es la concentración, el dedicar tiempo seguido
a alguna cosa, el planear las propias actividades. Nada se puede hacer cuando
todo el tiempo hacemos algo que en su mismo instante se esfuma. Nos bombardean
acontecimientos triviales que tratamos como emergencias que requieren nuestra
atención inmediata. Llegan correos electrónicos, mensajes de tres o cuatro
redes sociales, avisos del teléfono móvil… e interrumpimos cualquier cosa que
estemos haciendo, ya sea comer, acariciar, cambiarle los pañales a un hijo,
leer un libro, poner ladrillos en lo alto de un andamio, un experimento
científico, una conversación íntima con un amigo, el rezo en un funeral...
Cuando lo momentáneo se hace continuo, cuando lo repentino se da de seguido y
lo excepcional se convierte en regla, caen todas las referencias establecidas y
nuestro comportamiento es previsiblemente caótico. Esa es la paradoja. Ya es
perfectamente calculable nuestro modo imprevisible de actuar, pues dependemos
de estímulos absolutamente aleatorios que sabemos que no dejarán de suceder. Yo
sé que mi amigo no va a atender a nuestra conversación más de un minuto o dos,
ya que algún aparatillo va a sonar o vibrar y se va a llevar su atención. El
amante sabe que la pareja que ya no lo escucha nada más que le prestará la
atención soñada si, allí mismo, desde el lecho que comparten, le envía un
whatsapp. La plenitud solo es imaginable ya en parejas que al hacer el amor
chatean entre sí, en amigos que ante la misma mesa intercambian confidencias
por whatsapp, entre amantes que en la misma cama se excitan mirando las fotos
de la desnudez del otro que el otro en ese instante les envía.
Los aparatos mismos con que nos
comunicamos son la quintaesencia de la comunicación y la inmediatez de los
mensajes es la negación del tiempo. Ya nada podemos hacer, ya no estamos para
nada. Todas las mañanas mi teléfono móvil me conecta y yo me siento muy útil
por haberme recargado durante la noche. De inmediato, mi teléfono móvil se
conecta a través de mí con todos sus colegas y yo me siento útil al fin y le
veo el sentido a mis circuitos.
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ResponderEliminarLa verdad es que se queda uno pasmado cuando lee (incluso, cuando pesa) las obras completas de un Kant o de un Goethe, o de gente así: ¿de dónde sacarían el tiempo para escribirlas y, sobre todo, el sosiego para pensarlas? ¿Por qué, si se supone que la técnica nos libera de ocupaciones puramente mecánicas, el tiempo se nos comprime de este modo?
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