Ha vuelto ahora el debate eterno sobre el alma y
pensadores hay que nos proponen despedirnos de ella y considerarla una
antigualla como ha ocurrido con el Infierno de nuestra niñez que era el cuarto
oscuro donde vivía el coco pero para toda la eternidad y ahora resulta que no
existe: “todo ha sido una broma” nos dicen
eclesiásticos de muchas liturgias y latines y se quedan tan tranquilos
después de habernos amargado durante siglos.
Creo que hay que andar con mucho cuidado cuando se
hacen determinadas afirmaciones. Porque el caso es que el alma ha sido un gran
negocio desde tiempos inmemoriales y ahí están las Iglesias como testimonios
inapelables. El cuerpo es una cárcel dura pero tenemos la ventaja de que se
descompone mientras que el alma es eterna y duradera como el plexiglás y por
ello puede vagar por los siglos de los siglos amén. Con apoyo en nuestros
primeros padres, Platón y Aristóteles, hasta los sentidos poemas de los
místicos y no digamos don Manuel Kant, toda una caravana de lumbreras han
enarbolabado el alma como un trofeo victorioso frente a la derrota que siempre
supone la muerte. Y sobre ella se han construido iglesias, se han justificado
los diezmos y, de paso, las prebendas, las canonjías, las capellanías y los
cardenalatos. ¿Podemos jugar de verdad con estas conquistas?
La Historia misma es un cuerpo lleno de las
cicatrices de las cifras, que cuentan muertos, vivos, cabezas de ganado ...,
cicatrices que siguen abiertas por más que, pasado el tiempo, el archivero les
aplique la tirita de un número y las clasifique como un documento a disposición
de un doctorando. Cuando la historia gana, sin embargo, es cuando se descubre
su alma que es la letra de los poemas medievales, de los cantares de gesta, de
los grandes amores adulterinos de los reyes y los papas, es decir, cuando la
historia se convierte en historieta. Por ello la anécdota es el alma de ese
cuerpo pesado y perecedero representado por los muchos volúmenes de que consta
la historia de España de don Ramón Menéndez Pidal. Vuelve la misma pregunta:
¿estamos seguros de querer desalojar el alma del pensamiento, histórico,
filosófico y teológico?
Pues ¿y qué sería de nuestros nacionalistas, esos
compatriotas incansables que siguen vigilantes, con su progresismo intacto,
para que no se apague nunca el soplo de la tradición? Para ellos el Estado es
el cuerpo que se descompone en gusanos como se ve en esos cadáveres de los
cuadros tenebrosos de Valdés Leal, el Estado es “la cárcel y los hierros”, tal
como cantó Santa Teresa, donde está “el alma metida”. Y el alma es justamente
la Nación. Esta sí que es inmortal, limpia, adornada por seráficos jardines,
por ello el nacionalista sueña, como la santa de Ávila, con la “salida [que] me
causa un dolor tan fiero”. La salida del Estado, la despedida de la cárcel y
los hierros para vivir, ya libres, en el gozo eterno y en la contemplación
venturosa de la Nación.
Creo que no se ha dicho nunca pero nuestros
nacionalistas son místicos que se han limitado a modernizar y llevar al mundo
secular los dolores y las convulsiones de los poetas del siglo XVI.
La felicidad espiritual es ya completa cuando en el
interior del alma se encuentran acurrucados los “derechos históricos” que
participan del encanto de lo misterioso, de la inasible sustancia de la
eternidad al no tener principio ni fin, unos derechos que tienen a las “deudas
históricas” como a una de sus hijas bien amadas. Y así Nación, Derecho
histórico y Deuda histórica logran componer la Santísima Trinidad del moderno
pensamiento en muchos pueblos de España.
Por tanto, un poco de respeto al alma y a su
circunstancia imperecedera.
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