(Publicado el pasado domingo en El Día de León).
Siempre
me ha parecido que tener muchísimos amigos es medio incompatible con tenerlos
buenos, aunque de todo habrá y tal vez soy yo el rarito. De todos modos, cuando
digo amigos no me refiero a eso que coleccionamos en Facebook y que las más de
las veces es una simple galería de narcisistas a los que apenas conocemos, pero
a los que observamos foto a foto, ora en una puesta de sol caribeña, ora con
sonrisa turística en la Fontana di Trevi y comentarios orgullosos de la mamá y
varios tíos. Esa fauna que ahí acumulamos bajo título de amigos es de lo más
gracioso. Mismamente yo tengo uno que alterna las soflamas sobre la injusticia
social y las fotos suyas zampándose platos de angulas, pues bien se sabe que no
solo de consignas vive el hombre.
Fuera
de las redes sociales y de tanto sucedáneo evanescente, la amistad es asunto
delicado. Pocas cosas nos turban más que la traición de un amigo o que nuestras
amistades nos abandonen cuando nos pintan bastos o ya no tenemos con qué
agasajarlas. Por eso, para prevenir depresiones y atinar en la elección, hace
tiempo que me he preparado un pequeño test, que aquí comparto con los sufridos
lectores.
Lo
primero que de cada candidato a mi afecto me pregunto es qué haría él si un día
un dictador furibundo me persiguiera o llegara a este país un gobierno sanguinario
y quisiera a mí matarme. Me imagino judío en la Alemania hitleriana, por
ejemplo, y me planteo cuál de mis llamados amigos movería un dedo para
defenderme un poco o me abriría la puerta de su casa para que me escondiera al
menos una noche. Es tan fácil imaginarse las disculpas, sonaría tan familiar el
sonsonete: yo te echaría una mano, pero ya sabes, tengo hijos…; estoy contigo a
muerte, pero es que están mis suegros en casa y ya los conoces…; es que mañana
madrugo, pero si más adelante vienes un fin de semana, hacemos una barbacoa…;
yo que tú me entregaría y verías como se aclaraba todo y ya sabes que si hace
falta yo hablo con alguien, pero es que hoy me toca adoración nocturna… Si la
mitad o más de nuestros compañeros hace mutis por el foro cuando tenemos un
pequeño problema con el jefe o si se olvidan de usted en cuanto deja de ser la
alegría de la huerta, como para pedirles heroísmos o que se la jueguen por
afecto. Muchas veces me pongo a dar vueltas a qué sentirían los judíos aquellos
cuando los sacaban a patadas de sus viviendas ante la mirada curiosa de los
vecinos y cuando veían a sus propios amigos meterse a la carrera para quedarse
con el piano o ver si habían dejado atrás cualquier cosilla útil.
La
segunda prueba es menos dramática que esas imaginaciones, se trata de un
experimento sencillo. A ese candidato a amigo cuéntele algo bueno que a usted
le acaba de pasar, como un viaje estupendo que ha hecho, un gran logro
profesional o una alegría sentimental. Fíjese bien en qué cara pone y, sobre
todo, repare en si intenta o no cambiar de conversación a toda prisa o se
vuelve curiosamente impertinente o si lo ataja a usted y le corta la palabra
para ponerse él a perorar sobre alguna simpleza. Los buenos amigos se alegran
de los éxitos de uno, pero los amigos de pega no los soportan. Así que ojo al
dato y atención a esas reacciones. Y si con ese mismo que se pone malo cuando a
usted le va de cine quiere usted confirmar los más negros temores, pruebe por
el otro lado y dígale, por ejemplo, que lleva varios días con un dolor en el
costado y que teme que pueda ser algo malo. Preste atención a si se le iluminan
los ojillos y observe si se pone a hablarle de los conocidos comunes que
últimamente se han muerto de cáncer o de que el otro día dijeron en la tele que
eso podía ser del páncreas. El amigo leal se preocupa por los males del otro y
trata de darle ayuda o consuelo sano, pero el amigo malo se refocila en el sufrimiento ajeno y disfruta torturando todo lo que puede.
Por
último, el día que tenga usted algo importante que celebrar invite a una
comilona estupenda al llamado a su amistad y fíjese en qué toma. Sea por la
razón que sea, y con una única excepción cuando ese otro está sometido a
estricta prescripción médica, si el convocado a festejar con usted no quiere
más que una ensaladita y tal vez un filete a la plancha y con poca sal y si,
para más inri, riega ese fúnebre menú con agua mineral solamente, olvídese de
él y bórrelo de su agenda. Ese o no digiere las celebraciones de los demás o
está constitutivamente incapacitado para la alegría, y más para la compartida.
Como dicen por aquí, los amigos se cuentan con los dedos de una mano con tres metacarpianos.
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