Hoy, día 24, he estado de congreso. Bien. Quiero sólo contar algo que me hace gracia y me lleva a por millonésima vez a pensar que los humanos somos unos cachondos.
Comenzaron por la mañana las ponencias. En los asientos adyacentes a la mesa presidencial estábamos los conferenciantes de los días siguientes. Muy destacadamente un conocido profesor y autor de origen argentino y residencia brasileña desde hace décadas. Este buen hombre se durmió ostensiblemente y a la vista de todos en cuanto el primer orador comenzó a hablar. Y así pasó toda la mañana, con la cabeza cayéndose ora adelante ora atrás. Ningún esfuerzo, que se sepa, para evitar las cabezadas. Roncar no roncó, no, se ve que tiene bien desahogados los conductos.
En la sesión de tarde le tocó al dormilón hablar el primero. Compuso una pieza oratoria presuntamente alternativa y rupturista, pero atestada de los lugares comunes más cursis y sensibleros, propios de culebrón jurídico, si tales hubiera. Que si los juristas deben pensar menos en las normas y más en las (¿sus?) partes, que si hay que reemplazar el ánimo sancionador por el sentimiento amoroso, que si hay que cultivar más la sensibilidad en las facultades de Derecho y se deberán dedicar horas del programa a la danza y la expresión corporal. Y así todo. Y acompañado con la desautorización expresa de todos los conferenciantes que antes que él hablaron, tildados de poco menos que cómplices de la tiranía jurídica e impulsores de la rigidez y la castración mental de los ciudadanos.
Terminó su discurso y se quedó un rato con esa beatífica expresión facial que sigue a una buena deposición. Estaba en la mesa central, junto con el resto de los ponentes que a continuación tenían que hablar esta tarde. Y en cuanto comenzó el orador siguiente, cuando apenas había dicho buenas tardes, nuestro hombre se durmió de nuevo, sin pudor ni disimulo, otra vez la cabeza bamboleándose o cayendo sobre la mesa hasta quedar buenos ratos asentada en ella. Él, tan sensible, tan preocupado por la comunicación humana, tan férreo defensor del respeto a los otros.
Despertó cuando estaba disertando un nuevo ponente y tuvo tiempo de hacerle una pregunta, bastante críptica. Cuando el interpelado comenzó a contestarle, volvió a dormirse, sin tiempo para escuchar casi nada.
Un ejemplo. De coherencia, concretamente.
Comenzaron por la mañana las ponencias. En los asientos adyacentes a la mesa presidencial estábamos los conferenciantes de los días siguientes. Muy destacadamente un conocido profesor y autor de origen argentino y residencia brasileña desde hace décadas. Este buen hombre se durmió ostensiblemente y a la vista de todos en cuanto el primer orador comenzó a hablar. Y así pasó toda la mañana, con la cabeza cayéndose ora adelante ora atrás. Ningún esfuerzo, que se sepa, para evitar las cabezadas. Roncar no roncó, no, se ve que tiene bien desahogados los conductos.
En la sesión de tarde le tocó al dormilón hablar el primero. Compuso una pieza oratoria presuntamente alternativa y rupturista, pero atestada de los lugares comunes más cursis y sensibleros, propios de culebrón jurídico, si tales hubiera. Que si los juristas deben pensar menos en las normas y más en las (¿sus?) partes, que si hay que reemplazar el ánimo sancionador por el sentimiento amoroso, que si hay que cultivar más la sensibilidad en las facultades de Derecho y se deberán dedicar horas del programa a la danza y la expresión corporal. Y así todo. Y acompañado con la desautorización expresa de todos los conferenciantes que antes que él hablaron, tildados de poco menos que cómplices de la tiranía jurídica e impulsores de la rigidez y la castración mental de los ciudadanos.
Terminó su discurso y se quedó un rato con esa beatífica expresión facial que sigue a una buena deposición. Estaba en la mesa central, junto con el resto de los ponentes que a continuación tenían que hablar esta tarde. Y en cuanto comenzó el orador siguiente, cuando apenas había dicho buenas tardes, nuestro hombre se durmió de nuevo, sin pudor ni disimulo, otra vez la cabeza bamboleándose o cayendo sobre la mesa hasta quedar buenos ratos asentada en ella. Él, tan sensible, tan preocupado por la comunicación humana, tan férreo defensor del respeto a los otros.
Despertó cuando estaba disertando un nuevo ponente y tuvo tiempo de hacerle una pregunta, bastante críptica. Cuando el interpelado comenzó a contestarle, volvió a dormirse, sin tiempo para escuchar casi nada.
Un ejemplo. De coherencia, concretamente.
PD.: Menos mal que llevaba mi cámara y pude inmortalizar esos momentos.
Eso pasa por no jubilarlos a tiempo. Y por dejarles hablar. Y por no llamarles la atención abiertamente, delante de todo el mundo, hasta conseguir que, al menos, se pongan colorados. Y por hacerles la pelota. Y por hacer congresos que, en el noventa por ciento de los casos, no sirven para nada más que, y cito al de pulp fiction para que no parezca tan soez, para que los participantes se chupen mutuamente las pollas (cuando haya más mujeres en los congresos -siguen siendo minoría- ya buscaremos una expresión equivalente)
ResponderEliminar"Eso pasa por no jubilarlos a tiempo."
ResponderEliminarJajajaja... leí "Eso pasa por no jubilaros a tiempo."
Ups.
;)
Me recuerda a Díaz y García-Conlledo, no hay conferencia en que no dormite un poco.
ResponderEliminarProfe, usted es un poco cabroncete (y se lo digo en el buen sentido, si lo hay. Yo como siempre, soy tan bien pensado, es posible que ese profesor tenga la enfermedad del sueño, y sin poder evitarlo se duerme en donde sea y en cualquier circunstancia. O eso, o que la noche anterior fue "coherente" consigo mismo y en vez de preparar la ponencia, preparó la danza nocturna, junto a algunas copichuelas...; la resaca es muy dura...
ResponderEliminarMala educación aparte, me recuerda algunas clase de derecho civil (familia y sucesiones) a última hora de la tarde en que el profesor se limitaba a leer fotocopias de un libro. El contraste con las clases de Garciamado era tremendo.
ResponderEliminarFeliz retorno a la vida real.
O mesmo ocorreu em minha banca de mestrado em que o ilustre professor Warat estava presente.
ResponderEliminarO mais incrível é observar que, mesmo dormindo, ele escuta tudo o que se fala a sua volta.
Abraços a todos