05 agosto, 2007

Agosto como ejemplo

No sé por qué no cierro este chiringuito en agosto, como los dos años anteriores. Va a resultar una adicción. O quizá es la válvula de escape, yo qué sé. ¿Escape de qué? También lo ignoro. Para colmo, ya ven los amigos que por aquí se dan una vuelta de vez en cuando, que con los calores veraniegos se me pasan las ganas de hablar de zapateros y otros mosquitos y me sale una papilla personal que vaya usted a saber cómo se digiere. Hagamos un trato: el 1 de septiembre esto vuelve por donde solía. Hasta entonces, escribiré sólo a salto de mata, sin regularidad y sin ton ni son.
Así que, hoy, sigamos un rato con las bobas meditaciones estivales. Es que estoy haciendo introspección agosteña y preguntándome por qué no anda uno todo lo cómodo que debiera en semejante mes de sol, vacaciones, gazpacho y pieles morenas. Y digo más: vivo, vivimos, en una casa hermosa, en un paraje muy agradable, he conseguido (con la inestimable ayuda de la pequeña Elsa y el pleno apoyo de su mamá) no viajar este mes a ningún lado, y, por si me daba la ventolera de irme a la Facultad a hacer papeles, mi Universidad está cerrada por decreto rectoral; cerrada a cal y canto durante medio mes, no sea que se le ocurra venir a un investigador extranjero, por ejemplo, a tocarnos los libros en esta época.
Con situación tan favorable, yo debería estar absolutamente pletórico bajo el siguiente régimen de vida: durmiendo lo que me apetezca (también en esto Elsa y su madre se enrollan muy bien), una horita o dos para leer periódicos y navegar –en la red, ojo- un poco, dos o tres horitas de buena literatura, hacer la compra con calma y disfrute y cocinar un poco, comer con mi santa en santa armonía, siestecilla novela en mano, bañito, cuatro o cinco horas de trabajo casero sobre el tema de un dichoso librillo que me va a costar sangre sudor y pestes como no me dejen hacerlo en paz, cena íntima con la pareja y conversación evocadora, media hora de zapeo como pretexto para fumarse un purito y hacerse unos guiños, y a la piltra, etc.
Bueno, pues no. No se logra así como así. ¿Impedimentos? Sociales. Es que como tú estás de vacaciones y casi todo el mundo está de vacaciones, se produce lo que los sociólogos deberían llamar parasitismo vacacional. O vampirismo de estío. Todo parte de que hay dos clases de personas de vacaciones: a) los que las quieren para concentrarse más en sus cosas, sus gustos y sus afectos personales, aprovechando que hay - se supone: so ingenuos- menos interferencias que en periodo laboral, que el horario es libre, que las reglas del día las pones tú -ja-; b) los que no tienen actividades pendientes, ningún gusto o afición que puedan practicar solos o meramente en pareja y, que, desde luego, no dejan para vacaciones ninguna labor o trabajo que puedan completar con gusto y recreándose, pues de ordinario trabajan bajo mínimos y en lo que no les mola nada, con tendencia a sentirse en el curro explotados, maltratados, incomprendidos y tristes porque no se les valora aquella cortadita en el dedo que, sin embargo, justificará una baja laboral de cinco meses.
¿Cómo se relacionan esos dos tipos de especímenes en vacaciones? Los del primer grupo están todos contentos esperando que llegue agosto para andar por su casa a su bola -y en bolas- y a sus cosas, disfrutando más, más aún, de todo lo que les gusta y ya gozan todo el año, cosas del trabajo incluidas, pero también aficiones varias: lectura, jardinería, cocina, ejercicio físico, sexo con la parienta, etc., etc. Los del segundo grupo persiguen sin parar a esos del primero, para tener algo que hacer y alguien con quien entretenerse en vacaciones, porque, si no, ya me dirás a qué se dedican, si nada les gusta especialmente, nada tenían pendiente, a nada aspiran, con nada sueñan y, una vez que han dormido, comido, defecado y echado el polvo de la semana, a qué diablos se dedican, vamos a ver. Pues a caer por tu casa o por tus caminos con cara de “vengo a ayudarte a pasar el rato y a que nos divirtamos juntos estas vacaciones, fíjate que suerte tienes conmigo y qué generoso soy”. So cabrón, piensas tú, pero callas. Porque en el otro no hay mala fe, no, hay lo que hay: nada y la convicción de que todo el mundo está en su misma situación, chapoteando en su vacío.
Puesto que he dicho que voy a hablar de mí algo más estos días y que el que no tenga gana de semejantes melindres que vuelva en septiembre sin problema, seguiré exponiendo mi yo. Así que me pregunto retóricamente aquí: ¿por qué a mí no me apetece viajar en agosto? Respuestas: a, -y principal-) Porque me gusta estar en mi acogedora casa con mi mujer –ahora con mis mujeres- para hacer todo lo antes dicho; b) Porque viajo bastante, incluso demasiado, el resto del año; c) porque es buen tiempo para completar cosas –del trabajo o tuyas; es decir: tuyas- que te quedaron pendientes. Y ahora otra pregunta: ¿por qué esos aburridos profesionales que practican contigo en esta época el abrazo de la lapa, no aprovechan agosto para irse a la Conchinchina y ver un poco de mundo, entreteniéndose al tiempo? Respuestas más razonables para esto: a) porque, como no tienen ni aficiones ni ambiciones ni afanes que trasciendan las cuatro reglas de la vida vegetativa, sienten mucha pereza ante viajes y cualquier iniciativa similar; b) porque es más barato quedarse en casa; c) porque les mola más estar contigo y buscarte por los rincones en que te escondas; d) porque hasta les da un poco de morbo joderle los días a tipos así, como tú, que parece que no se aburren y siempre tienen que hacer.
Y luego, para acabar, está la preguntita, la preguntita del verano, el no va más de las preguntas de agosto. Te ofrecen, por las buenas o por las malas, una tarde (más) de conversación en el jardín, otra cena (la sexta en una semana) con los mismos, irte otra vez de vinos al mismo bar a pasar calores y oler fritangas, ver la fórmula 1 con todos los del barrio en un chiringuito que ha puesto pantalla gigante, o cualquier otra diversión igual de apasionante y tentadora; y tú dices: es que me apetece quedarme en casa a leer tranquilo un rato. Y en ese momento suenan, tronantes, siete voces: ¡¿PERO NO ESTÁS DE VACACIONES?! Y la respuesta de uno, si tuviera lo que hay que tener, debería ser: no, porque no me dejáis. Y luego: ¡¡¡¡que venga septiembreeeeeeeeeee!!!! Pero ni por esas se irían: bueno, si no te apetece venir hasta el bar, nos quedamos nosotros aquí y vemos la fórmula 1 contigo. ¿Estás contento? Para que veas que amigos tienes, desagradecido. Anda, saca ese riojilla y las aceitunas, so amuermao, que eres un amuermao, tanto libro, tanta película y tantas hostias, con lo bien que se está en vacaciones. Aprende de nosotros, joer.
Pasará un día la desgracia de la violencia de género y vendrá otra, ya lo verán, la violencia vacacional: profesor de Derecho mata a medio barrio porque no lo dejaban estar de vacaciones leyendo libros, en silencio y tocándose las pelotas con delectación e individualismo extremo. Cosas veredes.
Los poetas lo entendieron los primeros. Miren el final de Casa tomada, de Cortázar: “Como me quedaba el reloj de pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada”.

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