Estos días he visto dos magníficos artículos de periódico con un tema común, aunque tratado con diferente estilo y matiz diverso: la sistemática inculcación de miedos y prevenciones (comida, carretera, calles, casa, sexo...) con la que, primero, se nos asusta, después se nos venden cosas, remedios infalibles (comida alternativa, limitadores de la velocidad del coche ultrapotente que llevan los/as más machos/as, alarmas y puertas blindadas, condones y variados artilugios para el coito a distancia...), para, finalmente, tenernos siempre a los pies de los pontífices que dictaminan sobre lo que hemos de hacer con el cuerpo y con el alma. ¡Ay, si fueran sólo los obispos!
Uno de esos artículos es de Andrés Ibáñez y se titula Por su propia seguridad, publicado en el último suplemento cultural de ABC. El otro, de Aurelio González Ovies, titulado ¡Alerta, alerta, alerta! y que apareció en La Nueva España el pasado 1 de agosto.
Échen un vistazo y a ver cómo se les queda el cuerpo.
¿Cuándo fundamos un club de convencidos de que la única vida buena consiste en un lento y muy placentero suicidio?
Otra vez rompo la regla, querido hermano: miedos, no "miendos", hombre. Besos a las chicas y un abrazote fuerte para ti. Tu hermano desde un cíber en el Sur.
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