26 octubre, 2008

El punto G. Por Francisco Sosa Wagner

Llevamos años y años, yo desde mi más temprana juventud, buscando el punto G, a partir de los libros sobre técnicas sexuales tan de moda en todas las épocas.
¿Dónde está ese misterioso punto G que permite alcanzar los mayores goces? Nadie lo sabe por lo que todo se disuelve en eyaculaciones, perdón, en especulaciones y en la formulación de las más aventuradas hipótesis. Que si el hueso púbico, que si en los contornos de tal o cual rincón, que si en esta o en aquella pared ... hay quien, para confundirnos más, ha explicado que no se trata de un punto, es decir, de un lugar perfectamente localizado y aislable sino de un conjunto desparramado de nervios que pasan a través de los tejidos para conectar al cabo con la columna vertebral.
Esta situación es lastimosa. Porque convendrán ustedes conmigo que, después de decirnos los científicos que existe el punto G, por tanto después de ofrecernos la certeza de una zona en la que todo se vuelve la neblina obnubilante del placer, el gozo sazonado de azúcares jugosos, la forja de una suave trama de abrazos y regazos, después de anunciarnos todo ese paraíso de ansias y jadeos, entonces, con absoluta crueldad, nos dejan con la miel en los labios porque nos ocultan la localización exacta en que todo eso puede disfrutarse. Sencillamente, esto no se hace. Quien no sabe en materia tan delicada, quien no sabe desvelar el lugar vedado del regocijo, lo mejor es que se calle y que no despierte en nuestras pobres debilidades falsas expectativas o ese frote de manos que engrasa la concupiscencia.
El asunto es de una gravedad excepcional porque quien conoce la historia sabe que mantener arcanos, nimbados por el enigma, ha llevado a los más variados extravíos y a terribles acciones, a mantenernos en vilo y en desazón, lo que atestigua en diversos pasajes la vida en la tierra de la Humanidad doliente. Piénsese, por citar un ejemplo que todos tenemos presente, lo que ha significado la búsqueda del santo Grial, copa de la consagración en la Última Cena, que no solo ha producido robos y delitos y una competición envidiosa entre ermitas, conventos y catedrales sino, lo que es peor, es el origen de una literatura abominable y, para colmo, del Parsifal de mi tío, el compositor Richard Wagner.
O el nerviosismo en que vivimos desde que buscamos la piedra filosofal o las reliquias de los templarios que están todas en Ponferrada, aunque hay quien se empecina en no darse por notificado. O los locos estímulos y sinrazones que ha provocado la búsqueda de la Atlántida, el continente perdido del que nos habló Platón una tarde en que quiso embromarnos, ignorante de la que estaba armando. Ahora el asunto se halla hasta en los comics de los niños pero hubo un tiempo en que se escribió sobre ella el poema interminable de Jacinto Verdaguer, una pieza solo comparable en lenta rotundidad y agobio estético a Os Lusiadas de Camoens. Menos mal que luego vinieron Falla y Ernesto Halffter a ponerle música y lo hicieron más digerible. Pero el mal estaba hecho.
Es decir, que jugar con lugares quiméricos y objetos inencontrables es una aventura peligrosa y origen cierto de desgracias consistentes y de reveses irreparables.
Ahora veremos lo que pasa pues la búsqueda del punto G se complica y ya se habla del G-8, del G-5, es decir, se le añaden guarismos a la mítica letra, lo que exarceba el enigma. Si no teníamos poco desconcierto, ahora con cifras. Para enloquecer.
O no, a lo mejor estamos en la vía de la aclaración definitiva. El tiempo dirá. De momento, la cita es en América y los convocados los mejor trabados gobernantes del planeta representados por hombres y mujeres, por lo que el experimento no puedefallar.
Lo malo sería que se les fuera el santo al cielo y se pusieran a hablar de economía, de activos tóxicos, de reflote de bancos, de escombros financieros, de burbujas, de mercado de derivados o de la tasa Tobin... Y nos quedemos otra vez a dos velas. Cuando es una sola la vela que nos desvela.

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