Querido Paco:
Cuán loable ese tu empeño de por vida, esa ansia irrefrenable de encontrar el punto G. Pero, ¿te lo agradecerá alguien? ¿Tendrán tus desvelos la compensación, al menos, de una palabra de ánimo o una palmada de consuelo? Porque, para colmo de nuestras desdichas, basta que nos salgamos de los caminos trillados para que provoquemos toses y cosquillas a partes iguales y súbitos ataques de risa o muecas de perplejidad, que ya no se sabe qué es peor. Tanta incitación para que nos aventuremos en laberintos y oscuridades, y al final el premio escaso de una sonrisa condescendiente o la sorpresa de un flato inducido por nuestros obcecados empeños. Quizá lo entendimos mal, querido amigo, no era un lugar recóndito ni el manantial del disfrute, era puro apócope de la risa, punto jeje a decir verdad.
Nuestro milenario dominio de machos se nos arrugó al fin cuando nos atacaron el autodominio y nos flagelaron la autoestima. Nos creíamos intrépidos navegantes de aguas turbulentas y nos desorientaron con cantos de sirena; nos pensábamos arqueros infalibles y nos escondieron la diana; nuestros ímpetus de lanceros arrojados se aplacaron cuando nos apagaron la luz para regocijo de los gatos pardos. No oso insinuar que fueran mejores aquellas épocas de lanzada a moro muerto, pues poco glorioso era el combate con señora pasiva, y mal se resuelven las batallas cuando el rival rehúsa el combate y se finge poseído por el rigor mortis. Pero tampoco nos merecemos esta lucha contra fantasmagorías, la obsesión de capturar genios escurridizos, el afán por habérselas con gozos que juegan al escondite.
El sexo se nos ha tornado metafísico. El viejo desdoblamiento de cuerpo y alma se nos vuelve desdoblamiento del cuerpo mismo de las damas y se nos azuza para perseguir el pliegue imposible, el recoveco esquivo, la mítica guarida. Se nos quiere con precisión de cirujano y minucioso celo de entomólogo. Los vahídos que antaño provocábamos con unas sencillas rimas de Becquer o unas estrofas de Garcilaso ahora requieren cálculos de ingeniería caminos y puertos, manejos de malabarista y mañas de cefalópodo. Lo que era gustosa caminata por el monte de Venus se convierte en trabajosa escalada de ochomiles himalayos.
Dónde está la bolita nos pregunta el trilero, mientras los cubiletes se mueven como locos y uno, iluso, pone el dedo donde cree que se esconde al fin, pero nunca era allí. El orgasmo se desplaza más rápido que la masculina percepción y tocaba en un lado cuando tú te esmerabas en el otro, pero cambió de nuevo cuando quisiste rectificar. El juego de la gallina ciega es ahora el del gallo mareado, el de las cuatro esquinas vale sólo para que acabes esquinado, pues en el nuevo palacio del amor hay más rincones que fuerzas para transitarlos con la premura debida.
Bien señalas en tu escrito los desmanes provocados por tanta utopía y tanta búsqueda de arcanas reliquias, de islas ignotas y continentes perdidos. Disculpas que fueron todas para mover a peregrinos y exaltar a cruzados. Mas sospecho que esta nueva meta tiene mucho de política de género, de revancha y retaliación. La tristitia post coitum de toda la vida ya no es abandono y cigarrillo, somnolencia del marino que arribó al muelle. Ahora es angustia del que no sabe si erró el rumbo, extravío del que perdió la brújula y desconcierto del que se encuentra con la tripulación amotinada porque no eran de las indias las tierras que alcanzó la carabela. Confabulación en toda regla, perversa conspiración.
Y nos queda lo peor, pues especialistas de toda laya y sexólogos comprados por el poder emergente pretenden convencernos de que nosotros, los varones, también tenemos nuestro punto G, sólo que éste perfectamente localizado y al alcance de cualquier proctólogo. Pues se insiste en que el punto del hombre se encuentra en carretera secundaria y es accesible mediante tacto rectal. Indeseado protagonismo de la próstata, definitiva humillación de la virilidad maltrecha. Nuestra letra con sangre entra, mientras las féminas se regodean y nos preguntan si ya nos hemos hecho la revisión anual. Penosa manera de pasar a los anales.
Reclamemos igualdad y pidamos, pues, que el placer de todos, también el de ellas, lo procure la Seguridad Social.
Cuán loable ese tu empeño de por vida, esa ansia irrefrenable de encontrar el punto G. Pero, ¿te lo agradecerá alguien? ¿Tendrán tus desvelos la compensación, al menos, de una palabra de ánimo o una palmada de consuelo? Porque, para colmo de nuestras desdichas, basta que nos salgamos de los caminos trillados para que provoquemos toses y cosquillas a partes iguales y súbitos ataques de risa o muecas de perplejidad, que ya no se sabe qué es peor. Tanta incitación para que nos aventuremos en laberintos y oscuridades, y al final el premio escaso de una sonrisa condescendiente o la sorpresa de un flato inducido por nuestros obcecados empeños. Quizá lo entendimos mal, querido amigo, no era un lugar recóndito ni el manantial del disfrute, era puro apócope de la risa, punto jeje a decir verdad.
Nuestro milenario dominio de machos se nos arrugó al fin cuando nos atacaron el autodominio y nos flagelaron la autoestima. Nos creíamos intrépidos navegantes de aguas turbulentas y nos desorientaron con cantos de sirena; nos pensábamos arqueros infalibles y nos escondieron la diana; nuestros ímpetus de lanceros arrojados se aplacaron cuando nos apagaron la luz para regocijo de los gatos pardos. No oso insinuar que fueran mejores aquellas épocas de lanzada a moro muerto, pues poco glorioso era el combate con señora pasiva, y mal se resuelven las batallas cuando el rival rehúsa el combate y se finge poseído por el rigor mortis. Pero tampoco nos merecemos esta lucha contra fantasmagorías, la obsesión de capturar genios escurridizos, el afán por habérselas con gozos que juegan al escondite.
El sexo se nos ha tornado metafísico. El viejo desdoblamiento de cuerpo y alma se nos vuelve desdoblamiento del cuerpo mismo de las damas y se nos azuza para perseguir el pliegue imposible, el recoveco esquivo, la mítica guarida. Se nos quiere con precisión de cirujano y minucioso celo de entomólogo. Los vahídos que antaño provocábamos con unas sencillas rimas de Becquer o unas estrofas de Garcilaso ahora requieren cálculos de ingeniería caminos y puertos, manejos de malabarista y mañas de cefalópodo. Lo que era gustosa caminata por el monte de Venus se convierte en trabajosa escalada de ochomiles himalayos.
Dónde está la bolita nos pregunta el trilero, mientras los cubiletes se mueven como locos y uno, iluso, pone el dedo donde cree que se esconde al fin, pero nunca era allí. El orgasmo se desplaza más rápido que la masculina percepción y tocaba en un lado cuando tú te esmerabas en el otro, pero cambió de nuevo cuando quisiste rectificar. El juego de la gallina ciega es ahora el del gallo mareado, el de las cuatro esquinas vale sólo para que acabes esquinado, pues en el nuevo palacio del amor hay más rincones que fuerzas para transitarlos con la premura debida.
Bien señalas en tu escrito los desmanes provocados por tanta utopía y tanta búsqueda de arcanas reliquias, de islas ignotas y continentes perdidos. Disculpas que fueron todas para mover a peregrinos y exaltar a cruzados. Mas sospecho que esta nueva meta tiene mucho de política de género, de revancha y retaliación. La tristitia post coitum de toda la vida ya no es abandono y cigarrillo, somnolencia del marino que arribó al muelle. Ahora es angustia del que no sabe si erró el rumbo, extravío del que perdió la brújula y desconcierto del que se encuentra con la tripulación amotinada porque no eran de las indias las tierras que alcanzó la carabela. Confabulación en toda regla, perversa conspiración.
Y nos queda lo peor, pues especialistas de toda laya y sexólogos comprados por el poder emergente pretenden convencernos de que nosotros, los varones, también tenemos nuestro punto G, sólo que éste perfectamente localizado y al alcance de cualquier proctólogo. Pues se insiste en que el punto del hombre se encuentra en carretera secundaria y es accesible mediante tacto rectal. Indeseado protagonismo de la próstata, definitiva humillación de la virilidad maltrecha. Nuestra letra con sangre entra, mientras las féminas se regodean y nos preguntan si ya nos hemos hecho la revisión anual. Penosa manera de pasar a los anales.
Reclamemos igualdad y pidamos, pues, que el placer de todos, también el de ellas, lo procure la Seguridad Social.
¡Genial!
ResponderEliminarY después queréis que os concedan sexenios!
ResponderEliminarHoy publica El Mundo León que Abel Pardo el concejal del Pueblo Leonés y tal ha conseguido plaza de profesor en Económicas y se preguntan si tendrá algo que ver el apoyo que prestó al rector Hermida. ¿Vd que cree? ¿impartirá las clases en lliunés de ese?
ResponderEliminarRoland freisler
Profesor ¿por qué no me deja elegir identidad el blog? cuando escribo roland freisler y hago clic en publicar el comentario me indica que esos caracteres no son permitidos ¿de qué va esa censura?
ResponderEliminarroland freisler
Le doy mi palabra de honor, don Rolando, de que no ha habido ninguna censura, al menos por mi parte y que yo sepa. Ciertamente, tampoco sabría cómo hacerlo. Supongo que habrá sido casualidad o algún fallo técnico. De todos modos, si sigue con el problema, dígamelo y averiguamos. Y conste que a mí su alias me gusta poco, como usted ya sabe pero aquí casi todo se respeta.
ResponderEliminarLeí lo que me indica sobre la plaza de profesor asociado del señor Pardo, pero, la verdad, no tengo más datos y me cuesta creer que haya sido un pago. Le sigo dando crédito al nuevo Rector. De todos modos, si averiguamos más cosas, habrá que decir lo que en el caso proceda.
Saludos cordiales.
qué alivio, pensaba que se había mosqueado y había decidido suprimir mi nickname (el otro día me di cuenta de que no podía usarlo: "caracteres no permitidos"). Esta censura imaginada me ha hecho pensar. Sinceramente: discúlpeme si algún comment que he hecho en su blog ha sido inconveniente. No era mi intención molestar ni nada, desde luego. A todo esto, el post de hoy, gracioso. saludos. ana
ResponderEliminarOiga, estimada Ana, quítese de la cabeza ese temor, usted jamás ofende ni ofenderá. Esto es un espacio libre y liberalón del todo.
ResponderEliminarParece que los problemas que impiden poner los alias son técnicos o vaya usted a saber de qué tipo.
Saludos cordiales.
probando a comentar con nick
ResponderEliminarok, misterio resuelto... es un problema de blogger: ahora junto al nombre, permiten adjuntar una direccion web (url), que en teoria es opcional, tal como indica el "(opcional)". PERO si no se introduce nada, toma tal texto "(opcional)" como url, pero es invalida por tener ('s. Una solucion temporal hasta que lo solucionen es poner un espacio en blanco en el campo URL y tachaaaan
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