Hace unos días decíamos aquí, con el correspondiente punto de ironía y la parte necesaria de reflexión pretendidamente seria, que se debería terminar con el llamado Estado del bienestar, pues induce malestar en los que de él más se benefician y no saca de sus penurias a los que teóricamente deberían justificar su acción. Hoy vamos un paso más allá y proponemos acabar con el papel teórico y práctico de ese peculiar engendro llamado sociedad civil.
Son muchas las doctrinas filosófico-políticas que, con la consabida tendencia a desmenuzar fantasmagorías y convertirlas en clave para la construcción de la Ciudad de Dios, en versión secularizada, aluden al papel crucial de la sociedad civil para que haya democracia la mar de deliberativa, para que se expandan las virtudes del republicanismo cívico, para que el mercado se autocontrole con el mismo rigor y eficacia con que se autodomina cualquier psicópata y para que la gente no se sienta sola en la bolera. Pues vale. Sobre el papel suena bonito. Quiere decirse que la representación política malamente funciona cuando el llamado conglomerado social no es más que el agregado de unos millones de individuos puramente autointeresados y que van nada más que a su bola y a sus negocios; que con dificultad se articulará una auténtica voluntad ciudadana cuando cada quisque ni se habla con su vecino ni se interesa por las circunstancias de su barrio ni se compadece de las penas del cuitado con el que a diario se cruza; que no hay ética sin virtud ciudadana ni constitución que se aguante sin patriotismo constitucional y sin una voluntad general que se pode el componente egoísta que contamina la voluntad de todos cuando no es más que la voluntad de cada uno que quiere pisar, legalmente, eso sí, la cabeza al de al lado. Ciertamente. Y entonces hacen falta muchos cuerpos intermedios, democracia asociativa, pluriempleo discursivo del ciudadano, que ahora interviene en la asamblea del sindicato, más tarde asiste a la manifestación en defensa del medio ambiente y después de comer acude a arrimar el hombro a la asociación de consumidores para discutir sobre la mejor manera de poner a raya esos aditivos indigestos que le añaden al paté de oca alimentada con transgénicos. Estupendo, pero no. También sería maravilloso que los ladrones se tornaran gente honrada, los especuladores fundaran oenegés altruistas y los curas no bendijesen las hostias de los tiranos. Ya puestos...
No es que esta cosa llamada sociedad actual en Estados opulentos carezca de nexos aglutinadores y de motivos para dialogar a calzón quitado y con afán más o menos sano. Pero los tiros van por otro lado. La gente acude en masa a los estadios de fútbol, debate con minucia de teólogo liberado los últimos fichajes del su equipo-iglesia, comenta antes de la hora del café, durante la hora y pico del café y después del café los avatares genitales de la última edición del Gran Hermano y se atraganta de puro patriotismo ante las evidentes afrentas que la Nación sufre en el festival de Eurovisión. Y para de contar. Los sindicatos quedan para los sindicalistas profesionales, que se liberan por la puerta de atrás, las asociaciones de vecinos son una excelente vivero para que los partidos políticos encuentren candidatos a concejales, previa prueba de disciplina, inglesa y propiamente municipal, y otros cientos de asociaciones sirvan más que nada para que cuatro gatos ensayen oratoria de rastrillo y liguen con los y las del mismo uniforme mental. Es una pena, no debería ser así, pero es lo que hay.
Y sucede que eso que no tiene nombre propiamente dicho y que siempre llamamos el Sistema o el Poder hace su agosto fingiendo que dialoga y negocia con la sociedad toda al escuchar a sindicatos sin militancia y a asociaciones sin más cuerpo social que cuatro fanáticos del tópico manido. Pura impostura y descarado manejo. Tres ecologistas y medio paralizan una autopista o el tendido del AVE, cinco pacifistas pasan por expresión de un país pacífico, dos extremeños obsesos del idioma checo hacen una huelga de hambre relativa y consiguen que el checo se reconozca en las escuelas de Getafe como segunda lengua, tres bercianos que no logran despegarse la boina ni con ayuda de una grúa se empeñan en que el Bierzo es nación y hacen que se reúna en Cacabelos la Asamblea de Pueblos Oprimidos Por Donde Más Jode. Y así sucesivamente. No es que no tengan razón de ser y buenos argumentos el ecologismo, el pacifismo y cualquier otro ismo que se precie y que no vaya contra la corriente del discurso fetén, no es eso. Lo que sucede es que el pueblo pasa y los que hablan por el pueblo pasan por ser el pueblo. Y digo yo que eso tampoco está bien. No estaba bien cuando lo hacía la aristocracia, no está bien cuando lo hace alguna iglesia, no está bien en ningún caso. Que cada cual se exprese, proteste, se manifieste y se una con los de su misma idea, pero que hablen solamente por sí y por lo que representan: si son cien, por cien, si son mil, por mil. O sea, y vale el caso para lo mismo: pues como cuando se manifiestan y gritan lo católicos y entendemos –o debemos de entender- que lo que dicen no cuela como sentir común y general. Pues lo mismo, y eso que los católicos son más (o eso dicen).
Y, entonces, ¿qué hacer? Pues que todo el mundo hable lo que tenga que hablar y diga lo que tenga que decir, pero que las decisiones se tomen entre todos. ¿Cómo? En principio, en el Parlamento y, en los temas peliagudos y que toquen de cerca a los habitantes de acá o a los ciudadanos de allá, mediante democracia directa. Referendos y a volar. Porque, si no, nos quedamos a dos velas y sin pito que tocar los individualistas solidarios, los solitarios compasivos, los que no tenemos ni tiempo ni paciencia para marear la perdiz en la reunión y la asamblea del grupúsculo, pero queremos codecidir y que no se nos confunda.
Son muchas las doctrinas filosófico-políticas que, con la consabida tendencia a desmenuzar fantasmagorías y convertirlas en clave para la construcción de la Ciudad de Dios, en versión secularizada, aluden al papel crucial de la sociedad civil para que haya democracia la mar de deliberativa, para que se expandan las virtudes del republicanismo cívico, para que el mercado se autocontrole con el mismo rigor y eficacia con que se autodomina cualquier psicópata y para que la gente no se sienta sola en la bolera. Pues vale. Sobre el papel suena bonito. Quiere decirse que la representación política malamente funciona cuando el llamado conglomerado social no es más que el agregado de unos millones de individuos puramente autointeresados y que van nada más que a su bola y a sus negocios; que con dificultad se articulará una auténtica voluntad ciudadana cuando cada quisque ni se habla con su vecino ni se interesa por las circunstancias de su barrio ni se compadece de las penas del cuitado con el que a diario se cruza; que no hay ética sin virtud ciudadana ni constitución que se aguante sin patriotismo constitucional y sin una voluntad general que se pode el componente egoísta que contamina la voluntad de todos cuando no es más que la voluntad de cada uno que quiere pisar, legalmente, eso sí, la cabeza al de al lado. Ciertamente. Y entonces hacen falta muchos cuerpos intermedios, democracia asociativa, pluriempleo discursivo del ciudadano, que ahora interviene en la asamblea del sindicato, más tarde asiste a la manifestación en defensa del medio ambiente y después de comer acude a arrimar el hombro a la asociación de consumidores para discutir sobre la mejor manera de poner a raya esos aditivos indigestos que le añaden al paté de oca alimentada con transgénicos. Estupendo, pero no. También sería maravilloso que los ladrones se tornaran gente honrada, los especuladores fundaran oenegés altruistas y los curas no bendijesen las hostias de los tiranos. Ya puestos...
No es que esta cosa llamada sociedad actual en Estados opulentos carezca de nexos aglutinadores y de motivos para dialogar a calzón quitado y con afán más o menos sano. Pero los tiros van por otro lado. La gente acude en masa a los estadios de fútbol, debate con minucia de teólogo liberado los últimos fichajes del su equipo-iglesia, comenta antes de la hora del café, durante la hora y pico del café y después del café los avatares genitales de la última edición del Gran Hermano y se atraganta de puro patriotismo ante las evidentes afrentas que la Nación sufre en el festival de Eurovisión. Y para de contar. Los sindicatos quedan para los sindicalistas profesionales, que se liberan por la puerta de atrás, las asociaciones de vecinos son una excelente vivero para que los partidos políticos encuentren candidatos a concejales, previa prueba de disciplina, inglesa y propiamente municipal, y otros cientos de asociaciones sirvan más que nada para que cuatro gatos ensayen oratoria de rastrillo y liguen con los y las del mismo uniforme mental. Es una pena, no debería ser así, pero es lo que hay.
Y sucede que eso que no tiene nombre propiamente dicho y que siempre llamamos el Sistema o el Poder hace su agosto fingiendo que dialoga y negocia con la sociedad toda al escuchar a sindicatos sin militancia y a asociaciones sin más cuerpo social que cuatro fanáticos del tópico manido. Pura impostura y descarado manejo. Tres ecologistas y medio paralizan una autopista o el tendido del AVE, cinco pacifistas pasan por expresión de un país pacífico, dos extremeños obsesos del idioma checo hacen una huelga de hambre relativa y consiguen que el checo se reconozca en las escuelas de Getafe como segunda lengua, tres bercianos que no logran despegarse la boina ni con ayuda de una grúa se empeñan en que el Bierzo es nación y hacen que se reúna en Cacabelos la Asamblea de Pueblos Oprimidos Por Donde Más Jode. Y así sucesivamente. No es que no tengan razón de ser y buenos argumentos el ecologismo, el pacifismo y cualquier otro ismo que se precie y que no vaya contra la corriente del discurso fetén, no es eso. Lo que sucede es que el pueblo pasa y los que hablan por el pueblo pasan por ser el pueblo. Y digo yo que eso tampoco está bien. No estaba bien cuando lo hacía la aristocracia, no está bien cuando lo hace alguna iglesia, no está bien en ningún caso. Que cada cual se exprese, proteste, se manifieste y se una con los de su misma idea, pero que hablen solamente por sí y por lo que representan: si son cien, por cien, si son mil, por mil. O sea, y vale el caso para lo mismo: pues como cuando se manifiestan y gritan lo católicos y entendemos –o debemos de entender- que lo que dicen no cuela como sentir común y general. Pues lo mismo, y eso que los católicos son más (o eso dicen).
Y, entonces, ¿qué hacer? Pues que todo el mundo hable lo que tenga que hablar y diga lo que tenga que decir, pero que las decisiones se tomen entre todos. ¿Cómo? En principio, en el Parlamento y, en los temas peliagudos y que toquen de cerca a los habitantes de acá o a los ciudadanos de allá, mediante democracia directa. Referendos y a volar. Porque, si no, nos quedamos a dos velas y sin pito que tocar los individualistas solidarios, los solitarios compasivos, los que no tenemos ni tiempo ni paciencia para marear la perdiz en la reunión y la asamblea del grupúsculo, pero queremos codecidir y que no se nos confunda.
Mire si es sencilla la cosa:
ResponderEliminarConvenientemente identificado como votante mediante mi login, mi password y/o mi certificado digital, en los 3 ámbitos territoriales existentes a día de hoy, procedo a analizar el orden del día, que a su vez incluye en cada ámbito 3 niveles.
- Nivel de propuesta
- Nivel de debate
- Nivel de aprobación
Hoy día 1 de juliembre de 2009 es un día de actividad normal y me aparecen en pantalla 10 cuestiones de ámbito municipal, 13 cuestiones de ámbito autonómico-regional y 7 cuestiones de ámbito estata-nacional.
En menos tiempo de lo tardaría en leer la primera plana de un diario he leido, con sentido y sensibilidad, todas y cada una de las cuestiones sobre las que voy a expresar hoy mi punto de vista vinculante.
Como soy un tipo leido y con opinión me manifestaré directamente en 29 de las 30 cuestiones mencionadas.
La trigésima cuestión se me escapa, pues tiene unos aspectos técnicos a los que no llego, ya que se trata de establecer la medida mínima que deben calzar los partenaires masculinos y que se recogerá en la nueva Ley del Porno, aspecto sobre el que mi mujer y yo no acabamos de ponernos de acuerdo.
En esa cuestión voy a delegar en mi hijo mayor, que le interesa el tema y de hecho quiere dedicarse profesionalmente a ello.
La delegación se efectúa de manera telemática e inmediata y aunque en este caso se hará “ad hoc”, existen múltiples tipos de delegación y hay especialistas de reconocido prestigio que de forma habitual y voluntaria son asignados como mandatarios legislativos, cuyo mandato dura lo que al mandante se le pone en la parte esa que va a ser objeto de reforma legislativa.
En fin, como los mandamientos mi punto de vista se resume en 2 preguntas:
- ¿ Como puedo participar directamente en decidir quien se va de OT y no puedo participar directamente en decidir si entramos o no en guerra ?
- ¿ Si no han demostrado ser menos imbéciles e hijos de puta que yo, porqué van a decidir por mí ?