13 marzo, 2012

Huelgas generales

De verdad de la buena que no pretendo pronunciarme sobre las razones o las intenciones de los que convocan huelga general para fines de este mes ni de quienes vayan a seguirla o piensen ir a trabajar ese día. Será ese un debate interesante, no digo que no, pero ya lo vamos a tener hasta en la sopa y a mí me aburre bastante. Mi personal decisión para el 29 ya se la contaré en su momento, si me la pregunta alguno. Aunque el sistema para medir el seguimiento de las huelgas entre el profesorado de las universidades tiene una gracia que no se puede aguantar y, si lo desean, también nos hacemos unas risas con eso cuando se tercie.

Lo de la huelga general huele a naftalina y sabe a rancio. Que sí, que puede en ciertos casos seguir siendo útil la naftalina y que bien está un plato rancio si no hay a mano otro alimento. Pero vamos a lo que vamos: a que el sistema político-jurídico-social hay que reinventarlo entero, pues está hecho jirones y da penita verlo con esas trazas y darse cuenta de que a sus padres y tutores todavía les parece guapo y resultón.

Esto de las refundaciones tiene su peligro, así que tómenmelo aplicando el llamado principio de precaución. Los experimentos con gaseosa, claro que sí, y nada de poner en riesgo la democracia y el Estado de Derecho, con sus instituciones fundamentales y sus pilares básicos (aquí es donde algún colega mío diría lo de “empezando por la Corona", pero a mí no me pone tanto, rey). Pero es que ya les vale. Tenemos los nombres de las cosas, pero las cosas ya no están si no es como caricatura, como restos más o menos podridos, como imitación penosa, como chiste para echarse a llorar.

¿Partidos, dice usted? Unos pocos de los pequeños todavía tienen pinta de tales; los grandes, ni rastro, son otra cosa, cadenas de montaje en la burra, sociedades de mutuo apoyo entre pillos, grupos para la degradación de ideologías que tuvieron en tiempos su brillo y su motivo. ¿Sindicatos? Por favor, por favor. A los trabajadores solamente tiene sentido que los representen los trabajadores, no los profesionales de la representación de los trabajadores. Tenemos sindicalismo vertical e institucional, sin discurso y con dudosísimo decurso. ¿Pretendo atacar a los sindicatos? No, atacar a estos sindicatos es defender el sindicalismo, cuidadín.

Por cierto, ¿y los trabajadores quiénes son? En su tiempo tuvieron sentido los sindicatos de clase; a lo mejor con unos retoques teóricos todavía lo conservan. Pero no esta clase de sindicatos, que se arrogan la defensa de unos trabajadores de los que no solamente no tienen la militancia ni los votos, sino tampoco el concepto, que es lo más importante. No existe “el trabajador” ni se consta “la patronal”, sino una tan variada gama de situaciones y relaciones, por un lado y por otro, que no hay forma de saber cuál lado es uno y cuál el otro. El propio sindicato es patronal de sus trabajadores contratados, algunos cooperativistas serán autopatronos, muchos autónomos son al tiempo patronos de sí mismos que para sí trabajan como trabajadores. Y así. ¿Y qué me dicen de la manía que les ha entrado a los de la neolengua progre de llamar emprendedores a los que toda la vida fueron empresarios? Ayer hasta Rajoy habló de “emprendedores”, avispado gallego que copia términos a los tontainas de enfrente. También he oído estos días a algunos candidatos rectales que hablan de “empleabilidad”, que es una cualidad que deben tener los titulados universitarios para convertirse sanamente en proletarios de los de toda la vida. Los parias de la tierra de antaño ahora son empleables por los emprendedores. Así no hay hijo de madre que haga una revolución ni que sepa, al menos, de qué diantre hablamos o dónde están los malos.

Ah, y los parados, cómo no. Los desempleados son el tertium genus que no entra en las casillas de toda la vida, pero ahora son los primogénitos del sistema, su cara más visible, el hecho más relevante. Empleables sin empleo y sin emprendedor que la emprenda con ellos. Y díganme, cómo hacen huelga general o particular los parados. Deberían ponerse a trabajar en algo el día 29 para que su condición no se difumine por el hecho de que esos días otros se queden en casa por una vez como ellos se quedan en casa cada jornada.

No, no, estará bien o estará mal, habrá razones aceptables de acá y de allá, pero como fenómeno que trasciende la anécdota de un día o la coyuntura de un caso, la huelga general ya no tiene ningún sentido. No es un fenómeno social, no representa un acto de verdadera protesta, carece de efectos tangibles y los simbólicos le duran solamente mientras quien juzga quiera dárselos. Que me parece, por cierto, que a eso va Rajoy: a mostrar que la huelga general, paradójicamente y sea cual sea el efectivo seguimiento, tiene el valor que le otorgue el gobierno de turno. Si este dice que ninguno, será ninguno. Porque esa es otra, las huelgas mayores y las generales ya no se organizan contra la patronal, sino contra el gobierno y como instrumento de presión política. Mas como instrumento de presión política estaba la huelga general à la Sorel, sí, pero esa era la huelga general revolucionaria, no esta compostura de ahora, café con leche, ni chicha ni limoná, un poco de ruido para que se crea que todavía hay sindicatos y un poco de calma para que se entienda que el gobierno gobierna. Como verse en un motel, vaya.

Como tantas otras cosas, las huelgas generales ya se parecen más a procesiones de ánimas, a rituales fantasmagóricos, a asambleas de viejos nostálgicos, a convenciones de desubicados. La realidad está en otra parte, pero las instituciones nos la tapan. Destapemos, a ver qué hay.

A lo que recuerda el movimiento sindical de esta época (que, por cierto, ni es sindical ni es movimiento, aunque se parezca algo al sindicalismo del Movimiento) es a aquellos alzamientos campesinos de hace siglos, cuando los labriegos se rebelaban para pedir que el sistema estamental funcionase como Dios manda, con los señores en su sitio y los rústicos en el suyo, según las tradiciones y con respeto de los viejos usos, sin moderneces ni cambios impíos y con hijos obedientes y curas que no cogiesen el culo a las señoras.

1 comentario:

  1. Cualquier manifestación pacífica, en mi modesta opinión, carece de contenido en los momentos sociales graves de recesión, injusticias,... Me explico, aunque saliensen en manifa 20 millones de españoles solicitando X, ni puto caso el Gobierno que hace ya sea a favor o en contra del aborto, eso les repercutirá en las elecciones tal vez, pero lo que es la manifa en si ni les inmuta.

    Tampoco la violencia rompe escaparates es válida por gamberril.

    La verdadera lucha actual yo la concibo tal que así. X parados se juntan y dicen : ¿Cómo?, ¿nos merece la pena vivir así mientras otros pasean lujos y nóminas y toman cañas los domingos en terrazas cuando nosotros no tenemos ni pa malvivir? Si en ese momento los X reunidos sean 5 o 500 dicen "A tomar por culo todo o nos dan o lo tomamos", ese día habrá surgido el sindicato verdadero que ese no va a necesitar subvenciones ni sedes ni empleados.

    A ver cuando nos damos cuenta que o se logra la igualdad en lo material o va a arder la sociedad.

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