Juguemos
con una comparación más o menos afortunada, pero en lo que sirva, que algo
será. Ponga que usted es el administrador de una comunidad de vecinos que vive
en cierto inmueble, veinte o treinta familias ahí residentes. A usted le consta
con gran certeza que en todas o casi todas las casas se cometen graves delitos,
que las familias que allí residen han convertido sus hogares en lugares para el
crimen, los unos dándose al proxenetismo y la explotación sexual de adultos
indefensos o de menores, los otros escondiendo en la despensa bienes robados,
los de más arriba guardando explosivos para hacer atentados, algunos
manteniendo secuestrados en las habitaciones y atados a la pata de la cama.
Usted se plantea si debe echar a andar hacia la comisaría para denunciar
semejantes descalabros, pero no acaba de decidirse, pues en su conciencia pesan
también otras consideraciones: que la autoridad puede clausurar el edificio
entero y que se quedará toda esa gente en la calle, cuando puede ser que entre
tantos haya algunos inocentes, que la noticia traerá mala fama al barrio y
perderán valor las otras casas, en las que viven personas de bien que ninguna
culpa tienen, que muchos niños averiguarán sobre sus padres macarras cosas que
más les convendría no conocer, que la gente de otros sitios dejará de ir a
tomar el vermú en los afamados bares de esa zona, con la consiguiente ruina de
los honestos propietarios de los establecimientos hosteleros...
¿Qué
debería hacer usted y qué haría? Desde una ética de principios se alegaría que
el bien es el bien y el mal es el mal y que el primero hay que protegerlo y el
segundo perseguirlo, caiga quien caiga y aunque se acabe el mundo, o poco
menos. Se recordará la contundencia con que Kant planteó ese rigorismo de una
ética deontológica y nada utilitarista. Desde enfoques éticos
consecuencialistas se nos indicará que a lo mejor hay que ponderar un poco,
sopesar consecuencias y buscar el daño menor para los más, el interés de los
grupos y las colectividades antes que el descarnado culto a la norma por la
norma. También desde Max Weber se repite aquello de que los políticos no tienen
que comprometerse únicamente con una ética de principios, de ideales teóricos a
cualquier precio, sino que están amarrados tanto o más a una ética de la
responsabilidad y que, otra vez, deben mirar las consecuencias de sus acciones,
porque de buenas intenciones morales estaban llenos los gobernantes de muchas
sociedades hundidas y arruinadas.
Ahora
vamos con las cosas de España a día de hoy. Una impresión se nos va imponiendo
con evidencia difícilmente discutible, la de que los gobiernos, hoy el del PP y
ayer el del PSOE, no pueden decirnos la verdad sobre nuestra situación porque
los datos son tan contundentes que acabarían por destruirnos y se terminaría
toda esperanza de que levantemos cabeza a medio plazo. Hasta ahora parecía que
había mucha corrupción y bastante maniobra turbia, tanto en las instituciones
públicas de todo tipo como en empresas privadas o semiprivadas que manejan
dineros de la gente, como cajas de ahorros y bancos. Pero es evidente que
estábamos equivocados, ya que el robo y la más vil fechoría no eran excepción,
aunque ciertamente abundante, sino la regla pura y dura. Estábamos y estamos en
un país asentado sobre el robo y la mentira. O sea, que el cáncer es radical y
la metástasis se extiende a todo el cuerpo social e institucional. Y que
describirnos a calzón quitado la gravedad del mal será sumirnos en la
desesperación a nosotros y espantar a quienes desde fuera aún puedan tener
alguna intención de darnos alivio, de buscarnos una terapia última o de
pagarnos unas medicinas para un tratamiento de choque. Es más, que puede que
hasta nos echemos a la calle nosotros mismos para jugarnos malamente las diez
de últimas o para dilapidar los cuatro ahorros finales y quién sabe si para
colgar de las farolas a unas docenas de malandrines.
Sabían
y saben que las cajas y los bancos falseaban sus balances y que no tienen
solución viable, que el Estado y las Autonomías escondían déficits enormes, que
ante las alarmas que se encienden están los pícaros llenando sus sacos para
salir huyendo, que en cuestión de unos pocos meses reventará el Estado todo y
dejarán de cobrar los funcionarios y no se prestarán ya los servicios públicos
más básicos, igual que llevan tiempo sin cobrar los proveedores de la
Administración. Pero a nosotros se nos oculta y solo vemos un gobierno que
mendiga ayudas y apoyos de la Merkel y compañía. No se nos deja ni el pequeño
consuelo de ensañarnos con algún chivo expiatorio, el nimio placer de ver en el
banquillo o la cárcel a tal o cual gestor fraudulento, de que se ponga de
patitas en la calle a algún descarado que se aprovecha cínicamente de la
institución pública que preside. Nada. Tapar y tapar y tapar, echar balones
fuera, culpar a los hados o a los extranjeros, cuando no a los cuatro valientes que denuncian, desviar las responsabilidades
hacia entidades abstractas y por abstractas inasibles, que si los mercados, que
si el capital financiero, que si la especulación. Y todo se disfraza sutilmente
de ética política de la responsabilidad, dejando caer la idea de que será peor
para nosotros si los que saben hablan y si a los que perpetraron las sinvergonzonerías se les obliga a confesar cuántos eran los implicados y cuán
tremendas las implicaciones, las complicidades, las tolerancias.
Se
ha vuelto cuestión de dignidad. El enfermo terminal, para morir algo más aliviado,
merece al menos saber quién lo envenenó, permitirse el desahogo de ciscarse en
los muertos de los criminales antes de ir a dar en el tanatorio. Es asunto de
pura y simple dignidad, hay que hacer un colectivo examen de conciencia y debe
respetarse el derecho a la expiación simbólica, incluso a través de la
violencia verbal. No podemos acabar nuestros días manteniéndonos fieles a la
corrección política, a la tolerancia fofa, al señuelo pseudoideológico, a las
perrunas lealtades partidistas, al maniqueísmo banal y paralizante.
Llegada
es la hora de la ética de los principios, hasta de reconocer los pecados y de
quitarles los atenuantes, de admitir, si hace falta, que todos vivíamos
encantados mientras del expolio general y de la inconsciencia autoinducida nos
beneficiamos todos. Aunque se acabe el mundo, pues en cualquier caso se nos
acaba. Y porque, si alguna esperanza restara, aunque fuera muy leve, pasaría
por nuevos pactos sociales y renovadas reglas de juego, amén de por hacer que
los culpables mayores paguen por sus faltas. Porque así como ahora estamos, encerrados en el engaño y en el miedo, engañados por miedo y temerosos de las
durísimas verdades, no habrá ni soluciones ni dignidad de la despedida.
Esa es la perversión, que nos convenzan de que hay dos opciones: o enseñamos todo lo que hay y se cae el sistema financiero, o lo vamos ocultando y limpiamos poco a poco. Los golfos no son los que se llevan sueldos y pensiones de escándalo. Los golfos son aquellos que dieron créditos a amigos o que se hicieron amigos de constructores que querían crédito. O los que fomentaron que en las sucursales se dieran creéditos a todo trapo, porque daban muchos incentivos a sus empleados. Ahora, todos esos se hacen los imprescindibles, amenazando con que todo se irá a la mierda si mostramos sus verguenzas
ResponderEliminarHe leido demasiados tiritos al localismo, la comparación con la comunidad de vecinos, y con el barrio a veces me hacía gracia, pero no encajaba muy bien todo eso es como fumarse un porro y delirar com idealismos perfectos.... Sé que la intención era otra la idea de un EStado agil. Perfecto.
ResponderEliminarPero aqui que ahora deseo hablar de mi comuidad de vecinos la castellano y leonesa. Las cajas. Las Santas Cajas y el localismo.
Caiga quien caiga. Comenzando por el localismo disfrazado en los consejos de admistración. Comenzando por los empresarios que estaban detrás de esos políticos ocupando cargos en el consejo de admistración. Y uno a uno analizar la relación personal de esas cajas con sus cuentas personales. Por ahi se comienza sacando a relucir todo todo hasta llegar a la raiz del problema y diagnosticar controles de cara el futuro. El sistema falla porque en los organos inferiores todo está podrido.
Me hablan de una cosntrucción europea cuando el Estado español todo el aparato institucional del estado español está podrido. Podrida la justicia en los partidos judiciales ( que se supriman todos ya y cuanto antes, localismo puro y duro manda más el empleado de toda la vidda que el juez que llega de prácticas y tiene que acoplarse al siempre ha sido así)
Podridas las Cajas de ahorro dominadas por los politicos localistas y sin control alguno.
Podridos los ayuntamientos. AQUI YA NO MALGASTO MÁS TIEMPO.
Podridas las admistraciones autonomicas que llevan años y años con una metastasis brutal pero con apariencia de normalidad y de perfección directamente proporcional a los años con el mismo color político.
No comprendo tan dificl es crear tipos penales claritos para penalizar las actuaciones de los cargos públicos? A estas alturas amigos eso ya es más sencillo que tipificar el homicidio. Venga el que se quiera masturbar que lo haga pero está claro que lo publico no funciona. Las instituciones están, los principios organizativos están la carcasa para el funcionamiento perfecto está ¿ qué falla?
¿Ayuntamientos? ¿qué es una comisión de cuentas? nada fantasía. Habilitados nacionales interventores: Fantasía. Con la que está cayendo.... ¿cuántos se han ido al otro lado al hotel de cinco estrellas? ninguno pues su papel es de pura fantasía... Informes de fantasía y papel coucche. Eliminemos todos los interventores habilitados de caracter nacional pues no son útiles, eliminarlos o atribuirles verdaderas responsabilidades para que queden atados por los "guebos a su mesa de trabajo" de lo contrario son meros personajes valedores de la nada o de unos atributos celestiales que no significan nada. Aqui está el informa del interventor: Aprobado¡¡¡¡ ahhhh pero que dice el informes? que tiene que ver este informe con lo que se aprueba. ah pero es que la ley no pide más el informe se tiene que ceñir a esto solamente.. ahhh vale¡¡¡
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