Al final buena parte de lo que hacen los
reyes resulta una extravagancia y es tomado a pitorreo por la población que se
cree tan lista. Entre nosotros, don Juan Carlos ha perdido la condición de
presidente de honor de una asociación por haber ido a matar un elefante. Son
ganas de enredar porque don Juan Carlos colecciona las presidencias de honor
como las cabelleras el indio de las películas, así que alguien me explicará qué
merma de honor ha sufrido con haberle quitado una silla si tiene el trono.
Ya expliqué en otra sosería que me parecía un
contrasentido que se criticara al rey por ir de cacería. A mi juicio, eso es lo
que tiene que hacer un monarca constitucional: ir de sarao en sarao, presidir
fiestas de la banderita, acudir al Vaticano a beatificar piadosos varones y
descubrir bustos y estatuas. Porque, si no es así, se dedicará a nombrar
magistrados, presidentes de gobierno, directivos de los bancos y cofrades
mayores de las procesiones de semana santa, algo que, si se hace una vez,
parece que se le coge tanto gusto que ya es imposible dejarlo. Justamente eso
es lo que hacía su augusto abuelo, el gran tarambana, hasta 1931, y ya se sabe
su final. O su cuñado en Grecia quien se aficionó a nombrar coroneles y acabó
en Londres haciendo visitas a Harrods como cualquiera de nosotros, turistas que
carecemos de blasones y tenemos la sangre más roja que Lenin.
Por tanto quien crea que puede criticar al
monarca por ser aficionado a la caza le recomiendo que se relea a los clásicos,
desde Locke para acá y escriba en un encerado mil veces las funciones de un
monarca constitucional.
Pero si nosotros, que tenemos un rey
constitucional, nos olvidamos de la teoría política que le explica, otros, que
tienen un rey absoluto, se empeñan también en enmedarle la plana.
Es lo que ocurre en el principado de
Liechtenstein, un Estado tan pequeñito -entre Austria y Suiza- que se puede
recorrer en coche en tercera pues no hay ocasión de meter la cuarta. Tiene un
castillo en Vaduz, la capital, que está sacado de las novelas de sir Walter
Scott, y una familia reinante que podría haber salido de alguna de las óperas
históricas de Bellini o de Donizetti. El paisaje de ese principado es un lujo
de montañas altivas y un coliseo de árboles, todo ello envuelto en luces
apagadas donde los pocos poetas del lugar llenan sus alforjas de imágenes y
ripios.
El principado es además un paraíso fiscal
que, a la vista de la evolución de la teología, es el único paraíso al que
podemos acogernos con alguna fiabilidad.
El príncipe ostenta poderes feudales que
están recogidos en los textos fundacionales del lugar y todo eso de la
Constitución le suena lo mismo que a un vegetariano la receta del cocido
maragato. Dispone de vidas y haciendas, nombra a quien le peta presidente de
esto o aquello, los jueces ponen las sentencias que le complacen y así seguido.
Ni siquiera tiene razones para reivindicar el derecho de pernada porque las
mozas tienen la obligación de enamorarse de él un rato.
Ahora han querido unos ciudadanos ilusos
recortarles esos poderes y darle a leer a Rousseau o cualquier otra antigualla
parecida. Ha montado en su caballo alazán y también en cólera y ha tronado
desde el palacio que guarda secretos remotos y desde allí ha anunciado que a él
nadie le toca un pelo. Valentón él ha convocado un referéndum y lo ha ganado.
Nadie quiere ver reducido a su apuesto príncipe a la condición de monarca
sometido a una Constitución y desprovisto de poderes como eran aquellos obispos
“in partibus infidelium” que no tenían un fiel a quien colocar una homilía.
¿Qué modelo queremos, el de don Juan Carlos o
el del príncipe de Liechenstentein? A mí el que me gusta es el que sale en la
zarzuela que narra las aventuras del rey que rabió.
Esta vergüenza basada completamente en el "Peor podría ser si..." no la considero digna de usted, Don Francisco.
ResponderEliminarEspero que le lluevan múltiples criticas desde un punto de vista jurídico, que es el que mas controlan los lectores de aquí y es la linea a seguir para evidenciar la aberración que significa esa institución, la represente quien la represente, se dedique a lo que se dedique, nos cueste lo que nos cueste...
Hombre, el del pinte, sin duda.
ResponderEliminarUn cordial saludo.
Esta institución ha dado de sí casi todo lo que podía dar. Supongo que Fé reinará, si Elena no se cambia de sexo y lía la de Troya, por seguir las costumbres familiares, pero aquello del órgano y la función cobra todo el sentido en este caso.
ResponderEliminarMe parece hoy la monarquía como el apéndice, del que lo único que cabe esperar es que te provoque una visita al quirófano.
De cualquier manera, a 23 de julio de 2012, a mi modesto entender y escaso juicio, sólo admito como legítimo un modelo que vaya, magnis itineribus, hacia lo más parecido a un Concejo Abierto.
Todo lo demás no dejan de ser sucedáneos u " o sís, o sís ".
Por cierto ¿ se habla de estas cosas en Bruselas o no hay vida más allá de la democracia representativa ?.
Un cordial saludo.
¿Que rey queremos?
ResponderEliminarNinguno