Me
voy a meter en camisa de once varas y a ganarme más de un reproche y alguna
antipatía. Así es la vida. Pero, desde luego, no voy a juzgar las prácticas y
usos de los estudiantes o los docentes de tal o cual universidad o de ninguna
facultad en particular, pues habrá de todo, como en botica.
Del
tema de los derechos y obligaciones del personal académico y de los estudiantes
podríamos tratar sesudamente, normas en mano. Leyes y reglamentos los tipifican
con relativa claridad, pero, como en cualquier otro orden de cosas, también nos
encontramos, en el día a día, con incumplimientos, con tácitas convenciones,
hechos consumados y hasta fraudes de ley y abusos de derecho. Solemos los
profesores explayarnos sobre nuestros derechos y expectativas y comentamos con
frecuencia algunas insatisfacciones y más de una frustración. Hoy no toca ese
punto de vista, sino que nos pongamos en la piel del discente y en los derechos
suyos.
Un
estudiante universitario de universidad pública es acreedor de la prestación de
un servicio público por el que, además, paga. Paga poco o mucho, ese es otro
debate en el que tampoco corresponde ahora entrar. Pero, igual que el que
enferma y acude a la sanidad pública para recibir el correspondiente servicio
tiene unos derechos y podemos juzgar de si los recibe correctamente o no, quien
se matricula en una universidad debe recibir las correspondientes prestaciones
del modo debido. Pero pronto vemos una diferencia sorprendente: mientras que en
la sanidad y en otros servicios públicos abundan las reclamaciones de los
ciudadanos y los pleitos por deficiente satisfacción de los correspondientes
derechos, por falta de calidad de las prestaciones o defectuoso cumplimiento de
las obligaciones correspondientes por parte del respectivo personal, en la
educación universitaria imperan la conformidad o el silencio, o solamente se
oyen quejas en los pasillos y los bares. ¿Por qué? Porque los estudiantes se
sienten o funcionan como una especie de clientela cautiva y resignada y porque
suelen temer, con razón o sin ella, que sea peor el remedio que la enfermedad.
Es como si un paciente de hospital fuera operado un día por un cirujano poco capaz
o escasamente diligente, pero se abstuviera de toda queja o reclamación, por el
temor de que a la próxima vez que tuviera que ser operado, ese mismo cirujano o
sus colegas aprovechen para hacerle, a propósito y como ajuste de cuentas, una
escabechina deliberada.
También
hay otra diferencia que distorsiona la comparación. Al médico o el hospital
acude cada paciente para restaurar su salud y cada cual vela por ese interés
suyo, bien claro, sin percibir presión ninguna del resto de los pacientes. Es
decir, si yo reclamo porque me operaron demasiado tarde o porque me dejaron
unas gasas olvidadas dentro de mi abdomen, no van a venir los otros pacientes a
quejarse de que con mi protesta puedo perjudicarlos a ellos en caso de que los
médicos se molesten por mi causa. Pero, si parecen claros los propósitos del
que acude a la sanidad, quizá no son igual de evidentes los motivos del que se
inscribe en una universidad. ¿Se va aprender ciertas cosas que allí deben
enseñarse, a adquirir ciertas competencias reales, o se va a conseguir un
título? Si lo que cuenta por encima de todo es acabar la carrera en paz y
gracia de Dios, se protestará únicamente por lo que dificulte el cómodo y
pacífico logro del título y aun cuando la enseñanza sea deficiente. Esa es la
razón por la que los estudiantes funcionan como clientela cautiva, por el
temor, mejor o peor fundado, de que su reclamación de calidad y seriedad de la
enseñanza repercuta en mayores dificultades para hacerse con el título. Sería
bien interesante plantear una sencilla encuesta y preguntar esto a una buena
muestra de estudiantes: ¿Qué prefiere usted, conseguir el título a base de aprobados
generales, con poquísimo esfuerzo y casi nula formación, en su caso, o tener
que trabajar más y que su título se corresponda con una preparación completa y
real? Si hay acuerdo en lo primero, apaga y vámonos. Hace tiempo que nos
estamos yendo y que vivimos en el apagón o en una espesa penumbra.
Para
el profesorado, la consigna es clara y viene de arriba: se ha de suspender lo
menos posible, conviene aprobar a todo el que se deje. No nos confundamos, se
puede enseñar muy mal y suspender a muchísimos, o se puede enseñar bien y
aprobar a bastantes. No es mejor profesor, para nada, el que pone las
calificaciones más bajas, igual que no es mejor el que más generosamente
califica o da aprobados generales. Pero a lo mejor cabe un muy elemental
acuerdo sobre la siguiente tesis sencilla: el buen profesor es el que cumple
razonablemente con sus obligaciones, enseña con calidad y rigor y califica con
justicia y ecuanimidad. Y peor profesor se es cuantas más de esas tres
condiciones se incumplen.
Hay
un patrón tradicional de mal profesor universitario, aquel que se siente en una
situación de poder y tiende a abusar de él. En los viejos modelos, el profesor,
y especialmente el catedrático, gozaba de una considerable impunidad. O sea,
que se podía hacer y deshacer a gusto con los estudiantes, diciéndoles
cualquier cosa, faltándoles al respeto si se deseaba, obligándolos a memorizar
cualquier infame mamotreto o las más peregrinas ocurrencias del docente, poniendo
notas con perfecta arbitrariedad, etc. Algún profesor tuve yo mismo, en mis
tiempos, que en los primeros días de clase seleccionaba a los estudiantes con
apellido más rimbombante o de sonoridad más aristocrática y que, solo por eso,
ya les anticipaba el sobresaliente. O que jugaba a “Un, dos tres, responda otra
vez” con las más peregrinas e impertinentes preguntas y regalaba la mejor nota
al que acertaba alguna de esas tonterías. No, cualquier tiempo pasado no fue
mejor.
Quedarán
de aquellos, seguramente, pero el profesor actual se ha adaptado a los tiempos
y sabe que semejantes abusos ya no se tienen por signos de genialidad o indicio
de su superior e intocable condición. En ese sentido, nos hemos hecho más
discretos. Pero a truco ido, truco nuevo. Ahora los profesores universitarios
captamos que tanto la autoridad académica como la mayoría del estudiantado
silente están de parte del aprobado fácil. Así que ancha es Castilla. Yo capto
que lo que me puede complicar la vida es la exigencia y el rigor, y que si abro
la mano bastante se me va a permitir, a cambio, que siga a mi bola y haga de mi
capa un sayo, se me tolerarán defectos e incumplimientos. Pues al estudiante
que se queje en serio ni siquiera habré de ajustarle yo las cuentas o tendrán
que reprimirlo mis colegas. No, serán sus propios compañeros, tal vez, los que
lo marginen y lo condenen el ostracismo. Será aprobado general menos uno y
feliz el profesor y felices todos los estudiantes menos ese.
¿Resultado?
Un tremendo engaño y un fraude para la sociedad y para los estudiantes mismos.
Desde luego, para los estudiantes que en su carrera buscan algo más que un
título. Y hasta para los que nada más que el título quieren, pues descubrirán
después que un título que todos tienen y que a ningún saber va aparejado es un
título que para nada vale y que en ningún sitio cuenta, salvo que ya se vaya de
antemano armado de los correspondientes enchufes e influencias a la hora de
hacerlo valer. Poniendo el de Derecho como ejemplo, impresiona saber que, en
estos tiempos en que son tantísimos los titulados, quedan vacantes plazas en
importantes oposiciones, debido a que no hay suficientes titulados con
formación bastante o que durante la carrera se hayan habituado al estudio en la
medida necesaria para aguantar luego los años de preparación para la oposición.
Es como el que, en el fútbol, tiene en cadetes y juveniles entrenadores que le
dicen que tranquilo, que no hace falta entrenar casi nada y que no se mate
corriendo o ejercitándose con el balón, y luego quiere pasar al primer equipo o
jugar en el Real Madrid o el Barcelona y se encuentra, sorprendido, que le
dicen que a dónde va y que qué se cree, que no tiene ni idea de cómo se toca la
pelota y que así de gordo ni lo sueñe. De cajón.
Vamos
a hablar de incumplimientos y trucos del profesorado y, como profesor soy, bien
sé a lo que me refiero. Más de uno habré usado yo mismo, no digo que no. Si así
fuere, eso me deslegitimará como docente, pero no le quitará verdad a lo
que digo si en lo cierto estoy sobre lo que digo. Un homicidio no dejará de ser
homicidio porque lo describa un homicida y un problema no se resuelve a base de
matar al mensajero o de ponerlo verde. Así que por ahí no es, estimado anónimo.
Hagamos
una sencilla lista de elementales derechos del estudiante y repaso de las
maneras más fáciles de pasar por encima de ellos.
1. El estudiante tiene derecho a que se
le impartan las horas de clase teórica, práctica o del tipo que sea. ¿Cuáles o
cuántas horas? Las que figuren en los planes, las que correspondan, hoy, a los
créditos por los que ha pagado. El profesor cobra por eso, por cierto, aunque
no cobre solo por eso.
¿Truquillos
al respecto? Archiconocidos. Que hoy me siento pachucho y no puedo dar la
clase, que se me puso malo el crío, que hace demasiado frío en el aula y
mientras no nos arreglen la calefacción más vale que no vengamos a acatarrarnos,
que tengo un viaje, que debo acudir a una reunión, que necesito unos días para
acabar una investigación importantísima que llevo entre manos, que tengo hora
con el médico… Vale, alguna de esas razones pueden ser atendibles, no nos
pongamos demasiado rígidos. Pero tampoco se nos pueden escapar dos detalles.
Uno, que clase perdida es clase que se puede recuperar, y normalmente los
estudiantes no van a poner ningún inconveniente para buscar horas y huecos a
tal fin. Otro, que habrá o debería haber más profesores que puedan sustituir al
que por causa justificada tenga que ausentarse. El vicio reprobable es el de
poner pretexto, bueno o malo, para saltarse horas de docencia y luego silbar
tangos y hacer como que no pasa nada y así lo dejamos.
Otras
estratagemas son más puñeteras. Menciono dos no tan inhabituales. Póngase que
yo tengo una asignatura que dura seis meses según la programación oficial.
Acelero mis explicaciones y cuando se cumplen cinco, digo que miren qué bien y
cuánta eficacia, que ya terminé el programa y que misión cumplida, me fumo un
mes poniendo cara de esmeradísimo profesional. Como si no supiéramos todos que
las lecciones y programas son como la tripa de Jorge.
La
otra, que me divierte mucho, sirve para evadirse de una buena proporción de
clases prácticas. Consiste en decir, con gesto de gran convicción, que cómo
vamos a practicar nada si todavía hemos dado poca teoría y que, en
consecuencia, las horas de prácticas las empezaremos cuando llevemos un par de
mesecitos de clases teóricas. Parece razonable, pero no lo es en modo alguno.
¿Dónde está escrito que no se pueda enseñar teoría mediante la práctica, igual
que se puede dar a la enseñanza teórica una orientación bien práctica?
2. El estudiante tiene derecho a que
sea el profesor el que enseñe, pues para eso está. Para obviar tal compromiso,
los profesores actuales tenemos de nuestra parte el fetichismo bobalicón de los
nuevos métodos docentes y la didáctica a la violeta. Está bien la filosofía de
fondo, de acuerdo en que la buena enseñanza puede y debe ser participativa, con
asunción de tareas y responsabilidades por el alumno, no dogmática, fomentadora
de que este se ejercite en ciertas destrezas, etc. Pero estamos descubriendo
por ese camino un truco chulísimo: que las clases se las den los estudiantes
mismos. Y a vivir.
¿Variantes?
De sobra conocidas. Se coge el temario que en el programa de la asignatura
figura y se reparte juego. El tema uno lo preparan Fulano y Mengano y lo
exponen ante sus compañeros, el tema dos para Zutano y Perengano, y así todos.
Mano de santo, comodísimo, al profesor ya no le hace falta prepararse las
lecciones y estar en condiciones de exponerlas durante el tiempo
correspondiente. Pero, ya puestos, valdría igual que los estudiantes se
organizaran así por su cuenta y de tal forma se repartieran el trabajo. El
profesor sobra si no aporta lo que a él le compete.
También
es magnífico el sistema de tertulia. A ver, chicos, en la clase siguiente vamos
a debatir sobre la pena de muerte o la tortura, o discutiremos sobre si la caza
es moral o inmoral. Mira por donde, tocaba explicar el delito de homicidio o el
sistema probatorio o la Ley de Caza, pero esto es más divertido y muy
formativo, pues hace a los estudiantes tomar conciencia de problemas de fondo y
tal y cual. Bla, bla, bla.
3. El estudiante tiene derecho a
recibir enseñanzas con un estándar mínimo y razonable de calidad. Exactamente
igual que tiene derecho el paciente de la sanidad a que sean en lo suyo aptos
los médicos que hayan de atenderlo. En un hospital nos echaríamos las manos a
la cabeza si nos enteráramos de que para contratar a un otorrino se ha abierto
concurso entre titulados en Medicina sin ninguna especialización en
otorrinolaringología. En las facultades universitarias a veces vemos que se
contrata para impartir una asignatura bien especializada a quien carece de esos
conocimientos especiales o especializados.
Nadie
puede transmitir lo que no tiene y ni está en las adecuadas condiciones para
dictar un curso de Química Orgánica un simple licenciado en Química ni para
explicar Derecho Romano o Derecho Penal un licenciado en Derecho o un abogado
que no trabaje en ese campo.
4. El estudiante tiene derecho a ser
calificado por su rendimiento y según unos estándares mínimos de la respectiva
asignatura.
Las
arbitrariedades deben desterrarse radicalmente. Hay arbitrariedad, desde luego,
cuando no se aplica el mismo rasero y se da privilegio a “enchufados” y
recomendados o cuando se ajustan cuentas por ese camino a los molestos o
incordiones, a los que el profesor tenga por tales. Pero también es arbitraria
la falta de rasero. El profesor que aprueba a todos o casi todos, incluidos los
que no han hecho ni el más elemental esfuerzo o no han acreditado el mínimo
conocimiento razonablemente exigible, está haciendo profunda injusticia a los
más capaces y mejores trabajadores. Y esa injusticia tiene doble efecto, uno
inmediato y otro a plazo más largo. Ahora mismo, porque se trata igual a los
diferentes en un asunto en el que la diferencia de merecimiento debe ser
dirimente. A más largo plazo, porque cuantos más títulos se regalan a todos,
menos vale el título de los que por su trabajo en verdad lo merecen. Y ni que
decir tiene que los buenos estudiantes de clase social menos pudiente serán los
más perjudicados por el regalo indiscriminado de títulos. El estudio deja de
ser vía de promoción social, bien legítima, cuando el título no se corresponde
con una formación adecuada.
Y
fin, dejémoslo aquí. ¿Quién le pone el cascabel al gato? Pocas esperanzas
quedan. Uno, en su ingenuidad, sigue pensando que a lo mejor un día los
estudiantes… Pero no sé, no sé. Si los buenos estudiantes, al menos, fueran
conscientes de lo que se están jugando…
Hay
buenos estudiantes y buenos profesores, a lo mejor hasta son mayoría. Pero en
el ambiente flota algo malsano y que quita estímulo, que desanima, que invita
al conformismo y a las burdas complicidades. La ley del silencio y la omertà, la incapacidad del sistema académico
para seleccionar con buen criterio, la demagogia, el miedo inconcreto, la
impunidad, el todo el mundo es bueno, la tendencia de la autoridad a escurrir
el bulto, el corporativismo ramplón, la solidaridad mal entendida, la
decadencia de la ética profesional, el temor de que los defectos se comenten o
se debatan, la compasión desenfocada, el entramado de perversas dependencias
(no se me borra de la cabeza lo que me dijo aquel del que un día denuncié una
flagrante y grave ilegalidad: ten en cuenta que siempre he votado a favor de
los intereses de tu mujer y mira cómo me lo agradeces...), la burocracia
descerebrada, la mezquindad de algunas ambiciones, la insistencia en que los
trapos sucios se lavan en casa, aunque la casa sea sucia también y no tenga ni
agua corriente... Se puede vivir maravillosamente bien mirando para otro lado,
callando, repartiendo palmaditas en la espalda, consintiendo, subiéndose al
carro, culpando a las víctimas, a cualquier víctima, reprochando al que se
salga de la fila, dándose pote, recogiendo migajas, abonándose a las disculpas.
Es una tentación fortísima la de sucumbir a los cantos, y no precisamente de
las sirenas.
Imposible estar en desacuerdo con ese retrato de nuestras universidades.
ResponderEliminarLo complementaría desde otra perspectiva (creo que ambas se retroalimentan): la carrera académica se ha ido convertiendo en una especie de carrera de obstáculos. En parte para bien, pero por lo general me temo que para mal. En cualquier caso, sortearlos e ir sumando puntitos exige mayor dedicación que unos años atrás. Y, claro, tiempo que se invierte en ir a un curso que el servicio de formación permanente de mi universidad organiza sobre e-learning, tiempo que resto de la preparación de la clase de la tarde. Tiempo que dedico a la reunión de coordinación de guías de no se qué, tiempo que no puedo utilizar para corregir los trabajos que no he puesto, etc., etc.
Y puntito a puntito tiro por que me toca. No me distraiga con clases y otros coñazos. Qué más da si todos los quinquenios son pardos.
Un abrazo,
Soy una chica de primero de Derecho, estoy en sus clases teóricas y prácticas. Estoy completamente de acuerdo con todo lo que argumenta en cuanto a la calidad de la enseñanza y la conformidad de muchos de nosotros con el fin último de facilitarnos el ''pase''. En lo que creo que difiero de usted, es en que a pesar de que unos y otros estudiantes alcancemos en un momento dado el mísmo título con distintas aptitudes y actitudes, las personas que realmente tenemos la vocación y la necesidad de sacar esta carrera adelante, en algún momento de nuestra vida se nos dará la oportunidad de demostrar lo que nos diferencia del resto. Nos prepararemos más si esto no ha sido suficiente, desempeñaremos nuestro trabajo con ese ''toque'' que los demás no han tenido ganas de alcanzar. Al fin y al cabo es lo que diferencia a un buen profesional de otro, y a pesar de que tengamos más impedimentos a la hora de competir en igualdad con los demás, si anteriormente, no nos ha desalentado este supuesto, no lo va a hacer posteriormente.
ResponderEliminarLa revolución que se aproxima a la enseñanza puede muy bien dejar obsoleto este post en no demasiado tiempo.
ResponderEliminarPara ser justos, y como me considero estudiante de Derecho no puedo evitar tender a ello ruego me disculpen, si aplicamos el "Nemo dat quod non habet" del Digesto a los profesores, deberíamos aplicar aquello de "venire contra factum proprium non valet" (la doctrina de los actos propios de Ulpiano) a los alumnos; porque pretender aprender algo, manquesea, de Derecho matriculándose en la Facultad de Valencia, pongoporcaso, que ocupa uno de los últimos puestos, allá por el 70 si mal no recuerdo, es propio de suicidas del intelecto curiosón, o masoquistas de salón, que también los hay.
ResponderEliminarTodo esto no quita para que buenos profesores háyalos a vuelapluma y algo se aprenda y gracias a ellos uno se dé la paliza Boloñesa mientras el cuerpo aguante. Pero para todos debe haber en esto de buscarle el sentido al estudio universitario puesto que todos forman parte de él.
Salvo mejor opinión.
Me gustaría que la siguiente entrada tratara el problema que es archiconocido en su facultad. Si tiene dudas pregunte y recabe información, no la tendrá muy lejos. De hecho considero que dada la importancia del tema nunca se debiera haber dejado de hablar de ello y si los profesores sois responsables buscareis una solución.
ResponderEliminarBuena suerte.
Apreciado anónimo: me constan tantos problemas en mi Facultad y en cualquier otra, que no sé a qué se refiere usted en particular. Indíquemelo usted mismo, mismamente de manera anónima, y si tengo opinión, se la daré. De verdad que no sé a lo que alude y créama que si voy preguntando por ahí cuál es el problema, me dirán de todo y de nada.
ResponderEliminarSaludos.
Lo fácil sería decirle cuál es el problema que ha de tratar. Lo vergonzoso es que tengamos que seguir insistiendo en ello. Una sola llamada de atención tendría que haber sido suficiente para cambiar el modo.
ResponderEliminarTres pistas le expongo. Karl-Theodor zu Guttenberg dimitió después de ser acusado de plagio. Se ha plasmado en la evaluación del personal docente. Y desde hace 10 meses es conocido por todos y criticado por varios, siendo despreciados quienes lo han manifestado.
Estimado anónimo:
ResponderEliminarNo sé si se referirá usted al copieteo masivo que, al parecer, hay en muchos de los exámenes de la Facultad en la que enseño. De eso he oído quejarse muy seriamente a unos cuantos estudiantes, y no solo a mí. Ya hubo aquí una entrada sobre eso:
http://garciamado.blogspot.com.es/2012/07/estudiantes-copiones-en-la-universidad.html
De todos modos, si hay que insistir, se insiste, pero en verdad no tengo nueva información. Creo que al menos a algunos profesores les copian porque se dejan. Y que no sería tan difícil usar inhibidores para los móviles. También me parece que los propios estudiantes decentes deberían solicitar una reforma de los reglamentos, para poner sanciones serias.
Pero a lo mejor me equivoco y habla usted de otra cosa.
Me tiene a su disposición, pero créame que no soy nada hábil para los acertijos.
"Qué prefiere usted, conseguir el título a base de aprobados generales, con poquísimo esfuerzo y casi nula formación [...]"
ResponderEliminarAhí está el origen de múltiples males en la Universidad (española y no española) ahora bien, tengo la sensación de que es el propio sistema universitario el que lo ha facilitado y, si me apuran, incentivado con la explosión de Universidades, carreras y, como consecuencia, cientos de plazas de acceso que creo nunca debieron haber existido.
Bajo mi punto de vista si que hay que entrar en el dilema de valorar y criticar una universidad u otra, porque la realidad es que cada universidad es distinta y el poder que se ejerce en ella y las influencias son diferentes en cada una.
ResponderEliminarEn la mía por ejemplo, se ha expedientado varias veces a un docente por su falta de profesionalidad y por reiteradas quejas de los alumnos (inclusive con demandas personales por faltas de respeto y teniendo que realizar exámenes los tribunales) y sin embargo ahí sigue como si nada...
Con esto quiero decir, que es cierto que los estudiantes estamos muy dormidos (me meto en el saco), pero también es evidente y palpable que en muchas ocasiones se intenta conseguir algo mejor y nos damos el batacazo porque los que mandan son los que deciden a quién dejan y a quién no, dependiendo de si es familia de este o de aquel (nada que no se sepa ya).
Tampoco creo que se den muchos casos de profesores que regalan aprobados (que si, los hay) pero tengo más casos en los que los profesores ejercen su poder de supremacía frente al alumno, acrecentándose y estableciendo los criterios de evaluación que les viene en gana, siendo estos muy duros hasta el punto de ser de las asignaturas que más se compensan, por algo será digo yo. Porque no es normal que hayan suspensos del 80 y pico o 90%...no se yo...será que quien falla es el profesor.
El problema viene siendo muy simple, y es que no se puede poner de profesor a alguien que no tiene vocación ni muestra predisposición a tenerla o a gustarle su trabajo. Para eso tendrían que implantarse sistemas de revisión, evaluándose también a los profesores como docentes, pero para que ocurra esto...no se yo si lo veré.
Entiendo su perspectiva como docente y la respeto, y de hecho en parte, la comparto y tiene muchas similitudes con mi forma de ver las cosas, pero desde la perspectiva de estudiante es diferente y sinceramente es la que vivo día a día, por lo menos yo.
Saludos.
D.García Amado. En primer lugar, gracias por su entrada.
ResponderEliminarSoy una alumna que está estudiando cuarto de Derecho y puedo decirle que a estas alturas mi resignación es total por algunas razones que esgrime en su entrada.
La ilusión que me inundaba en primero, por aprender más allá de lo que incluso me fuese posible, y la lucha constante llevada a cabo para que los docentes cumpliesen sus obligaciones de enseñarme-porque para eso mi madre tiene que estar pagando mi matrícula cada año-, se han ido desvaneciendo y apagando día , día, mes a mes al comprobar que siempre se premia al más vago, al más "conocido por" y al que menos exige y pasa desapercibido, siendo este "prototipo de alumno" (mayoritario) el que le puede hace pensar a ustedes (no digo que lo piensen y espero que no) que los alumnos en general solo desean el título y lo demás no importa. Es en esta situación en la que ustedes pueden decir ¿para qué hacer distinciones si todos (90%) desean aprobado general?
Por favor ,le suplico que las hagan, pues en otro caso, al NO ser yo, hija de Notario x, abogado y, o juez z, llevaré como carga la suposición de "no sabéis nada", teniendo que demostrar objetivamente en un futuro, que mi título universitario es algo más que el título que consiguieron aquellos que sólo anhelaban sin más, el título (valga la redundancia). Esto implica doble esfuerzo para el que menos recursos tiene, como usted apuntaba.
Por esta razón le pido a todos los docentes que no le atribuyan a la universidad el carácter de instituto en el que " todo vale", el que vale, lo debe valer porque así lo ha demostrado a través de sus conocimientos y ello debe quedar plasmado en su título y en su expediente, por los esfuerzos realizados.(Ojo, comprueben que éstos son reales y no han llegado por una ciencia infusa de carácter tecnológico).
Reciba un cordial saludo.