25 octubre, 2012

Derechos de los estudiantes, obligaciones de los profesores y pequeño catálogo de trucos



                Me voy a meter en camisa de once varas y a ganarme más de un reproche y alguna antipatía. Así es la vida. Pero, desde luego, no voy a juzgar las prácticas y usos de los estudiantes o los docentes de tal o cual universidad o de ninguna facultad en particular, pues habrá de todo, como en botica.
                Del tema de los derechos y obligaciones del personal académico y de los estudiantes podríamos tratar sesudamente, normas en mano. Leyes y reglamentos los tipifican con relativa claridad, pero, como en cualquier otro orden de cosas, también nos encontramos, en el día a día, con incumplimientos, con tácitas convenciones, hechos consumados y hasta fraudes de ley y abusos de derecho. Solemos los profesores explayarnos sobre nuestros derechos y expectativas y comentamos con frecuencia algunas insatisfacciones y más de una frustración. Hoy no toca ese punto de vista, sino que nos pongamos en la piel del discente y en los derechos suyos.
                Un estudiante universitario de universidad pública es acreedor de la prestación de un servicio público por el que, además, paga. Paga poco o mucho, ese es otro debate en el que tampoco corresponde ahora entrar. Pero, igual que el que enferma y acude a la sanidad pública para recibir el correspondiente servicio tiene unos derechos y podemos juzgar de si los recibe correctamente o no, quien se matricula en una universidad debe recibir las correspondientes prestaciones del modo debido. Pero pronto vemos una diferencia sorprendente: mientras que en la sanidad y en otros servicios públicos abundan las reclamaciones de los ciudadanos y los pleitos por deficiente satisfacción de los correspondientes derechos, por falta de calidad de las prestaciones o defectuoso cumplimiento de las obligaciones correspondientes por parte del respectivo personal, en la educación universitaria imperan la conformidad o el silencio, o solamente se oyen quejas en los pasillos y los bares. ¿Por qué? Porque los estudiantes se sienten o funcionan como una especie de clientela cautiva y resignada y porque suelen temer, con razón o sin ella, que sea peor el remedio que la enfermedad. Es como si un paciente de hospital fuera operado un día por un cirujano poco capaz o escasamente diligente, pero se abstuviera de toda queja o reclamación, por el temor de que a la próxima vez que tuviera que ser operado, ese mismo cirujano o sus colegas aprovechen para hacerle, a propósito y como ajuste de cuentas, una escabechina deliberada.
                También hay otra diferencia que distorsiona la comparación. Al médico o el hospital acude cada paciente para restaurar su salud y cada cual vela por ese interés suyo, bien claro, sin percibir presión ninguna del resto de los pacientes. Es decir, si yo reclamo porque me operaron demasiado tarde o porque me dejaron unas gasas olvidadas dentro de mi abdomen, no van a venir los otros pacientes a quejarse de que con mi protesta puedo perjudicarlos a ellos en caso de que los médicos se molesten por mi causa. Pero, si parecen claros los propósitos del que acude a la sanidad, quizá no son igual de evidentes los motivos del que se inscribe en una universidad. ¿Se va aprender ciertas cosas que allí deben enseñarse, a adquirir ciertas competencias reales, o se va a conseguir un título? Si lo que cuenta por encima de todo es acabar la carrera en paz y gracia de Dios, se protestará únicamente por lo que dificulte el cómodo y pacífico logro del título y aun cuando la enseñanza sea deficiente. Esa es la razón por la que los estudiantes funcionan como clientela cautiva, por el temor, mejor o peor fundado, de que su reclamación de calidad y seriedad de la enseñanza repercuta en mayores dificultades para hacerse con el título. Sería bien interesante plantear una sencilla encuesta y preguntar esto a una buena muestra de estudiantes: ¿Qué prefiere usted, conseguir el título a base de aprobados generales, con poquísimo esfuerzo y casi nula formación, en su caso, o tener que trabajar más y que su título se corresponda con una preparación completa y real? Si hay acuerdo en lo primero, apaga y vámonos. Hace tiempo que nos estamos yendo y que vivimos en el apagón o en una espesa penumbra.
                Para el profesorado, la consigna es clara y viene de arriba: se ha de suspender lo menos posible, conviene aprobar a todo el que se deje. No nos confundamos, se puede enseñar muy mal y suspender a muchísimos, o se puede enseñar bien y aprobar a bastantes. No es mejor profesor, para nada, el que pone las calificaciones más bajas, igual que no es mejor el que más generosamente califica o da aprobados generales. Pero a lo mejor cabe un muy elemental acuerdo sobre la siguiente tesis sencilla: el buen profesor es el que cumple razonablemente con sus obligaciones, enseña con calidad y rigor y califica con justicia y ecuanimidad. Y peor profesor se es cuantas más de esas tres condiciones se incumplen.
                Hay un patrón tradicional de mal profesor universitario, aquel que se siente en una situación de poder y tiende a abusar de él. En los viejos modelos, el profesor, y especialmente el catedrático, gozaba de una considerable impunidad. O sea, que se podía hacer y deshacer a gusto con los estudiantes, diciéndoles cualquier cosa, faltándoles al respeto si se deseaba, obligándolos a memorizar cualquier infame mamotreto o las más peregrinas ocurrencias del docente, poniendo notas con perfecta arbitrariedad, etc. Algún profesor tuve yo mismo, en mis tiempos, que en los primeros días de clase seleccionaba a los estudiantes con apellido más rimbombante o de sonoridad más aristocrática y que, solo por eso, ya les anticipaba el sobresaliente. O que jugaba a “Un, dos tres, responda otra vez” con las más peregrinas e impertinentes preguntas y regalaba la mejor nota al que acertaba alguna de esas tonterías. No, cualquier tiempo pasado no fue mejor.
                Quedarán de aquellos, seguramente, pero el profesor actual se ha adaptado a los tiempos y sabe que semejantes abusos ya no se tienen por signos de genialidad o indicio de su superior e intocable condición. En ese sentido, nos hemos hecho más discretos. Pero a truco ido, truco nuevo. Ahora los profesores universitarios captamos que tanto la autoridad académica como la mayoría del estudiantado silente están de parte del aprobado fácil. Así que ancha es Castilla. Yo capto que lo que me puede complicar la vida es la exigencia y el rigor, y que si abro la mano bastante se me va a permitir, a cambio, que siga a mi bola y haga de mi capa un sayo, se me tolerarán defectos e incumplimientos. Pues al estudiante que se queje en serio ni siquiera habré de ajustarle yo las cuentas o tendrán que reprimirlo mis colegas. No, serán sus propios compañeros, tal vez, los que lo marginen y lo condenen el ostracismo. Será aprobado general menos uno y feliz el profesor y felices todos los estudiantes menos ese.
                ¿Resultado? Un tremendo engaño y un fraude para la sociedad y para los estudiantes mismos. Desde luego, para los estudiantes que en su carrera buscan algo más que un título. Y hasta para los que nada más que el título quieren, pues descubrirán después que un título que todos tienen y que a ningún saber va aparejado es un título que para nada vale y que en ningún sitio cuenta, salvo que ya se vaya de antemano armado de los correspondientes enchufes e influencias a la hora de hacerlo valer. Poniendo el de Derecho como ejemplo, impresiona saber que, en estos tiempos en que son tantísimos los titulados, quedan vacantes plazas en importantes oposiciones, debido a que no hay suficientes titulados con formación bastante o que durante la carrera se hayan habituado al estudio en la medida necesaria para aguantar luego los años de preparación para la oposición. Es como el que, en el fútbol, tiene en cadetes y juveniles entrenadores que le dicen que tranquilo, que no hace falta entrenar casi nada y que no se mate corriendo o ejercitándose con el balón, y luego quiere pasar al primer equipo o jugar en el Real Madrid o el Barcelona y se encuentra, sorprendido, que le dicen que a dónde va y que qué se cree, que no tiene ni idea de cómo se toca la pelota y que así de gordo ni lo sueñe. De cajón.
                Vamos a hablar de incumplimientos y trucos del profesorado y, como profesor soy, bien sé a lo que me refiero. Más de uno habré usado yo mismo, no digo que no. Si así fuere, eso me deslegitimará como docente, pero no le quitará verdad a lo que digo si en lo cierto estoy sobre lo que digo. Un homicidio no dejará de ser homicidio porque lo describa un homicida y un problema no se resuelve a base de matar al mensajero o de ponerlo verde. Así que por ahí no es, estimado anónimo.
                Hagamos una sencilla lista de elementales derechos del estudiante y repaso de las maneras más fáciles de pasar por encima de ellos.
                1. El estudiante tiene derecho a que se le impartan las horas de clase teórica, práctica o del tipo que sea. ¿Cuáles o cuántas horas? Las que figuren en los planes, las que correspondan, hoy, a los créditos por los que ha pagado. El profesor cobra por eso, por cierto, aunque no cobre solo por eso.
                ¿Truquillos al respecto? Archiconocidos. Que hoy me siento pachucho y no puedo dar la clase, que se me puso malo el crío, que hace demasiado frío en el aula y mientras no nos arreglen la calefacción más vale que no vengamos a acatarrarnos, que tengo un viaje, que debo acudir a una reunión, que necesito unos días para acabar una investigación importantísima que llevo entre manos, que tengo hora con el médico… Vale, alguna de esas razones pueden ser atendibles, no nos pongamos demasiado rígidos. Pero tampoco se nos pueden escapar dos detalles. Uno, que clase perdida es clase que se puede recuperar, y normalmente los estudiantes no van a poner ningún inconveniente para buscar horas y huecos a tal fin. Otro, que habrá o debería haber más profesores que puedan sustituir al que por causa justificada tenga que ausentarse. El vicio reprobable es el de poner pretexto, bueno o malo, para saltarse horas de docencia y luego silbar tangos y hacer como que no pasa nada y así lo dejamos.
                Otras estratagemas son más puñeteras. Menciono dos no tan inhabituales. Póngase que yo tengo una asignatura que dura seis meses según la programación oficial. Acelero mis explicaciones y cuando se cumplen cinco, digo que miren qué bien y cuánta eficacia, que ya terminé el programa y que misión cumplida, me fumo un mes poniendo cara de esmeradísimo profesional. Como si no supiéramos todos que las lecciones y programas son como la tripa de Jorge.
                La otra, que me divierte mucho, sirve para evadirse de una buena proporción de clases prácticas. Consiste en decir, con gesto de gran convicción, que cómo vamos a practicar nada si todavía hemos dado poca teoría y que, en consecuencia, las horas de prácticas las empezaremos cuando llevemos un par de mesecitos de clases teóricas. Parece razonable, pero no lo es en modo alguno. ¿Dónde está escrito que no se pueda enseñar teoría mediante la práctica, igual que se puede dar a la enseñanza teórica una orientación bien práctica?
                2. El estudiante tiene derecho a que sea el profesor el que enseñe, pues para eso está. Para obviar tal compromiso, los profesores actuales tenemos de nuestra parte el fetichismo bobalicón de los nuevos métodos docentes y la didáctica a la violeta. Está bien la filosofía de fondo, de acuerdo en que la buena enseñanza puede y debe ser participativa, con asunción de tareas y responsabilidades por el alumno, no dogmática, fomentadora de que este se ejercite en ciertas destrezas, etc. Pero estamos descubriendo por ese camino un truco chulísimo: que las clases se las den los estudiantes mismos. Y a vivir.
                ¿Variantes? De sobra conocidas. Se coge el temario que en el programa de la asignatura figura y se reparte juego. El tema uno lo preparan Fulano y Mengano y lo exponen ante sus compañeros, el tema dos para Zutano y Perengano, y así todos. Mano de santo, comodísimo, al profesor ya no le hace falta prepararse las lecciones y estar en condiciones de exponerlas durante el tiempo correspondiente. Pero, ya puestos, valdría igual que los estudiantes se organizaran así por su cuenta y de tal forma se repartieran el trabajo. El profesor sobra si no aporta lo que a él le compete.
                También es magnífico el sistema de tertulia. A ver, chicos, en la clase siguiente vamos a debatir sobre la pena de muerte o la tortura, o discutiremos sobre si la caza es moral o inmoral. Mira por donde, tocaba explicar el delito de homicidio o el sistema probatorio o la Ley de Caza, pero esto es más divertido y muy formativo, pues hace a los estudiantes tomar conciencia de problemas de fondo y tal y cual. Bla, bla, bla.
                3. El estudiante tiene derecho a recibir enseñanzas con un estándar mínimo y razonable de calidad. Exactamente igual que tiene derecho el paciente de la sanidad a que sean en lo suyo aptos los médicos que hayan de atenderlo. En un hospital nos echaríamos las manos a la cabeza si nos enteráramos de que para contratar a un otorrino se ha abierto concurso entre titulados en Medicina sin ninguna especialización en otorrinolaringología. En las facultades universitarias a veces vemos que se contrata para impartir una asignatura bien especializada a quien carece de esos conocimientos especiales o especializados.
                Nadie puede transmitir lo que no tiene y ni está en las adecuadas condiciones para dictar un curso de Química Orgánica un simple licenciado en Química ni para explicar Derecho Romano o Derecho Penal un licenciado en Derecho o un abogado que no trabaje en ese campo.
                4. El estudiante tiene derecho a ser calificado por su rendimiento y según unos estándares mínimos de la respectiva asignatura.
                Las arbitrariedades deben desterrarse radicalmente. Hay arbitrariedad, desde luego, cuando no se aplica el mismo rasero y se da privilegio a “enchufados” y recomendados o cuando se ajustan cuentas por ese camino a los molestos o incordiones, a los que el profesor tenga por tales. Pero también es arbitraria la falta de rasero. El profesor que aprueba a todos o casi todos, incluidos los que no han hecho ni el más elemental esfuerzo o no han acreditado el mínimo conocimiento razonablemente exigible, está haciendo profunda injusticia a los más capaces y mejores trabajadores. Y esa injusticia tiene doble efecto, uno inmediato y otro a plazo más largo. Ahora mismo, porque se trata igual a los diferentes en un asunto en el que la diferencia de merecimiento debe ser dirimente. A más largo plazo, porque cuantos más títulos se regalan a todos, menos vale el título de los que por su trabajo en verdad lo merecen. Y ni que decir tiene que los buenos estudiantes de clase social menos pudiente serán los más perjudicados por el regalo indiscriminado de títulos. El estudio deja de ser vía de promoción social, bien legítima, cuando el título no se corresponde con una formación adecuada.
                Y fin, dejémoslo aquí. ¿Quién le pone el cascabel al gato? Pocas esperanzas quedan. Uno, en su ingenuidad, sigue pensando que a lo mejor un día los estudiantes… Pero no sé, no sé. Si los buenos estudiantes, al menos, fueran conscientes de lo que se están jugando…
                Hay buenos estudiantes y buenos profesores, a lo mejor hasta son mayoría. Pero en el ambiente flota algo malsano y que quita estímulo, que desanima, que invita al conformismo y a las burdas complicidades. La ley del silencio y la omertà, la incapacidad del sistema académico para seleccionar con buen criterio, la demagogia, el miedo inconcreto, la impunidad, el todo el mundo es bueno, la tendencia de la autoridad a escurrir el bulto, el corporativismo ramplón, la solidaridad mal entendida, la decadencia de la ética profesional, el temor de que los defectos se comenten o se debatan, la compasión desenfocada, el entramado de perversas dependencias (no se me borra de la cabeza lo que me dijo aquel del que un día denuncié una flagrante y grave ilegalidad: ten en cuenta que siempre he votado a favor de los intereses de tu mujer y mira cómo me lo agradeces...), la burocracia descerebrada, la mezquindad de algunas ambiciones, la insistencia en que los trapos sucios se lavan en casa, aunque la casa sea sucia también y no tenga ni agua corriente... Se puede vivir maravillosamente bien mirando para otro lado, callando, repartiendo palmaditas en la espalda, consintiendo, subiéndose al carro, culpando a las víctimas, a cualquier víctima, reprochando al que se salga de la fila, dándose pote, recogiendo migajas, abonándose a las disculpas. Es una tentación fortísima la de sucumbir a los cantos, y no precisamente de las sirenas. 

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Imposible estar en desacuerdo con ese retrato de nuestras universidades.

Lo complementaría desde otra perspectiva (creo que ambas se retroalimentan): la carrera académica se ha ido convertiendo en una especie de carrera de obstáculos. En parte para bien, pero por lo general me temo que para mal. En cualquier caso, sortearlos e ir sumando puntitos exige mayor dedicación que unos años atrás. Y, claro, tiempo que se invierte en ir a un curso que el servicio de formación permanente de mi universidad organiza sobre e-learning, tiempo que resto de la preparación de la clase de la tarde. Tiempo que dedico a la reunión de coordinación de guías de no se qué, tiempo que no puedo utilizar para corregir los trabajos que no he puesto, etc., etc.

Y puntito a puntito tiro por que me toca. No me distraiga con clases y otros coñazos. Qué más da si todos los quinquenios son pardos.

Un abrazo,

Anónimo dijo...

Soy una chica de primero de Derecho, estoy en sus clases teóricas y prácticas. Estoy completamente de acuerdo con todo lo que argumenta en cuanto a la calidad de la enseñanza y la conformidad de muchos de nosotros con el fin último de facilitarnos el ''pase''. En lo que creo que difiero de usted, es en que a pesar de que unos y otros estudiantes alcancemos en un momento dado el mísmo título con distintas aptitudes y actitudes, las personas que realmente tenemos la vocación y la necesidad de sacar esta carrera adelante, en algún momento de nuestra vida se nos dará la oportunidad de demostrar lo que nos diferencia del resto. Nos prepararemos más si esto no ha sido suficiente, desempeñaremos nuestro trabajo con ese ''toque'' que los demás no han tenido ganas de alcanzar. Al fin y al cabo es lo que diferencia a un buen profesional de otro, y a pesar de que tengamos más impedimentos a la hora de competir en igualdad con los demás, si anteriormente, no nos ha desalentado este supuesto, no lo va a hacer posteriormente.

Anónimo dijo...

La revolución que se aproxima a la enseñanza puede muy bien dejar obsoleto este post en no demasiado tiempo.

Unknown dijo...

Para ser justos, y como me considero estudiante de Derecho no puedo evitar tender a ello ruego me disculpen, si aplicamos el "Nemo dat quod non habet" del Digesto a los profesores, deberíamos aplicar aquello de "venire contra factum proprium non valet" (la doctrina de los actos propios de Ulpiano) a los alumnos; porque pretender aprender algo, manquesea, de Derecho matriculándose en la Facultad de Valencia, pongoporcaso, que ocupa uno de los últimos puestos, allá por el 70 si mal no recuerdo, es propio de suicidas del intelecto curiosón, o masoquistas de salón, que también los hay.
Todo esto no quita para que buenos profesores háyalos a vuelapluma y algo se aprenda y gracias a ellos uno se dé la paliza Boloñesa mientras el cuerpo aguante. Pero para todos debe haber en esto de buscarle el sentido al estudio universitario puesto que todos forman parte de él.
Salvo mejor opinión.

Anónimo dijo...

Me gustaría que la siguiente entrada tratara el problema que es archiconocido en su facultad. Si tiene dudas pregunte y recabe información, no la tendrá muy lejos. De hecho considero que dada la importancia del tema nunca se debiera haber dejado de hablar de ello y si los profesores sois responsables buscareis una solución.

Buena suerte.

Juan Antonio García Amado dijo...

Apreciado anónimo: me constan tantos problemas en mi Facultad y en cualquier otra, que no sé a qué se refiere usted en particular. Indíquemelo usted mismo, mismamente de manera anónima, y si tengo opinión, se la daré. De verdad que no sé a lo que alude y créama que si voy preguntando por ahí cuál es el problema, me dirán de todo y de nada.
Saludos.

Anónimo dijo...

Lo fácil sería decirle cuál es el problema que ha de tratar. Lo vergonzoso es que tengamos que seguir insistiendo en ello. Una sola llamada de atención tendría que haber sido suficiente para cambiar el modo.
Tres pistas le expongo. Karl-Theodor zu Guttenberg dimitió después de ser acusado de plagio. Se ha plasmado en la evaluación del personal docente. Y desde hace 10 meses es conocido por todos y criticado por varios, siendo despreciados quienes lo han manifestado.

Juan Antonio García Amado dijo...

Estimado anónimo:
No sé si se referirá usted al copieteo masivo que, al parecer, hay en muchos de los exámenes de la Facultad en la que enseño. De eso he oído quejarse muy seriamente a unos cuantos estudiantes, y no solo a mí. Ya hubo aquí una entrada sobre eso:
http://garciamado.blogspot.com.es/2012/07/estudiantes-copiones-en-la-universidad.html
De todos modos, si hay que insistir, se insiste, pero en verdad no tengo nueva información. Creo que al menos a algunos profesores les copian porque se dejan. Y que no sería tan difícil usar inhibidores para los móviles. También me parece que los propios estudiantes decentes deberían solicitar una reforma de los reglamentos, para poner sanciones serias.
Pero a lo mejor me equivoco y habla usted de otra cosa.
Me tiene a su disposición, pero créame que no soy nada hábil para los acertijos.

Unknown dijo...

"Qué prefiere usted, conseguir el título a base de aprobados generales, con poquísimo esfuerzo y casi nula formación [...]"

Ahí está el origen de múltiples males en la Universidad (española y no española) ahora bien, tengo la sensación de que es el propio sistema universitario el que lo ha facilitado y, si me apuran, incentivado con la explosión de Universidades, carreras y, como consecuencia, cientos de plazas de acceso que creo nunca debieron haber existido.

Anónimo dijo...

Bajo mi punto de vista si que hay que entrar en el dilema de valorar y criticar una universidad u otra, porque la realidad es que cada universidad es distinta y el poder que se ejerce en ella y las influencias son diferentes en cada una.

En la mía por ejemplo, se ha expedientado varias veces a un docente por su falta de profesionalidad y por reiteradas quejas de los alumnos (inclusive con demandas personales por faltas de respeto y teniendo que realizar exámenes los tribunales) y sin embargo ahí sigue como si nada...

Con esto quiero decir, que es cierto que los estudiantes estamos muy dormidos (me meto en el saco), pero también es evidente y palpable que en muchas ocasiones se intenta conseguir algo mejor y nos damos el batacazo porque los que mandan son los que deciden a quién dejan y a quién no, dependiendo de si es familia de este o de aquel (nada que no se sepa ya).

Tampoco creo que se den muchos casos de profesores que regalan aprobados (que si, los hay) pero tengo más casos en los que los profesores ejercen su poder de supremacía frente al alumno, acrecentándose y estableciendo los criterios de evaluación que les viene en gana, siendo estos muy duros hasta el punto de ser de las asignaturas que más se compensan, por algo será digo yo. Porque no es normal que hayan suspensos del 80 y pico o 90%...no se yo...será que quien falla es el profesor.

El problema viene siendo muy simple, y es que no se puede poner de profesor a alguien que no tiene vocación ni muestra predisposición a tenerla o a gustarle su trabajo. Para eso tendrían que implantarse sistemas de revisión, evaluándose también a los profesores como docentes, pero para que ocurra esto...no se yo si lo veré.

Entiendo su perspectiva como docente y la respeto, y de hecho en parte, la comparto y tiene muchas similitudes con mi forma de ver las cosas, pero desde la perspectiva de estudiante es diferente y sinceramente es la que vivo día a día, por lo menos yo.

Saludos.

07 dijo...

D.García Amado. En primer lugar, gracias por su entrada.

Soy una alumna que está estudiando cuarto de Derecho y puedo decirle que a estas alturas mi resignación es total por algunas razones que esgrime en su entrada.

La ilusión que me inundaba en primero, por aprender más allá de lo que incluso me fuese posible, y la lucha constante llevada a cabo para que los docentes cumpliesen sus obligaciones de enseñarme-porque para eso mi madre tiene que estar pagando mi matrícula cada año-, se han ido desvaneciendo y apagando día , día, mes a mes al comprobar que siempre se premia al más vago, al más "conocido por" y al que menos exige y pasa desapercibido, siendo este "prototipo de alumno" (mayoritario) el que le puede hace pensar a ustedes (no digo que lo piensen y espero que no) que los alumnos en general solo desean el título y lo demás no importa. Es en esta situación en la que ustedes pueden decir ¿para qué hacer distinciones si todos (90%) desean aprobado general?

Por favor ,le suplico que las hagan, pues en otro caso, al NO ser yo, hija de Notario x, abogado y, o juez z, llevaré como carga la suposición de "no sabéis nada", teniendo que demostrar objetivamente en un futuro, que mi título universitario es algo más que el título que consiguieron aquellos que sólo anhelaban sin más, el título (valga la redundancia). Esto implica doble esfuerzo para el que menos recursos tiene, como usted apuntaba.

Por esta razón le pido a todos los docentes que no le atribuyan a la universidad el carácter de instituto en el que " todo vale", el que vale, lo debe valer porque así lo ha demostrado a través de sus conocimientos y ello debe quedar plasmado en su título y en su expediente, por los esfuerzos realizados.(Ojo, comprueben que éstos son reales y no han llegado por una ciencia infusa de carácter tecnológico).

Reciba un cordial saludo.