Me
resulta doloroso y me impresiona bastante ver las reducciones de personal que
están haciendo los periódicos españoles, empezando por los “grandes”. No se
salva ninguno, por lo que se ve. Estos días las noticias de ese calibre son sobre
El País y las dan los otros; hace
poco fue al revés. Cada uno, en sus estertores, se recrea un rato comentando lo
gravísimo que está el vecino.
Me
suena que ya lo conté aquí en su día, pero tal vez no fue así. Cuando cerró la
edición o sección leonesa de El Mundo,
donde yo tenía mi pequeña tribuna cada jueves desde que nació ese suplemento
hasta que pasó a mejor vida, se hizo en un bar una reunión de despedida de los
periodistas y demás colaboradores. Volví a casa con el corazón encogido al oír
que casi todos se iban al paro. Y lo peor es que supongo que en el paro
seguirán.
Dejando
aparte las consideraciones sobre personas, esta crisis de los periódicos me
parece un indicio indudable, uno más, de que vamos hacia un mundo o un país de
peor calaña, más ásperos, más toscos, con menos lugar y lugares para conversar
y debatir. Y, sobre todo, con menos información, con gentes menos informadas y
más eficazmente manipuladas.
Justo
cuando tenía esa pequeña colaboración en El
Mundo de León me di cuenta de que es poquísima la gente que simplemente
hojea algún periódico, y, de esa poca, la mayoría miran prensa deportiva. No es
que esperara yo hacerme famoso por eso en el pueblo o que me sacaran de
procesión, de verdad que no es eso y que mi tontería no llega a tanto. Pero
suponía que los compañeros y conocidos me verían allí, para bien o para mal,
con gusto o con desagrado. Pues no. No había lugar para partidarios o
detractores, ya que la inmensa mayoría no se enteró. Llevaba dos años, quizá,
con la columnilla de cada jueves y me encontraba un colega catedrático: hombre,
he visto que el jueves pasado sacaste un artículo en EL Mundo. Bueno, sí,
-respondo-, cada jueves me publican un articulito. Ah ¿sí? En otros casos,
conversación con grupo supuestamente bien informado y dizque al día y con
culturilla. Viene al caso y les explico que no sé qué cosa que estoy opinando
es lo mismo que ya escribí la semana pasada en el periódico. Caras de sorpresa:
¿Qué tú escribes en el periódico? No dejes de decirme en cuál, me encantará
leerte. No eran conversaciones en la majada, sino en el campus.
Bueno,
fuera ya mis tonterías personales. Ya no se leen periódicos, y punto, ni estos
ni aquellos. Mi padre se moría por un periódico y, allá en la aldea, el periódico encargaba a cualquiera que “bajaba”
a la ciudad. Eran sus momentos de mayor disfrute, pese a que había ido bien
poco a la escuela y leía silabeando en voz baja. Creo que nunca llegó a
aprender a escribir y no pasaba de poder echar su firma, de la que,
curiosamente, estaba orgulloso. Pero se apasionaba con los periódicos, de la
primera página a la última, además de no perderse un telediario. Supe que había
rebasado una frontera final de la vejez cuando, ya en Gijón y muy mayor, dejó de
comprar cada día El Comercio.
Los
periodistas se van a la calle porque los periódicos no se venden. En realidad,
se regalan ya. En cualquier facultad universitaria encuentra uno pilas de
ejemplares gratuitos de los periódicos locales y de los nacionales, imagino que
porque tienen que asegurar una distribución mínima para mantener la publicidad.
La publicidad se va de los diarios porque la gente no mira los periódicos y,
así, no ve la publicidad. Yo tampoco anunciaría algo mío en uno, y con harto
dolor lo digo.
Que
tantos consultemos hoy en día las ediciones digitales de los periódicos –aunque
nada iguala el placer de una mañana de domingo entre diarios de papel- influirá
para que se vendan menos periódicos impresos, pero podría ser negocio si la
gente los consultara mucho, aun en versión gratuita. Supongo que no sucede así,
pues la huida de la publicidad es el indicio. No, en internet a muchísima gente
le gusta más colgar una foto de sus juanetes recién operados o leer que un amigo
suyo se fue a Tánger y vio un señor con un grano gigantesco en la cabeza. No
digo que Facebook y compañía solo sirvan para eso, ni mucho menos afirmo tal,
sino que son legión los que para eso lo emplean, para el “A Giliberto y ochenta
amigos más les ha gustado la foto de tus macarrones con parmesano” y que te
comenten lo de “Se ven deliciosos”, “A ver cuando invitas” o “¿Tú que queso les
pones?”. ¿Qué esa gente antes tampoco leía periódicos? Pues miren, sobre eso
habría que investigar en serio, pero yo creo que sí, que muchos los manejaban.
Mi opinión es que las redes sociales, aun con todo lo bueno que tengan, quitan
un montón de tiempo que de algo habrá que descontar. Y si te dedicas a las
fotos de lasañas o a glosar la última puesta de sol en Facebook (¿alguien ha averiguado ya cuántos millones de
puestas de sol hay colgadas en Facebook?) no tendrás horas para estar al día de
la última ocurrencia de la Merkel o de cómo se lo va a montar Obama.
Está
en el ambiente y sobrecoge pensar los desastres que hemos hecho en estas
décadas posteriores a la Transición. Tuvimos dinero, tuvimos ayudas
internacionales, tuvimos buenas cabezas en el país, tuvimos tiempo de sobra… y
decidimos -decidieron- construir un país cada día más lerdo y abotagado. Luego
decimos que mira la juventud cómo viene y que no leen los jóvenes y que el
botellón y que escriben con faltas. Sí, son nuestros hijos, nuestros herederos,
nuestras víctimas. Primero en eso, en la incultura inducida y la indiferencia
aprendida, y ahora reciben también la ruina económica que les dejamos después
de vivir sin seso y pensar que todo el monte era orégano. La revolución de esta
juventud sin futuro deberían, al menos, hacerla contra nuestro pasado; tendrían
que partirnos la cara.
Está
en el ambiente, digo, y ya no se sabe si los medios de comunicación son las
víctimas o parte de la causa. Un ejemplillo casero. Entre mis hábitos más
gozosos está el de ponerme a cocinar algo por la noche, cuando dejo los libros
y el teclado, entre nueve y pico y diez. Delantal, copita de algo y emisora de
radio con información general y comentario político. Salvo en los días
marchosos en que me pongo salsa, Gilberto Santa Rosa, El Gran Combo y así. Bien,
pues de lunes a viernes ya hay al menos dos días en los que ocho a once o doce
no hay en la radio más que fútbol. Sin escapatoria: fútbol. ¿Solución? Para mí
bárbaro, pues me pongo unos discos de inglés, ya que he vuelto al
perfeccionamiento (je, déjenme que lo diga así) de idiomas con nuevas ansias.
Pero es una catástrofe nacional. Después, los dueños de esos mismos medios
harán unas convenciones para preguntarse por qué la gente ya no lee periódicos
o no escucha noticiarios. Pues, respetados señores, es como si en la puerta de
las iglesias pone usted unos puticlubs gratuitos y, además, con pinchos y tapas
sin pagar, y luego se queja de que el personal no entra en misa. Ya ves. Y si,
para colmo, es el párroco el dueño del garito, para qué contar más.
Tampoco
es tan raro que el público se canse de periódicos y periodistas. El sectarismo
de muchos y la falta de honestidad personal y profesional de tantos hace
sonrojarse hasta al más escarmentado. Pero, como siempre y en todo, pagan
justos por pecadores. Son las mismas lógicas (al menos en este tiempo) las de
lo privado y lo público. Si es la Administración y prescinde de empleados, cae
el que toca, sin mirar si es el mejor y más currante y si no se estarán
librando unas docenas de zánganos de allí mismo. Que nos lo cuenten en las
universidades. Si es la empresa privada, pues irán por antigüedad o por
parentesco, no sé, pero se quedarán en la calle bastantes buenos y resistirán
mantas a la vera de los jefes.
No
cabe engañarse, estos periódicos que uno leía deleitándose y en los que cada
fin de semana aparecían reportajes suculentos e informes completísimos se
acaban. Porque no creo que vayan a ser iguales con cientos y miles de
trabajadores menos. Ahora que tanto gritamos, y no sin razón, contra los
recortes en la enseñanza pública, qué deberíamos decir igualmente sobre lo
recortada que quedará la opinión pública libre sin periodistas decentes, sin
periódicos serios y con todo el mundo nada más que oyendo de futbolistas o
chateando sobre la mejor forma de broncearse las corvas aunque llueva.
Hay una revolución que viene gastándose desde hace años, que pronto alcanzara velocidad de crucero y que va a cambiar todo el mundo vigorosa e inopinadamente.
ResponderEliminarEs un hecho del que no pareces darte cuenta pero en el que sin embargo participas y a la hora de diagnosticar alguna de las "enfermedades" que va provocando el nuevo paradigma vuelves a los viejos pecados del "están locos estos humanos...".
Yo te doy una pista: mira a ver los datos de visitas en el primer post que pusiste en este blog y mira ver el del día anterior.
Y la muerte de El País y La SER supone, además, la definitiva colonización de TODA la prensa en papel. Han obtenido crédito de un nuevo amo (para sobrevivir al Janlismo)... y ahora la voz de su amo es la misma que la del resto de los periódicos en papel.
ResponderEliminarOceanía nunca ha estado en guerra con Eurasia.
Pa lo que va a durar el papel o el "periodismo" de hoy...
ResponderEliminarDe acuerdo con los tres. La prensa en papel lleva años acercándose y acercándose al desbarrancadero. Y a fuerza de acercarse, un día se acaba por caer. Atentos: no es una cuestión de substrato (aunque contribuya) - reside en haberse entregado con armas y bagajes a dinámicas de las que no se sobrevive - la subvención, la publicidad, el estar de buenas con Menganito, el ser conciliadores con Zutanito...
ResponderEliminarSalud,