Tengo
un viejo amigo que me sume de continuo en la perplejidad,
pues no hay semana en que por vía electrónica no invite a dos o tres manifestaciones, a
un par de concentraciones y a tomar algo; me refiero, a tomar simbólicamente
alguna institución, sea el Ayuntamiento, la Diputación o una caja de ahorros.
Será
reprochable mi ignorancia, no lo negaré, pero ni sospechaba que en esta
ciudad hubiera tanta actividad reivindicativa y tan a diario, semejante
abundancia de protestas y calleras demostraciones y tal proliferación de asambleas. Sobre todo, me pregunto a
qué horas vivirá este buen hombre o se tomará unos cafés o hablará con su señora, si es que asiste él a todo esto a lo que a mí y a sus amigos
virtuales nos convoca cada dos por tres.
Ya en
un mar de dudas, me digo también si habrá más manifestaciones y sentadas que
estas a cuya promoción él se suma o si estas serán todas y resultará que él
ni una se pierde o no hay ninguna que vea mal o de cuyos eslóganes discrepe.
Sí, sí,
concedo que yo debería ser más activo y al menos de vez en cuando coger la
pancarta y desfilar por la calle principal protestando un poco, pues hay de
qué. Pero, por mucho que me esfuerce, sé que no me saldrá ese entusiasmo de polea o esa virtud de correa de transmisisón. Creo que es más que
nada porque nunca sé quiénes son los míos o por donde diablos andan, o porque la mitad de los más míos me dan una grima espantosa y los veo demasiado suyos. En eso
creo que claramente me gana mi amigo, él sabe antes que nada quiénes son los
suyos, y a partir de ahí se da cuenta de que a
cualquier cosa que los suyos convoquen debe acudir, pues bien convocado estará
y no va la Iglesia a llevarnos por mal camino. Siempre acabamos en la fe y
siempre lo echamos todo a perder los descreídos y dubitativos. Así nos va, claro.
"Creo que es más que nada porque nunca sé quiénes son los míos o por donde diablos andan, o porque la mitad de los más míos me dan una grima espantosa y los veo demasiado suyos".
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