En este mundo de torbellino pocos repararán
en la existencia del Almanaque Gotha que enumera, recoge y acoge a los
individuos de la realeza y de las grandes casas nobles de Europa. Es probable
que tal publicación no se encuentre entre aquellas de las que se echa mano con
frecuencia. En mi caso, debo confesar que no soy asiduo, consciente, por mi
agarbanzada estirpe, de no merecer la más mínima “entrada” entre tales
próceres.
Pero sé que el tal Almanaque se llama de
Gotha porque en esa ciudad del actual Land alemán de Turingia se editó, desde
finales del siglo XVIII y bajo esa denominación, la lista de los reyes y de los
nobles, de sus primos y de todos sus parientes, imagino que incluidos los
agnados y los cognaticios. Formaba parte Gotha de un delicioso ducado del que
salieron príncipes y más príncipes casaderos y, entre todos, tejieron alianzas
relevantes en la política europea y contribuyeron a renovar la sangre de las
dinastías más fatigadas. La casa reinante belga procede de por allí. Y todo
ello a pesar de que Gotha era al mismo tiempo ciudad preferida de los
socialistas, recuérdese la obra de don Carlos Marx sobre la crítica al programa
(del partido obrero) de Gotha, un libro que yo intenté leer en mi juventud y
que hube de abandonar y sustituir por otro de autoayuda para salir del estado
de tediosa postración en que había caído.
Cuando el Ejército Rojo ocupó la ciudad,
encontraron este asunto del Almanaque poco acorde con el silbido de la honda
revolucionaria y el Almanaque se extinguió. Ha resucitado en el último tercio
del siglo XX, un alivio para quien, en edad casadera, no quiera que le den el
gato de una familia menestral por la liebre de una testa ducal.
Todo esto viene a cuento porque en España, y
a tenor de lo que publican los periódicos, podría hacerse un Gotha diferente,
una especie de Gotha actualizado y de renovado contenido con las denominaciones
de los pillos que pululan por Carpetovenia, por ese abigarrado universo pícaro
que permitiría hoy a don Francisco de Quevedo rellenar páginas y páginas de
nuevas ediciones de sus obras, aquellas do habitan los fulleros, los gariteros,
los encubridores, los rateros, las ponzoñas graduadas, los tósigos, los
manoseadores de faltriqueras, las calaveras confitadas y otras almas muñidoras.
Podríamos empezar trabajando los
aristocráticos sobrenombres de “el Pocero”, “el Albondiguilla”, “el Bigotes”,
“Luis el cabrón”, “el Rafita” ... y trenzar a partir de ellos su árbol
genealógico de hampones distinguidos, con sus ramificaciones paternas y
maternas, con su descendencia legítima y clandestina, más los lugares o
enclaves adonde llegan con sus alargadas manos, las entrañas espesas que
gastan, las conciencias que han abatido, las canalladas que decoran sus días,
las sólidas argollas con que cuentan en las esferas del poder, trampolines para
el desafío victorioso al que nos tienen sometidos.
Y podría completarse con un capítulo donde
aparecerían los “Txapote”, “Txeroki”, “Peputo”, “el Chino” y por ahí. Como
estos son terroristas que han segado vidas, visten capirote y son maestros en
lutos, sería su emblema el de la alimaña en campo de vómitos.
Ya estoy viendo este Gotha castizo y
postmoderno. Todo compostura, todo descompostura.
Una versión española de la A a la Z me temo que daría para más tomos que la Britannica.
ResponderEliminarBuenas tardes:
ResponderEliminarHace un rato, he visto que había, al lado de la parada de metro de Ciudad Universitaria, en Madrid, un autobús de la Cruz Roja para donaciones de sangre. Donen sangre, por favor, sobre todo aquellos que tienen el tipo 0+ y el 0-. Los de Ávila también, por favor.
Gracias, profesor, por su blog.
David.