He leído los resúmenes que los
periódicos traen del escrito con el que la defensa de la Infanta Cristina de
Borbón se opone a su imputación. Aun cuando la defensa de la cuasiinimputable Infanta es doble, pues también la ha asumido el fiscal con entusiasmo digno del quien buscara un marquesado o un viaje con el Bribón, no ha de
ser fácil hacer de abogado de un miembro de la casa real que o es condenado por
felón o es salvado de las garras de la ley a base de quedar como idiota que
firmaba sin saber y creía que los millones caían del cielo como el maná e igual
que cuando con papá. No es precisamente un indocumentado el defensor penal de
la Infanta, Jesús Silva Sánchez, viejo conocido mío y algo amigo, pero tengo la
impresión de que o bien no ha estado muy afortunado o bien el equipo de la
defensa ha decidido asumir ciertos daños colaterales con tal de que la norma penal no le caiga encima a la real señora como si fuera de la familia mía o la mujer de Diego Torres.
No
sé si la Casa Real, el Gobierno, los variados asesores o los propios Duques de
Palma deberían hacer una sosegada reflexión sobre qué estrategia conviene más y
desgasta menos. Esta de sus abogados me parece a tal propósito inconveniente,
aunque pudiera penalmente tener alguna virtud. Digo que resulta inconveniente
porque reclama para personajes como la Infanta privilegios, presentando para
ellos como carga insoportable lo que para el común de los mortales se considera
peso ineludible y lastre razonable. Es discriminación favorable para los privilegiados lo que se
pretende, y temo que eso ni los va a hacer más merecedores de clemencia a ojos
de los jueces ni más simpáticos para la opinión pública. Y no sólo se busca
discriminación positiva, sino que, repito, la Infanta es presentada como una
marujona incapaz y confiada, una tonta del bote que pone su firma donde el marido le
dice y que ni se entera de nada ni sabe hacer la o con un canuto. Con lo que,
al fin, nos preguntamos todos cómo un ser tan inútil e inadvertido puede trabajar para la
Caixa y llevar la sección internacional de su obra social, o algo así. ¿No
deberían buscar para ese cargo empleado más capaz, dado que a ésta cualquiera
se la da con queso?
Dice
el alegato de la defensa que para personajes con esta relevancia pública la
mera imputación funciona como una condena provisional y que por esa razón deben
los jueces andarse con especial cuidado a la hora de valorar los posibles
indicios que hagan sospechar delito. En otras palabras, éstas mías: volvamos
al Antiguo Régimen y al orden estamental, que la nobleza de sangre o la
aristocracia de revista del corazón tenga un estatuto jurídico distinto del del
común de los mortales. Porque para ellos, pobrecilllos, la fama es carga que
debemos aliviar base de compasión procesal y de mirar para otro lado si meten
la mano en el saco y se llevan nuestros cuartos. Eso, al fin, si se los
llevaron o no, si se trata de choricetes sin escrúpulo o de inmaculados
inocentes es lo que en el juicio toca dirimir, para lo cual se requiere la
previa imputación si se cuenta con indicios razonables de delito. Pero como,
según los defensores de la borbona ingenua, si corre sangre azul por tus
venas el mero imputar ya es penosísima condena, el privilegio se hace doble y
el descaro se consuma en impunidad: no podrá haber condena judicial porque ya
se condenó al imputar, y para la evitación de la informal condena al imputar
debemos abstenernos de dicha imputación. De modo que ni condena formal al
acabar el juicio ni condena popular antes de empezarlo, que hagan lo que
quieran y que ni como imputados ni como condenados tengan de sufrir afrenta. Un
chollo cojonudo que hasta a los indiferentes nos torna de inmediato en fervientes republicanos.
Por eso decía que con defensas así no sé si no valdría más asumir errores y
latrocinios y pedir perdón y una prórroga de paciencia.
Pareciera
que la fama es desgracia y no fuente de privilegio. ¿O acaso a la tal Cristina
la habría contratado la Caixa y a su marido Telefónica si fueran hijos míos en
lugar de ser hija y yerno de quiénes son? A las duras y a las maduras. Si la
condición real y el peso de la opinión pública abruman, pasen a la
clandestinidad o a la privada vida de los más privados y conseguirán dos loables objetivos: no sólo no serán como
condenas sus simples imputaciones penales, sino que no habrá nada de qué
imputarles, ahí sí, ya que como particulares llanos y pueblo de a pie ningún corrupto
presidente de Comunidad Autónoma y ningún alcalde retozón les regalará euros
por cientos de miles para que hagan sus obras sociales en paraíso fiscal.
Muertos el perro, la perra y los hijos de tal, se acabó la rabia y retornamos a
la feliz e ilustrada igualdad ante la ley. No tendrán tentación distinta de la
de cualquiera y para delinquir habrán de esforzarse como todo el mundo, a base
de pistola y pasamontañas y no con tarjeta de visita y papá al aparato.
No
son príncipes, infantes y demás relea real los que mayor problema tienen cuando
en los medios aparecen como sospechosos e imputados, ni mucho menos. Que
pregunten a aquellos detenidos o investigados por ciertos delitos relacionados
con menores y con sexo y verán lo que es el juicio popular anticipado. Que yo
sepa, para Urdangarín y Cristina nadie anda pidiendo pena de muerte sin juicio
o castración súbita para evitar la propagación de sus eventuales genes de
amigos de lo ajeno, cosa que sí solicita la chusma en cuanto a uno lo señalan
por hacer fotos a algún niño desnudo o por abusar asquerosamente de una señora.
Claro que hay problemas procesales y sociales ligados y muy serios, y por
supuesto que a mucho inocente le echan a perder la vida con una sola noticia de
periódico o con una acusación infundada o una imputación errónea. Pero a esos
nadie los contrata en Qatar ni les paga papá la defensa a medias entre un padre
de la Constitución y un extraordinario penalista del que no nos constaba su fe
monárquica ni cercanía ninguna a lo más innoble de la nobleza.
Profesor, estoy totalmente de acuerdo con su análisis y, en el mejor de los casos, la infanta sería culpable como mínimo de falta grave. Me parece sin embargo que hubo dolo…
ResponderEliminarDado que es improbable haya mucho monárquico entusiasta entre los lectores de este blog (yo no lo soy), permítame hacer de abogado del diablo. No he leído los 32 folios del escrito de la defensa pero si yo fuera el abogado alegaría que de la misma manera que la infanta tiene que renunciar a su intimidad por completo en espacios públicos y en parte en espacios privados y permitir que cualquier imagen o declaración suya sea utilizada incluso con fines comerciales, esa obligación, que no es exigible a un ciudadano normal, debe conllevar como contrapartida un mayor nivel de exigencia a la hora de valorar su imputación, por las consecuencias negativas que tendría para ella y no para un ciudadano normal.
Están alentado la (futura) burbuja del mercado de las guillotinas.
ResponderEliminarProfesor García Amado,
ResponderEliminarDisculpe que no comente el post. Me dirijo a usted para preguntarle si su artículo "El iusmoralismo de Carlos Santiago Nino. Una crítica" está publicado en alguna revista o libro. Si es así, le agradecería mucho que me indicara la referencia.
Gracias y un saludo cordial
No, no está publicado en ningún lado más que aquí. Es un borrador de lo que más tarde será un artículo en condiciones, espero.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias por su respuesta. Trataré de enterarme del lugar y la fecha de publicación. No sé si es pedir demasiado, pero me interesa mucho su opinión sobre la postura de Ferrajoli sobre la no conexión necesaria entre el Derecho y "la moral" (sea cual fuere el significado de esta expresión), una postura que pone literalmente de los nervios a los iusmoralistas (o no positivistas, o neoconstitucionalistas, o inclusivistas, etc.) y a los teorizantes ponderatistas del así llamado paradigma teórico del "Derecho como argumentación" (sea, de nuevo, lo que fuere lo que signifique esta expresión).
ResponderEliminarHe leído su trabajo sobre Alexy (2009), que me pareció muy bueno (en realidad, demoledor), y el texto publicado en Trotta (2007) "Derechos y pretextos. Elementos de crítica del neoconstitucionalismo", en el que usted dialoga con Luis Prieto. Me parece que, en el punto específico de las relaciones entre el Derecho y "la moral", su postura se acerca bastante a la de Ferrajoli. Ya le digo que no sé si le estoy pidiendo demasiado, así que disculpe si le estoy fastidiando la mañana del sábado.
Buscaré el artículo sobre Nino
Gracias, un saludo