23 junio, 2013

De nuevo sobre la gestión del propio tiempo y de las maneras de estar ocupadísimo perdiéndolo



                Retorno a este tema que me mantiene en constante perplejidad. Al fin y al cabo, el blog de uno también ha de valer como sede para el desahogo ante los amigos y lugar en que se lanza a los mares cibernéticos la  botella en la que el náufrago busca alguna lejana comprensión que lo rescate. Digamos antes que nada, y por si acaso, que cada uno es cada uno y suyas de cada cual son las circunstancias, por lo que no pretendo que mi situación y mis experiencias sean extrapolables a otros, ni para bien ni para mal. Aunque quizá más de uno halle analogías y puede que a la postre entre varios podamos consolarnos o darnos eficaz receta para curarnos algún desatino.

                Esta mañana, que en León es festiva, he comenzado por hacer cuentas de cuántas labores, compromisos o encargos tengo pendientes. Ahora no me refiero a esos trabajos sesudos que me haya comprometido a entregar anteayer o el mes pasado en no sé qué revista o para el coordinador del enésimo libro colectivo sobre galgos y podencos iusfilosóficos. Eso ya ni lo cuento, si bien he de presumir de que últimamente he aprendido a dar algún no y, más que nada, los trabajos de los que soy ahora mismo deudor me los debo a mi mismo o son de proyectos que yo manejo. Porque esa es otra y bien interesante, la manía que le ha dado a todo zurrigurri de editar un libro colectivo sobre pormenores del sexo angélico. Ya lo he contado aquí en alguna ocasión, pero me repito un poco, permítaseme.

                Te llega un correo electrónico de remitente personalmente desconocido pero que te cuenta que es de un exótico país y que está haciendo la tesis en universidad de tronío con director de lujo. Excelente. Que va a publicar un libro sobre tal o cual tema tan crucial para el destino de la humanidad como la teoría de los principios constitucionales o los derechos de primogenitura animal y que de sobra sabe que tú eres de lo más mejor del mundo sobre dichas materias, por lo que te invita a colaborar, junto con Dworkin y Ferrajoli y Schauer, que ya le han dado el sí. Primero te quedas halagadísimo, luego te acuerdas de aquellas otras veces y te viene el mosqueo. Así que le comentas a tu interlocutor que qué bien, pero que vaya lío lo de Dworkin, pues se murió hace unos meses. A vuelta de click te contesta que sí, que es una gran desgracia y que comprende que tú estarás bajo de moral y cariacontecido porque bien le consta por tus escritos cuánto admirabas a Dworkin. Esto ya termina de ponerte los pelos de punta sobre las intenciones del corresponsal, pues tildarte a ti de admirador de Dworkin es como decirle a un tuerto que qué bonitos ojos tiene, maniobra sucia del que no sabe con quién habla pero desea llevárselo al catre igualmente y sin más datos. Y tu alarma engorda cuando te añade el bribón que ya solucionó lo del deceso de Dworkin y que ha contactado con una sobrina suya que ha aceptado escribir una necrológica y que será ese texto funerario el que encabezará vuestro libro común sobre “La justicia proteica en el contexto de la globalización”.

                Bueno, pues decía que a esos ya he aprendido a esquivarlos, aunque al principio piqué con unos cuantos y acabé yo pagando la cama y las cremitas, igual que ya me libro también con bastante soltura de los que para alguna revista te piden o te aceptan colaboración, pero a cambio de que el texto lo pongas en un tipo de letra que sólo existe en la versión 16.0 de un programa neozelandés de procesamiento de texto, y que las notas vayan en cursiva julandrona y en la bibliografía cites cada obra poniéndole una greca y un asterisco del tipo de los que se consiguen bajando un programa de ingeniería aeroespacial. A esos les digo para mis adentros que se metan la arial con tirabuzón en salva sea la parte y a ellos les escribo que caray qué pena, ya que se murió mi abuelita el mes pasado y no voy a poder terminar el artículo que me iba quedando tan mono así con esas rayitas al bies que luego el lector anónimo iba a decir que estaban bien pero que las pusiera en lucinda bizca punto uno.

                Es simpatiquísimo, porque tú escribes una colaboración para mayor gloria del fulano que edita el libro de marras o envías un artículo a una revista con la que una editorial gana pasta y un director aumenta currículum, y tal parece que el favor al publicar te lo hacen ellos a ti. Tengo entendido que los de ciencias duras hasta pagan porque les saquen cosas en garitos revisteriles americanos, todo lo cual viene a ser, si tu trabajo es realmente bueno, como si fuera la modelo famosa la que pagara a ese presidente de club de fútbol que la lleva de cena y cócteles. El mundo al revés. Porque, repito, si el trabajo tuyo es malo, lo que han de decirte es que fatal y que no y que no vuelvas a aparecer por esa imprenta, no que tal vez pero que le cambies el tamaño a las notas a pie de página y que por qué no citas a López, que es un concejal de Burguete del Cepillo amigo del editor o del par de pares anónimos. Y si tu aportación es buena, lo que procede es agradecértela y, si acaso, invitarte a unos vinos por darle vidilla y calidad a la publicación, en lugar de insistirte en que pase por esta vez, pero el título no llevaba la letra en penix siete, como figura en las instrucciones para publicar.           

                Pero yo iba a hablar de otra cosa. Decía que esta mañana me puse a calcular cuántos compromisos tenía para cosas tales como corregir trabajos pendientes de diversos cursos y eventos, leer escritos enviados por amigos, colegas o discípulos, todos los cuales y muy legítimamente esperan cometarios, responder a correos electrónicos de personas que me honran al pedirme consejos o indicaciones sobre aspectos diversos del estudio del Derecho y su teoría, rellenar papeles diversos de la burocracia de mi universidad y de mi país y del mundo en general (te pide copia compulsada y escaneada de tu DNI una universidad de no sé dónde que has de visitar el año que viene, te mandan impreso de tal institución para que lo rellenes con tus datos y de la misma forma que ya hiciste el año pasado y el anterior y el otro, te recuerda un ministerio o consejería que ya se te está acabando el plazo para enviar la memoria de aquel proyecto que hiciste o aquel seminario que organizaste, etc., etc.). Bueno, no sigo con la enumeración, pero ya se hace una idea el lector experto. Tirado a la baja, he visto que hacer todo eso que tengo pendiente me supondría ahora mismo un mínimo de seis días, a diez horas por día; o sea, sesenta horas.

                No pasa nada, lo sé. Pero, por ejemplo, hay colegas de por el mundo que se mosquean un montón si a los cinco minutos de mandarme un trabajo suyo no les respondo en tres folios apretados que muy bien y que me gustaría leerles otra doscientas paginitas mañana. Igual que hay otros que, a los tres días de cumplir tú el plazo perentoriamente indicado por ellos para que les mandaras no sé qué escrito o papelucho, te dicen que era broma y que en realidad el plazo de verdad vence dentro de ocho meses, pues hasta ahora el único pendejo que se había creído la fecha marcada eras tú, so tontín.

                Pero todo esto tiene algo muy bueno o que según para quien puede suponer ventaja. Si yo me tomo al pie de la letra cada insinuación o requerimiento y si hago lo que se supone que unos y otros me solicitan, cada cual a su manera, tengo las disculpa perfecta para no volver a trabajar en serio en mi mísera vida. Porque, vean, esas sesenta horas impepinables de limpieza de mi buzón electrónico las adeudo ahora, pero dentro de una semana ya estaré necesitando cuarenta horas más para contestar a las contestaciones o para aportar la radiografía de mi juanete a la memoria aquella que envié incompleta, ya que se requería prueba ósea de mi autoría, según las condiciones de la convocatoria que yo había olvidado.

                Laboriosidad real o grosería patente, ese es el dilema. Tengo algún amigo que cuando se encierra para rematar un trabajo -y lo hace a menudo- puede pasarse hasta una semana sin abrir el correo electrónico o pone en él un mensaje automático de esos de no interrumpa con melonadas, que estoy trabajando y no tengo tiempo que perder. Admirable.

                Que no se me moleste ningún amigo o colega querido y que me sigan escribiendo como quieran, pues siempre me encantará tener noticias suyas y me distraeré un poco mirando lo que cuentan. Pero que tengan comprensión y paciencia, porque es posible que esa semana me haya echado al monte y no dé respuesta, bien porque ande con un ataque de laboriosidad, bien porque esté hablando con alguien delante de un vaso de vino, por ver cómo era eso y si todavía tiene sentido.  

1 comentario:

  1. Estimado Juan Antonio,

    Como atolondrado gestor de mi propio tiempo, comprendo su desazón. Con todo, tengo una duda. Con tantos compromisos "secundarios" y esas relaciones superfetatorias: ¿cómo saca usted tiempo para (entre otras cosas) estar al día en lo suyo, escribir sobre lo suyo, leer un novelón así sea de tanto en tanto y escribir en su blog con la regularidad acostumbrada, alternar con familia y amigos, hacer algo de deporte (o pasear o darse un "garbeo"), cumlir medianamente con la parienta, organizar la casa o entregarse, al menos unos minutillos, al "dolce far niente"? ¿Insomnio? ¿Anfetanimas? ¿Es usted el Übermensch?

    Quedo a la espera de su respuesta, sinceramente admirado y secretamente envidioso por el rendimiento de su tiempo.

    ¡Máquina!

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