Cuando
me llegue el día de jubilarme formalmente, fecha por sí lejana y que no
adelantaré ni aunque se vuelva a poder, me iré con algo de tristeza. No sé si
tristeza es la palabra, pero no me refiero, desde luego, a sensaciones de
nostalgia por los buenos años pasados o de añoranza de gentes y momentos. De
eso poco. En los treinta años que llevo de oficio, he sido y soy feliz y
privilegiado y en la universidad he conocido maravillosos colegas y amigos y un
buen puñado de estudiantes que han merecido mucho la pena. Pero la mayor parte
de los personajes vistos y con los que me he rozado son o bazofia moral o de
una vulgaridad personal e intelectual que pasma. Así que no es de esa índole la
tristeza aludida, no. Puede que perplejidad fuera términos que describiera
mejor la sensación, pero uso demasiado esa palabra. Tal vez incomprensión
pudiera valer, incomprensión de los entresijos y razones de fondo de un mundo
que superficialmente me es tan familiar. En fin, tristeza, perplejidad,
incomprensión, que sea lo que quiera con tal de que acierte a explicarlo. A
ello voy.
Es
muy extraño ir dándose cuenta de que en tu lugar no importas a nadie, que menos
que tú todavía importan los que son mejores que tú, y que, sin embargo, pululan
dichosas y en plenitud las sabandijas. Comparemos y busquemos analogías, según
es uso en este blog.
Un
grupo de personas crean un club de tiro al plato, con el propósito de poder
competir en los mejores torneos de ese deporte y de ganar competiciones y
trofeos en España y fuera, quién sabe si hasta tener un día un campeó olímpico.
Las autoridades locales se implican y ponen dinero, mucho dinero. Los directivo
del club se eligen de entre los socios y los candidatos prometen siempre que
lograrán para los tiradores afiliados, y por extensión para esas tierras,
éxitos mayores y premios cada vez más importantes. Ése es el marco en el que transcurrirá
nuestra historia.
Usted
desde pequeño, o poco menos, tuvo afición al tiro y se quedaba boquiabierto
leyendo sobre o viendo fotos o filmaciones de los viejos tiradores, y ya de
jovencillo se sabía mil y un historias sobre memorables torneos y figuras
señeras de la esa disciplina deportiva. Cuando tuvo edad, comenzó a hacer sus
pinitos y le dijeron que sí podría ser usted un buen tirador. Así que, de un
modo que al principio casi le parecía natural, fue pasando pruebas de ingreso
en el club y de acceso a las competiciones. Todo marchaba a pedir de boca. Incluso
el club o alguna institución pública le financiaron unas cuantas estancias
juveniles en centros internacionales de alto rendimiento o de entrenamiento
especial. Poco a poco, sin embargo, la extrañeza se apoderaba de usted, sepamos
por qué.
Hay
que contarlo desordenadamente, pues son anécdotas y sucedidos que no tienen una
trama ordenada ni una secuencia muy lógica. Diríase que existe un componente
onírico y surreal, pero cuando mencionaré ahora son experiencias bien ciertas y
que usted ha ido viendo y viviendo. Primero le extrañaron las pruebas para ir
subiendo de categoría tanto dentro del club como en la Federación
correspondiente. No sabe por qué, pero se había hecho la idea, al principio, de
que tendría que disparar a un montón de platos los días de autos y conseguir
unas marcas muy notables, mejores en cada oportunidad. Pero no. En cada ocasión
señalada aparecían unos señores y, si acaso, alguna señora, y le pedían que
desarmase y armase una escopeta, que los ilustrara sobre marcas y tipos de
munición y que les contara algún chascarrillo sobre tiradores famosos o
antecedentes de este deporte, amén de similitudes y diferencias con otros de
tiro, como el tiro con arco y el tiro al pichón. Con el tiempo acabó usted
oyendo que, con tales métodos de examen y admisión, más de una vez se había
colado algún tirador que no sabía ni apuntar a un blanco de diez metros, y
hasta uno que era medio cegato pero que entró por parentesco y cuota. Cuéntase
que había uno que fingía disparar, mientras en verdad lo hacía y abatía los
platos un “negro” que tenía escondido entre los matorrales, pero vaya usted a
saber y seguro que es todo falso y que los”negros” eran dos.
Lo
que son las cosas. Años después, y ya bien curtido usted en el club y la
competición, descubrió detalles tales como la abundancia entre los tiradores al
plato federados y distinguidos de hijos de campeones de tiro con arco, en la
misma proporción que había y hay un alto número de tiradores reconocidos de
tiro con arco que son hijos o sobrinos de campeones locales del tiro al plato.
Que se practica entre clubes y federaciones el intercambio de vástagos, vaya,
lo cual no es delito, al menos dicho así y dado que la prueba más jodida es la
prueba del dolo. Mas no le arrebatemos al azar su mérito ni a la Inocencia su
presunción y prosigamos con las experiencias tan raras, diríase casi que
paranormales.
En
el club se cobra, y no se cobra mal del todo, aunque todo depende de las
comparaciones y el agraviado suele ser muy de compararse y de no verse la viga intraocular.
Pagan por el oficio ese de tirador al plato, oficio vocacional y sacrificado.
Vocacional porque hay cosas menos pesadas y agotadoras que alguien puede y debe
hacer si no siente esa llamada insondable, y sacrificado debido a que nadie
puede competir ni dar pie con bola escopeta en ristre si no entrena con esmero,
échele usted horas y más horas y esfuerzo tras esfuerzo. Vale, pues va usted
comprobando, poco a poco, que hay en el mismo club e idéntica profesión
compañeros y compañeras que no tiran un carajo, aunque cobran cual si como
dioses dispararan. Quiero decir que no acuden a entrenar y que hasta de las
competiciones se escaquean siempre que pueden, hoy poniendo un dolor de muelas
como disculpa, mañana trayéndose una baja psiquiátrica y a la tercera hablando con el capitán del
equipo para que los exonere porque un hijo se examina ese día de flauta,
casualmente. Irán perdiendo afición, pensaba usted, trabajo tan duro como este
desgasta y cansa, agota a ratos. Ya, pero cuando habla con muchos de esos
evasores, se topa con que no sólo incumplen alevosamente, sino que proclaman a
los cuatro vientos su odio al club y al tiro, y más ante entregados
profesionales como usted. Que si aquí no se nos paga bien, que si no se nos
respeta bastante, que si están adulteradas las competiciones, que si quién es
nadie para decirme a mí -aquí ya se exaltan y casi gritan- que rompa un plato o
que yo no acudo ya jamás a los entrenamientos porque estoy hasta la coronilla
de ver tanto mangante escopeta en mano, y ¿sabes qué? –ya se excitaron del
todo-, los que más medallas ganan son los peores, pues es indicio de que no
tienen otra vida ni saben hacer cosa que no sea la del oficio.
Caramba,
ahí sale siempre usted un poco herido, ya que: a) esos colegas suyos que como
usted o poco menos ganan, que tan a disgusto se encuentran y que al trabajo no
acuden sino para aparentar o pegar unos tiros al aire, no le están diciendo que
dimiten o se cambian de empresa o renuncian a la nómina, no; lo que mantienen
es que los que cobran igual que ellos pero cumplen bien o lo intentan son unos
memos y unos corruptos que encima presumen de sus
éxitos; b) ellos casi siempre llaman tener “otra vida” o saber y ser capaz de
hacer “otras cosas” a pasarse las jornadas limpiando mierda de bebé o haciendo
las camas o buscando telas para unas nuevas cortinas del salón o dándole la
turra al profesor de kárate del niño porque el niño últimamente cuando vuelve a
casa llora porque en el gimnasio se ríen de su pitirrín y como eso siga así va
ese pedazo de padre o madre a poner una denuncia y no sabe usted con quién está
hablando, que yo soy tirador al plato.
Es
curiosísimo este último punto, el b) pues usted ha visto tiradores de su club y
de otros que son unos deportistas de élite y que, al tiempo y por ejemplo, se
han hecho los viajes más tentadores o se han montado las juergas más
divertidas, pero de estos que dicen que los buenos no tienen vida y que ellos
no trabajan porque sí la tienen, no conoce uno solo que haya pasado de emocionarse
cuando el cuarto hijo o de irse una Semana Santa a Dublín, y encima llovió,
como era de esperar.
Resulta
muy entrañable ese momento que casi siempre llega, cuando de esos críticos con
el club y el tiro se trata, los que sostienen que no cabe trabajo peor ni lugar
más cutre. Hacía años que usted no veía a su colega tirador Fulano, pues
primero se montó una baja de diez meses porque le dolía mucho aquí atrás,
tócame ese bulto, ahí, ahí, sí, tú no lo notarás, pero yo siento como una
descarga cada vez, luego se inscribió para un intercambio con tiradores checos
que casualmente se hacía durante un mes en Marbella y con charlas, no con
cartuchos, más tarde juntó la baja por la muerte de su padre con el permiso por
la lactancia de su quinto hijo, y, por fin, los últimos cinco años los pasó de
liberado sindical y porque no nos pagan una mierda con todo lo que trabajamos
aquí. Total, que casi no lo reconocía usted con esa barriguilla y las nuevas
gafas de pasta, pero tras los saludos de rigor le presenta a Paquín y le pide
ayuda para colocarlo en el club como tirador junior y luego ya irá ascendiendo
por sus propios méritos, pues aunque es miope de ocho dioptrías, tiene mucha
intuición para los platos y cuando sea tirador oficial a lo mejor hasta se
opera. Paquín es su hijo de él, of course.
Tú, todavía con resquemores por alguna de aquellas conversaciones de antaño, le
preguntas, cuco, que si cambió de idea y ya le parecen una profesión digna y un
club aceptable, a lo que, sin correrse un ápice, te contesta que no, que la
misma porquería de siempre pero que es para mientras Paquín asciende en el
partido y hasta que se haga concejal o algo y no sé si sabes que sale con
Emérita, la hija del que fue ministro y es cuñado del presidente del club. Por cierto,
hace nada hablábamos de ti y decía el padre de Emerita que si no estarías
interesado en dirigir un área de percutores y gatillos que vamos (sí, en estos
casos esta gente usa la primera del plural) a crear aquí y que es todo un
trampolín y yo porque no quiero dejar ahora a mi Encarna con toda la faena de
la reforma del salón, pero si no me pedía yo mismo ese chollo y ya sabes que
donde pongo el ojo pongo la bala, jejeje, cómo me alegro de verte y qué te
parece mi Paquín que el día menos pensado se nos casa.
La
puta que los parió.
Y
luego está lo de los directivos del club. Cambian los estatutos cada año para
aumentar el tamaño de la letra con la que se escribe que el club busca la
excelencia en la competición y la eficacia en los resultados y tal y cual y
esto y lo otro. Se ponen como motos magreando a la Excelencia y jurándole amor
a la Sostenibilidad. Pero perdonémosles los excesos retóricos y los oníricos
desarreglos y vayamos a su gobernanza. Esta, la tal Gobernanza, los tiene
igualmente encandilados. Usted pensaba, en aquellos juveniles años suyos, que
si el club está para justificarse con los triunfos, en cuanto usted empezara a
ganar trofeos el Presidente de la entidad y su equipo entero se desharían en
felicitaciones. Pues no. Hubo uno, incluso, que en una asamblea de socios
afirmó que eso de las copas y las medallas estaba todo amañado y que si él no
había ganado ni una en su prostituta vida era porque no se prestaba a tales
enjuagues. Es muy parecido a lo que afirmaba sobre los tramos de investigación un
rector que hubo en mi universidad y que no tenía más que uno, si acaso, al
tiempo que insistía en que el profesorado estaba para dar clases y que lo de la
investigación era para el tiempo libre y el que quisiera. Pero no andábamos
hablando de la universidad, ya sabe usted que no. Así que no entremos en cómo
puede ser rector de una universidad un zascandil que ni ha investigado un
pimiento ni sabe hacer la o con un canuto, y menos aún en el enigma de cómo
será que para el cargo lo votaron los mismos a los que ese indocumentado tenía que
gobernar. A la postre, alguien vendrá que bueno te hará y, como decía don
Carlos, lo que empieza como tragedia termina como farsa.
Dos
experiencias de hace poco en su club lo tienen a usted conmovido. Una, cuando
alguien de su mismo grupo ganó el campeonato de España de tiro al plato. ¡El
campeonato de España, oiga! Se le comunicó al Presidente de la institución y su
reacción fue el silencio, un silente disimulo con un y a mí qué resonando entre
lo no dicho. Sin embargo, al mismo cantamañanas lo vieron ayer inaugurando un
certamen sobre la decoración mozárabe de los plato de tiro. Es verdad, se ha
perdido el Norte. Y bastantes cosas más, todas muy cardinales.
Y
ya el acabóse es cuando se jubila por enfermedad o edad alguno de los tiradores
titulares y que habían traído unos cuantos trofeos a lo largo de su carrera.
Usted piensa que buscarán otros. Y los buscan, ciertamente, pero entre la
asociación de mancos o en la ONCE. Caray, pero si no van a poder ni sujetar la
escopeta ni sabrán a dónde disparan. Da igual. Es que hay que ahorrar,
sabeuzté, y, ya puestos, los platos los vamos a sacar de plástico y en vez de
disparar con munición los enfocaremos con un puntero láser. ¿Y esa nueva
modalidad cómo se va a llamar? Pues cómo va a ser, hombre, tiro al plato, como
toda la vida. Precisamente hemos reformado ayer los Estatutos del Club para
insistir en que nos mueve la Excelencia y que nos justifican los rendimientos y
nuestra altísima responsabilidad social. Sí, ese clon-clón son sus partes íntimas,
que se le acaban de caer sobre el entarimado.
Bah,
me he despistado. Yo iba a inventar alguna analogía para luego hablar de la universidad,
pero ya no recuerdo cuál era la idea en lo que a la Universidad se refiere. Creo
que tenía algo que ver con que es un sitio muy raro que a todos nos parece muy
normal, y que cuando un sitio tan raro parece normal a todos es porque ya todos
somos anormales. Pero no estoy nada seguro de que la comparanza con lo del club
deportivo sirva aquí de algo, pues no le veo tan notable el parecido. Nuestras
universidades son infinitamente peores y la proporción de sinvergonzones no
tiene parangón en ningún otro club de nada, en cualquier otro tipo de clubes,
diurnos o nocturnos, céntricos o de extrarradio.
Lo
dejo y otro día procuraré explicarme algo mejor. Voy a apuntarme a un curso que
en mi universidad se imparte para dejar de fumar y a otro sobre cómo cocinar
saludable y para ir bien de lo intestinal. Lo que te digo, las funciones
sociales de la institución.
Igual todo es una cuestión de tiempo, o de cómo la filosofía, que no es otra cosa que el hombre frente al tiempo. Demasiado tiempo persiguiendo un final hace que olvidemos el principio. No hay pasión (animal o vecinal) que resista siquiera un lustro, salvo que se consiga aplicando Alzheimer tres veces al día antes de las comidas.
ResponderEliminarSoy de los que piensan, que cada 15 o 20 años, el barco debe virar, el horizonte debe cambiar porque sino corremos el peligro de ser los más sabios en la mayor de las idioteces o, peor aún, creernos alguna verdad en la soledad de la cumbre a fuerza de andar sacándole punta a nuestro pequeño lápiz diez veces al día.
Claro que uno empieza todo siempre con la voluntariosa intención de la vocación temprana pero cuando ésta pasa y llega el tedio, mejor cambiar. Los lunares nos parecerán melanomas y los otrora arrullos de placer ronquidos hipohuracanados serán, pues que serán los demás, el sistema, este gobierno o la infusión; más bien seremos nosotros que estamos cambiando, que siempre cambiamos pero que nos empeñamos en vernos igual. Tememos perder al niño curioso que nunca dejamos de ser.
Ese niño que no quiere perder lo ganado, lo conquistado, la clave de nuestro éxito, nuestra victoria; pero "nadie ha ganado nada jamás y la victoria es solo una ilusión de filósofos e idiotas" y lleva razón Faulkner. Dónde está el premio si ya has perdido, si siempre pierdes, si la agonía del naufragio constante orillea tu condición de jugador...
Toda novela es la historia de un viaje, todos somos Ulises volviendo a Ítaca en la novela de nuestra vida, pero somos jugadores y solo tenemos una vida para apostar sabiendo que, con total seguridad, ya hemos perdido.
Ésto del Derecho está bien, queda relumbrón y aguanta las cenas de Navidad pero, sinceramente, no da para tanto.
Salvo mejor opinión.
Buenísimo, aunque yo lo hubiera comparado con un club de pesca :)
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ResponderEliminarLe chemin vers toute grandeur passe par le silence.