Las víctimas del terrorismo nacionalista
ostentan una condición peculiar que no concurre en ninguna otra clase
de víctimas de cualquier otra violencia. Ello se debe a que a su
circunstancia personal de haber sufrido un daño ilegítimo (en lo que
coinciden con cualquier otro perjudicado por un delito) añaden la de que
esa violencia no se dirigía personalmente contra ellas en cuanto
concretos seres humanos, sino que se dirigía contra la sociedad
política. No por su voluntad (nunca quisieron ser víctimas de nada),
sino por el designio de sus victimarios que usaron su sufrimiento como
un medio para doblegar el Estado de derecho, se convirtieron en víctimas
No debe reducirse su voz a lo emocional cuando son referentes
simbólicos públicas, en el más noble sentido de este adjetivo.
Ser víctima pública no es fácil,
precisamente por ese doble rostro que presentan. Son personas, y como
tales sujetas a todas las pasiones que sufrir un daño injusto
desencadena en el ser humano, sobre todas la de desquitarse y devolver
mal por mal, que es la más natural y obvia de todas. Pero son personas
cargadas, sin quererlo, con un potente fardo semántico: son símbolos
vivientes de ese Estado de derecho que se ha querido destruir o torcer a
través de ellas. Eso es lo que les da su fuerza y su presencia
públicas.
El riesgo que corren las víctimas
públicas, las víctimas del terrorismo nacionalista vasco entre nosotros,
es el peligro de disociar esas dos caras que implacablemente les han
esculpido. Más en concreto, es el riesgo de la privatización, es decir,
el de reducir su voz al aspecto humano violado y sufriente, que es el
más potente y expresivo en una sociedad emocional como la nuestra, con
olvido de sus responsabilidades simbólicas que, no por abstractas y
frías, son menos importantes. Lo son más. Las víctimas no pueden
apartarse un milímetro de los dictados y exigencias del Estado de
derecho sin perder en ese mismo momento esa su condición. En ese
sentido, las víctimas públicas son patrimonio del Estado de derecho y no
al revés.
Ahora bien, ese riesgo de privatización
no apunta solo por el actuar de las víctimas del terrorismo. Al
contrario, es sobre todo la propia sociedad vasca la que está marcando
ya un deliberado camino de privatización de las víctimas y, con ellas,
de reprivatización del propio terrorismo. Y cuando hablo de sociedad
vasca me refiero a las fuerzas políticas que mayoritariamente la
representan en la política (nacionalistas y vasquistas), así como a los
medios de opinión más influyentes.
¿En qué consiste este fenómeno de
reprivatización en marcha? Desde luego, es abigarrado y complejo en sus
motivaciones últimas, que van desde las del posterrorismo de salir
políticamente indemne de la derrota, hasta las del ciudadano
biempensante y bienquedista partidario de pasar página de una vez,
pasando por el nacionalismo hegemónico atento a que su canon del
conflicto secular no se le estropee. Pero es unitario en su actuación:
trata de aplicar las técnicas terapéuticas de la “justicia transicional”
o de la “justicia restaurativa” a la situación sobrevenida tras el cese
de la violencia, privilegiando las terapias de reconstrucción y
reconciliación interpersonal entre víctimas y victimarios muy por encima
de la aplicación inexorable de las penas legalmente establecidas y la
exigencia de cuentas políticas a los inspiradores.
Para ello, se crea primero un enfoque o
encuadre adecuado: el terrorismo nacionalista se presenta como un caso
histórico de daños humanos plurales, en el que el común denominador es
el sufrimiento humano. Ello permite ampliar desmesuradamente el concepto
de víctima, tanto que sea imposible identificar al agente político
causal concreto, diluido entre las diversas violencias.
Una vez establecido este marco, la
violencia ocurrida se conceptúa y trata como un problema interpersonal
particular entre víctima y victimario. Se trata de utilizar las
adecuadas técnicas terapeúticas para conseguir que la víctima asuma el
daño, haga su duelo, restaure una relación rota, se reconcilie con el
victimario, que este se arrepienta, que aquella perdone... y así. Todo
ello con un aire psicológico y sanador más propio de la clínica que del
Derecho o la política. Aunque ahí está la propia opinión pública para
presionar a las víctimas a entrar por esta senda, so pena de enviarlas
al modelo del rencoroso (el enfermo que no quiere sanar).
En este marco, la sociedad es
conceptuada como una persona más, simplemente más extensa. Lo que vale a
nivel psiquiátrico para la víctima, vale también para la sociedad. Se
supone que una terapia exitosa de reconciliación interindividual sanará
también a la sociedad, regenerando el tejido que la violencia política
rompió. Lo que en el fondo se asume, aunque sea inconscientemente en
algunos casos, es que si ya no existieran víctimas ni presos, si ambos
se borrasen pronto en un abrazo catártico, el terrorismo nacionalista
nunca habría existido y podría reinaugurarse de nuevo aquel oasis vasco
que los historiadores cuentan que sucedió al abrazo de Vergara en el
siglo XIX.
De esta forma sutil y cariñosa, porque
también tiene su lado amable, las víctimas son reducidas a la privacidad
y, sobre todo, el propio terrorismo es reescrito como un caso de
violencia multidireccional que causó mucho sufrimiento, pero que fue
felizmente superado en la catarsis de las personas afectadas. Lo que
hubo detrás de ese terrorismo, es decir, el intento de muchos de imponer
al resto un muy concreto proyecto político por medio del crimen, la
complicidad intelectual y humana de otros muchos, la dócil asunción
social generalizada del rol de espectador, todo eso quedará borrado y
suprimido, como si no hubiera tenido lugar nunca en la historia,
parafraseando a Fernando VII. Eso sí, y aunque resulte sarcástico el
decirlo, todo ello sucederá entre un coro de invocaciones colectivas a
la memoria. A veces, la invocación ritual a la memoria privatizada es la
forma más sencilla para olvidar el desastre colectivo.
También se puede abandonar el ya caduco paradigma de la justicia, como idea, como esquema, institucional o interpersonal (lo mismo le va a dar...) y argumentar desde el reconocimiento de la identidad.
ResponderEliminarO no, claro...(El otro, siempre el otro)
Un saludo.
ResponderEliminarPues las víctimas de violencia de género también tendrán un aspecto público: sufren la plasmación violenta del patriarcalismo que el Estado no logra domeñar.
Y las víctimas de las estafas bancarias, que son sacrificadas en el altar sangriento de un modelo económico: la estúpida idea según la cual había que "no regular". Ese modelo económico estatal se las llevó por delante.
Y las víctimas de los robos para conseguir droga, que no son sino los costes humanos de una política internacional de oscuros orígenes: el prohibicionismo.
Es decir: TODAS las víctimas.
Y como semejante proliferación de agentes políticos era intolerable en una sociedad compleja, con el nacimiento del Derecho Penal moderno se decidió retirar a la víctima del aspecto punitivo y ubicarla en el aspecto de la reparación y el cuidado. Esta "privatización" es un rasgo constitutivo del Derecho Penal de la Ilustración.
Porque como sabe el mismísimo y cazurro refranero, no se puede ser Juez y parte, ni Legislador y parte.
(Aquí, el Mediterráneo; aquí, unos amigos).
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ResponderEliminarAtención: LA AVT PIDE AL GOBIERNO QUE ELIMINE EL TRIBUNAL SUPREMO. A esta gente es a quienes tenemos que incluir en la gestión de asuntos públicos:
ResponderEliminar"La presidenta de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), Ángeles Pedraza, ha pedido hoy al Gobierno que elimine el Tribunal Supremo tras la decisión del Alto Tribunal de avalar que la Audiencia Nacional y las audiencias provinciales revisen la sentencia del Tribunal de Estrasburgo sobre la doctrina Parot".
Un par de fuentes:
- El Mundo.
- ElDiario.es.
¿Se va viendo ya que éso de la justicia está caduco y trasnochado?
ResponderEliminarMañana hablaremos del Gobierno...
Un saludo marinero.
Estamos volviéndonos muy locos. Lo de que pidan las de la AVT que se suprima el Tribunal Supremo recuerda a aquel que, ante la noticia de que en los descarrilamientos de trenes hay más muertos y heridos en el vagón de cola, pedía que se suprimiese el vagón de cola, el último vagón.Un cura me dice que no me casa y yo pido que se suprima la Iglesia. La monda. O, mutatis mutandis, como los de la tele valenciana, que le hacían la propaganda al PP y que de un día para otro se han hecho más rojos que el Che. Oye, siempre desinteresados todos y en pro del interés general.
ResponderEliminarCreo que el análisis de Ruiz Soroa aquí es básicamente acertado, hablando de lo que habla. Pero también estoy un poco de acuerdo con Jacobo Dopico, y no veo incompatibilidad entre ambos juicios. Que las maniobras políticas y sociales en relación con el terrorismo y los terroristas tengan un tufillo autoexculpatorio de los que con su silencio justificaron o miraron para otro lado es una cosa, y me parece acertado el análisis. Que en el Derecho Penal de un Estado de Derecho como es debido la opinión de las víctimas sobre los castigos debidos debe tener una consideración y un valor limitados, también es cierto. Insisto en que lo uno no está reñido con lo otro.
Ruego a los lectores y buenos amigos de este blog que no hagan comentarios usurpando nombre ajeno. Basta con firmar como anónimo, si se quiere, y decir lo que apetezca. Por esa razón voy a suprimir ahora un "comentario", nada más que por eso.
Víctima por excelencia, dicho sea con gran respeto a la memoria de los fallecidos, es la propia sociedad vasca, que no puede asumir, en su sana conciencia, la práctica terrorista como fórmula de diferenciación política o personal..., las víctimas lo han sido sin oportunidad de defensa ni de protección; y esto, ninguna sociedad, sean cuales sean sus objetivos, puede admitirlo
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