Hace
unos meses me encontré a Belarmino Cañaverales en la calle Ordoño II de Léon,
que es la más distinguida y llena de ópticas de esta aldea con catedral
y rector universitario. Belarmino Cañaverales me tiene en grandísima estima,
según descubrí aquel mismo día, pues me dio un fortísimo abrazo, me preguntó
por mis hijos, se condolió de la muerte de mis padres hace siete años y me
pidió mi firma para que el Ministerio de Sanidad le concediera a él la Vesícula
de Honor, una alta distinción para gentes del mundo sanitario. Reconozco que
firmé y que lo hice demasiado pronto, pues no había acabado de enterarme bien
de los pormenores de tan altísimo reconocimiento y, a media explicación y en
cuanto tuvo mi rúbrica sobre el papel que llevaba preparado al efecto, Belarmino
salió a la carrera. O quizá fue el azar el que lo forzó a alejarse de mí tan
raudo, pues acertó a pasar por la acera de enfrente una señora enjoyada y con
muchas pieles y en cuanto Berlamino la vio gritó “espera, Esperanza”, o algo
así, me dijo en voz innecesariamente baja (pues estaban unos operarios sacando
a un camión cisterna los líquidos oscuros de una alcantarilla atascada) que se
trataba de la viuda de un poeta antaño distinguido con varias flores
naturales y a por ella fue con la pluma en ristre y la sonrisa a punto de serle
disparada al centro de gravedad de la dama.
Para
esa misma tarde me había citado con Horacio, viejo amigo y compañero de oficio,
que me recibió con gesto avinagrado.
- ¿Has visto lo de Berlarmino Cañaverales?
-me soltó a bocajarro cuando ni habíamos apoyado los codos en el bar de la
estación.
- ¿Lo de la medalla del
páncreas?- pregunté yo.
- ¡Qué dices del páncreas! ¡Es la
Vesícula de Honor lo que se está gestionando, con cordón rojo y blasón de oro!
Debió de captar
en mi mirada algo más lamentable que la pura ignorancia, y se avino a ponerme
al tanto.
- Es la más prestigiosa medalla
en el campo de la Medicina, se viene dando desde los tiempos de Primo de Rivera
y no hay ni mil personas que la hayan recibido en todo este tiempo.
- ¿De la Medicina? ¡Pero si Belarmino
es catedrático de Latín!
- Ya, pero tiene una hija casada
con un sobrino de Pene.
- ¿Pene? ¿Qué Pene?
- Penélope Marismas, la cuñada
del alcalde, la que vive con Tino Mesones.
- ¿Y?
- Pues que Pene es íntima de la
ministra, estudiaron juntas en las teresianas y luego creo que tuvieron una
tienda de cojines o algo así.
- De cojines.
- Sí, Pati, la ministra, empezó Empresariales
y luego lo dejó cuando se metió en el partido y se casó con Luisma.
- Luisma.
- El que tenía lo de talleres
Riocastro. Ahora está en Canadá de agregado cultural de la embajada.
- A ver, recapitulemos. Belarmino
Cañaverales anda trabajándose para sí mismo una condecoración de mucho renombre
entre los médicos llamada la Vesícula de Honor.
- Así es.
- Aunque no tiene ni puta idea de
Medicina y él es de letras, catedrático de Latín.
- Sí, pero lo justifican porque hace tiempo publicó un par de artículos sobre el latín anatómico tardomedieval.
- Vale. Y pide a todo dios firmas
para lo de la Vesícula.
- Pide firmas porque en el
Ministerio dicen que está hecho, pero que hay que cubrirse las espaldas y que
se vea que Belarmino el prestigio tenerlo, lo tiene. Ha habido algún escándalo
con lo de la medalla de la pesca marítima a un manco de Badajoz y andan un poco
moscas.
- ¿Y para qué quiere Berlamino la
condecoración de la Vesícula, si puede saberse?
- Es que creo que intenta meter a
un hijo en el Hospital. El chaval estudió Enfermería y al parecer no es de los
más brillantes.
- Bien, pero no veo la relación.
- Es que el gerente del Hospital
se jubila en dos o tres meses y Belarmino anda mirando a ver.
- ¿Belarmino de gerente del
Hospital? ¡Hombre, no jodas!
- No, su hermano, Pacho Cañaverales,
el que llevaba lo de Automóviles La Cuesta hasta que quebró y se armó aquel
lío.
- ¿Ése no estaba en la cárcel por
no sé qué fraudes?
- Sí, pero lo indultaron el año
pasado. Cuando lo de la medalla del Santo Camino de Berlarmino. Belarmino y Carrizo,
el Secretario de Estado de Justicia, hicieron la mili juntos, creo que en
Artillería.
- Entonces Pacho Cañaverales se
hace con la gerencia del Hospital y…
- Colocan a Benitín Cañaverales,
el hijo de Belarmino.
- De enfermero.
- Hombre, de enfermero no. De
director de planta o algo.
- Y para eso les hace falta que
le den a Belarmino la Vesícula de Oro o como se llame.
- Sí, porque el consejero de aquí
está de capa caída en el partido y en cuanto vea que los Cañaverales tienen
hilo directo con Madrid se aviene a lo que sea.
- ¿Y tú has firmado?
- Sí, tío, qué mierda. Es que mi hijo Luisín está de becario
en el Departamento de Berlarmino y andamos a ver si le conseguimos una posdoc.
- Claro, claro.
- De todos modos tú no tenías que
haber firmado, esto es todo una mierda y Belarmino un impresentable. Yo te
tenía en mejor concepto, la verdad.
- Ya.
Pasó
algo de tiempo y un día llegó a mi despacho una carta con la invitación para
asistir al acto de entrega de la Vesícula de Honor a Belarmino Cañaverales. Iba
a ser en el Hostal San Marcos y el programa impresionaba, discurso del alcalde,
del consejero, del rector de la Universidad, de la presidenta de la Diputación
y del embajador de Japón, aunque esto último no entendí a qué venía. Tiré la
tarjeta a la papelera, pero a los cinco
minutos sonó el teléfono y era Belarmino, quien me suplicó que asistiera
e invocó sorprendentes amistades nuestras de toda la vida y un futuro tentador
de proyectos comunes y éxitos compartidos. Como mi mujer y mi hija se habían
ido un par de semanas a París por no sé qué lío familiar, me dije que total qué
y que me tomaría un vino y unos canapés y me echaría unas risas para mis
adentros.
Llegó
el día y todo se desarrolló según lo previsto. Abrazos y palmadas, discursos y
homenajes, camareros bien uniformados, un grupo de cámara del conservatorio
local interpretó algo de Brahms, la presidenta de la Diputación con visón y
novio nuevos, varios invitados que me tomaron por promotor inmobiliario o concejal en ciernes y quisieron hablarme
de los proyectos para el nuevo hospital. Se hizo tarde, pero no me apresuré,
pues en casa no me esperaba nadie. Los más rezagados ya se marchaban, pero me
vino la necesidad de ir al baño. Estaba algo achispado y me senté tranquilamente
en mi cubículo, hasta temía quedarme dormido allí. Entones oí que se abría la
puerta del recinto y que alguien entraba entre cuchicheos. Se metieron en el
cubículo de al lado. Se escucharon primero susurros y luego un jadeo que iba subiendo de tono.
No lo pensé
bien, tal vez fui imprudente. Me puse de pie sobre la taza del váter y asomé mi
cara por el hueco de arriba. El embajador japonés tenía la cabeza echada hacia
atrás y los ojos en blanco, pero captó mi presencia sorprendida y me sonrió.
Belarmino, arrodillado, le estaba haciendo una felación. El diplomático nipón
gesticuló algo muy tenuemente con su mano izquierda, pues con la derecha le
movía la cabeza a Belarmino. No sé qué querría decirme el oriental, quizá que
el amigo Cañaverales se había propuesto ser caballero de la Orden del Sol
Naciente o cosa de ese jaez o que quería mandar a un hijo suyo a poner un
restaurante de sushi en Talavera de la Reina y necesitaba una carta de presentación.
Llevaba
yo dos años y medio sin fumar pero al primer viandante que me crucé al salir
del San Marcos le pedí un cigarrillo. Después de tenderme uno y de darme fuego,
me preguntó si no me importaría firmar un manifiesto para que hicieran hijo predilecto
de la ciudad a no sé quién. Le dije que tenía mucha prisa pero que en los baños
del Hostal había un japonés que seguro que firmaba y movía unos hilos, y allá
se fue con prisa y agradecido.
おめでとうございます
ResponderEliminarMe encanta su forma de redactar y de expresarse, siempre, es interesante leer sus entradas. Provoca reflexión, y vaya que aprende uno cosas.
ResponderEliminarLo del diplomático nipón....me he caído encima de la mesa del despacho riéndome...en fin...
ResponderEliminarGran surtido de besos y abrazos varios.
Feliz Año, Profesor (así, con mayúscula). Sigue siendo un placer leer su blog. Y también Feliz Año a toda la concurrencia.
ResponderEliminarSaludos
Antón Lagunilla
a los felices de los años
ResponderEliminaralgunos si que nos merecemos una condecoración por haber llegado al 2014.
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