Como existen los tristes heraldos negros de César
Vallejo, todo luto y desesperación, existen también las realidades sonrientes,
todas atrevidas y exultantes. No sé a qué esperan los poetas y otros magos de
la pluma a dedicar poemas u otras composiciones imaginativas a los objetos
cotidianos que nos hacen fácil la vida o nos abren la puerta a placeres y
diversiones.
La rosa, el amor de Purita, el otoño, la melancolía,
la tristeza, la muerte, los fértiles
valles, las sierras levantadas, no digamos las
ninfas y los cisnes o las mariposas o las odaliscas han movido la pluma de
miles de vates que han cantado todo ello con mejor o peor fortuna. Pero ¿quién
ha dedicado un soneto a la tirita? Sí, a esa tirita que sabe presentar
contundente y victoriosa batalla a un molesto manar de la sangre que nos hemos
provocado bobamente al afeitarnos. De esa tirita, que yo sepa, nadie ha cantado
sus propiedades ni sus encantos, nadie ha hecho ante ella reverencias métricas
ni le ha administrado la debida justicia poética. Su virtud silenciosa, su
gloria como salva apuros, su falta de ambición y su barata lealtad ¿quién la ha
puesto en versos?
Si las vanidades del mundo han sido mil veces
denunciadas y ridiculizados los presuntuosos y fatuos ¿por qué no se hace lo
mismo con las humildades que nos rodean? ¿por qué no se busca al inventor de la
tirita y se le dedican unos octosílabos bien aparejados y además se le erige
una estatua en parque florido y concurrido?
Y lo mismo que vengo sosteniendo respecto de la
tirita podríamos decir de la percha que sostiene nuestros trajes y camisas. ¿Se
ha pensado alguna vez en ellas para rendirles nuestro tributo de admiración y
agradecimiento? ¿Alguien se imagina una casa sin perchas? Pues la percha, que
es la percha de donde cuelga el orden de nuestras viviendas, vive en la
oscuridad de un armario, en los hondones de un trastero sin atención alguna,
sin una palabra de cariño, sin más luz que la proporcionada de forma fugaz y
descuidada por su usuario. ¿A qué esperan quienes saben escribir para fatigar a
la métrica con ocurrencias felices que coloquen a la percha en el lugar del
amor, de la floresta o de la amada a la que se invoca con suspiros tristes?
¿qué tiene la luna que no tenga la percha?
Y así podríamos seguir porque los mismos reproches
podríamos hacer, y de hecho los hago, a los compositores. ¿Hay algún concierto
para arpa y orquesta dedicado a estos objetos que yo hoy homenajeo
sentidamente? Desde Bach para acá ¿hay alguien que haya pensado en emplear su
estro para llevar a los acordes de un violín la grandeza de una percha o de una
tirita?
Hasta que no elevemos estos objetos al pináculo del
honor literario o musical no creeré ni en la literatura, ni en la poesía ni en
la música. Ni siquiera creeré en la Academia de la Lengua cuyos miembros sin
duda se valen de tiritas y de perchas y no les dedican ni un minuto de sus
vidas preclaras: ni una celebración ni la organización de una flor natural o un
certamen.
Quedo a la espera del gran rondó de la tirita para
reconciliarme con el arte.
En PHARMACOSERÍAS si nos acordamos de ellas...
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