Luego dicen los enteradillos que la gramática no
sirve para nada. Ya no sigo el asunto pero me imagino que la habrán suprimido
de los estudios de enseñanza secundaria por superflua y perturbadora de las
mentes jóvenes y pletóricas de twites y facebuques. Desde luego me consta que a
la filosofía la persiguieron durante años y ahora ya simplemente le han
aplicado la pena de muerte o, al menos, el destierro a parajes bien alejados de
la enseñanza. No vaya a ser que coadyuve a complicar las mentes de nuestros
educandos y acaben exigiendo, cuando sean mayores, que, en el debate público,
no se les engañe dándoles gato famélico por liebre lustrosa.
Debemos estos avances y felices hallazgos a las
reformas impulsadas por los especialistas en Pedagogía, una disciplina que,
bien mirado, debería sustituir a todas las demás: la geografía, las matemáticas...
y por ahí de corrido. ¡El cetro para la pedagogía! podría ser una bandera
creativa y reformadora, extirpadora de la planta trepadora de la ignorancia en
las aulas.
Ahora, al volver a la Universidad, veo a mis jóvenes
colegas asistiendo a unos cursos infames que se dan sobre métodos y otras
zarandajas tan variadas como inútiles, indispensables para poder prosperar en
la carrera académica. Y me acuerdo de lo que García de Enterría me dijo cuando
me iniciaba yo a su lado hace muchos años en la docencia: “método, Paco, no hay
más que el de Ogino y ya conoces sus resultados”.
Pero vuelvo a la gramática porque he perdido el
hilo. Aunque les pese a quienes quieren acabar con su presencia, ella -la
gramática- reclama su espacio y saca la cabeza como hacen esos muñecos de los
ventrílocuos cuando se les quiere hacer enmudecer metiéndolos en el baúl donde
dormitan sus soledades.
No se puede explicar de otra forma la actualidad que
han cobrado las primeras personas del singular y del plural. Cuando todos las
creíamos desterradas al lenguaje privado y las usábamos sin darles mayor
importancia en las comunicaciones normales, de pronto han saltado al espacio
público con maneras imperiales y con una resonancia de martillo pilón: “Yo soy
Charlie”, “yo soy Alberto” “yo soy chivi” “yo soy friki”, “yo soy mi gominola”
...
Pues ¿y el plural?: “podemos”, “ganemos”,
“silbemos”, hay otro que dice “somos” sin añadir nada, dando por supuesto lo
que somos o dejándolo a la imaginación y a la facundia de los complementos: “el
pueblo de dios”, “los mejores”, “gente vacilona”, “gallegos”, qué sé yo ...
Me parece bien este enjambre de palabras que buscan
su gloria en un paraíso para inteligencias de bolsillo. Pero sirva esta sosería
para echar una lagrimita y reivindicar vida para las otras personas
gramaticales sepultadas en el olvido. Terminemos así dando una oportunidad a la
segunda persona del plural: “sois gilipollas”. Amén.
Que acertado estuvo el que dijo que el sentido del humor es signo de inteligencia.
ResponderEliminar"Piensa como piensan los sabios, mas habla como habla la gente sencilla" Aristóteles
Mariel
El peligro gramatical no está uniformemente distribuido.
ResponderEliminarCon mucha diferencia, el verbo más peligroso del panorama es "ser".
Con igualmente fuerte diferencia, la persona más peligrosa es la primera del singular.
(Curiosamente, cuando enseñamos lenguas solemos empezar por ese verbo y por esa persona, lo cual indica qué verdes estamos en lo de gestión del riesgo).
"Yo soy", conjunción de ambos problemas, alcanza niveles fukushimianos... Pero bueno, en un tiempo gestionado por eslóganes, qué queremos...
Salud,