30 marzo, 2010

¿Universidad armada?

Hace tiempo que sospecho que en mi Universidad, y puede que en otras, se está incubando algo raro y sorprendente. Si no, no se entenderían esas caras de palo que ponen los decanos cuando les preguntan de dónde van a sacar las aulas para tanto grupo boloñudo, ni la expresión distante de los vicerrectores de calidad y cantidad al contratar pedagogos para que finjan que instruyen a las masas profesorales en nuevas técnicas docentes para enseñantes oligofrénicos. No, no, no cuela, algo pasa. Sería muy extraño que tantas cosas se hicieran al revés o a lo loco por inadvertencia o por trastorno mental de la autoridad académica. Mas yo sólo tenía el pálpito, la mosca detrás de la oreja. Ahora ya he dado con una prueba de que se cuecen medidas terminantes y de que posiblemente correrá la sangre y rodarán por los suelos más de cuatro togas y un puñado de batas blancas.
Vean si no. Éste es el contenido exacto del correo que hoy mismo, a las 17:39, ha remitido la Gerencia de la Universidad de León a todo el personal de la institución. No es una broma mía, palabra. Sólo suprimo el nombre y el NIF de la empresa aludida. Por si acaso. Vean y sorpréndanse:

"Se ruega que todas las facturas de ARMERIA B****, NIF: B********, que se encuentren pendientes de pago a esta fecha por servicios prestados a Centros, Departamentos, Proyectos de Investigación, Cursos, etc., y todas aquellas que se generasen hasta nuevo aviso sean remitidas, una vez conformadas, a esta Vicegerencia de Asuntos Económicos".

¿Armería? ¿Han dicho ARMERÍA? Pues sí. ¿Una armería que presta servicios a "Centros, Departamentos, Proyectos de Investigación, Cursos, etc."? ¿Qué servicios? ¿Se puede ir a clase con una metralleta debajo de la gabardina? ¿Se permitirá poner sobre la mesa de las juntas de facultad o los consejos de departamento un par de granadas o una escopata de cañones recortados, por si le ponen a uno la docencia a las ocho de la mañana? ¿Por eso curran tanto algunos becarios en los proyectos de investigación del cátedro, porque éste lleva una pipa del 39 suministrada por la armería universitaria? ¿Estarán armándose los pedagogos para pasar a una nueva fase de su dominio y hacer que los reticentes a sus mamarrachadas reciban un par de balazos en las competencias o las destrezas? ¿Querrá el Rectorado eliminar por la brava y al amanecer a unos cuantos acreditados de los que hacen cola para que salga de una vez su ascenso? ¿Pretenderán los apóstoles de Bolonia asaltar un polideportivo para que tengamos más espacio para hacer el gilipollas con los nuevos planes de estudio de la señorita Pepis?

Seguiré informando mientras no me liquiden. Mañana me pondré mi traje de doctor Clouseau, me dejaré caer por esa armería como quien no quiere la cosa, pediré un AK-47 y y con toda naturalidad indicaré que pasen la factura a mi Departamento de Derecho Público. A lo mejor hasta me regalan una caja de balas y unos folletos sobre técnicas de guarrilla (perdón, quise decir de guerrilla, no sé en qué estaba pensando). Luego ya decidiré qué hago cuando me sirvan el chisme.

(Continuará)

29 marzo, 2010

La nación es información. Y viceversa

Los grandes descubrimientos (o los que tontamente creemos tales) le llegan a uno por sorpresa y cuando menos se lo espera. Las ocho menos cuarto de esta mañana y un servidor en el baño de su casa y con un pie en la ducha, con la radio puesta, como siempre. Era Radio Nacional, creo. Oigo que el informativo nacional se interrumpe para dar paso a los diez minutos de noticias de la Castilla y León, la Comunidad Autónoma en la que vivo. De inmediato cojo el transistor y busco otra emisora en la que estén hablando de algo que me interese mínimamente. Y es en ese instante cuando me viene a la cabeza la pregunta del millón: ¿por qué estoy moviendo el dial? Algo perplejo por lo profundo de la cuestión para tan temprana hora, vuelvo a sintonizar el programilla de información autonómica, a ver si mi duda se resuelve. Y sí, se resuelve: confirmo que no me importa un pelo nada de lo que en ese espacio se cuenta. A saber: a) que empieza a salir en los papeles del caso Gürtel un antiguo consejero del gobierno autonómico, del PP; b) que en León se va a inaugurar un edificio de no sé qué unidad de la guardia civil; c) que este fin de semana en toda Castilla y León sólo ha habido un muerto en las carreteras; d) que el Valladolid perdió su partido de fútbol con el Jerez y que los equipos de segunda A y segunda B han tenido distintos resultados, destacando el hecho de que la Ponferradina sigue el primero de su grupo. Apasionante todo.
Nuevas preguntas sucedieron a la anterior:
a) ¿Es eso lo más interesante que pasa en una Comunidad Autónoma tan grande y con tanta gente? A ésta no sé responder. Pero sospecho que los que tienen una caraja de a kilo son los periodistas. Con lo sosos que suelen ser, piensan que a la gente común y despierta le importan los mismos asuntos que a ellos.
Permítaseme una minimísima impresión reciente sobre periodistas. Como ya he contado aquí, la semana pasada participé en una interesante visita al Parlamento Europeo. Además de algunos profesores y unos cuantos estudiantes de Derecho, iban también varios jóvenes periodistas de un periódico importante. Se distinguían por lo desenfadado de su vestuario y lo triste de su pose, pero no por un especial celo para inventarse reportajes o buscar noticias más o menos curiosas. Es más, yo mismo iba pensando, al verlos, que por qué ese u otro medio no me habría encargado a mí algún trabajillo en tal ocasión. Apuesto una cena a que me habría quedado majo, modestia aparte. Las posibilidades eran variadas y bien interesantes: pescar eurodiputados –con alguno estaba muy fácil- para entrevista in situ y con énfasis en aspectos curiosos de su actividad en Bruselas y Estrasburgo; hacer un buen reportaje sobre el ambiente y los cotilleos del Parlamento –teníamos de sobra quien pudiera contarnos-; interesarse por la vida bruselense de becarios y otros meritorios que por allí se buscaban la vida –dimos con unos cuantos-; analizar los secretos de la noche de Bruselas, mucho más intensa y rica de lo que suelen contar las crónicas; y así hasta veinte temas si hiciera falta. Con magníficas fotos incluidas. Yo en los periódicos siempre leo ese tipo de cosas; la descripción de accidentes de moto o la lista de primos de los concejales de urbanismo, no. Será que soy rarito.
¿Y qué hacían los intrépidos reporteros profesionales mientras yo pensaba todo eso tontamente? Miraban al cielo por si amenazaba lluvia –no amenazaba, pero nunca está de más mirar cuando eres un reportero osado-, no hablaban con nadie y se piraron de vuelta en cuanto se acabó la visita programada, sin decir esta boca es mía a ninguno de los presentes ni interesarse un carajo por nada ni por nadie. Podría haber estado entre nosotros un novelista de fama mundial, una diva del bel canto o un premio Nobel de Física, pero ellos no se habrían enterado. Meditaban sobre el peso de la vida y los vericuetos del destino. O sea.
La anecdotilla viene a cuento porque creo que con la información autonómica de marras puede pasar algo de eso. Los periodistas están programados para atender sólo a cómo quedó el partido del Numancia o el del Salamanca, a cuántos accidentes de coche ocurrieron y a si hubo algún nuevo caso de perro mordido por un niño de los nuestros. Y listo. Puede que en no sé qué restaurante ahí al lado se haya reunido una tertulia de los mejores escritores de la Comunidad o del país, que el más prestigioso cardiólogo del mundo pase unas vacaciones en Béjar o que un botánico salmantino haya conseguido un tomate con cara de pimiento, ellos no se van a enterar de nada y, si se enteran, no se van a inmutar, pues esas noticias no son de fútbol ni de accidentes de coches ni de concejales en celo monetario.
b) ¿Por qué en las secciones de información nacional se habla de más cosas y no sólo de esas cuatro simplezas? Posiblemente porque existe una escala de valor entre lo que merece consideración de noticia nacional y lo que sólo alcanza para información autonómica, regional o local. Cuando muere Delibes, todo el mundo atiende porque sale en las televisiones nacionales y en las primeras páginas de los grandes diarios. Cuando nacen los trillizos del vecino del quinto, aquí a la vuelta de la esquina, nadie atiende, aunque el hecho lo cuentan tres emisoras de León y todos los periódicos locales.
Creo que eso es lo que han captado los partidos nacionalistas: que para hacer nación es preciso lograr que lo local y cercano importe y ocupe más a la gente que lo nacional o internacional, más alejado, aun cuando lo próximo no sea más que menudencia, casquería y cotilleo paleto. Los trillizos del barrio han de importar más que una nueva guerra en Oriente Medio o que un cambio de gobierno en Madrid. Por eso me parece que al fin entiendo por qué me lancé esta mañana a buscar otra emisora radiofónica cuando salieron las noticias de Castilla y León: porque las daban asépticamente y con voz acomplejada, como si hasta el mismísimo locutor fuera consciente de que estaba narrando inanidades. En cambio, si hubiera dicho, por ejemplo, “Muere otro automovilista como consecuencia del abandono en el que el Ministerio de Fomento tiene las carreteras castellano-leonesas”, o “Esposo madrileño agrede a su mujer soriana en una nueva muestra de centralismo violento”, o “Árbitro catalán perjudica descaradamente al Valladolid y lo hace perder en Andalucía” estaríamos todos con la oreja atenta y la bandera presta para abrirle la crisma al enemigo.
En materia de información local y regional (perdón, de las comunidades y nacionalidades -y posibles naciones-) da la impresión de que no hay alternativa entre la vil demagogia y el aburrimiento tenaz. Debe de ser otra consecuencia de la ola de asco que nos invade.

FANECA cumple diez números

Sí, ya van diez números de FANECA. Algún buen amigo nos ha comentado recientemente que muy bien, pero que en materia de universidad toda lucha es inútil. Pues será. Pero no importa. Alguien tiene que decir algunas cosas para que, más adelante, haya quien cuente que no todos guardaron silencio mientras la universidad se convertía en una casa de citas (a pie de página, ojo) regentada por pedabobos/as, chupatintas/os, pelotas/os y buscones/as.
Éste es el índice del décimo número:
- El doctorado en España (y II). Por Miguel Díaz y García Conlledo.
- Por qué el baremo de la ANECA para las acreditaciones como catedrático no es apropiado. Por José Adolfo de Azcárraga.
- La ANECA ante los méritos de gestión y otras hierbas. Por Jacobo Dopico Gómez-Aller.
- Los fines y los medios. Por Antonio Calonge.
- ¿ANECA por los suelos?

27 marzo, 2010

Bruselas

No siempre son las ciudades las que marcan a sus artistas, no; a veces sucede a la inversa y los artistas determinan el modo de ser de sus ciudades. Tal ocurre en Bruselas, ciudad que tiene el alma de Magritte y que, como en sus cuadros, aúna lo material y lo metafísico en una síntesis que puede engañar al ojo desprevenido y hacernos pensar que las cosas son lo que parecen. Pero no lo son.
Bruselas es ciudad dividida, con personalidad dual, urbe que se busca a sí misma y que en su no encontrarse asienta su equilibrio; equilibrio inestable, por supuesto. Bruselas es de natural flamenco, habla en francés más que otra cosa y pone los nombres de sus calles en las dos lenguas, para que el visitante pregunte siempre las direcciones en inglés. Es probable que cuando, dentro de cien años, en Europa ya sean muertas todas las lenguas menos la lengua franca, que no será la de los francos, en las calles de aquí sigan las inscripciones dobles para que los turistas de fin de semana o los ejecutivos a la hora del café las retraten y cuenten a sus hijos que en algunos lugares de hace un siglo se hablaban dos lenguas junto con el inglés, que ya era la principal. No es tampoco descartable que, ante las instituciones europeas, en Bruselas, tengan lugar las últimas manifestaciones de los nostálgicos de las naciones exangües y los idiomas difuntos y que aún hayan de llenarse estas calles de pancartas escritas en inglés para aunar el sentir de los que antes no se entendían. Pero el visitante del Parlamento Europeo hoy todavía ve en la gran sala de sesiones plenarias una babel civilizada, la bíblica torre ahora yacente y convertida en foro, con veintitantas peceras de los traductores en lo alto, única cúspide de lo que se va allanando, y se imagina que en dos docenas de años los traductores estarán disecados o serán estatuas con cascos, para recuerdo eterno de cuando Europa todavía no lo era del todo.
En este Parlamento Europeo de Bruselas, donde las libertades campan a sus anchas y en el que los funcionarios encargados de explicar nos explican que no existe en el mundo institución más transparente, en este Parlamento en el que los órdenes del día de las jornadas de votación parecen la lista de la compra de algún viejo rico exquisito, que si el atún rojo, que si las anchoas del Báltico, que si los yogures con aditamento de salvia, que si el alubión de Ávila con trazabilidad universal, que si las carnes de ternera con melancolía de montes, en este Parlamento por cuyos pasillos pululan lobistas que lo mismo seducen con jamones que aterran con bombarderos o advierten de la futura vida autónoma de los objetos hoy más inertes, en este Parlamento Europeo de Bruselas un servidor andaba al atardecer de hace cuatro días tomando desde fuera fotos de las fotos que adornaban la entrada A. Spinelli (esas fotos de la campaña contra el maltrato doméstico que se pueden ver aquí al lado) y una funcionaria de seguridad vino hacia mí con gesto de Telón de Acero y me dijo que estaba prohibidísimo hacer fotos de las fotos de la entrada del Parlamento más transparente del mundo y que las borrara de inmediato o quién sabe qué y vigiló mientras yo eliminaba sólo dos y se marchó más ancha que si ella sola hubiera transpuesto una directiva en quince o veinte países de la Unión. Y cuando al día siguiente volví a pasar por el mismo sitio y reproduje multiplicadas las dichosas fotos, me sentí como una Grecia cualquiera y pensé que si estábamos en Bruselas el Parlamento y yo, debía ser así nuestro entendimiento, a la griega y como corresponde a esta ciudad que conserva azules en el cielo más plomizo y que, cuando lo tiene azul, es de un azul acerado, metálico. Como si en cualquier momento fuera a dibujarse en esos cielos una pipa que sigue sin ser una pipa o un árbol cargado de lluvia o de pájaros de piedra, como los que soñaba Magritte en sus vigilias poéticas.
Alegre ciudad en pena, de nacionales sin nación y de urbanitas desubicados, Bruselas retrata la verdad de Europa y sólo hace falta apostarse a observar el paso de tanto joven personal de las instituciones europeas. Esos jóvenes trajeados e higiénicos, con profilaxis de reglamento y hechuras de boletín oficial, esos jóvenes a los que el castizo llamaría lechuguinos, esos jóvenes de marca y de variados azules y grises contundentes, se esfuerzan por parecer flamencos cuando son latinos y por pasar por nórdicos si son belgas. Puestos los miles y miles en formación militar, harían pequeño el ejército chino de soldados de terracota, aun cuando nos resulten más naturales y menos afectadas las posturas de aquellos guerreros de antaño. Se igualan para homologarnos, desfilan para alinearnos, son el nuevo espíritu del legislador más frío y la esencia encorbatada del nomos europeo que nos regula los estabilizantes, nos reglamenta los aditivos y prepara la hoguera en la que habremos de quemar nuestras banderas viejas de sureños para ser al fin escandinavos y prevenidos.
He coincidido en Bruselas con un grupo selecto de estudiantes de nuestra vieja facultad leonesa, invitados por el amigo Paco Sosa, eurodiputado de sabiduría austro-húngara y nobleza decimonónica, que ha venido el primero para enterarse de que el vértigo de la Europa grande no cura las añoranzas de la vieja literatura ni reemplaza los rituales de la amistad tranquila y de la conversación sosegada. Nos preocupó el amigo Paco cuando se puso a contarnos de internet de los objetos o de dominios en el ciberespacio, pero retornó enseguida a la recomendación un nuevo libro o a describirnos la síntesis perfecta entre el foi a la sartén y un vino blanco alsaciano.
Al ver a esos muchachos y a esas muchachas de León cruzarse con los atildados asesores, los estirados funcionarios y los remilgados asistentes, he percibido que la distancia que va del Páramo o de Tierra de Campos hasta Europa se agota en el acento recio de los de la tierra nuestra, en sus manos aún huidizas, en el escalofrío ante los horizontes de cristal y acero. Pero un día, no tardando, muchos de estos estudiantes tímidos que aún se sienten ajenos y se saben distintos se comprarán unos trajes grises y unos maletines de cuero extranjero, se harán cortar el pelo con estricta geometría, se empaparán de lociones y perfumes reconocibles, dejarán de fumar y emigrarán a Bruselas para hacerse pasar por holandeses o suecos y para sacrificar el recuerdo de sus abuelos y los nuestros en una apoteosis de minuciosas normas nórdicas. Así sea.

25 marzo, 2010

Érase una vez un país

(Publicado hoy, jueves, en El Mundo de León)
Érase que se era un país en el que los políticos podían hacer y decir las más variadas cosas, pero con un límite infranqueable: el pueblo soberano no les perdonaba las mentiras, ni una. Al parecer, hay lugares en donde los ciudadanos, que más bien gustan de sentirse súbditos, tienen en gran estima al gobernante malandrín que los engaña de mala manera y los trata como a niños sin seso, pues piensan que cuanto más pícaro el que manda y con menor escrúpulo, tanto mayor su mérito. También se oye que en ciertas comunidades los parroquianos ensalzan al orador político que sea capaz de gastarse horas en discursos que nada signifiquen y que maree la perdiz a base de lugares comunes y expresiones insustanciales. Pero nada de esto sucede en el país de nuestro cuento, donde una simple mentira alevosa o un hipócrita disimulo pueden acabar con la carrera de un jefe de gobierno o un líder de la oposición. Piensan igualmente esos habitantes que si un político no enseña sus cartas, no precisa sus planes y no aclara sus propósitos para cuando gobierne, es porque o no tiene ni idea o sólo las tiene malas y prefiere que no se le conozcan. A ése tampoco le regalan el voto.
En ese lugar que narramos no se ve con buenos ojos que los que mandan no se atengan a lo que pactan e incumplan su palabra. Chaqueteros y frívolos se les llama allá a quienes resultan de tan poco fiar. Y para qué hablar del que se presenta a unas elecciones con un brillante programa inflado de promesas y luego, a la hora de la verdad, las incumple y echa las culpas al maestro armero, a la pertinaz sequía o a la oposición porque se opone. A ése lo fustigaban tanto o más que al mentiroso y en un periquete lo dejan compuesto y sin votos, por incapaz y por descarado. Hace tiempo que los pobladores de esa ejemplar nación descubrieron que ciertas etiquetas, como “derecha” e “izquierda”, son más falsas que la falsa moneda y sólo sirven para que los desalmados con espíritu trepador nos den gato por liebre y nos hagan bailar al son que más les convenga.
No sé si existirá ese país del cuento, aunque yo tenía entendido que la democracia, en rigor, sólo es posible en uno así. Pero, desde luego, ese país no es España. Una pena, pero no.

22 marzo, 2010

Mi declaracion de finales: paso de todo

Preferiría que bastantes amigos y queridos compañeros no leyeran esta entrada. Sé que más de uno la verá, así que desde ahora mismo solicito su comprensión y su clemencia y confío en que no se me interprete mal. En realidad, lo que voy a exponer no es culpa mía ni de ningún colega, sino de la ola de burocracia que nos invade. Así de simple. No se me tome, pues, a mí por un monstruo malencarado -al menos por esta vez o por esta razón-, sino como una víctima más de lo que a todos nos atosiga. Una víctima muy cansada que se pira a sus palacios (bueno, casitas) de invierno.
He decidido reducir al mínimo imprescindible mis relaciones académicas. Me explico. Siempre me ha gustado organizar eventos académicos, recibir invitados en la universidad, propiciar empresas colectivas y trabajos conjuntos. En la colaboración y el diálogo se hallará la poca luz que a nuestro alcance esté en medio de tantas brumas teóricas. Pero ahora me voy a ir borrando de eso, me desapunto, como dicen los niños. ¿Por qué? Por los papeles. No puedo más. Me canso. Me aburro. Me harto. Lo siento en el alma.
Cada semana, sin exagerar, debo hacer más de una docena de certificados, a veces bastante más. Hoy me espera media docena de ellos. Aparte de certificados, muy a menudo también otros trámites que me son poco gratos: llamar a no sé dónde para interesarme por un papel que se le perdió a alguien, consultar sobre no sé cuál convocatoria, seguir la pista de algún documento o preparar la memoria de este o aquel concurso. ¿Para qué y para quién? Para mis invitados, colaboradores y demás personal que conmigo tiene alguna relación en este mundo. Todo quisque necesita certificados de todo y constantemente. Invitas a un eximio y querido compañero a dar una conferencieta de nada y se ve obligado -él no tiene la culpa, de verdad que no- a bombardearte con solicitudes durante los cuatro o cinco años siguientes: que si certifícame la conferencia, que si certifícala otra vez, Sam, pero ahora en este impreso que lleva membrete de la Asociación de Filatélicos Redomados, que si vuelve a mandármelo, ya que se perdió por la huelga de correos, que sin pon que la impartí en pelota para que en la acreditación me apliquen los puntos por nudismo telemático, que si entra en la aplicación del ministerio de no sé cuántos para plantar tu huella digital en la certificación de que ya me certificaste la conferencia, que si llama a nóminas para que me manden un papel para la declaración fiscal de que di una conferencia que desgrava por perorata brava, que si perdí el paraguas cuando fui a León y que si no lo encuentras escribe declaración jurada de que me viste con él porque si no mi mujer me mata porque era un regalo de mi suegra, pero si lo encuentras mándamelo a portes debidos y con una declaración de Aduanas Autonómicas Reunidas y pon “frágil” en el paquete. La leche. Ah, y el papel envíalo por fax, escaneado y por correo ordinario. Menos mal que las palomas mensajeras están de ala caída y las señales de humo han pasado de moda, y gracias a los dioses porque vivimos en la era de las comunicaciones. Luego entra en la página de Seur en Facebook y comprueba si lo recibí. Y no te olvides de fotografiar el resguardo del albarán para mandarlo a la auxiliar de mi departamento y que lo grape con la factura de su último liguero, porque tenemos que pasarlo todo por el proyecto y ya sabes que los del Ministerio te van a llamar en marzo para que ratifiques la factura con un juramento por tus muertos y que prendas un trozo de piel de tu escroto como dación a cuenta del porcentaje de trolas con retrovisor. Mecagoentó, ¡socorro!
Además, se precisan sin parar cartas de presentación, versiones siempre nuevas y en sorprendente formato del currículum de uno, relaciones de últimas publicaciones y de publicaciones sin publicar, de últimos proyectos, últimos suspiros y voluntades postmortem. Cada día llega el correo electrónico en el que uno te pide una declaración formal de intenciones, concretamente en checo, el otro un testimonio, el de más allá un dossier y quien menos esperas una carta de esponsales o una postal navideña. Y encima aún hay quien pretende que leas los chistes que te manda por correo electrónico. No puedo más. Quiero dedicarme a mis cosas. Que se acabe el mundo. Que se jodan los equipos, los grupos, las actividades colectivas y el clima en los Polos. Me da igual. Necesito un enfriamiento burocrático global y una tregua de papel. Yo me largo. Si no, me va a dar un día de éstos un ataque de histeria. A lo mejor ya me dio. Hoy, mismamente.
No ha recorrido uno todo este camino de estudio, deshoras y divorcios para terminar así, pegando pólizas y redactando cartas de amor académico a los cuatro vientos. Tengo ganas de volver a leer de los asuntos de mi oficio, de escribir con sosiego y no a salto de mata. También me apetece jugar cada día media hora con mi hija y retornar al cine cuando se pueda, que ahora no. Si valiera una declaración formal de que amo a todos los buenos, invito a todos los inquietos y avalo a todos los competentes, la firmaría y la colgaría en la puerta de mi despacho o en el mismísimo ciberespacio. También autorizo a todos los de confianza para que imiten mi prosa oficinesca y falsifiquen mi firma. Es un garabato de nada. Nadie controla un carajo, tranquilos. Lo que no puedo es dedicar una parte grande de cada día a poner por escrito que qué bonitos son los juanetes de éste o las entretelas de la otra, a redactar un pergamino en el que doy fe de lo que no recuerdo o suscribo lo que me importa tres pimientos. Paso de todo. Ya pagué mi cuota de pliegos y memorandos. A partir de ahora, y salvo casos y causas excepcionales, el que quiera papeles que los pinte y el que quiera peces... Y total para qué, si todo se hace recursivo, recurrente, pez que se muerde guarramente la cola. Pero fruto, poco.
Disculpadme, amigos, por favor. Pero es lo que hay. La alternativa es el manicomio y supongo que no me lo deseáis. ¿O sí? Sea como sea os quiero. Pero os dejo. Sorry. Os recordaré siempre.

21 marzo, 2010

Hablando de sexo y de sexos

Fue una conversación de hace una semana, pero me ha quedado el eco en la cabeza. Era Pereira, en Colombia, y viernes. Con dos estudiantes de maestría y la joven esposa de uno subimos al caer la tarde a un lugar llamado El Mirador y se divisaba abajo la ciudad iluminada y extensa. Descubrí que los pereiranos son como los de Medellín y también piensan que en ninguna parte se puede vivir mejor que en su ciudad. Buena gente, alegre y hospitalaria. No servían bebidas alcohólicas en los bares, pues estábamos ya en plena “ley seca”. El domingo había elecciones parlamentarias en Colombia y desde dos días antes no se vende alcohol. Al día siguiente, ya en Medellín, los locales nocturnos parecían un velatorio. Tomo limonada en Pereira y de inmediato me da una reacción alérgica que me deja casi sin voz. Increíble. Alergia a la limonada o síndrome de abstinencia de cerveza. Posiblemente la combinación de ambas cosas. Sabiduría de la naturaleza.
Uno de los presentes tiene una niña poco mayor que Elsa y, no recuerdo muy bien por qué, acabamos hablando del supuesto despendole juvenil y de los sustos que nos esperan. Mi apreciado interlocutor anda algo escandalizado porque, cuenta, hace poco ha visto a un grupo de ocho o diez muchachas adolescentes que entre sí se comportaban “como auténticas lesbianas”. Comentario a comentario, me dan pie a soltarles mi teoría sobre el sexo y la gente en el futuro cercano. Los dos varones me escuchan en silencio y me miran más bien perplejos. Sólo la chica me da la razón con bastante énfasis. No me extraña, pues ellas van muy por delante. ¿De qué se trataba? Ahí va.
La tesis es que pronto, muy pronto, el género dejará de ser una referencia central de la identidad personal y el sexo perderá importancia como una clave básica de las relaciones sociales.
En cuanto a la relación entre género e identidad, a medida que la distribución social de roles se hace indiferente a la condición de hombre o de mujer, cesan las razones para cultivar un tipo de personalidad y de actitud ligada a la condición masculina o femenina. La fisiología no tiene repercusión social inmediata, por lo que el género es construcción cultural vinculada a una distribución social de funciones y tareas. Si en una determinada sociedad a los varones les corresponde el papel X y a las mujeres el papel Y, de ese reparto se desprenderán dos consecuencias. Una, que se tenderá a justificar esa división de funciones haciendo pasar por natural lo que los géneros tienen de puramente social. Otra, que tendrán los individuos un fuerte acicate para procurar que su comportamiento se corresponda con esa asignación de estatuto y función, pues el precio de la falta de correspondencia es la represión o el ostracismo.
Cuando la asignación de posiciones y funciones se hace ciega a la diferencia entre masculino y femenino y se impone la igualdad en este punto (específicamente en éste, pues siempre habrá, como requerimiento funcional, alguna pauta de distinción para asignar socialmente roles y responsabilidades), decae la motivación de los individuos para cultivar esmeradamente la diferencia, sea en la apariencia externa, en el modo de comportarse o en el tipo de autoexplicación de su lugar en el mundo. En este sentido decíamos aquí el otro día que una parte de la política feminista corre un cierto riesgo de acabar algún día convirtiéndose en reaccionaria, ya que porfiaría por mantener una distinción antiigualitaria, por conservar la diferenciación de género y evitar aquella desdiferenciación genérica. Esto es, el feminismo (o cierta parte de él), que ha desempeñado y está desempeñando un papel decisivo en el vigente proceso de desdiferenciación, puede acabar obstaculizando la misma. Mientras existen socialmente distinciones de género, las políticas de género pueden servir para perpetuarlas (como el machismo) o para eliminarlas (como el feminismo), mas cuando esas diferencias de género hayan desaparecido o se hayan tornado irrelevantes, las políticas de género sólo servirían para reestablecerlas, sea con predominio masculino (machismo) o femenino (feminismo). La distribución social de roles y funciones entre los sexos nunca va a ser, mientras exista, neutra en términos de poder y dominación.
Salvando las distancias que haya que salvar, con la desdiferenciación de género está sucediendo y sucederá algo similar a lo que representó la transformación de la religión, al pasar de fenómeno público decisivo a cuestión atinente nada más que a la conciencia individual. De la misma manera que, en la culminación de ese proceso en el Estado aconfesional, el profesar una religión u otra, o ninguna, es libertad de cada sujeto, pero no referencia a la hora de distribuir poderes o atribuir labores, en el Estado “genérico” hacia el que avanzamos cada ciudadano podrá elegir apariencias y formas de comportamiento sin que norma ninguna asigne autoritativamente masculinidad o feminidad y, menos aún, sin que a la respectiva condición se asocien estatutos jurídicos diversos.
Vamos ahora con la vida sexual. El sexo y su práctica han sido y siguen siendo referente de la mayor importancia a la hora de delinear la estructura social. Por un lado, de aquella identidad de género es parte esencial un tipo particular de práctica sexual. Así, tanto el estatuto social masculino -con sus poderes y deberes- como el femenino -igualmente con sus poderes y deberes- ha estado vinculado a la respectiva condición heterosexual, de modo que el homosexual masculino y femenino quedaban en tierra de nadie, por fuera de la imputación de roles y equiparados, por “atípicos” a excrecencias o perversiones inclasificables y disfuncionales. Cuanto más se atenúen, en el sentido antes expuesto, las diferencias de género, tanto más se aminorará también la importancia socialmente otorgada a las prácticas sexuales diferenciadas y regladas.
Por otro lado, al consolidarse el proceso de individuación que subraya que el destino de cada persona es estrictamente personal, que la felicidad de cada cual es de su responsabilidad y gestionada independientemente por cada uno, y al multiplicarse y diversificarse las vías de relación interpersonal, cambiará la concepción imperante del amor. Pasaremos, estamos pasando, del amor romántico, con su mito de la “media naranja” o de la correspondencia perfecta y predestinada de los enamorados ideales, y con la consiguiente posesividad, con la patrimonialización del cuerpo y el alma del otro (si es mi contraparte perfecta, el trozo que me falta, la persona hecha para mí, mi complemento ideal y único, debe pertenecerme para siempre y en todo), a una desvinculación progresiva entre lo sentimental y lo corporal. Es decir, las relaciones sentimentales se aproximarán a lo que hoy denominaríamos relaciones de amistad y, como éstas, no impedirán la práctica sexual compartida, pero ni la exigirán ni, menos aún, la exigirán como posesión exclusiva. Se vivirá la práctica sexual con una mezcla de naturalidad y hedonismo. Por así decir, la lujuria pasará a ser socialmente tan poco problema como la gula. De la misma manera que hoy no se considera que el vivir en pareja comporte específicas obligaciones de dieta o compromiso de comer lo mismo o comer solamente en casa, también la relación amorosa se desatará de la “dieta” sexual y serán los concretos acuerdos en libertad los que determinen las modalidades bajo las que cada pareja y cada elemento de ella lleve su vida sexual: con fidelidad o sin ella, de a dos y/o en grupo, hétero, homo o bisexualmente, etc., etc.
Desde el momento en que el ser fisiológicamente varón o mujer resulte indiferente a efectos de reparto social de tareas y poderes, no habrá compulsión para que varones y mujeres vinculen su identidad y la percepción de sí mismos al cultivo estandarizado de su “género”. Desaparece así una poderosísima razón para atar la identidad y las opciones vitales de cada cual a una determinada organización de la vida sexual propia. En cuanto se consolida la idea de que la vida de cada cual y la búsqueda de la felicidad son cometido estrictamente individual, ya no se entenderá que parte del precio necesario será “darse” en exclusiva a otro a cambio de la propiedad también completa de ese otro. La libertad y la felicidad dejan de tener ese concreto precio. Y, por último y dentro de la misma secuencia, la práctica del sexo se torna un elemento más de satisfacción personal y de comunicación interpersonal y se desdramatiza y se trivializa. Dos personas que sexualmente se atraigan pueden con plena libertad y tranquilidad acordar relaciones sexuales del tipo que sean, de idéntica manera a como ahora mismo dos sujetos que se conozcan y simpaticen pueden decidir cenar juntos, compartir diversiones o hablarse con frecuencia.
El desanudar afecto y sexo tendrá dos consecuencias de importancia. Por una parte, se acrecentará la dimensión espiritual y emotiva del amor, pues el sentimiento amoroso, así desasido de la posesión física o no centrado en ella, se volcará en la compenetración emotiva con el ser amado, en la penetración en sus anhelos y sus sentimientos. Los amantes ansiarán conocerse más allá de los límites del cuerpo, contrariamente de lo que ahora sucedía, pues al ser el cuerpo el centro y culmen de la vida amorosa, ciertos sentimientos y pensamientos se ocultaban celosamente para no oscurecer la ilusión de la propiedad plena. En el futuro todas las parejas podrán ser como de amantes, hablándose y desnudándose el alma con libertad y sin temores. Por otra parte, la posibilidad de satisfacción autónoma de los impulsos e inclinaciones sexuales dará a cada individuo un sentimiento de dominio (como propiedad y como habilidad) de su propio cuerpo que, frente a lo que hasta hoy sucede, alejará traumas y complejos. La represión sexual ya no será, en suma, ni la base de la organización social ni la fuente de los desarreglos psíquicos de los sujetos que en sociedad conviven.
¿Será bueno o malo que ocurra todo eso que sin duda está comenzando y que se va a consumar, salvo que lo impida una contrarrevolución que corte en seco la evolución de nuestra cultura, como sucedería si se impusiera la moral reaccionaria y religiosa que presiona desde el Islam? A mí me parece que será estupendo. A los de mi generación ya no nos tocará vivirlo y a la mayoría le costará o le costaría asimilarlo. Pero el cambio empuja con fuerza creciente. Para darse cuenta sólo hay que fijarse un poco en el modo de comportarse de los jóvenes de ahora mismo, especialmente de las adolescentes. La nueva revolución está en marcha, discretamente, sin teoría ni alharaca. Y la están llevando a cabo ante todo las mujeres, en particular las más jóvenes. Bendita sea.

20 marzo, 2010

Palomas. Por Francisco Sosa Wagner

Recuerdo una novela de Wolfgang Koeppen, autor alemán que murió en los años noventa del pasado siglo XX, que se titulaba “Palomas en la hierba”, primera parte de una trilogía que continuaba con otra que trataba del suicidio de un diputado de la oposición y que continuaba con ... ya no me acuerdo. Pero la primera, la de las palomas, era un relato que describía un día en Munich con muchos monólogos, algo pesado el libro (un poco a la manera del Ulises de Joyce) pues pasar un día en Munich puede ser muy entretenido. Pero no con la pluma de Koeppen, aunque él era tipo fino y de sutil estilo.

Viene esto a cuento porque leo con retraso que un decreto de hace un par de años derogó el uso de las palomas por las Fuerzas Armadas como medio de transmitir mensajes. Había un palomar militar en los alrededores de Madrid y fue cerrado por vía gubernativa, ahuyentando sin más a las palomas y notificándoles su jubilación. ¡Qué altivez la de aquellas palomas, tan aguerridas ellas llevando noticias de un cuartel a otro! ¡Qué degradación sufrieron! ¡Qué humillación! ¿A qué se dedicarían una vez que vio la luz en el BOE el infame Decreto? Las imagino desprendiéndose las pobrecillas de sus anillas y volando contritas a buscar un sitio donde pasar su retiro, su jubilación de palomas trabajadoras, un día dedicadas a los nobles fines de la defensa nacional.

Viajaban en jaulas con los oficiales y cuando la artillería dañaba las comunicaciones, entonces entraban las palomas en acción. Atravesaban las trincheras y cruzaban el campo de batalla del enemigo sin ser derribadas. Volaban durante horas y horas y recorrían miles de kilómetros siendo más difíciles de abatir que un avión.

Si sabemos esto ¿qué destino puede haber para una paloma que ha llevado en su pico la orden de asaltar una fortaleza? ¿o de avanzar en orden abierto por las laderas de un monte para tomar un cerro? ¿a qué lugar puede ir que sea acorde con su pasado esplendor y la gloria que atesora en sus plumas? ¿es que puede ser destino la plaza de un Ayuntamiento llena de niños que le dan unos granos de maíz? O, peor, que se hacen una foto con ellas en el hombro.

Estas funciones están bien para las palomas normales, aquellas que, por sus limitadas habilidades y escaso compromiso con la sociedad, no han servido sino para ornato o para ensuciar los pináculos de las catedrales. O las estatuas pues es fama que se complacen en defecar sobre la cabeza de Felipe IV o en la túnica de ese magistrado a quien sus paisanos han erigido un monumento en la plaza del pueblo. Pero una paloma mensajera tiene otra dignidad... otro cachet como dicen ahora los tontivacuos.

Porque no podemos ignorar que estas palomas se entrenaban en los mejores clubes: haciendo vuelos en torno al palomar, luego aventurándose a vuelos más largos, dejándose ver las tardes soleadas con otras palomas del club de colombofilia, alternando entre ellas y comparando plumas, contándose cómo anda el escalafón, los destinos vacantes, tomando parte en concursos variados donde ganan premios y caricias ... ¿cómo se puede comparar todo esto con el animalito que, sin pasar de pichón, se va a la cazuela como es fama les ocurre a muchos en buena parte de Castilla? Salen unos guisos magníficos pero el papel poco glorioso del bicho es patente.

Nada que ver con la honrosa función castrense. Menos aún con la época medieval en la que llevaban cartas de amor cuando no existía el maldito correo electrónico. ¡Lo que se lloraba con el arrullo de las palabras tiernas del enamorado y, como acompañamiento, el zureo de la paloma que descansaba de su trajín postal!

¡Tiempo de barbarie el nuestro! Tiempos que me duelen como ligaduras porque ya no hay palomas laboriosas que crucen el cielo trabajándose el sustento, acompañadas de músicas, mecidas en vuelos...

18 marzo, 2010

Estampas de Guayaquil

Guayaquil, ciudad amable con el visitante, tiene también su cara y su cruz. Como todas estas ciudades hermanas. Como siempre en esta América herida.


17 marzo, 2010

Aquí está la norma de la discriminación retropositiva

Ya tengo en papel y localizada en la red la norma ecuatoriana a la que aludía el post de anteayer. Está en la "Resolución No. 02-61-2009, por la que se aprobaron los reglamentos para el Concurso Público de Oposición y Méritos para la Selección y Designación del Defensor o Defensora del Pueblo; para el Concurso Público de Oposición y Méritos para la selección de las y los Miembros Principales y Suplentes del Tribunal Contencioso Electoral; para el Concurso Público de Oposición y Méritos para la Selección y Designación de la primera Autoridad de la Defensoría Pública General; para el concurso Público de Oposición y Méritos para la Selección de las y los Miembros Principales y Suplentes del Consejo Nacional Electoral; para el Concurso de Oposición y Méritos para la Selección y Designación del Contralor General del Estado; para el Concurso de Oposición y Méritos para la Selección y Designación del Fiscal General del Estado y para el Concurso de Oposición y Méritos para la Selección y Designación de las y los Vocales del Consejo de la Judicatura".

Es el artículo 21, que reza así:

"Art. 21.- Acción Afirmativa.- En la evaluación y calificación de méritos de las y los postulantes se aplicarán las medidas de acción afirmativa que promueven la igualdad real a favor de los titulares de derechos que se encuentran en situación de desigualdad. La calificación atribuida como acción afirmativa se aplicará sin que se exceda la nota máxima del puntaje asignado a la evaluación por méritos. Será máximo de dos puntos y se aplicará a una sola de las siguientes condiciones:

(...)

f. Persona con orientación o identidad sexual pertenecientes al grupo GLBT, acreditado con declaración juramentada o certificado de organizaciones GLBT".

Aclaro que GLBT significa gays, lesbianas, bisexuales y transexuales. Por tanto, en los concursos para los puestos citados en el título de la norma, que son puestos bien relevantes, quien se encuentre en alguno de esos grupos suma dos puntos por su condición de gay, lesbiana, bisexual o transexual. Dicha condición se acredita por declaración jurada o mediante certificado de una organización del subgrupo respectivo que lo reconozca al miembro.

Espectacular.

Es una norma bien curiosa en su conjunto. No prevé discriminación positiva para la mujer (salvo para la mujer lesbiana que, así, cobra ventaja también frente a la mujer no lesbiana). En cambio, me llama la atención para bien el punto "c", a cuyo tenor también corresponden dos puntos por "Pertenecer a los quintiles uno y dos de pobreza, acreditado con certificado del MIES".

Ahora bien, en orden de merecimiento de discriminación positiva, y dado que el máximo de puntos que cabe recibir son dos, se pone en el mismo plano de necesidad y justificación del trato más favorable el ser pobre que el ser gay o lesbiana. Se equipara la discriminación del o la pobre con la discriminación de la lesbiana, pobre o rica. Por tanto, entre, pongamos por caso, una lesbiana rica y una lesbiana pobre hay igualdad de trato formal y no juega la acción afirmativa. ¿Significa esto que queda consagrada jurídicamente la ventaja social de la lesbiana rica sobre la pobre? Sí, creo. Entonces hay acción afirmativa de las lesbianas frente las mujeres heterosexuales, pero no de las lesbianas pobres frente a las lesbianas ricas. ¿O me he liado por completo y, a estas horas y después de este día tan largo, no entiendo nada?

En fin, ahí lo dejo y procuro no complicarme la vida. Yo sólo digo que alguna mujer hetero va a protestar un día de estos, igual que otras veces andan protestando esos dichosos varones machistas.

16 marzo, 2010

La ola

Era cuestión de tiempo. Tenía que pasar. Sólo faltaba el detonante. Ya está. Ahora vendrá la explosión, con su onda expansiva. Ahora se van a enterar aquí también de lo que cuesta un peine. Aunque no van a pagar ni de una forma ni de otra por todos los platos rotos. Y no sólo los platos. Es mucho poder el que hay ahí también. Pero cuánta rabia me da.
Ya tenemos en marcha el primer caso de abusos a menores en España por curas o religiosos. Dada la idiosincrasia nacional y las correlaciones de fuerzas, era de esperar que el primero fuera así: particularmente asqueroso. El muy cabrón tenía una colección de vídeos bien variada, incluyendo sexo con bebés. También se hacía sus propias películas, él mismo de protagonista y con cámara oculta. Con pretextos peregrinos y chantajes conseguía llevarse al huerto a adolescentes de los colegios en los que enseñaba y se entretenía en masturbarlos y otras lindezas.
Los amigos de este blog saben dos cuestiones que vienen ahora al caso. Una, que no soy creyente; otra, que cuando de asuntos religiosos se trata, suelo, o al menos intento, ir con bastante respeto. Me gusta definirme como un ateo tranquilo. En este caso no, para nada. Ni tranquilo ni respetuoso. Leña, luz, taquígrafos, castigo, vergüenza pública, indemnizaciones, escarmientos. E igualdad ante la ley. ¿He dicho igualdad? Ojalá hubiera argumentos contra la igualdad y un agravante grande por sotana. Cabrones.
Sí, cabrones. Por razones múltiples. Las maniobras y excusas del caso me las sé por anticipado. Toda carne es débil y los curas también son humanos. Vale, lo admito así cuando se tiran a alguna marquesona viuda. Con niños no. Que son casos puntuales de sujetos puntuales, pero que no manchan ni cuestionan ni a la Iglesia como institución ni a las concretas órdenes ni a los obispados ni a los colegios donde esos casos ocurrían. Mentira, falso. Estudié el bachillerato en un colegio de religiosos. No se movía una mosca sin que los “padres” se enteraran. A mí me van a contar que los “colegas” de la orden y del colegio no iban a saber o a tener fundadas sospechas si alguno se estaba tirando chavales o metiéndoles mano. ¡Anda ya! Más el secreto de confesión -comenzando por las confesiones de los chavales- que es secreto, pero que no priva del conocimiento ni impide tomar medidas compatibles con el mantenimiento del secreto. Venga, hombre, a otro perro con ese hueso. Se tapaban, se disculpaban las mariconerías -en este caso está plenamente justificada la expresión, no se me diga que no-, se hacían los locos unos para que los otros siguieran a los suyo. Sectarismo, sí, por supuesto. Creo que somos un país sectario en la política y en mil cosas porque aprendimos donde aprendimos. Y un país de hipocresía, doble moral y cara dura. Por lo mismo.
Ante la fe sincera me descubro. Ante el sacrificio del que por amor a Dios y al prójimo se deja la piel trabajando con los pobres, los abandonados o los enfermos me descubro. Al que renuncia a un montón de placeres o bienes para consagrarse seriamente a vivir su religión, también me inclino levemente, aunque poco a poco voy dejando de comprender. Ante el malnacido, el hijo de perra, el sinvergüenza, la rata, el cobarde, el baboso que se aprovecha de su puta sotana para hacerse pajas con un niño o darle por el saco, siento enormes ganas de matar. Sí, de matar. Y me cisco en toda su maldita estirpe y en su fe de los demonios.
A fuer de liberal, mi disposición a ser comprensivo con cualquier debilidad humana y generoso con mil usos de la libertad es grande. Pero con esos tipos no. Lo siento. Se la debo. Se la debo en nombre de mi madre y de mil mujeres de su quinta que he conocido, amargadas, asustadas, asqueadas de si mismas, sin permitirse nunca un momento de placer calmado, sin darse tregua para ser felices ellas con su cuerpo o regalar un poco de amoroso gusto a sus maridos. Las aterraron muchos curas, las persiguieron, las convencieron para sentirse putas si notaban el más mínimo placer de la carne. Las llevaron a sentirse sucias si no cerraban los ojos, si no apagaban la luz, si se recreaban un solo minuto, si no querían quedar embarazadas una vez y otra, como conejas, como cerdas. Y fueron ellos. Y algunos de ellos, mientras tanto, toqueteaban niños y otros de ellos, muchos, lo sabían o lo sospechaban y se hacían los locos, o, todo lo más, le decían algo al director del colegio o al superior de la orden para que éste procediese discretamente a trasladar a otro lado al asqueroso, para que siguiera en otra parte aterrando señoras en el confesionario y violando infantes en su cuarto.
Este desahogo se lo debo también por mí mismo. Ahora me paro a pensar y creo que de mí no abusaron propiamente. Pero no pongo la mano en el fuego en ningún otro caso y por nadie. Porque no sé qué habría pasado si, por cualquier razón, por ejemplo por alguna propensión homosexual mía, hubiera reaccionado yo distinto en ciertos casos. Así, cuando en aquellos ejercicios espirituales aquel cura sádico y obseso, que nos prometía las penas más sobrecogedoras si nos masturbábamos -tenía un servidor quince años, quince-, vino a la habitación que me había correspondido en aquella casa de ejercicios a la que a todos nos habían llevado obligados -sí, entonces esas cosas no eran optativas- y se puso a confesarme y a pedirme detalles de cuánto y cómo me tocaba y, mientras, me pasaba la mano por la espalda y me echaba bien cerca su aliento de jabalí en celo. ¿Eso es abuso? No ocurrió nada más, pero ¿terminaban así, sin pasar a mayores, todas las confesiones del miserable? ¿Y aquel otro que nos enseñaba Historia y que si tenías el codo fuera del pupitre se arrimaba y, como el que no quiere la cosa o no se entera, se refrotaba el pito contra tu codo? Lo recuerdo perfectísimamente. Yo retiraba el codo, sobrecogido, sin malicia, con vergüenza ajena, como diciéndome hay que ver qué despistado es este “padre” que no se da cuenta de que está frotándose su picha contra mi brazo. ¿Y si hubiera dejado el codo alguna vez, por una timidez aún mayor, por susto, por curiosidad, por morbo? ¿Habría acabado en su habitación? Tengo para mí muy clara la respuesta.
Muchos y muchas se quedaron tocados para siempre por la enfermiza obsesión de tantos curas con el pecado más absurdo y más estúpido que imaginarse pueda, el pecado de la carne entre adultos libres y que consienten porque pueden consentir. A otros nos costó bastante sobreponernos a aquellos traumas del puñetero pecado idiota, si es que lo hemos logrado, que no sé. Así que es nuestro turno, por nosotros, por nuestras madres y padres, por los abuelos y las abuelas. Al buen religioso, a la buena persona que tiene fe, el cielo mañana y hoy el aplauso, con el mayor gusto. Pero a aquellos marranos, a esos marranos, a los marranos que ahora van a ir apareciendo, a zurrarles bien fuerte, sin compasión, con saña, con sed de venganza, con burla, con escarnio. Y luego vomitamos tranquilamente.
A los concretos autores, sí, pero no sólo. Y a los que sabían y callaban, y a los que borraban las pruebas, y a los que desviaban las denuncias o cerraban los ojos ante los indicios. Y a los que pensaron y piensan que el asunto es puramente intraeclesiástico y que tienen fuero especial los curas que violan niños o los desnudan y los tocan o se hacen tocar por ellos. Y a los que piensan o insinúan que no deben ir ante el fiscal como cualquier ciudadano y ante el mismo juez que cualquier ciudadano y a la misma cárcel que cualquier ciudadano. Contra todos ésos. Sólo contra ésos, salvemos a los justos, apliquemos el beneficio de la duda y la presunción de inocencia (ay, la inocencia, qué paradoja). Pero contra ésos a muerte, a despellejarlos. Y luego que quede Iglesia o que se acabe, a mí me da igual. Pero, si algo queda, que sea lo que se supone que ha de ser, si es que no se trata del cuento que a algunos nos parece.
La ola viene de lejos, el maremoto llega de otros países. Estados Unidos, Irlanda..., hace cuatro días Alemania. Llevo tiempo preguntándome cuánto faltaba en España y por qué tardaba tanto en reventar el escándalo. La noticia de hoy da una buena pista. Ninguno de los que hace un tiempo fueron víctimas reconoce ahora de buen grado que lo fue. Al verse en las películas no les queda más remedio. No habían querido contarlo a nadie, no han querido recordarlo nunca, ni para sí mismos. Se avergüenzan. Es una de las consecuencias colaterales de la homofobia latina. Si un varón reconoce que un día un cura lo tocó malamente o que fue obligado a tocar al cura, teme que en esta sociedad unos lo vean como marica horrible y que otros le nieguen el saludo por andar criticando a la Iglesia santa. Pero ahora que el lodo que dormía en el fondo del estanque va a empezar a removerse, a muchos los asaltará el recuerdo enterrado, otros seguirán el ejemplo de los más valientes y hasta alguno habrá que vea la ocasión para sacarse unos euros de indemnización, que bien justos serán si existen hechos que la justifiquen.
Preparémonos. Vamos a pasar mucho asco y mucha rabia durante los meses venideros. Van a volver los maniqueísmos y los manifiestos. Y vamos a tener nueva ocasión para comprobar si en España hay un sistema de justicia o no. Que tengan esos curas un juicio justo. Pero que lo tengan. Y ojalá -este es mi deseo personal- esos juicios justos acaben en condenas tan legales como ejemplares.

15 marzo, 2010

Discriminación retropositiva

Tengo una noticia bomba y un modelo sorprendente para que lo discutamos en España. Pero primero, y para darle emoción al caso, déjenme que los ponga en antecedentes, que recree un ratito el contexto.
Estoy en Guayaquil, Ecuador. Es mi primera jornada aquí y la breve estancia promete ser inolvidable por la calidad y la cordialidad de mis anfitriones. Sé ya que voy a quedar por mucho tiempo agradecido y admirado. Entre otras cosas, porque sigue renovándome al ánimo y reconstituyéndome la vocación el encontrarme con jóvenes investigadores y profesores ya curtidos que, todos por igual, ansían por encima de todo debatir sobre teoría del Derecho con invitados como un servidor, que no escatiman el tiempo para comentar el escrito de Fulano o la obra última de Mengano, que no aburren a uno con disertaciones sobre Cristiano Ronaldo y Leo Messi, pero que se empeñan, por ejemplo, en buscar diferencias y analogías entre, pongamos por caso, Dworkin, Alexy, Manuel Atienza y Carlos Bernal. Una maravilla. Como en España, igualito.
Bien, ya tenemos el marco personal. El social nos lo da un país con unas desigualdades económicas apabullantes. Hoy he visto y voy a ver algunas zonas residenciales y ciertos clubes “selectos”, pero han prometido que me mostrarán también los barrios de miseria. No pretenden ocultarme ninguna realidad y eso también lo agradezco sobremanera. En cuanto al ambiente político, es conocido: hay un Presidencia progresista, la de Correa, que pretende hacer reformas sociales de calado, con peor o mejor éxito según quien se las narre a uno, como es normal.
Y ahora, al fin, la sorpresa, en forma de acción afirmativa o discriminación positiva, llamémosla como queramos. Resulta que para los concursos a numerosos cargos públicos, como por ejemplo los de fiscal, la condición de homosexual otorga ya de partida dos puntos. No doy crédito y les pido que no me tomen el pelo, pero me aseguran mis interlocutores, gente de Derecho bien experta, que es verdad y que mañana me mostrarán la norma correspondiente. No he podido esperar a verla y lo cuanto ya aquí tal cual. Cuando tenga dicha norma en mi poder, volveremos sobre el caso.
Les pregunté cómo se acreditaba a tales efectos la cualidad de homosexual y me contestaron que mediante una declaración jurada.
A mí me da un morbazo bárbaro, lo confieso. Por ejemplo: ¿se imaginan que para la acreditación de catedrático por la ANECA se concedieran cinco puntos por una declaración jurada de homosexualidad o por presentar certificación de haber asistido a unos cursillos de perfeccionamiento impartidos por unos de la Facultad de Educación? Ah, amigos, todo puede mejorar y aún nos divertiremos bastante.
Por cierto, lo que no me han explicado aún es en qué medida esa discriminación positiva repercutirá en reducción de la miseria de los barrios más pobres y si los heterosexuales u homosexuales que en ellos vivan tienen una solla posibilidad, alguna jodida posibilidad, de llegar algún día a fiscales. Pero lo importante es despistar con las maniobras. Como aquí, como en España.

13 marzo, 2010

Corrupción y financiación de los partidos políticos

(Como este fin de semana me temo que no tendré tiempo para escibir esta tecla es mía -me toca saltar de país otra vez, ahora a Ecuador-, meto aquí este articulo que hace dos o tres meses escribí por encargo y que al final no apareció por causa de la crisis económica del medio en cuestión. Es un poco largo, pero como tarea en plan Bolonia y para todo el fin de semana, puede servir. Me hacen un resumen, me ponen sus comentarios, lo discuten con sus compañeros y el lunes les paso un test).
CORRUPCIÓN Y FINANCIACIÓN DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS.
En estos tiempos el Derecho penal está sirviendo de tapadera, de excusa moral que obstruye un juicio social y político más abarcador y con fundamentos generales. Ciertos problemas estructurales de nuestro sistema político quedan ocultos bajo la perspectiva jurídico-penal, que ocupa casi todo el espacio de la discusión. En el campo de la política, por el hecho de que una acción no sea jurídicamente ilícita se estima que ya goza de toda justificación y que ningún otro reproche cabe. Cuando un proceso penal termina en absolución, aunque sea por razones formales, como la falta de pruebas concluyentes, la obtención ilegal de las pruebas disponibles o algún defecto en la instrucción, los grupos y partidos salen de inmediato a la palestra para proclamar la total falta de mácula de los acusados y su virtuosa condición personal y política.
Esa reducción de todo juicio a los términos de la decisión jurídico-penal oculta que el no merecimiento de condena penal no equivale a irreprochabilidad en cualquier sentido, a justicia incuestionable de las acciones y a su plena justificación desde cualesquiera puntos de vista. En materia política lo legal se tiene por perfectamente moral, con el complemento de que a menudo se buscan excusas morales como espurio atenuante o eximente de la responsabilidad penal. Cuántas veces se nos insinúa que el ilícito cometido por razón de Estado o de supuesto interés general, o ejecutado por puro afecto a la causa ideológica, no merece sanción jurídica ni de otro tipo. En estos tiempos de auge de los derechos colectivos en detrimento de los individuales, se suele estimar que el delito perpetrado en beneficio de un ente grupal, y no para la satisfacción o el enriquecimiento particular, es digno de mayor comprensión y de sanción menor. El reverso de tal manera de pensar se halla en la consideración de la víctima, y se cree que cuando el daño lo padece el erario público debe ser más suave el reproche que cuando se afecta a bienes privados. Estamos ante una de tantas manifestaciones contemporáneas de la ley del embudo. En cuestiones de honestidad política hemos logrado la inversión del dicho tradicional y aquí se afirma que la mujer del César es honesta con sólo parecerlo o con que lo dictaminen un fiscal resignado o un juez de manos atadas.
Curiosamente, los mismos partidos que propagan esa interesada visión de las relaciones entre Derecho penal, moral y política se ensañan con ciertos delitos considerados como expresión de la suprema inmoralidad personal y social, para los que continuamente piden e imponen condenas cada vez más duras sin atender a más razón que el ánimo puramente vengativo y el punitivismo electoralista. Tal ocurre con ciertos delitos sexuales o relacionados con el “género”. Si los mismos grupos políticos que alimentan la saña social contra delincuentes sexuales y maltratadores aplicaran ese celo para limpiar sus filas de corruptos, otro gallo cantaría en ministerios, consejerías, diputaciones y ayuntamientos. Pero ninguno quiere aplicar el “derecho penal del enemigo” a sus propios amigos y es mejor buscar chivos expiatorios para que los árboles no dejen ver el bosque.
Al hablar de la relación entre corrupción y financiación de los partidos políticos debemos comenzar por establecer algunas distinciones bien claras. Al concepto de corrupción hemos de darle un alcance más amplio que el meramente penal. Como escribió Alejandro Nieto en 1997, en su libro Corrupción en la España democrática, “la ausencia de infracción legal no elimina por sí sola la corrupción política”. Es más, importa subrayar que ciertas prácticas formalmente legales pueden y suelen ser el paso hacia la corrupción ilegal. Del mismo modo que tantas veces se insiste en que la legislación urbanística da pie a la corrupción al permitir a los ayuntamientos financiarse mediante recalificaciones que en sí mismas no son ilegales, sino potestad de los mismos, cabe que nos preguntemos si no es la legislación electoral y sobre financiación de los partidos políticos la que abre las puertas al abuso. No en vano apuntaba hace años Perfecto Andrés Ibáñez que la financiación ilegal de los partidos es “la madre de todas las corrupciones”.
También interesa observar esta cuestión del sistema legal de financiación de los partidos planteándose si, en su estado actual, no provoca otro tipo de decadencia o perniciosa alteración de las reglas del juego: la corrupción de los fundamentos mismos del sistema democrático.

Legislando sobre asuntos propios.
Qué se podría esperar si cualquier grupo humano dispusiera de la facultad de legislar sobre sus propios intereses, y/o sobre sus fuentes de ingresos y su régimen financiero. Imaginemos que tal pudieran hacer los padres separados en materia de pensiones o de custodia de los hijos, o los empresarios de la construcción sobre el régimen jurídico y fiscal de sus inmuebles y sus transacciones, por poner un par de ejemplos bien diversos. Quienes elaboran las leyes sobre financiación de los partidos políticos son los partidos mismos y con arreglo a la fuerza derivada de su respectiva presencia parlamentaria. No puede ser de otro modo, pero esa peculiar circunstancia debería haber llevado, cuando hubo ocasión, a la imposición de límites férreos por el Tribunal Constitucional, tal como en su momento se hizo en Alemania, donde su Tribunal Constitucional decidió en 1992 que las aportaciones a cada partido con cargo al erario público no pueden rebasar el importe de las contribuciones privadas.
En España rige actualmente en esta materia la Ley Orgánica 8/2007, de 4 de julio, sobre financiación de los partidos políticos, que reemplaza a la Ley Orgánica 3/1987. El contexto de la reforma lo ponía, por un lado, la inquietud de la opinión pública con motivo de los muy conocidos escándalos de financiación ilegal de los partidos, o de financiación legal escasísimamente transparente, como la derivada de que estuvieran permitidas las donaciones anónimas; por otro lado, los sucesivos informes de fiscalización de la contabilidad de los partidos por el Tribunal de Cuentas venían insistiendo en la urgencia de reformas que corrigieran subterfugios contables y vías oscuras, pero no ilegales, de obtención de ingresos. La nueva ley prohíbe las donaciones anónimas, pone límites de cuantía a las donaciones de cada particular o cada persona jurídica a un partido (cien mil euros anuales), obliga a una detallada contabilidad de los partidos y a toda una serie de garantías y controles formales, pero, al tiempo, deja abiertas numerosas vías de escape para que no sean ilegales ciertos ingresos más que discutibles o a los que se aplica un control más laxo. Así, no se limita el valor de las donaciones de inmuebles por personas físicas o jurídicas, se ponen topes más altos (ciento cincuenta mil euros) para las donaciones a fundaciones orgánicamente ligadas a los partidos, se permite que las realizadas por personas jurídicas a tales fundaciones y por un importe inferior a ciento veinte mil euros no se formalicen en documento público y, muy destacadamente, se dice -con curiosa técnica legislativa- en la disposición transitoria segunda, que “Los partidos políticos podrán llegar a acuerdos respecto de las condiciones de la deuda que mantengan con entidades de crédito. Dichos acuerdos serán admitidos según los usos y costumbres del tráfico mercantil habitual entre las partes” y no estarán sujetos a límite de cantidad. ¡Como si fuera usual que los bancos nos perdonen las deudas!
También llama la atención que mientras la Ley prescribe, en su artículo 4, que los partidos “no podrán aceptar o recibir, directa o indirectamente, donaciones de empresas privadas que, mediante contrato vigente, presten servicios o realicen obras para las Administraciones Públicas, organismos públicos o empresas de capital mayoritariamente público”, dicha restricción, además de aplicarse sólo para las empresas con contrato “vigente” en el momento de la donación -no a empresas que tuvieron contratos, ya finalizados, o que los vayan a tener en el futuro-, sí pueden esas empresas con contrato vigente donar dinero, inmuebles o en especie a “las Fundaciones y Asociaciones vinculadas orgánicamente a partidos políticos con representación en las Cortes Generales”, si bien se impone también para este caso la fiscalización por el Tribunal de Cuentas.
Algunas llamativas peculiaridades se nos muestran si necesidad de gran reflexión. Así, sin ir más lejos, el muy sorprendente trato distinto que se otorga a lo que una entidad privada con ánimo de lucro regala a un partido y a lo que la misma renuncia a cobrar de lo que un partido le debe. Es como si a usted su banco no pudiera regalarle altruistamente más que cien mil euros al año, que serían ciento cincuenta mil si a usted estuviera ligada “orgánicamente” una fundación, pero, en cambio, puede el mismo banco perdonarle a usted todo o parte de las deudas que con él tenga. ¿Con qué límite en este caso? Sin límite. Si la donación directa no se consiente porque se hace sospechosa de servir a la compra de voluntades o a otros afanes manipuladores, ¿por qué se permite que los bancos condonen deudas o intereses? O, ya puestos, ¿por qué no se admite que también otras empresas puedan perdonarles sus deudas a los partidos? ¿Acaso se supone mayor virtud y moral intachable de los bancos? Ahí tenemos un excelente ejemplo de lo que antes afirmábamos, de que una conducta puede ser conforme a la ley y, sin embargo, estar muy cerca del más elemental concepto de corrupción.
Ciertas cifras hablan por sí solas de la situación. Según el Informe del Tribunal de Cuentas sobre Contabilidad de los Partidos Políticos en el ejercicio 2005, emitido en abril de 2008, los partidos con representación en las Cortes Generales recibieron en ese ejercicio una financiación pública de 184,7 millones de euros y 25,7 más con ocasión de los procesos electorales, mientras que esos mismos partidos mantenían a esa fecha una deuda de 144,8 millones de euros con las entidades de crédito. Por tanto, es casi equivalente lo que los partidos reciben del Estado (a lo que hay que sumar lo que perciben de Comunidades Autónomas y Ayuntamientos) y lo que deben a los bancos y cajas de ahorros, pese a las continuas y poco explicadas condonaciones.
Si, pese a las apariencias, quedan expeditas tantas vías “legales” para que los partidos logren dineros y bienes de bancos y todo tipo de empresas, ¿por qué no desaparece la financiación ilegal y sigue presente la corrupción antijurídica como fuente de ingresos? Para la respuesta seguramente han de tomarse en consideración diversos factores: el gasto desbocado de los partidos en un marketing electoral profundamente tergiversador del sentido de una democracia que se quiera deliberativa y madura, la conversión de la política de partido en profesión para tantos dirigentes que buscan beneficio sin tener o estar capacitados para otro oficio, la transformación de los partidos en maquinarias burocráticas hinchadas de personal afín y puesto a dedo y, muy destacadamente también, la posibilidad que las prácticas corruptas ocultas brindan a sus gestores de procurarse un beneficio personal adicional, sobre la base de auténticos pactos mafiosos con el respectivo partido: tanto para el partido y tanto para el peculio particular del que negocia coimas y comisiones.

¿Por qué los ciudadanos hemos de financiar a los partidos con nuestros impuestos?
Éste es otro debate, que posiblemente nos aleja de la noción más estricta de corrupción, pero que guarda relación estrecha con los desajustes y perversiones de nuestro sistema político. No se pierda de vista que con ocasión de la citada reforma de 2007 se amplió un veinte por ciento el montante del dinero público del Estado destinado a la financiación de los partidos, al parecer para compensar la prohibición de donaciones anónimas, al tiempo que la misma Ley deja vía libre y no fija topes para la financiación también por Comunidades Autónomas y Ayuntamientos.
En su momento el Tribunal Constitucional dio por buena la financiación pública de los partidos con base en las funciones que les asigna el artículo 6 de la Constitución como expresión del pluralismo político, medio para la formación y manifestación de la voluntad popular e instrumento fundamental para la participación política (STC 3/1981). La referida Ley Orgánica 8/2007, tras definir en su Exposición de Motivos los partidos como “asociaciones privadas que cumplen una función pública trascendental en nuestro sistema democrático al ser instrumentos de representación política y de formación de la voluntad popular”, mantiene un sistema de subvenciones anuales con cargo a los Presupuestos Generales del Estado y un criterio de distribución en función del número de escaños y votos obtenidos por cada partido con representación en el Congreso de los Diputados en las últimas elecciones a dicha Cámara. Del dinero total destinado en los Presupuestos para tales subvenciones (al que hay que sumar la partida destinada a sufragar gastos de seguridad de los partidos), que ascendía para el ejercicio 2008 a algo más 78 millones de euros (y 4 millones más para gastos de seguridad), el reparto se realiza del siguiente modo (art. 3): “se dividirá la correspondiente consignación presupuestaria en tres cantidades iguales. Una de ellas se distribuirá en proporción al número de escaños obtenidos por cada partido (...) y las dos restantes proporcionalmente a todos los votos obtenidos por cada partido” en las últimas elecciones al Congreso.
El resultado es palmario: el Estado pone los medios económicos para que los partidos dominantes sigan siéndolo, y los nuevos partidos o los partidos ajenos al bipartidismo estatalmente dominante o que por no ser nacionalistas carecen de fuerte implantación en una Comunidad Autónoma que los subvencione con parejo criterio, se topan con gravísimas dificultades para incorporarse al proceso político ordinario o para mantenerse en él. Hace años que expertos constitucionalistas, como Roberto Blanco Valdés y Miguel Presno Linera, vienen insistiendo en el atentado que este sistema supone contra la igualdad de oportunidades entre los partidos parlamentarios y extraparlamentarios, por un lado, y entre partidos parlamentarios mayoritarios y minoritarios, por otro.
Si a esa estrategia de financiación se une la regulación con parecida pauta del uso de espacios electorales en los medios públicos de comunicación, la política de los medios informativos privados, en manos de grupos empresariales con fuertes vínculos con los partidos imperantes o dependientes de las políticas de éstos, y el criterio selectivo con que la banca concede créditos a los grandes partidos, a sabiendas de que no van a reembolsarlos, y los niega a partidos de nuevo cuño con el argumento de que no ofrecen garantías de solvencia (se ve que los partidos mayoritarios, igualmente insolventes, aportan garantías de otro género), tenemos un sistema político supuestamente democrático en el que unos pocos partidos, dos, más algunos grupos nacionalistas, se reparten el poder en régimen de perfecto oligopolio, con tácitos acuerdos para alternarse sin otras alternativas y utilizando los medios estatales y paraestatales para el boicot de toda competencia posible. Prácticas y modos de funcionar que serían ilegales y tenidos por ilegítimos si se tratara de empresas privadas operando en el mercado económico, se consideran perfectamente lícitas en el mercado de la política y de la economía de la política, seguramente porque no existe en ese ámbito un equivalente funcional del Tribunal de Defensa de la Competencia y porque los órganos del Estado que hubieran podido jugar y debieran haber jugado ese papel, empezando por el Tribunal Constitucional, son también rehenes de los mismos grupos políticos y sirven en el fondo a la misma lógica oligopolística.

¿Qué soluciona el Derecho penal?
Cuando se trata de castigar penalmente la corrupción relacionada con la financiación ilegal de los partidos, volvemos a darnos de bruces con el hecho de que, como ha escrito Adán Nieto Martín, “el legislador se encuentra ante un serio conflicto de intereses. Tiene que penalizar comportamientos de los que resulta ser el sujeto activo principal. En este contexto no es de extrañar que se establezca un auténtico "cartel político", todos los miembros de los órganos legislativos con independencia de su asignación política tienen intereses personales comunes en crear un espacio libre de derecho penal”. El mismo autor destaca además que, cuando al fin se echa mano del Derecho penal para este asunto, las penas resultan llamativamente benignas y se suele optar por mecanismos alternativos de castigo.
La primera consecuencia es que, a diferencia de lo que por ejemplo ocurre en Italia desde 1974, la financiación irregular de los partidos como tal no es delito. Con la legislación aquí vigente a día de hoy, para que el Derecho penal pueda intervenir ha de haber algo más, han de darse los supuestos de algún otro delito, como cohecho, prevaricación, tráfico de influencias, malversación de caudales públicos, asociación ilícita, delito fiscal o maquinación para alterar el precio de las cosas. Es decir, el hecho de que una persona física o jurídica done a un partido y éste acepte una cantidad de dinero que supere los límites legalmente marcados no da pie a castigo penal, sino, todo lo más, a una sanción administrativa pecuniaria, como luego veremos. En otros términos, los dirigentes o autoridades de los partidos no comenten delitos “de partido”, sino delitos ordinarios que se juzgan como si no hubiera partido o el partido no tuviera nada que ver. Que, por ejemplo, un concejal que cobra comisiones ilegales pase una parte del botín al partido ni quita ni pone, ley vigente en mano, para el delito de ese concejal ni para la impunidad consustancial del partido y sus responsables.
Así pues, en términos penales un partido como tal no delinque por corrupción; con la excepción que pronto veremos, un partido político siempre es penalmente inocente. Entre las justificaciones habituales de esta situación se suele mencionar la de que no cabe o es muy discutible la responsabilidad penal de personas jurídicas. Sin embargo, ello no impide que exista un supuesto en el que se hace responder penalmente por cierta corrupción a las personas que gestionan fondos de un partido. Es el caso del delito electoral contemplado en los artículos 149 y 150 de la Ley Orgánica 5/1985 del Régimen Electoral General. El 149 dispone pena de prisión menor y multa para “Los administradores generales y de las candidaturas de los partidos, federaciones, coaliciones y agrupaciones de electores que falseen las cuentas, reflejando u omitiendo indebidamente en las mismas aportaciones o gastos o usando de cualquier artificio que suponga aumento o disminución de las partidas contables”, y el 150 prevé idéntica pena para “Los administradores generales y de las candidaturas, así como las personas autorizadas a disponer de las cuentas electorales, que se apropien o detraigan fondos para fines distintos de los contemplados en esta Ley”. La pregunta que queda en el aire parece bien obvia: si en lo que tiene que ver con el manejo de los fondos electorales cabe esa responsabilidad penal de las personas físicas a cargo de la administración y contabilidad de dichos fondos, por qué no ha de ser viable o por qué no se quiere que exista una responsabilidad penal similar de quienes se encargan de las finanzas generales de los partidos e incurren en ilícitos semejantes.
Como también apunta la mejor doctrina, en materia de partidos la legislación penal es reactiva, al igual que sucede con la legislación referida a ciertos delitos sexuales. Quiere decirse que cuando estalla una ola de escándalos se propone de inmediato una reforma que endurezca las penas. Así acaba de ocurrir, pues el pasado 13 de noviembre el Gobierno anunció un nuevo proyecto de reforma del Código Penal, destinado a agravar los castigos para delitos de corrupción, abusos sexuales a menores y terrorismo, todo en el mismo cajón y como perfecta síntesis del Derecho penal simbólico y propagandístico que es plaga de nuestro tiempo. Y la casa sin barrer, al menos en materia de corrupción política, pues parece que los partidos y sus responsables seguirán yéndose de rositas. En efecto, el incremento de las penas se prevé para casos de cohecho o prevaricación, esto es, para aquellos supuestos en que delinquen los funcionarios o las autoridades en tanto que individuos, no en tanto que responsables de la gestión económica de un partido. En otras palabras, que si un alcalde cobra comisiones por recalificaciones de suelo o por licencias de obra y da todo o parte de su importe a su partido, quien en el partido y para el partido recibe ese dinero seguirá impune, aunque al otro le toque pegar el pato, sufrir la pena. Queda por ver, de todos modos, en qué se traduce la intención de que en esa misma reforma se establezcan tipos penales de corrupción entre particulares y supuestos de responsabilidad de las personas jurídicas.
La Ley Orgánica 8/2007 sobre financiación de los partidos políticos sí ha previsto que el Tribunal de Cuentas pueda aplicar sanciones pecuniarias: “Cuando un partido político obtenga donaciones que contravengan las limitaciones y requisitos establecidos en esta Ley, el Tribunal de Cuentas podrá proponer la imposición de una multa de cuantía equivalente al doble de la aportación ilegalmente percibida, que será deducida del siguiente libramiento de la subvención anual para sus gastos de funcionamiento” (art. 17). Dichas sanciones son recurribles ante la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo. Se habría podido sentar también que de los hechos se diera cuenta a la Fiscalía, tal vez a la Fiscalía Anticorrupción, para que se averiguase si esos dineros irregulares tenían alguna relación con contratos administrativos, concesiones, autorizaciones, recalificaciones, licencias y cosas similares, pero no se ha tomado tal opción, como era de esperar.

Sentido común y ecuanimidad antes que nada.
La eficacia sancionatoria del Derecho en ámbitos como éste no sólo está legalmente limitada, sino que es en sí misma más que dudosa, por lo que probablemente tampoco serviría de gran cosa la tipificación delictiva de la financiación ilegal. No conviene engañarse en este punto y bien deberíamos saber ya lo poco que las penas disuaden a ciertos tipos de malhechores. Prever castigos para los responsables de la economía de los partidos tendría, eso sí, el valor simbólico de evitar agravios comparativos y de desterrar, el menos sobre el papel, esos reductos del impunidad que para sí mismos se procuran los grupos políticos. Pero mucho mejor y más práctico, amén de más justo y acorde con los fundamentos de la democracia, sería prevenir las ocasiones de pecar, cortando de raíz esa ecuación de que a más gasto de un partido, mayor ventaja electoral y, consiguientemente, mejores resultados en las urnas.
Si suponemos, como hay que suponer, que en una democracia madura y liberada de populismo barato y paternalismo complaciente el voto de los ciudadanos es -o se ha de procurar que sea- el resultado de la reflexión sobre ideas y del debate racional sobre programas alternativos, sobran mítines, viajes, carteles con fotos retocadas, pasquines con consignas demagógicas y anuncios publicitarios basados en las mismas técnicas de publicidad que se emplean para vender coches, detergentes o yogures con bífidus. Es decir, forzar legalmente a la reducción de los gastos sería la mejor manera de evitar la búsqueda desenfrenada de ingresos, legales o ilegales, el endeudamiento crónico, los oscuros pactos con bancos que condonan créditos o intereses -habrá que pensar que por su convicción del papel esencial de los partidos como vehículo de la soberanía popular- y hasta el descaro con que los partidos se atribuyen dineros provenientes del erario público para su financiación, que es en buena parte la financiación de un aparato opaco, improductivo y basado en lealtades puramente personales. Con los medios actuales de distribución de la información están de más las ostentaciones y el vocerío con que se arman las campañas electorales, preelectorales y permanentes. A todo elector se le debe presuponer maduro y capaz para dirimir por sí entre ideas y programas, por lo que están completamente de más y constituyen poco menos que un insulto a la dignidad del ciudadano prácticas como el buzoneo con papeletas electorales o el empapelamiento de las ciudades con efigies sonrientes de líderes de los que no se conoce más opinión que una retahíla de tópicos de poca monta, o de candidatos que acaban de aterrizar en las correspondiente circunscripción y jamás retornarán a ella después de llevársela al huerto.
Cabe que el Estado colabore para el sostenimiento de ciertos gastos ordinarios, pero con severos controles y nunca en proporción mayor que afiliados y simpatizantes, además de con respeto a la igualdad de oportunidades entre los partidos. Se pueden permitir las donaciones, pero con conocimiento público, límites bien marcados y sin subterfugios. Y, desde luego, que la ley fuerce a vigilar estrechamente los “regalos” que desde los gobiernos y los parlamentos hacen los partidos a quienes los favorecen, y no sólo con dinero contante y sonante, sino también con editoriales, crónicas o campañas de apoyo. Bien está que nadie deje de opinar por miedo a represalias desde el poder, pero se requiere del mismo modo asegurarse de que nadie opina para ganar el favor tangible o la recompensa y lo consigue. Porque la corrupción política es una hidra de muchas cabezas y los partidos no sólo se corrompen cuando reciben indebidamente, sino también cuando dan sin atender al interés general y para corresponder así a lo de cualquier modo recibido.

12 marzo, 2010

El paquete del progre

No, no es lo que ustedes están pensando. Tampoco pretendo llamar paquetes a los progres. Sólo quiero formular una pregunta para que me la responda quien tenga más luces que las mías. Concreto la cuestión: ¿por qué la ideología -si así se puede llamar- del progre abraza -nunca mejor dicho, abraza apretadamente- contenidos tan variopintos y hasta difícilmente conciliables?
A continuación voy a enumerar algunos de ellos, pero déjenme antes formular algo sobre la definición de progre. “Progre” no es aquí empleado como sinónimo de persona de pensamiento avanzado en temas sociales y económicos, ni de anticonservador ni, menos, de sujeto con ideas que según la tradición corresponderían a partidos o movimientos políticos de izquierda. Si tengo que definir concretamente qué entiendo por “progre”, diría que es aquel individuo (o individua y tal) que asume como componentes esenciales de su credo vital y de su posición política todas o la gran mayoría de las ideas heterogéneas y hasta contradictorias que voy a ir mencionando a continuación. El progre es el que se apunta a todo eso de una tacada y sin pararse a pensar que todo no cabe así como así en el mismo cesto y que algunos de esos elementos son incluso difícilmente compatibles con lo que toda la vida se ha considerado izquierdista, progresista o simplemente democrático. Progre es el que toma ese paquete entero, porque sí, sin mayor discernimiento y porque todo eso es lo progre según los progres con los que se relaciona. A esa indefinida definición ideológica añade luego -aunque no es asunto que vayamos a tocar aquí en este momento- algunos rasgos peculiares en la manera de vestirse, de arreglarse, de colocarse delante de una barra y de hablar sobre vinos, sobre cine o sobre tipos de soja. Pero en esta ocasión sólo tomaremos en cuenta sus peculiares ideas características.
Allá va todo ese cúmulo de ideas y eslóganes que caracterizan el pensamiento más bien acrítico del “progre”:
1. Ecologismo. Suele ser urbanita a tope, pues en las aldeas no abundan los progres y sobre ecologismo en ellas se lee poco, para qué. Le gusta vincular lo ecológico con lo saludable y considera acto de muy relevante militancia el comer tomates o calabacines de agricultura ecológica. Aparte de todos esos detalles domésticos, tiene muy buena disposición para defender los animales en general y una debilidad especial por las focas y las ballenas.
2. Feminismo. El progre bajo ningún concepto formularía crítica u objeción a ninguna de las variantes o corrientes de ese muy plural movimiento llamado feminismo. Es más, tuerce el gesto cuando alguien que no sea mujer objeta a esta o a aquella autora feminista, cualquiera. Sin embargo, raramente se ve al varón progre casado o duraderamente emparejado con una feminista de estricta observancia, suponiendo que las haya. Él sabrá por qué, yo en esas cuestiones íntimas no me meto.
3. Pacifismo. Está contra la guerra. Simplemente. Otra cosa es a qué llamamos guerra. La de guerrillas, por ejemplo, la considera más bien insurgencia y ahí a lo mejor caben matices. Pero la guerra de toda la vida la ve fatal, al margen de contra quién sea o por qué. Cuando le preguntan qué le parece la guerra de ingleses, rusos o norteamericanos contra las huestes de Hitler se va a otra mesa o pasa al punto siguiente.
4. Antiamericanismo. Se opone con uñas y dientes a la dominante y abusona cultura yanqui y al predominio económico, político y militar de los estadounidenses. Él los conoce mejor que nadie, pues, por lo común, presume de su buen nivel de inglés, asegura que se ha leído todo Faulker y bastante de Hemingway (últimamente y por lo de la paridad, también cita a Carson McCullers y Sylvia Plath), si tiene hijos los manda a un colegio inglés o al menos bilingüe, es fanático de las películas de Oliver Stone y Tim Robbins y no se pierde concierto o disco recopilatorio de Dylan o Bruce Springsteen.
5. Muticulturalismo y defensa de la inmigración. Que nadie critique en su presencia a un extranjero, salvo que sea estadounidense, ni insinúe que a lo mejor las del Islam son una religión y una cultura tan retrógradas como nuestro catolicismo medieval o el de cuando Franco. Esas comparaciones le resultan sumamente odiosas. Si un día tuviera hijas, no le importaría nada que se casaran con musulmanes. Menos mal que está vasectomizado.
6. Contra la educación autoritaria. En materia educativa es carne de cañón para pedagogos y autores de libros de autoayuda. Si es profesor, al reunirse en círculo con sus estudiantes y ponerlos a ellos a elaborar los temas y exponerlos, se le olvida con gesto feliz su oficio docente; al cobrar la nómina, no. Cree que los conocimientos sólo deben adquirirse cuando a cada uno se lo pide el cuerpo, con libertad, y así se lo aplica también a sí mismo, del modo más congruente.
7. Contra el cambio climático. Huy, casi se me olvida esto tan fundamental. Ahí no hay concesiones. En lo del clima vamos hacia el desastre y no hay más que ver cómo está el tiempo. Si hace calor es el calentamiento y si hace frío es un efecto de feed-back del calentamiento. De momento no va a vender el todoterreno, pero cree que los granjeros deberían sacrificar unos millones de vacas.
8. Comunitarismo. En materia de filosofía política, el que llega ahí simpatiza mucho con el comunitarismo, con el derecho de cada cultura a seguir siendo como es y con la consiguiente prevalencia de los derechos colectivos, los derechos de la cultura como tal, sobre los derechos individuales. Bien está que cada uno haga lo que quiera, pero que rotule en la lengua de su comunidad. Afortunadamente, él o no tiene comunidad o no tiene una tienda.
9. Tradicionalismo. Se emociona con las tradiciones populares. Las tradiciones de todo tipo son el meollo de una nación y el reflejo mejor del espíritu de un pueblo. Y tan emocionantes, además. Le encanta leer sobre las tradiciones de los esquimales, los aymara o los bosquimanos, pero detesta las tradiciones españolas, con tanto cura, tanta procesión y tanto rito absurdo.
10. Carril-bici. Algunos progres usan de vez en cuando la bicicleta (no me refiero a la estática, que esa sí la utilizan casi todos) y otros nunca, pero todos coinciden en dos detalles: uno, el estar contra los coches y defender que en las ciudades se dé más lugar a las bicicletas y menos a los automóviles; otro, que si se enteran de que tú te vas a Madrid mañana en tu coche, ya no sacan billete de tren, sino que van contigo, pero no pagan ni en la gasolinera ni en el peaje, tal vez para no contribuir al abuso de los vehículos de motor.
Bueno, podríamos buscar más caracteres, pero así, con diez, queda muy redonda la descripción. Ahora un breve comentario.
Dado que ese tipo de progre es real y abunda, más allá de que mis descripciones son caricatura, a mí me quedan dos preguntas, que dejo para ustedes. Una: dónde queda la lucha por la igualdad de oportunidades y un Estado verdaderamente social. Dos, y sobre todo: por qué a ellos les parece que son de izquierda y por qué los partidos de izquierda les hacen la pelota a ellos. Opino que el progre es un personaje más bien lamentable que opera como un auténtico impostor y que ha conseguido suplantar a los que durante siglos han luchado de verdad por la liberación e igualación de los oprimidos: contra la opresión económica.
¿Un ejemplo de progre? Je, no sea usted mala, mujer. Seguro que estamos pensando en el mismo. Lo peor de la crisis ya pasó y tal. Ése. Pero hay más, infinidad de ellos. Son una puñetera peste y urge una fumigación.
PD.- No me quedo tranquilo sin aclarar algo, por las dudas. Cualquiera de esas diez opiniones las puede sustentar quien quiera con toda legitimidad y buenas razones. Yo mismo simpatizo con alguna de ellas (pocas, la verdad). Lo que a mí no me encaja es que se puedan defender las diez a la vez y en plan guay más que nada y como quien recita los diez mandamientos y se siente un elegido. No sé si me entiendes.

11 marzo, 2010

Ni con Garzón ni contra Garzón: con las reglas de juego, carajo

La próxima vez que algún amigo o conocido me envíe para la firma un manifiesto o panfleto a favor o en contra de Garzón lo voy a mandar a paseo con todas las letras y sintiéndolo muchísimo. Al amigo, digo. Y he dicho a favor o en contra. Ya está bien. O, todo lo más, que se me envíe como antecedente un dossier lleno de argumentos técnicos y análisis estrictamente jurídicos y con amplia mención de normas, jurisprudencia y doctrina. Así podré formarme una opinión sobre si tal o cual actuación de Garzón o de Perico de los Palotes tiene amparo legal o es ilegal como la copa de un pino. Si no, si va la cosa nada más en plan de defendamos a Garzón como a las focas de Alaska o acabemos con él igual que con el maltrato doméstico, se está contribuyendo salvajemente a lo que con la boca pequeña se dice que se quiere evitar: el descrédito absoluto de nuestros tribunales y de nuestro sistema de justicia.
El mal es general y el descrédito omniabarcador, pero lo de Garzón da para un análisis fabuloso de la situación de la intelectualidad y la ciencia jurídica en este país de traca. A Garzón, hace tiempo, unos lo amaron radicalmente y otros lo odiaron a muerte, por lo de los GAL. Fue peculiar ahí su proceder, pero después de que decidió usar su información y tirar de la manta, se convirtió en enemigo público número uno del PSOE y sus allegados y en ídolo del PP. Dicen que de ahí viene, por ejemplo, la inquina de o con Margarita Robles. Recientemente volvió a ser objeto de gran polémica política por el caso Gürtel y las reiteradas filtraciones durante el secreto del sumario. Y el tercer asunto que lo tiene en el candelero es el relacionado con la investigación de los crímenes de los franquistas durante la guerra civil y después.
Muchos de los que antes lo odiaban y lo atacaban por ciertas actuaciones lo adoran ahora por otras; y a la inversa. Muchos de los que cuando los GAL pensaban que andaba Garzón metido en una conspiración contra el PSOE, ahora dicen que cómo se va a acusar a Garzón de conspirador. Pero el PP, que antaño lo defendía, es ahora cuando lo tilda de peligroso conspirador. Muchos de los que se escandalizan porque alguien filtra datos de los sumarios secretos instruidos por Garzón ven normal que se filtre a El Mundo datos sobre el papel de Gómez Benítez en las negociaciones del Gobierno con ETA. Por contra, los que se escandalizan por esto último no ven motivo de reproche cuando los sumarios secretos de Garzón salen enteritos en El País. Lo que hay es mucha cara por unas partes y por otras. Usted dice: “se va a violar gravemente la importante norma N”. Y esta gente, antes de opinar si eso será bueno o malo, pregunta: “¿y a quién beneficia y perjudica tal vulneración?” Si salen ganando los míos, viva la ilegalidad; si no, viva el respeto a la ley.
Garzón está metido en tres líos jurídicos y en riesgo de ser procesado por las siguientes cuestiones: por la posible prevaricación al disponer ciertas medidas en materia de averiguaciones relacionadas con la llamada memoria histórica y para las que, dicen los acusadores, no era competente y lo sabía; por pedir dinero al Presidente del Banco de Santander para pagarse una estancia en Estados Unidos, archivando después un sumario contra el miso señor Botín; y por ordenar escuchas de conversaciones de ciertos abogados con sus clientes en el caso Gürtel.
¿Cuánto fundamento jurídico tiene cada una de esas querellas y qué razones pesan más a la hora de que el Tribunal Supremo decida el procesamiento o no del juez Garzón? Oigan, yo no tengo ni idea. Y, ojo, vivo de explicar cosas de Derecho y hasta le tengo bastante afición al Derecho Penal. Pero me parece que como yo están la grandísima mayoría de los que firman manifiestos pro o contra Garzón aduciendo que es inocente de libro o culpable evidente. Alguno pondrá ahí su nombre por muy sólidos y pensados motivos jurídicos y por ser un verdadero experto en lo que se debate, pero la mayoría está tan a uvas como yo y, sin embargo, se pronuncia a favor de que lo empuren o de que lo absuelvan y además le otorguen el Nobel de la paz. ¿Por qué? Porque todos esos que dicen que está muy politizada la Justicia andan empujando para politizarla aún más. Tal cual. Porque a la mayoría le importa un pito que las razones jurídicas mejores y más meditadas lleven a condenar a Garzón o a absolverlo. Si Garzón últimamente beneficia al partido de mis amores o perjudica al de mis odios, es un santo haga lo que haga; si Garzón últimamente perjudica a los de mi cuerda y sus acciones dan buen rédito al partido que detesto, entonces es un demonio y merece la hoguera al margen completamente de lo que disponga la ley, establezcan los precedentes jurisprudenciales o piense la mejor doctrina, que en este caso supongo que tendrá que ser extranjera, pues la de aquí está alineada y obediente con tirios o con troyanos. Un asco.
Para unos el magistrado que diga que hay indicios de delito y que procede procesar a Garzón será un cretino y un vendido; para los otros resultará un héroe. Ni unos ni otros van a esforzarse lo más mínimo en buscar argumentos jurídicos serios y consistentes, simplemente van a echar porquería o agua bendita sobre ese magistrado. ¿Resultado? El que se ve en el artículo de Bonifacio de la Cuadra en El País de ayer: contribución de todos al descrédito del Tribunal Supremo y de lo que se les ponga por delante. Ya han destruido por las mismas y para mucho tiempo el TC; ahora toca el TS. El descrédito del TS no vendrá por lo que cuenta B. de La Cuadra, sino por artículos como ese suyo, publicados en El País, y por otros perfectamente simétricos, pero de sentido opuesto, publicados en El Mundo. Por eso.
De lo que unos y otros no se dan cuenta es de las consecuencias tremendas de su frivolidad jurídico-política, de su empeño -de todos- por hacer comulgar a los jueces y tribunales con las ruedas de molino del respectivo partido. Pase lo que pase, media España va a atacar al Tribunal Supremo y la otra media va a defenderlo. Y todos vamos a ver que las razones no se relacionan con argumentos propiamente jurídicos, sino políticos. Si Garzón es procesado y condenado en algún caso, el PSOE va a salir como una sola mujer a decir que el TS está podrido y politizado. Si las decisiones son de no procesarlo o de absolverlo, el PP va a salir a gritar como una sola mujer que el TS está podrido y politizado. Para unos todo se explicará porque en el TS no hay más que fachas; para otros, porque no hay más que comunistas comeniños. Ni estos ni aquellos perderán ni un minuto en examinar los argumentos jurídicos del caso. Porque las coincidencias entre todos se dan en este punto: el Derecho como tal les trae al fresco. Y, aún peor, con tal de favorecer al respectivo partido político están dispuestos a pisotear con saña el prestigio de la judicatura en general y en particular el del TS.
No se dan cuenta del enorme mal hacen al sistema político-constitucional, a las reglas de juego del Estado de Derecho. En realidad Garzón es un caso más, importa muy poco como tal caso. Por mí que lo zurzan o que lo beatifiquen. El problema es el sistema y somos nosotros. Si por lo que haga la justicia al juzgar a Garzón los politicastros y sus lametales me convencen a mí de que la Administración de Justicia es una porquería en este país, ¿voy a confiar yo mañana en los jueces cuando me toque ser demandante o demandado, o me voy a echar al monte y buscarme unos sicarios?
Si lo que pretenden decirnos los zapatéricos y los peperos es que hay razones objetivas y de peso para desconfiar de la judicatura, que nos las expliquen en general y no sólo al hilo de lo de Garzón. Si el problema es que la justicia está politizada, que lo denuncien y que luego busquen soluciones. Pero soluciones no buscan, descuide usted. La politización les parece muy bien a los de acá y los de allá, sólo la lamentan en lo que les perjudique en tal o cual caso. Si los altos tribunales están viciados por el sistema de nombramientos, que se modifique tal sistema; pero eso no lo propone ninguno de los partidos que lloran lágrimas de cocodrilo por lo que de ese vicio resulte para el caso de Garzón.
Y así sucesivamente, para qué seguir. Da grima, da repelús leer a los defensores y a los atacantes de Garzón esta temporada, y más si recordamos que ahora lo defienden los que primero lo atacaban y lo atacan los que antes lo defendían. Son todos unos descarados y unos sinvergonzones. Son todos tan perniciosos para el Estado de Derecho como sus más declarados enemigos. A la larga, son más dañinos para la democracia y mis garantías como ciudadano que el antisistema más gritón o el nazi más recalcitrante. A estos se les ve venir y avisan; los otros son unos cabronazos que van a la suya fingiéndose demócratas y constitucionalistas.
A mí el destino procesal de Garzón me importa un bledo, nada. Es un ciudadano más, es un juez más. Y sometido a Derecho como todos. Quiero únicamente que jueces independientes y capaces lo juzguen y decidan lo que mejor se acomode al Derecho vigente. ¿Será mucho pedir? No me preocupa Garzón, no; me preocupa el Derecho y me preocupa que el sistema jurídico y sus garantías se estén convirtiendo en el campo de juego en el que los desleales a la Constitución y a nuestro Estado constitucional se dan dentelladas como perros de presa azuzados por sus dueños. Que se vayan y que se metan sus manifiestos en el culo. Todos ellos y todos los manifiestos. Que dejen en paz a los jueces y que nos dejen tener buenos jueces, en lugar de los paniaguados que ellos pretenden con sus sistemas de cuotas, influencias y amiguismos. Porque miren ustedes, queridos políticos de aquí y de allá, si el Supremo está tan mal, que den la cara, respondan y se peguen un tiro los que eligieron a sus magistrados o los que eligieron a los que eligieron a sus magistrados y, seguidamente, que se modifique ese sistema de elección. Si no empiezan sus razonamientos por ahí, será prueba de que son ustedes, políticos, periodistas, juristas militantes, lo que parecen: unos caraduras y unos berlusconis vocacionales.