Ahora que nos encontramos en época de vacaciones es
momento de cultivar la inutilidad como fuente de placer y como un medio de
conocernos mejor. Espanta pensar en ese veraneante que se aburre, que no sabe
qué hacer y recurre al fútbol o a dar vueltas por los canales de la televisión
para “matar el tiempo”. Por cierto qué paradójica expresión esta de “matar el
tiempo” a la vez muestra de valentía insensata y obligado reconocimiento de fracaso
absoluto porque al tiempo, ay, no lo matamos por más cañones o drones modernos
que empleemos. Es él, el Tiempo, el que nos mata a todos nosotros pues nadie en
sus cabales puede ignorar que la Historia, la imponente Historia, no es sino un
estuche donde el Tiempo guarda, pule y abrillanta sus zarpazos.
Montaigne sostenía que “no hay nada inútil ni
siquiera la inutilidad misma”. Pero yo contradigo a mi admirado don Michel
porque claro que hay cosas inútiles, solo que son las más bellas y las
merecedoras de nuestro sacrificio. Un mosaico religioso que reproduce el
bautismo de san Juan ¿para qué sirve? Pues probablemente para bien poco fuera
de invocar una piedad vaga y dulzona. Pero ¡puede ser tan hermoso! Solo lo
inútil es bello proclamó nuestro Ortega en consonancia con las meditaciones que
había dedicado su maestro Heidegger a la inutilidad, conscientes ambos
pensadores de lo difícil que era meter en la mollera de sus contemporáneos el
placer de cultivar en la vida lo irrentable (sin por ello descuidar lo que
alimenta).
En la Universidad sabemos algo de esto pues tenemos
que soportar a los papanatas de muchos rectores, ministros y consejeros
insistir una y otra vez en poner el sistema educativo a los pies de esa señora
zafia e insufrible que es la productividad.
Olvidando que la gran investigación, la básica, la
ligada a las matemáticas o a la física, es la que permite avanzar en otras que
llevan a los inventos y a los avances técnicos. Galileo o Newton eran simples
curiosos, no personas obsesionadas con obtener un fruto y presentarlo en la
ANECA para obtener un “proyecto de investigación”, ese gran camelo (en la
mayoría de los casos) entre los grandes camelos de la actual vida universitaria
e investigadora.
Y olvidando asimismo “la inesperada utilidad de las
ciencias inútiles” expresión de Nuccio Ordine que ha dedicado un libro bueno y
por ello inútil a este asunto. Sin Marconi hoy no podríamos oír la cadena COPE
(tampoco la SER, que nadie se me alborote) pero sin las investigaciones básicas
sobre las ondas electromagnéticas probablemente no hubiera brillado el genio de
Marconi.
Por tanto ¡vivan la inutilidad de Las Bodas de
Fígaro y de las sinfonías de Haydn! ¡Viva la inutilidad de Zurbarán y sus
monjes desvaídos! ¡viva la inutilidad de los relojes blandos de Dalí! ¡Arriba
las naturalezas muy muertas pero no enterradas!
Y es que hay algo mejor y más sutil que el
conocimiento productivo: la curiosidad crítica e impertinente. Es decir,
practicar el buceo -el verano es propicio para ello- en un asunto
preguntándonos y respondiéndonos libremente, con la vista puesta en sacar el
pensamiento de su molicie tópica. Y, suprema finura, hacerlo molestando con
irreverencia al prójimo.
Inútil como una Sosería sería el mayor halago que
podría dispensarse a estos escritos míos.
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