Entre los múltiples cambios que las nuevas tecnologías de la comunicación han provocado está la prioridad que estamos dando a lo distante sobre lo inmediato, a lo ajeno sobre lo próximo. El chat o el correo electrónico, y también el móvil, están haciendo que la intimidad sea mayor y más fácil con el que ni se conoce ni se ve que con el que tenemos al lado, el pariente, el compañero, el vecino. Una comunicación propiamente virtual, ficticia, sin soporte personal tangible, un modo de relacionarse sin necesidad de conocerse ni de dar tiempo a la confianza o trámite progresivo a la intimidad.
Ya no conversamos en persona, de tú a tú, pero corremos a casa, al despacho o al cibercafé para lanzar ofertas de todo tipo de relación lejana a través de mil páginas, foros y chats. Se da la paradoja de que en estos tiempos de crecientes dificultades expresivas y masivo empobrecimiento del lenguaje la interrelación humana se está haciendo escrita, pero no al modo pausado, refinado, del viejo arte epistolar, sino con sintaxis apresurada, ansiedad semántica y tartamudeante fluir de apócopes. Es tan grande el afán por desnudarse a distancia como paralizante el temor a que el que está al lado nos conozca sin careta.
Habrá pasado ya miles y miles de veces que dos personas de la misma empresa, y hasta de la misma oficina, en idénticas horas de trabajo chateen entre sí creyendo que hablan con un confidente lejano, con la impunidad que sólo entre desconocidos se puede garantizar y con la convicción, tal vez, de haber dado con un alma gemela que entre los cercanos es imposible de hallar, según se cree. Y docenas de veces habrá ocurrido que una cita a ciegas concertada a través de alguna de las miles de páginas para hacer amigos y procurar amoríos y sexo haya juntado a vecinos de puerta, compañeros de toda la vida o, por qué no, marido y mujer, en idéntica búsqueda de lo que en casa no se atreven a decir que ansían.
Nunca la línea recta estuvo tan abandonada, jamás el rodeo fue tan grande a la hora de entablar relaciones humanas. Se renuncia a la conversación por onerosa en tiempos y protocolos y, más aún, por temor a delatarnos en nuestros real ser y sentir, en esta tupida red en que vivimos, tejida de apariencias, imitaciones y condicionamientos variopintos. En los medios electrónicos hemos hallado el asiento para una libertad que se conforma con ser virtual, para una representación de nosotros mismos que nos recoge como auténticamente somos, pero resignados a no serlo más que así, con el antifaz de los bites o la mirada selectiva y fría de la webcam.
Tengo una sobrina adolescente, por parte de mi pareja, maravillosa muchacha por lo demás, de la que me cuentan que chatea a diario con compañeros de colegio con los que luego ni se saluda cuando se cruzan en el patio o la calle. Tengo amigos y conocidos que han dejado de salir al bar con los compañeros de siempre a charlar o echar la partida, porque juegan cada día compulsivas partidas de ajedrez en internet. Está plagado de gentes que se quejan de que el tiempo no les alcanza para el trabajo, la familia o la diversión y que se pasan las horas enganchados a los chats más variopintos o "bajando" música que jamás tendrán tiempo para escuchar con calma.
Yo mismo, por qué negarlo, me engancho a esta blog como una manera de comunicarme con personas que, si se sentaran a mi lado ahora mismo donde me encuentro al escribir estas líneas, en la T-4 de Barajas, me provocarían tal vez desazón y esa angustia de tener que ponerte a hablar con alguien que prefieres que te lea aquí y te conteste anónimamente.
Es terrible. Sin renunciar a nada, debemos conquistar la libertad y la confianza con los que tenemos más cerca. Debemos atrevernos a hablar. A desenredar el alma, y lo que sea, pero mirándonos a los ojos. En lugar de buscar en el ciberespacio a las víctimas y verdugos de nuestros futuros engaños, a los causantes de nuestra siguiente, infinita huida a ninguna parte, de la soledad a la soledad. Puede que los de al lado dejaran de resultarnos tan aburridos; y nosotros a ellos. Bastaría citarse un día para verse sin disfraces ni rodeos, como si chateáramos.
Ya no conversamos en persona, de tú a tú, pero corremos a casa, al despacho o al cibercafé para lanzar ofertas de todo tipo de relación lejana a través de mil páginas, foros y chats. Se da la paradoja de que en estos tiempos de crecientes dificultades expresivas y masivo empobrecimiento del lenguaje la interrelación humana se está haciendo escrita, pero no al modo pausado, refinado, del viejo arte epistolar, sino con sintaxis apresurada, ansiedad semántica y tartamudeante fluir de apócopes. Es tan grande el afán por desnudarse a distancia como paralizante el temor a que el que está al lado nos conozca sin careta.
Habrá pasado ya miles y miles de veces que dos personas de la misma empresa, y hasta de la misma oficina, en idénticas horas de trabajo chateen entre sí creyendo que hablan con un confidente lejano, con la impunidad que sólo entre desconocidos se puede garantizar y con la convicción, tal vez, de haber dado con un alma gemela que entre los cercanos es imposible de hallar, según se cree. Y docenas de veces habrá ocurrido que una cita a ciegas concertada a través de alguna de las miles de páginas para hacer amigos y procurar amoríos y sexo haya juntado a vecinos de puerta, compañeros de toda la vida o, por qué no, marido y mujer, en idéntica búsqueda de lo que en casa no se atreven a decir que ansían.
Nunca la línea recta estuvo tan abandonada, jamás el rodeo fue tan grande a la hora de entablar relaciones humanas. Se renuncia a la conversación por onerosa en tiempos y protocolos y, más aún, por temor a delatarnos en nuestros real ser y sentir, en esta tupida red en que vivimos, tejida de apariencias, imitaciones y condicionamientos variopintos. En los medios electrónicos hemos hallado el asiento para una libertad que se conforma con ser virtual, para una representación de nosotros mismos que nos recoge como auténticamente somos, pero resignados a no serlo más que así, con el antifaz de los bites o la mirada selectiva y fría de la webcam.
Tengo una sobrina adolescente, por parte de mi pareja, maravillosa muchacha por lo demás, de la que me cuentan que chatea a diario con compañeros de colegio con los que luego ni se saluda cuando se cruzan en el patio o la calle. Tengo amigos y conocidos que han dejado de salir al bar con los compañeros de siempre a charlar o echar la partida, porque juegan cada día compulsivas partidas de ajedrez en internet. Está plagado de gentes que se quejan de que el tiempo no les alcanza para el trabajo, la familia o la diversión y que se pasan las horas enganchados a los chats más variopintos o "bajando" música que jamás tendrán tiempo para escuchar con calma.
Yo mismo, por qué negarlo, me engancho a esta blog como una manera de comunicarme con personas que, si se sentaran a mi lado ahora mismo donde me encuentro al escribir estas líneas, en la T-4 de Barajas, me provocarían tal vez desazón y esa angustia de tener que ponerte a hablar con alguien que prefieres que te lea aquí y te conteste anónimamente.
Es terrible. Sin renunciar a nada, debemos conquistar la libertad y la confianza con los que tenemos más cerca. Debemos atrevernos a hablar. A desenredar el alma, y lo que sea, pero mirándonos a los ojos. En lugar de buscar en el ciberespacio a las víctimas y verdugos de nuestros futuros engaños, a los causantes de nuestra siguiente, infinita huida a ninguna parte, de la soledad a la soledad. Puede que los de al lado dejaran de resultarnos tan aburridos; y nosotros a ellos. Bastaría citarse un día para verse sin disfraces ni rodeos, como si chateáramos.
1 comentario:
Tambien tiene aspectos muy positivos: ya me gustaría tener el correo de amigos y conocidos que han quedado en el olvido por el tiempo y la distancia. Estas tecnologías ayudan a mantener vivo el contacto, incluso la llama de la amistad, dada la facilidad de acceso y el bajo coste.
Seguramente hace años que no hablas con amigos de la infancia que viven en Gijón o con colegas de la Facultad en Oviedo y sin embargo todas las semanas chateas o te "escribes" con amigos y conocidos mas recientes que están en otro continente
Otra cosa:
Estamos esperando la celebracion de la entrada 20.000 para vernos las caras de nuevo.
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