30 junio, 2008

¿Se puede vivir sin cabeza? Por Francisco Sosa Wagner

La noticia de que los pollos pueden sobrevivir durante meses sin cabeza ha conmocionado a quienes se ocupan de las rarezas de la ciencia que nos han contado cómo un pollo decapitado -llamado Mike- siguió tan campante su camino hacia el corral donde se reunió con sus compañeros pollos para practicar su vida corralera y avícola. Ninguno de ellos se sorprendió y siguieron considerando a Mike un ser como ellos, normal y en plenitud de facultades. Es más, consideraron que Mike tenía ventajas porque no podía comer granos de maíz con lo que tocaban a más y tampoco decía ni pío y eso que se ahorraban pues carecía de objeto discutir con él.
Su propietario le alimentaba a través de una pipeta pero, como pasaba el tiempo, el caso le pareció insólito y entonces lo llevó a un laboratorio donde un señor enfundado en una bata blanca y con gafas de respeto le explicó que la vida de Mike no tenía nada de extraña porque el corte que le habían propinado le había dejado intactas la yugular, gran parte del cerebro y un oído, elementos todos ellos de la naturaleza pollil que le servían para seguir siendo un ser respetable aunque decapitado. Esto le permitía vivir tranquilo y no andar ajetreado de un lado para otro, es decir no tenía que andar de cabeza. Mike había encontrado por efecto del tajo su forma peculiar de sentar cabeza.
Desde entonces todo es fortuna para Mike que sigue en su corral en una localidad del Estado de Colorado (USA) a cuyos habitantes sin embargo el asunto del pollo les trae de cabeza. Allá ellos y sus rutinas.
He estado pendiente por ver si en España se producía una noticia similar pero nuestros pollos son muy suyos y van muy erguidos siempre con su cabeza en lo alto, que por nada del mundo perderían. Son pollos tradicionales, dengosos, remilgadillos, que no le ven la gracia al hecho de andar decapitado, ignorando que así anduvieron los nobles más nobles a partir de la Revolución francesa. En aquellos tiempos era incluso signo de distinción y en la familia que no contaba con un miembro decapitado por la guillotina había como un sentimiento de frustración y una ocultación del hecho para que no se murmurara en la vecindad. Pero vaya usted a contarles la Revolución a los pollos españoles, a ellos que no saben ni siquiera quién era Tocqueville.
Sin embargo, cuando todo parecía tranquilo, la noticia saltó a los periódicos y se dio cuenta del hecho más extraño que imaginarse pueda: se había descubierto, tras sesudos estudios y varios proyectos de investigación financiados por las Agencias que mejor se las agencian del espacio europeo, que ¡en una Universidad española había sobrevivido un profesor con cabeza!
Así como suena. Gran conmoción en el mundillo universitario, no muy dado a conmoverse ciertamente pero que a veces se agita, tal como si estuviera vivo. El rector y toda la junta de gobierno se estremecieron y dedicaron una sesión entera al insólito fenómeno porque se decían: ¿cómo es posible que después de todo lo que acordamos aquí, con la cantidad de programas y estructuras de programa y sus correspondientes anexos que a diario mandamos rellenar, se haya producido este milagro de la naturaleza? ¿habremos hecho algo mal? ¿existirá algún resquicio de imaginación y de libertad que no hayamos obstruido?
Observadores de diversas agencias allá fueron para comprobar el fenómeno, se instalaron teleobjetivos de última generación y observatorios hipersensibles, todo para comprobar al final que había existido un error, que se había confundido cabeza con calveza. Es decir, un simple calvo había hecho pasar un calvario a los atareados colegas que volvieron, ya tranquilos, a sus formularios e impresos.

29 junio, 2008

Farsantes peligrosos

En pleno siglo XXI. Troleros, narcisistas, avaros, cretinos, engañabobos. Y la gente los sigue, los vota, los aclama. Asco de mundo.
Vean dos buenas muestras pinchando aquí y aquí, con las distancias que haya que salvar.

28 junio, 2008

Castellano

Se está organizando un jaleo simpático con el llamado Manifiesto por la Lengua Común. De lo más gracioso, la reacción de los partidos que más mandan. El PSOE insiste en que el castellano no está en peligro y el PP se maneja con tibieza, no sea que haya que pactar pasado mañana con los partidos nacionalistas y donde dije Diego digo Dídac.
Hace unos días me tomaba unas cervezas en Galicia con un colega de allá y me contaba que, efectivamente, toda la enseñanza primaria es ya en gallego, salvo en la asignatura de Lengua Española. No lo veía mal y argumentaba que los niños no van a dejar de aprender y hablar castellano, aunque en la escuela no se practique. Será. También me explicaba que en los concursos de la Administración gallega el certificado de gallego puntúa tanto como una tesis doctoral. Inteligentes prioridades.
El castellano sí está en peligro, pero en toda España. Mis alumnos son leoneses en su inmensa mayoría y gran parte de ellos no saben expresar en esta lengua una idea mínimamente compleja y tienen un vocabulario que apenas les da para andar por casa. Una estudiante me decía hace poco que no conseguía entender un párrafo de un libro porque no sabía qué quería decir “refutar”. Los ejemplos de este estilo son abundantísimos. Las carencias lingüísticas no permiten a muchos jóvenes entender lo que les rodea con un una mínima solvencia y están incapacitados para cualquier estudio superior que no sea a la boloñesa. Dentro de nada Ugh el Troglodita podrá graduarse con honores y sin demasiado esfuerzo en cualquier Facultad y aunque no tenga ni pajolera idea de dónde está Bolonia.
Cuando se critica la llamada política de inmersión en el catalán, el euskera o el gallego se suele hacer hincapié en el derecho de los padres a elegir el idioma en que se forme a sus hijos. No me parece el dato esencial, pero algo hay de paradójico en el hecho de que se garantice celosamente que puedan los padres elegir la religión que sus hijos estudien en el colegio y que se estén poniendo las bases para que no sólo sea la católica la que así se enseñe, mientras que con la lengua no se respeta tan escrupulosamente el pluralismo. Si se cree que el castellano ya lo adquirirán los niños en casa o en la calle, ¿por qué no pensar lo mismo de la religión y que no se imparta ninguna en los colegios? Por otro lado, ¿por qué no pensar que las lenguas autóctonas se aprenderán también en la calle y en casa, si realmente están vivas?
La verdadera faena se hace a los niños, privándolos de un conocimiento adecuado de una lengua con la que pueden entenderse con más de quinientos millones de personas. Quien viaja por Latinoamérica, y hasta por Estados Unidos, se siente privilegiado y acaba con un poco de lástima de franceses o alemanes, por ejemplo. Es posible que idéntica sensación se tenga pronto con catalanes o gallegos. Pero el nacionalismo nos prefiere aldeanos y más limitaditos. Allá se las compongan.
Que cada cual hable la lengua que quiera y estudie la que pueda. Pero tal vez va llegando la hora de aplicar la reciprocidad lingüística. Si para ser funcionario en el País Vasco, Galicia o Cataluña se debe acreditar conocimiento del idioma respectivo, ¿por qué no exigir el dominio del castellano para serlo en Castilla, Extremadura, Andalucía, etc.? Y si pueden, por ejemplo, opositar a judicatura todos los españoles por igual y conseguir destino en cualquier parte del Estado, ¿no tendría sentido pedir a todos los candidatos un perfecto manejo del castellano?
Dentro de unas pocas generaciones todos nuestros descendientes hablarán inglés y un poco de español. Salvo en ciertos valles y algunas montañas, donde unos pocos irreductibles entonarán sus cantos tribales antes de salir a cazar jabalíes a garrotazos. Serán lugares muy interesantes para antropólogos y variados misioneros.

27 junio, 2008

Universidad para chiquitines

Un amigo me envía el programa de una asignatura que ya el curso que viene se va a impartir en la carrera de Derecho y en otras, en una universidad postinera de la capital. Se llama “Técnicas de expresión oral y escrita”. Este es el programa (perdón, cronograma):
Cómo organizar los contenidos I
La página en blanco: ¿por dónde empezar?
Ya sé de qué quiero hablar: ¿cómo organizo ahora el contenido?
Cómo organizar los contenidos II.
Introducción y conclusión: dos partes fundamentales de la exposición.
El buen uso del lenguaje I. La frase bien construida.
El buen uso del lenguaje II. Consejos para utilizar el vocabulario correctamente.
Norma y uso de la lengua: lo que se puede y lo que no se debe decir.
La estructura del texto escrito: el párrafo.
Coherencia y cohesión I.
Coherencia y cohesión II.
Escritura creativa I.
Escritura creativa II.
La revisión del texto.
El trabajo en grupo ante una presentación oral pública. Requisitos previos. Distribución de tareas y papeles. La organización del discurso. La estructura de las intervenciones.
Aspectos formales de la presentación. La importancia de la gestualidad en la exposición I.
Aspectos formales de la presentación. La importancia de la gestialidad en la exposición II.
El díalogo.
La entrevista.
La improvisación de situaciones.
Hasta ahí la nueva joya de la pedagogía universitaria que nos va a poner en convergencia con la Europa a la boloñesa.
No me voy a tomar el trabajo de reproducir los subepígrafes, que son de mucha risa. Repárese en que se resta tiempo a la explicación y el estudio del Derecho Penal, el Civil o el Administrativo para poder dedicarse a estas cositas.
Me ha venido el recuerdo de doña Manolita, la maestra que allá en Ruedes, mi pueblo, nos ponía cada día una redacción y nos corregía faltas y defectos expresivos. Ahora se hace en la universidad para que a los chicos y las chicas se les cure el analfabetismo funcional con el que llegan de escuelas e institutos. Supongo que el objetivo final es que todos y todas sean capaces de presentar Operación Triunfo o cualquier otro programa similar. Que tengan ese tipo de competencias y que no se expresen mediante simples gruñidos o diciendo todo el rato “esto es por ejemplo que...”.
Enternecedor.
Siempre he pensado que en la carrera de Derecho debería enseñarse retórica, pero a estudiantes que ya sepan hablar, leer y escribir.
En mi Facultad voy a proponer otra asignatura transversal y de muchas competencias. Podríamos titularla “Conoce tu cuerpecito”. Y los temas tal que así: “Las partes del cuerpo: cabeza, tronco y extremidades”, “Técnicas para andar erguido”, “Maneras de sacarse el chándal por la cabeza”, “Posturas ergonómicas para hacer caca”, “El pitirrín y sus usos I”. “El pitirrín y sus usos II”. “El pitirrín y sus usos LXIX”, etc.
¿Qué nos quedará por ver?

26 junio, 2008

Ideas para una sociología jurídica de aquí mismo

La Sociología del Derecho en España malvive, es marginal y no sé si muy interesante. Es verdad que en Zaragoza la cultiva en serio un grupo bien competente encabezado por Manuel Calvo, si bien me temo –es impresión mía- que se van cansando de penurias y escaso eco. En tiempos, un sociólogo, Manuel Toharia, hizo trabajos punteros, pero me temo que sin formar escuela. Otros como Pompeu Casanovas, en Barcelona, han optado por codearse con la ciencia social extranjera. Y poquito más, salvo algunos grupos que cultivan cierta investigación sociológica en el ámbito criminológico y carcelario.
Cuando uno era estudiante de primero de Derecho, allá en Oviedo, escuchaba a Elías Díaz insistir en la necesidad de una perspectiva sociológica de lo jurídico. Su ejemplo era Renato Treves, al que una vez escuché, aquel mismo año, en una conferencia en Oviedo y al que pude tratar un rato en una de aquellas reuniones que en los alrededores de Aix-en-Provece organizaba André-Jean Arnaud.
Al cabo de bastantes años, asistí a unas cuantas reuniones de un grupo de jóvenes entusiastas que solían encontrarse en el Instituto Internacional de Sociología Jurídica de Oñati. Eran debates simpáticos, que siempre acababan vendiendo la piel del oso antes de cazarlo, pues, llevados por los sueños, se acababa compitiendo por el liderazgo de esa disciplina y se hacían cábalas sobre cómo conseguiríamos su implantación en las facultades de Derecho. Éramos lo más parecido a uno de aquellos partidos extremos y marginales de los tiempos de la Transición. Al final, casi todo el mundo se aburrió y se fue a sus cosas, hartos los más de pugnas y purgas bastante estériles. Muchos de los que entonces nos encontrábamos jamás hicimos investigación sociológica que merezca tal nombre ni sabríamos cómo, pero allí andábamos por si caía algo en la rifa. Creo que el propio Instituto de Oñati nunca llegó a tener una mínima influencia entre los investigadores españoles y, hasta donde sé –tal vez vuelve mi juicio a ser precipitado y un poco injusto-, se convirtió en campo de batalla entre grupos extranjeros que tratan de dirimir quién tiene mayor o menor presencia en no sé qué comité, comisión o sociedad internacional que se reúne cada año para seguir discutiendo de lo mismo.
Así, unos por otros, la casa sin barrer. Y el caso es que se echa de menos investigación empírica potente en muchos asuntos jurídicos, investigación que se sustraiga a la dictadura de las modas –globalización, estudios de género, multiculturalidad, pluralismo jurídico, “estudios culturales”, sistemas alternativos de solución de conflictos...- y le meta mano a temas más prosaicos pero de mayor relevancia para el estudioso y el práctico del Derecho en nuestro país.
Me voy a permitir mencionar algunas cuestiones sobre los que no estaría nada mal que unos cuantos investigadores atrevidos escribieran un puñado de artículos, monografías y, por qué no, tesis doctorales.
A) En relación con la legislación.
- Estudios sobre legislación, especialmente sobre legislación simbólica. Por ejemplo:
Sobre qué temas legislan los parlamentos autonómicos y con que grado de imitación u originalidad.
Cuántas normas de la legislación autonómica establecen derechos tangibles y efectivos y cuántas contienen nada más que proclamaciones meramente propagandísticas, brindis al sol que en nada afectan a los intereses reales y las garantías de los ciudadanos.
Cuántas normas de la legislación autonómica o estatal tienen como objetivo principal el de crear organismos de estudio que no son más que comedero para personas próximas a los partidos políticos: observatorios, comisiones, comités...
Cuántas normas legales, especialmente en las comunidades autónomas, no tienen más objetivo que el de abrir márgenes para la actuación puramente discrecional de la Administración correspondiente a fin de aumentar su poder sobre los ciudadanos, su impunidad en los manejos presupuestarios y su capacidad para favorecer parasitismos de diverso tipo, al tiempo que se fagocita cualquier movimiento asociativo o reivindicativo proveniente de la llamada sociedad civil.
Cómo se redactan las leyes: por quién, con qué formación, bajo qué consignas, con qué negociaciones, etc.
B) En relación con las administraciones públicas.
Análisis cualitativo y cuantitativo de las políticas de personal de las diversas administraciones: presencia sindical o política en tribunales de concursos, prácticas de contratación de personal laboral, número y papel de puestos de confianza, políticas de ascensos, relaciones familiares, concursos abiertos y restringidos, litigiosidad en materia de personal, grado y formas de ejecución de las sentencias condenatorias de las administraciones en este campo, etc.
Resultados y efectos de las políticas practicadas en materias como urbanismo y ordenación del territorio, medio ambiente, cultura, etc.
Grados de satisfacción de los diversos profesionales de la Administración, como interventores, secretarios, etc. y estadística sobre sus quejas más comunes y sus propuestas de reforma.
C) En relación con la judicatura. Por ejemplo:
Análisis comparativo del tratamiento judicial que reciben los ciudadanos ordinarios en los más altos tribunales y del que éstos brindan a políticos, grandes empresarios, empresas de comunicación, partidos, etc.
Estudio pormenorizado del papel del magistrado ponente en las sentencias de los altos tribunales, con examen de sus líneas de continuidad o discontinuidad y del papel que en cada caso desempeña la adscripción ideológica del magistrado o de su relación con las fuerzas políticas, sociales o gremiales que lo promovieron.
Examen de los cambios jurisprudenciales más notorios, prestando atención al contexto y las circunstancias que los determinan.
Análisis de la carrera judicial y/o académica en los escalones superiores de la judicatura, a fin de poner de relieve qué clase de correspondencia existe entre su designación para tales puestos y factores tales como su laboriosidad en las escalas judiciales inferiores, el número de sentencias que en su momento les fueron ratificadas o anuladas en vía de recurso, el grado de su presencia en órganos directivos de asociaciones judiciales, en puestos de designación política o en órganos de gobierno de los jueces.
Son unos poquitos temas de nada y en un buen rato y con trabajo de equipo podríamos señalar muchos más. Pero tal vez lo más interesante es la pregunta previa: ¿por qué existe tan poca investigación académica sobre estas materias? Mi hipótesis provisional es la siguiente: porque a nadie le apetece jugarse los cuartos y las energías levantando esos velos que ocultan tantas cosas que todo el mundo sospecha y que sólo se comentan en confianza y en voz baja.

25 junio, 2008

Hacienda defrauda

Nunca he entendido ni una palabra de impuestos y declaraciones de la renta. Hace unos cuantos años que acudo a un asesor profesional cuando me toca cumplir con el fisco. Pago religiosamente para que me prepare la declaración de la renta y me conformo sólo por no tener que rellenar casillas inverosímiles, entegarme a programas-padre-padrone ni aprenderme conceptos que rozan la metafísica de los números, y con eso ya me doy con un canto en los dientes.
Pero desde que Hacienda envía a las víctimas una declaración provisional –o como se llame- mi contento aumenta al mismo ritmo que mi perplejidad. Cada año me hacen saber desde la famosa cueva del árabe de que me sale positiva y debo apoquinar, pese a la hipoteca y a que tengo una retención que corta el hipo. Así que corro a mi asesor y... ,tachán, me informa sistemáticamente de que es el fisco el que debe devolverme a mí un poco de pasta. Lo cuento a diestro y siniestro y unos cuantos amigos van entrando por el aro con idéntico resultado. Y la conclusión se impone: Hacienda nos chulea, no sé si con dolo o simple negligencia.
Se pregunta uno cuánto incauto picará y a cuánto ascenderá el total de lo cobrado indebidamente por esa cosa que somos todos. No tengo ni la más mínima mentalidad de evasor, conste, pero también soy liberal en materia de sexo y no por eso me apetece que me violen.
Tengo entendido –y me disculpo si estoy en el error- que en cuanto algún despistado pone su firma en la declaración-trampa que le mandan a modo de cebo, se condena y no hay vuelta atrás. Roma no paga a ingenuos y confiados. Te pasas la vida leyendo sobre grandes principios constitucionales, sobre garantías en el Estado de Derecho, sobre la responsabilidad de la Administracion, que según las leyes es objetiva y chiripitifláutica, y luego mira lo que pasa. El Estado expropia al ciudadano de lo suyo a base de malas mañas y con ánimo de trilero y toca quedarse con los brazos cruzados y la cartera temblorosa. Luego que nos hablen los juristas del principio de buena fe, del de protección de la confianza, del de enriquecimiento injusto y de la Biblia en verso. A usted lo persiguen por fumar, por tomarse unas copichuelas, por piropear a la del quinto C, por ponerse hasta arriba de hamburguesas y por no operarse el miembro para que sea miembra, pero, diablos, llegan los Albertos y cambia la jurisprudencia constitucional casualmente a su favor, la Presidenta del Constitucional asesora a una abogada que es amiga de una amiga suya que tiene una vega y Hacienda juega con nosotros a los chinos para engañarnos como a tales. Hasta un matrimonio puedes anular si hay error en el consentimiento, pero con Hacienda consientes un día que te pilla en el momento tonto y ahí te quedaste compuesto y sin tus pelas.
Y todavía hay quien se extraña de que uno se vaya convirtiendo en un viejo ácrata con incrustaciones de mala leche.

23 junio, 2008

Autonomía para la universidad

Es curioso ver cómo se juega hoy en día con los conceptos. Grandes nombres para meras apariencias, y en el fondo todo lo contrario. Ocurre también con la tan cacareada autonomía universitaria. Que las universidades tengan autonomía se está entendiendo como que de puertas adentro puedan hacer lo que les venga en gana. Por ejemplo, seleccionar el profesorado con criterio localista y endogámico o confeccionar los planes de estudio según el capricho de los que mueven los hilos en cada ocasión. Ahora va a suceder que, en nombre del proceso de Bolonia y de la convergencia con Europa, una misma carrera universitaria impartida en Madrid, Zaragoza o León puede no parecerse apenas. Paradojas que resultan de retorcer las nociones y de un perverso manejo de políticos, que dejan al albur de cada lugar lo que debería estar más controlado, pero tratan de que no se les vaya de las manos todo lo que afecte a su mando y repercuta en sus votos. Quien busque argumentos más contundentes y bien fundados, que lea el libro de nuestro amigo Francisco Sosa sobre El mito de la autonomía universitaria, que va por su tercera edición.
Las universidades, supuestamente tan autónomas, a la hora de la verdad están a merced de los poderes externos. Los rectores pronto descubren que toda iniciativa pasa por complacer al poder político, que ninguna innovación se les tolera si no acarrea rédito electoral para partidos y para gobiernos y que, a nada que se guíen ante todo por el interés legítimo de la institución académica que gestionan, se les cierra el grifo de los euros. Con los títulos se juega demagógicamente, las plantillas encogen o adelgazan en función de la docilidad rectoral y los poderes fácticos se apresuran a dejar claro que el que rige dentro ha de ser sumiso con los mandamases de fuera.
En la Universidad de León tenemos nuevo rector, con un equipo competente. También hay, por supuesto, profesores de la máxima talla, investigadores de primera, personal eficaz y estudiantes que no deben permitir que se les dé gato por liebre, todos con ansias de que su trabajo se reconozca en lo que vale, de que la razón académica prime sobre cualquier otra influencia y de que las decisiones de gobierno se tomen con plena consideración de las prioridades de la institución, que no son otras que docencia de calidad y ciencia del mejor nivel. Del resto de los poderes públicos y de la sociedad tenemos que exigir sólo financiación suficiente, sin regateos ni servilismos, control de la legalidad de la gestión y de las decisiones y respeto a la autonomía universitaria, pero rectamente entendida. La Universidad no puede ser correa de transmisión de ningún grupo político o económico ni pretexto para que el saber y la ciencia se pongan de rodillas ante nada que no sea el rigor del trabajo universitario bien hecho. Ojalá el nuevo rector le ponga el cascabel a ese gato.

22 junio, 2008

Apología (matizada) de la violencia y repudio de bueyes y castrones

Entendámonos. No voy a hacer una llamada a tomar las armas de fuego ni los puñales. Pero las armas dialécticas sí; como mínimo. A muchos nos contaron de pequeños aquello de poner la otra mejilla... y nos freían a tortas en las dos. En aquel colegio de curas en el que estudié de los diez a los dieciséis, venía el padre Bernardo a las clases de religión y nos repetía lo del amor al prójimo y la mansedumbre de los justos. Aparte de lo de la médula y aquello tan simpático de que si una señora copulaba con dos machos no podía quedarse embarazadas, pues el semen de cada cual se carga al del otro, igual que no puedes mezclar en el motor del coche aceites de densidad distinta. Tal cual, así nos lo explicaba. Se ve que entendía de coches. Pero ése es otro asunto. Luego, entre clase y clase, entraba el padre Tomás, alias El Tomasón, y por un quítame allá esas pajas nos arreaba unos buenos guantazos, en las dos mejillas o donde tocase.
Ahora ya no se invoca una mejilla o la otra, sino la tolerancia. Y en lugar del principio de amor universal, el de que todo el mundo es bueno, versión laica y más tonta. Lo que importa es que por fas o por nefas hay que ser mansos y tragar con lo que se tercie. En pompa,¡ar! En estos tiempos de picaresca y descaro, el malo es siempre el que denuncia, protesta o se enfrenta con el felón. Usted ve a un fulano o a una fulana llevándoselo crudo, metiendo mano en la caja, robando el cepillo de la iglesia o dando el palo a diestro y siniestro, se queja, protesta, denuncia... y el impresentable es usted, por intolerante, por crítico despendolado y por no relajarse y gozar cuando el atropello es inminente. La omertá es suprema virtud en esta era de falso relativismo y de buenismo ramplón.
Supongo que todos conocemos de esas cosas un rato largo y uno mismo podría contar un buen puñado de anécdotas significativas, aunque ya sabemos que contar cualquier cosa que no sea las excelencias de los prójimos está pero que muy mal visto. Te vas de vinos con unos colegas y empiezan a narrarte, en confianza y con lujo de detalles, las fechorías de Fulano. Tú ya sabías lo que había y te vas calentando. De repente, aparece en tal Fulano en el bar y aprovechas para decirle que lo suyo no es plan y que tiene una cara bien dura. Al notar un repentino silencio, miras a un lado y a otro y caes en la cuenta de que tus confidentes tan feroces han desaparecido como por ensalmo: casualmente, se han ido todos a mear en ese momento. Repentina cistitis, canguelo sobrevenido. El criticado te pone cara de que ya en la puta vida te va a invitar a una conferencia y de que como pille un día a un becario tuyo se lo va a pulir con saña. Y se larga a contarle al mundo que estás hecho un facha dogmático y violento. Regresan los amigos subiéndose la bragueta y con cara de haber hecho aguas mayores por la tensión del momento. Conmovido por sus fisiológicos aprietos, todavía les explicas que al otro le has cantado las cuarenta. Y te responden que te pasas y que lo tuyo tampoco es plan. Se te queda una cara tal que así, de no dar crédito. Y te juras, vanamente, que te vas a quedar para siempre en casa leyéndote enterito a Proust.
Hace unos meses andaba este que suscribe de copas con un amiguete y colega, quien la toma, como siempre, con uno del gremio y se hace lenguas de sus tropelías. Que si qué zafio, qué abusón y no sé cuantos epítetos así. Y venga y dale y sigue e insiste. Tercer güisqui y la conversación no sale de ahí. Le digo que yo hace tiempo que rompí la baraja y que ya no navego por esas aguas. Y mi sorpresa llega cuando el querido interlocutor me responde que lo mío tampoco son maneras y que él y sus compañeros ya vieron el post alusivo, que les pareció horrible y que, chico, hay que convivir, que no se puede andar acusando, que conviene llevarse bien y que quiénes somos para juzgar a nadie. Me quedo bizco de la emoción, pido el cuarto güisqui y trato de abstraerme contemplando a una morenaza que se está comiendo a un hortera al otro lado de la barra.
Un día me armaré de valor del bueno y verás que risa. Enésimo compadre que me cuchichea que Mengano es un aprovechado y un sinvergüenza. Cojo el móvil allí mismo y sobre la marcha llamo al aludido y le digo: oye, mira, que estábamos aquí hablando de ti y que Fulano dice tal y tal, pero te lo paso, que él se explicará mejor. Apuesto doble contra sencillo a que mi interlocutor echa mano a la tripa y sale corriendo para el excusado. Por mis muertos que un día me atreveré. Aunque sé perfectamente cuál es el fin previsible de la historia: al día siguiente, o a las pocas horas, el mismo sujeto llama a ese que ante mí ponía de vuelta y media, lo invita a dar una charleta, le organiza un homenaje de desagravio y le cuenta que el Amado este ya sabes cómo es, anda medio pirao y te juro por Snoopy que no tengo nada que ver con él ni con sus cosas y lo voy a borrar de un libro colectivo que estábamos organizando sobre ética pública y privada.
Hace poco otro del oficio me explica que estaba Perengano, otro del gremio, cambiando una rueda del coche, que se acercó a él a ofrecerle una mano y que el de la avería, cretino con antecedentes, lo echó con cajas destempladas y mentándole el árbol genealógico, y que fíjate que tipo impresentable. Le respondo: bueno, pero al menos te ciscarías en sus muertos o le darías una patada en el culo antes de dar media vuelta. Me mira con los ojos muy abiertos y me responde que por Dios, que qué violencia y que vaya cosas se me ocurren. Ahora me callo yo, pero me quedo pensando que la próxima vez ojalá el otro sodomice a mi interlocutor, ya puestos a ensañarse con los mansos un poco masocas. Oye, si la consigna es amarse en medio de la tormenta, hágase. Es de suponer la conversación al día siguiente:
Ring, ring.
- Diga.
- Que mira, que soy yo, que ayer Fulano, que siempre abusa de todo el mundo, me cogió, me puso así y me dio tal que asá.
- ¿Y tu gritaste o algo?
- Fingí un orgamo para no contrariarlo, pues ya sabes cómo es y hay que llevarse bien.
- Vale.
Esta sociedad de bienpensantes y abstemios es de lo más gracioso. Están perfectamente catalogados los supuestos en los que se puede dar rienda suelta a la crítica más feroz y al enfado más vehemente. Desahogos organizados para que el personal se sienta justiciero y valiente. Con pederastas o maltratadores domésticos te puedes ensañar de lo lindo, sobre todo si están a mil kilómetros. Pero, mira, ahí al lado hay un tipo robando o partiéndole la crisma al vecino del quinto. Ah, en ese caso chitón, tendrá un mal día, pero ya sabes que todo el mundo es bueno y quiénes somos nosotros para meternos a valorar comportamientos ajenos. Eso sí, de inmediato pasan a contarte que el más horrible de la muerte es Aznar y que Bush otro cabrón con pintas y que si vamos a la manifa por lo de las focas de Alaska.
Sancho Panza cabalga feliz, ahora a lomos de Rocinante. A Alonso Quijano le ha dado el palo la ANECA y no le han prorrogado el contrato. Y Dulcinea, por cierto, se ha puesto de madame en un night club. Mancha natural, toboso profundo, cubano, etc.
PD.- A propósito de cubano y de buenismo y tontuna made in Spain, véase esta noticia de ABC o este editorial de El País. Es pco más o menos lo mismo que estamos comentando, pero a otra escala.

21 junio, 2008

¿Sería mejor que se leyera menos?

No sé muy bien qué pensar, la verdad. Me paso estos días de la ceca a la meca y me ha tocado esta temporada oír algunas cosas que para qué. Concretemos.
Hace pocas jornadas escuché las conferencias de dos importantes magistrados que en lo suyo me merecen todos los respetos y la mayor consideración. Pero tengo una pregunta para usted: ¿por qué a los magistrados les gusta tan poco contar sentencias y comentarlas? Luego dicen, y dicen bien, de los profesores de Derecho. Esta disciplina que uno más o menos cultiva, la Filosofía del Derecho, debe de tener su cosa, pese a que muchas veces se ha visto como el patito feo de la ciencia jurídica. Pues en cuanto a los profesionales de las leyes les dan un micrófono se ponen como locos a citar a Dworkin, Alexy, Hart, Radbruch y demás meneadores de las esencias jurídicas. Bien está, pero el cisco que suelen organizar es morrocotudo. Mira que si al final va a ser perjudicial que el personal lea... O a lo mejor es que me estoy convirtiendo en un tiquismiquis impaciente. Será lo más probable.
El caso es que también me sorprende que la mayoría de estos conferenciantes de la judicatura acaben por decir lo mismo: que el culto a la ley es cosa del pasado, que el positivismo sólo pretende hacer a los jueces ciegos y sordos para la justicia, que donde estén los valores para qué andar con más normas y que con la Constitución basta y sobra para que el juez sepa lo que debe fallar en cada ocasión. Es lo mismo que afirman igualmente muchísimos profesores de mi gremio, en sospechosa coincidencia entre izquierdas y derechas y entre confesionales y laicos. Y, digo yo, si tanto insistimos en que los jueces hagan lo que les salga de la toga y en que se pasen la ley por salva sea la parte, ¿por qué nos escandalizamos luego cuando no deciden como nos gusta?
Escuché a un gran magistrado que los jueces deberían aplicar antes que nada las Constitución y sus principios, pues si se dedican a seguir la ley existe grave riesgo de que metan de matute su subjetividad. Así fue como literalmente lo dijo, que metan de matute su subjetividad. Levanté la mano y le pregunté si no veía riesgo de que la misma subjetividad se introdujera en medida aún mayor cuando se trata de aplicar a pelo esos principios constitucionales cuya indeterminación es aún más evidente. Quince minutos de respuesta y nuevo batiburrillo -que me hizo pensar que para qué diablos pregunto chorradas- y la conclusión de que los jueces debían atenerse más que nada a la Constitución por razón del principio democrático. Con un par.
A la salida, varios jueces entrañables comentaban que qué gran erudición la del pontifex maximus, que cuanta soltura doctrinal y que menudo nivel. A un servidor, modestamente, le parecía que ninguno de los autores que había citado sostiene lo que él les atribuía. Creo que me he perdido algo. Tendré que releer con más calma.
Hace una temporadilla me tocó hablar en otro lugar y traté de contar unas cosas sobre el precedente que el llamado neoconstitucionalismo tiene en dos eventos de 1958: el comentario de G. Dürig a los primeros artículos de la Ley Fundamental de Bonn -dentro del Comentario de Maunz y Dürig-, y en la decisión del Tribunal Constitucional Alemán en al caso Lüth. Un muy apreciado colega me reprochó que anduviera invocando autores de tercera fila que nadie conoce. Eso dijo. Con otro par. A lo mejor más bien tengo que desleer. Doctrina bien desleída es lo que hace falta.
Siento que a ratos se me tambalea la vocación.
Ustedes disculpen.

19 junio, 2008

Mercados. Por Francisco Sosa Wagner

Por las mañanas, temprano, cuando el trajín comienza, se oye una especie de jadeo bullente con inflexiones de voces recias y oscuras, y se percibe el sudoroso ir y llevar de cajas, de cestos y de canastas, todo ello envuelto en una luz todavía indecisa, perezosa, que da al ambiente ese color de gasa gris y huidiza, propio de los amaneceres.
Pero pronto, cuando las luces, ya más enteras y enérgicas, proyectan su viva voluptuosidad, todo adquiere los precisos perfiles y el aire se llena de una carnosidad decidida y desafiante. Entonces, se pueden admirar los puestos de tomates, delicados y brillantes; de cebollas, de un tierno color dorado; de lustrosos pimientos, verdes, como viejo lascivo, o rojos descarados, como vestimenta de cardenal; los repollos; las ristras de ajos, especie de trenzas resecas de algún hada antigua de los campos; la suave y lívida piel de las berenjenas; las grandes calabazas, que se asan en algunas zonas de España y entonces adquieren un esponjamiento distinguido y un color de oro envejecido y prestigioso; las lechugas y las alcachofas, que son, por sus decenas de hojas, como libros amables y ligeros de la Naturaleza...
Muy cerca, las fresas, los plátanos, las manzanas pecaminosas, las naranjas de generoso jugo, las peras de sensuales formas, los higos, las almendras, los melones, grandes como huevos puestos por un ave caprichosa y prehistórica. Y más allá, las gallinas y los pavos de sólidos muslos; los faisanes de irisadas plumas, petulantes y hermosos hasta en la muerte; los conejos cuyas pieles parecen acabar de recibir el ligero adorno de la canela. Y, en otra esquina, bajo la luz que suaviza el cedazo de la altiva claraboya, la mueca helada en que ha quedado atrapada la sonrisa de un besugo, de una lubina, o los salmonetes, que han sido en vida saltarines y escurridizos, o las sedosas truchas, con ojos de insomnio, que recibirán tardíamente la visita amorosa del jamón o los pausados y distantes mariscos, las gambas y las cigalas, acogidas a sus recios caparazones como damiselas difíciles.
Todo esto se puede admirar en el mercado que es como un bodegón de Meléndez sólo que abultado y recrecido por graciosa providencia de la Naturaleza. Es una magnífica herencia que recibimos del pasado y que es deber nuestro cuidar, mimar y engrandecer. Porque el peligro acecha.
Cada vez es mayor el número de páginas que los periódicos dedican a otros mercados, más desfibrados y tristes, que a buen seguro tienen el alma helada del rentista y la mirada opaca de los ricos sórdidos. Se llaman mercado de futuros financieros, de renta fija, de opciones, monetario y hasta mercado continuo, que debe de ser una versión financiera y actualizada del suplicio de Tántalo.
En estos nuevos y amenazadores mercados, probablemente atendidos por señores remilgados y estreñidos o damitas artificiosas, de esas que gastan un perfume indefinido y ecléctico, no se ofrecen suculentos frutos ni apreciables y sápidas especias. Se ofertan productos desvaídos y de una vulgaridad consistente y precisa: operaciones de compraventa simple al contado, de compraventa con compromiso, de depósito interbancario, de regulación de liquidez. Para caprichosillos, disponen de un fondtesoro y para los más dandys, de pagarés a la medida, sin duda más distinguidos que los de confección, reservados a gentes más broncas o que aún conservan el pelo de la dehesa.
De momento no parece haber un peligro visible. Pero si tenemos en cuenta que todo lo malo acaba reemplazando a lo bueno porque la zafiedad tiene una abrasadora fuerza expansiva, el riesgo que corremos es fácil de entrever: este último mercado, el descolorido y con olor a escorbuto, acabará desplazando al primero, que es suculento y nos llega con el suave aroma de la cosecha y el mar. Si esto llega a ocurrir por nuestra desidia o nuestra culpa, que nadie se queje cuando, en vez de acudir a hacerse con un solemne centollo, se encuentre preguntando a cómo sale el cuarto de ampliaciones de capital en curso.

17 junio, 2008

La mujer del mañana

Cielo santo, leo en El País que la compañía japonesa Sega Toys va a comercializar una novia-robot. Yo creía que ya había muchas y que andaban por las noches en los pubs. Pero con la foto empiezo a dudar. Leo el texto de la noticia y mi pasmo aumenta.
Resulta que el engendro mide treinta y ocho centímetros. Si el novio humano le acerca la cara, ella capta con sus infrarrojos esa provocativa proximidad y pone su boquita en la postura del beso. No nos cuentan si el beso será de lengua, pero como mínimo habrá que suponerlo de tornillo. A ver cuánto tarda algún apasionado amante en electrocutarse por buscarle la epiglotis de silicio.
Qué quieren que les diga. Mejor dicho, no me atrevo a decir casi nada. Para empezar, ya puede la marca japonesa ir construyendo un orgasmañeco masculino para señoras, pues en caso contrario le van a llover tortas feministas. ¿Acaso insinúan los nipones que una robotilla así, propensa al beso fácil, consentidora y procaz, puede sustituir a una moza de carne y hueso y bien sabedora de sus derechos naturales? ¿No refuerza el juguete el mito machista de que las novias son como aparatejos para usar cuando al varón se le antoja? ¿Y qué pasa si el macho enfebrecido se pone violento porque a la chisma se le acaban las pilas cuando más aprietan las ganillas o porque le vino una jaqueca electrónica? ¿Por qué la llaman novia-robot y no novia-robota? Acabará el tema en el Código Penal, no me cabe duda.
Al margen de estas buenas razones feministas, los señores también tenemos nuestros motivos para protestar. Cuando uno enchufa la tele después de cenar se encuentra con que en cualquier cadena pasan un programa en el que desenfadadamente se exhiben todo tipo de artilugios para el placer mecánico de las damas. Hasta ahí nada que objetar. Hace tiempo que un servidor también opina que mejor un buen aparato que no que las mujeres tengan que aguantar a un tipo peludo con regüeldos de Fundador, camiseta de la selección nacional y chanclas de paquidermo. Bienvenidos sean, pues, consoladores de variadas formas, excitantes colores y vibraciones diversas. Carajo, pero cuando se ponen a inventar cosas para los tíos nos proponen una muñeca minúscula que da besos en la mejilla. Aquí hay gata encerrada, no me digan que no.
Triunfará el invento, seguro. Porque los hombres andamos así de colgaos. Ya me imagino los viajes en el AVE dentro de un año o dos. El ejecutivo que entra en el vagón, se sienta, saca su robotita del estuche, la pone en el asiento de al lado y empieza a explicarle el negocio que acaba de hacer y que la va a invitar a una cenorra por todo lo alto y a un motel con jacuzzi. Y se lo contará a voces para darnos envidia a los que viajamos en solitario. Espero que la muñeca de marras tenga un sensor que la haga asentir cuando su amo le dice todas esas cosas tan bonitas y le promete que si sigue así de encantadora y maciza dejará a su esposa y se irá con ella a vivir a la playa.
Uno, que ya va dejando de estar en edad para ligar con engendros a pilas, sueña con que los japoneses pongan en el mercado el estudiante-robot. Te compras ocho o diez, los colocas en sus pupitres y les hablas y les hablas mientras ellos se desviven con sus sensores y te aplauden las paridas con las manitas de plástico. Estimulante.
¿Y para cuando el rector-robot? ¿Que ya hay? ¿Cómo que ya hay? Ah, en Japón. Qué susto.

El general y la mujer del César

Vaya por delante que uno no es de los que se creyeron las teorías conspiratorias posteriores al 11-M. No, la guerra en la que andamos es contra otros manejos.
Viene hoy en el suplemento leonés de El Mundo (página 6) la noticia de que el general Pedro Laguna deja León, después de cuatro años de destino en la ciudad tras su ascenso a general de brigada. Era coronel de la guardia civil en Asturias cuando el asunto de Trashorras, los explosivos de Mina Conchita y los graves fallos en el manejo de la información que era de su competencia, fallos que no fueron óbice para su ascenso, pues sabido es que para alcanzar el generalato cuenta la discrecionalidad gubernativa. El pato lo pagó en su momento el teniente-coronel Bolinaga, que era subordinado del entonces coronel Laguna y que fue destituido por el entonces Ministro de Defensa, José Antonio Alonso.
En la noticia de hoy se da cuenta del emocionante acto que ayer tuvo lugar en León para despedir al general Laguna, con asistencia de los más altos poderes locales. La noticia termina así: "También el padre del presidente del Gobierno, Juan Rodríguez Lozano, quiso acompañar al general Laguna en su despedida".

Pirámides

Se suponía que todos conocíamos el juego de la pirámide. ¿Se acuerdan? Uno ponía un dinero para los jugadores anteriores de una lista que le daban al incorporarlo y luego buscaba unos cuantos que siguieran pagando en cadena, éstos convencían a otros más y comenzaba a llegar dinero extra al que antes se apuntó, y así sucesivamente, con ganancia mayor cuanto más se iba ensanchando esa pirámide invertida. Hasta que el montaje reventaba y los últimos pardillos ambiciosos se quedaban a dos velas.
Desde hace unos años se venía jugando igual, pero con pisos. Hoy compro un apartamento y mañana mismo lo revendo con un beneficio de cincuenta mil euros. Pero uno creía que los jugadores eran conscientes del riesgo, que sabían que el chollo no podía durar y que muchos se verían con las posaderas al aire. Parece que no. Dado el estupor del Gobierno, se nota que hasta los ministros pensaban que esto no se terminaría ni cuando no quedase sitio para una casa más. Mientras el dinero subía por la pirámide a golpe de pelotazo de hormigón, los méritos eran de los gobiernos; ahora que pintan bastos, la responsable es la economía internacional. Y cuando promotores, constructores y especuladores se forraban, nadie se acordaba de repartir ganancias; desde que se acabó el botín, se pretende que se socialicen las pérdidas. No conocemos más ley que la del embudo.
En ciudades como León la población no crece, pero el número de casas en construcción se multiplicaba cada año. Las afueras se iban cada vez más afuera y a un puñado de kilómetros del centro se seguían levantando pisos muy céntricos. Los que vivían en el campo sentían acercarse la ciudad como un maremoto de ladrillo. El que tenía una casa compraba otra y que el ya tenía dos compraba cuatro. Los bancos te daban hipotecas mejores cuanto más insolvente fueras, sin más aval que tu rostro de cemento. Nos parecía normal tanta anomalía. Hasta que pasó lo que siempre pasa en estos juegos. Se acabó la diversión, llegó el Euribor y mandó a parar.
El otro día atravesé en coche un polígono leonés que iba a ser un nuevo Manhattan y en el que ahora no se yerguen más que dos o tres edificios, como arquitectónico homenaje al gatillazo inmobiliario. Todavía habrá quien diga que no se veía venir y que la culpa fue del chachachá. O que se esperaba, pero era antipatriótico advertirlo.
Que le echen imaginación los negociantes y que monten otra pirámide. Ya no cabe con casas ni con sellos, pero pueden convencernos de que invirtamos en parcelitas de Marte o en peines para calvos. Éxito seguro. Y cuando se descubra el entuerto que nos subvencione el Estado por nuestra buena fe y nuestro gran servicio a la economía productiva.

15 junio, 2008

Malos tiempos para la buena teoría

Se avecinan tiempos oscuros para ese tipo de producción intelectual llamado teoría o doctrina, muy especialmente en lo que tiene que ver con las denominadas ciencias humanas, sociales y jurídicas. Los primeros síntomas hace rato que se observan. Creo que las mesas de las librerías que contienen las novedades filosóficas son un buen indicio. Hace años que se entremezclan ahí, indiscriminadamente, algunos restos de filosofía “dura”, manuales de autoayuda, textos de una supuesta nueva espiritualidad que debe de ser espiritualidad para ánimas despistadas y biografías de gurús y timadores diversos. Y lo que de filósofos que merezcan el nombre va quedando se pone más que nada porque han dicho algo en un periódico sobre la globalización o sobre qué calor va a hacer cuando el clima se caliente.
La clientela natural y primera de los libros más sesudos eran los universitarios, profesores e investigadores, por un lado, y estudiantes, por otro. Eso se acaba. Hace tiempo que no hace falta leer gran cosa para llegar a profesor titular o catedrático, y cualquiera que haya estado en concursos bien lo sabe. Pero hasta ahora un mínimo barniz había al menos que aparentar. En adelante ya se ha indicado a las claras que se nos prefiere duchos en el powerpoint, bien cargados de cargos académicos embrutecedores y hábiles en el comentario informal de las noticias de la tele, tipo peluquería, pero evaluando competencias para decir cositas muy monas. En cuanto a los estudiantes de hoy, víctimas inocentes de los pedagogos más iletrados, su cara de pasmo es absoluta cuando se los invita a leer alguna monografía. Vade retro. Casi no resta más rincón para la prosa científica que el Rincón del Vago.
Los manuales universitarios, que ya veremos lo que duran ante el acoso de la frívola Bolonia, hace rato que se llevan sin referencias bibliográficas, podados de debates doctrinales y sin más bibliografía final que cuatro cositas que han escrito los padrinos o los de la secta del autor de turno. Si has leído, por lo menos disimula y que no se te note.
En los congresos y simposios se va imponiendo la más burda picaresca, pues ponencias y comunicaciones cuentan nada más que por el bulto y por lo que pesan para anecacas y anecaquitas y para diversas comisiones de expertos en naderías con pompones, y ya se sabe que curriculum grande, ande o no ande. A lo que se ha de sumar el peso aplastante de las modas, que llevan a que cualquier hijo de vecino se monte el discursito fácil sobre la opresión de las minorías oprimidas o la conveniencia de cambiar el género de las palabras por razones de género. Cualquier cantamañanas se finge experto en lo que haga falta con un par de estadísticas y tres noticias de prensa sobre las últimas mujeres asesinadas por sus parejos.
La teoría social se va tornando clandestina ocupación de minorías perplejas, vicio solitario de excéntricos desubicados, hábito improductivo de solitarias ratas de biblioteca. Para qué tanto rollo si sólo se valora el buen rollito, a cuento de qué hacerse preguntas y dar vueltas a enigmas si nada más que importan las llamadas pueriles a ser buenos, abstemios y prudentes al volante. Y en casa las familias advertirán a los chavales que se dejen de libros si quieren llegar a ministros y menestras, visto lo visto. Porque qué carajo ha leído la Bibiana, vamos a ver.
Del mismo modo que en los tiempos oscuros de la más lejana Edad Media el saber no tuvo más refugio que unos pocos monasterios, en estos venideros, en los que se alabará la virtud de los iletrados y las más estúpidas competencias de los tontos de capirote, el pensamiento habrá de cultivarse en pequeñas redes que se comuniquen a través de blogs y páginas electrónicas y que se encuentren cada tanto en seminarios caseros, al margen de toda institución y, desde luego, fuera de las universidades. En las viejas sociedades paupérrimas y analfabetas el saber sólo podía ser dedicación de una ínfima minoría, labor de unos pocos círculos apartados del mundanal ruido. En estas nuevas sociedades opulentas el pensamiento sosegado sólo estará al alcance de unos cuantos excéntricos que pugnen por sustraerse a la dictadura de los idiotas enriquecidos, ésos que nos quieren masa cerril, consumidores sin seso y mano de obra conforme, los mismos que han perpetrado el enjuague de Bolonia y que ahora babean ante toda esta gazmoñería de niñatos.

14 junio, 2008

Fragmento para un debate sobre Latinoamérica

Un querido amigo me invita a exponer un pequeño texto la semana próxima en Valladolid, en un debate sobre la situación de los derechos humanos en Latinoamérica. El escrito tiene que estar terminado mañana y ahí vamos, al borde del colapso. Para colmo, esta tarde partido de la selección y después cena con los amigotes.
Reproduzco aquí un framento de lo ya escrito, más que nada con el fin de ir preparando el bazo para los posibles golpes.
¿Qué derechos? El problema mayor que cada vez se oculta mejor: la miseria.
En el papel lo cuentan las cifras y las estadísticas. Al viajero lo impresiona la visión a distancia de tantos barrios míseros, de tantas aldeas donde la vida transcurre sin los más elementales medios. Millones y millones de seres humanos sumidos en la carencia más absoluta, abandonados a su suerte, sin servicios públicos que merezcan tal nombre, sin más asistencia social que la visita del político de turno en tiempo de elecciones, cargado de bocadillos o de botellas de leche. Niños descalzos jugando entre perros famélicos, regueros de orines por las calles, adultos con la mirada perdida, pandillas organizándose para una supervivencia que sólo puede ser delictiva, adolescentes embarazadas, niños aspirando bolsas con pegamento... Miseria a raudales, pobreza extrema, vidas invivibles. Son la mayoría de la población. Y, frente a ellos, minorías exquisitas que se esponjan al enseñarle al visitante sus colecciones de porcelanas, de libros, de cuadros, de joyas, de pieles, que hacen gala de sus estudios y sus títulos, todos con la firma de las universidades más rimbombantes, que empequeñecen al viajero europeo al hacerle la cuenta de las capitales visitadas en la vieja Europa, de los hoteles frecuentados, de las amistades cultivadas, de todo lo carísimo consumido y que queda fuera del alcance de ese europeo de clase media y mirada atónita.
El más elemental de los razonamientos llevaría a asumir sin duda que urge repartir la riqueza y que los Estados deben meter mano en una buena parte de los bienes de esa clase tan económicamente pudiente como, por lo general, ociosa e improductiva, y redistribuir oportunidades a base de asegurar derechos mínimos a todos y cada un de sus nacionales. Pero no. Si echamos un vistazo a publicaciones de hoy y a teorías a la moda, parece que urge más que el Estado se ocupe de otro tipo de derechos, derechos con los que ni se come ni se curan las enfermedades ni se pone al individuo en condiciones de luchar por una vida digna en esta sociedad global, pero que, al parecer, son los más importantes, pues se relacionan con la identidad de cada sujeto y su manera de ser y percibirse en el mundo: los derechos culturales colectivos. Retornan las reservas indias, pero con la mejor conciencia de los blancos capitalinos, cobran nueva legitimación los viejos resguardos. Se aplica a los grupos humanos el patrón ecológico de las especies animales o vegetales y se concluye que se debe preservar la prístina identidad de los grupos aborígenes, salvar sus lenguas, proteger sus costumbres, asegurar su perpetuación intemporal e incontaminada, allá y así. Con las tribus lejanas y pobres se extasían antropólogos nacionales con máster estadounidense y paternalismo de colonizador sin remordimientos; en favelas y poblados de miseria los teóricos del Derecho y de la Política afinan sus doctrinas sobre el pluralismo jurídico, para convencernos de que este Derecho positivo, oficial y estatal que a nosotros tan bien nos defiende, no es ni tan Derecho ni el único Derecho ni el más auténtico, puesto que nace del artificio y los procedimientos formales y no de la vida espontánea de los pobladores.
Con la misma conciencia tranquila con que antaño se repartían limosnas y se le explicaba al pobre cuán feliz era en el fondo, sin tanto negocio que atender ni tanta hacienda que administrar, se siembran ahora derechos de nuevo cuño, el derecho de cada cual a seguir cazando como sus tatarabuelos, a hablar en exclusiva la lengua con la que no se entenderá con nadie que no sea de su territorio, a practicar sus ritos, aunque a nosotros nos parezcan crueles, a usar la medicina natural que lo salvará mejor que esos hospitales públicos de medicina pervertida e inhumana y que nunca tendrá a menos de cien o quinientos kilómetros, y todo como sentido homenaje a autenticidades intocadas, a identidades cristalinas, a raíces profundas en tradiciones y mitos fundantes, a la feliz simpleza de lo primitivo; no como nosotros, que fíjese usted qué mal estamos y qué mala vida nos damos por abandonarnos al bienestar, al cosmopolitismo, al mercado y a una permanente crisis de valores que sólo nos permite disfrutar y disfrutar de bienes y ocasiones.
Retornan esquemas medievales y los derechos primeros de cada cual son los que le tocan por razón de su grupo. Sólo que ahora, al menos en primera instancia o al primer golpe de vista, ya no son derechos de casta o derechos marcados por razón de oficio; pero siguen siendo derechos por razón de nacimiento y su función continúa la misma: encasillar a cada individuo en su grupo, pues no es supremo destino de cada cual el realizar su personal autonomía por encima de raíces y tradiciones, sino el de perpetuar el ser grupal haciendo lo que nació para hacer, viviendo donde por cuna le corresponde y manteniéndose ajeno a mundos, grupos y formas de vida que no son los suyos. Vidas pobres, sí, pero dignas, se dice, con esa suprema valía de ser fieles a las raíces y saberse parte de una historia milenaria; no como nosotros, tan desarraigados, tan infelices en medio de tantísima dicha y semejantes oportunidades de gobernar nuestro destino.
Nunca fue tan superestructural la cultura, ahora en términos de derechos culturales. Con suma habilidad, el burgués bien viajado exalta las virtudes de lo autóctono, el capitalino de sofisticada cultura alaba las ventajas de la vida simple y el académico curtido en títulos, lenguas y universidades de medio mundo insiste en que no hay nada como la raíz comunitaria y su visión de las cosas, monolítica, única y sencilla. Cómo articular las convivencia entre culturas es debate que sustituye al de cómo repartir bienes tangibles y oportunidades reales para los individuos. Cómo preservar incólumes las culturas que, al parecer, encarnan las esencias nacionales que proclaman los tataranietos de los conquistadores europeos, es tema que nos ayuda a no ocuparnos de por qué siguen mandando, dominando y, ante todo, enriqueciéndose esos descendientes de las viejas oligarquías. Maniobra de despiste, hábiles artificios para que el discriminado se conforme y hasta se sienta envidiado por quienes lo oprimen, lo explotan e, incluso, lo utilizan como cobaya en supuestos trabajos de campo en traje de Coronel Tapioca y con abstract en inglés.
En Latinoamérica se seguirá haciendo escarnio de los derechos humanos mientras no existan Estados suficientemente fuertes como para expropiar de una buena parte de sus privilegios económicos a sus élites más improductivas, al tiempo que sean capaces de atraer capitales extranjeros que inviertan en los países con la misma confianza con que pueden hacerlo en Europa, por ejemplo. Estados que, al tiempo, deben estar en condiciones de poner en práctica unas políticas educativas y de información que contrapesen, entre otras muchas cosas, la fuerza alienante de esas “iglesias” de los nuevos derechos allí donde todavía no se han respetado jamás los derechos primeros.

13 junio, 2008

La eutanasia pasiva es un derecho. Por Jacobo Dopico Gómez-Aller

Jacobo Dopico, buen amigo y amigo de este blog, ha publicado hoy este artículo en Público. Para pensar y debatir un poco, si ha lugar.
“Las leyes hacen que esa pequeña diferencia entre mover o no mover un brazo supongan que pueda salir de esta estupidez por mí mismo, que tenga que poner en peligro de cárcel a quien me haga de brazo o que acabe en una residencia esperando una cacotanasia”
Jorge León Escudero
El día 4 de mayo de 2006 Jorge León Escudero fue hallado muerto, desconectado de la máquina que obligaba a sus pulmones a respirar contra su voluntad. Había declarado solemnemente en multitud de ocasiones su intención de abandonar esa vida. Sabedor de que la mera desconexión le podría traer terribles dolores, solicitó ayuda de otras personas para poder hacer realidad su última voluntad sin convertir el tránsito en una horrible tortura. El cuerpo de quien fue Jorge León Escudero apareció en el suelo, separado de la máquina que le mantenía con vida contra su voluntad. Cuentan las crónicas periodísticas que cerca de él apareció un vaso.
Si hay un tema moral y jurídicamente complejo es el de la dignidad y la libertad en la fase final de la vida, en especial cuando se refiere a personas físicamente dependientes pero mentalmente lúcidas, que por incapacidad física no pueden ejecutar su voluntad de propia mano y requieren para ello el auxilio de otros. Por ello, no pretendo en las próximas líneas tomar posición sobre el estatus jurídico y moral de la eutanasia, y quiero limitarme únicamente a plantear una breve reflexión sobre los límites entre la eutanasia activa y la pasiva; tema que ha cobrado renovada actualidad a raíz del anuncio de un proyecto de Ley andaluza que pretende regular estos extremos.
El art. 143 del Código penal castiga diversas formas de colaboración en la decisión de morir de una persona que sufre una enfermedad terminal o causante de penosos padecimientos permanentes. Así, sanciona con prisión entre el año y medio y los 6 años la conducta de quien llega a ejecutar materialmente la muerte del solicitante, y con pena de prisión de 6 meses a 2 años a quien, sin ejecutarla, coopera a dicha muerte “con actos necesarios”. La colaboración con actos de entidad menor (“no necesarios”) es impune.
Sólo es punible la eutanasia activa y directa. La eutanasia indirecta u ortotanasia no es delictiva: consiste en una conducta que acorta la vida del paciente, pero que lo hace como efecto colateral, pues su finalidad principal es paliativa o terapéutica. Un ejemplo claro son las sedaciones en las fases terminales de enfermedades muy dolorosas.
También es impune la eutanasia pasiva. La duda está en cómo entender la distinción entre eutanasia activa y pasiva. Los penalistas han discutido hasta la saciedad la distinción entre conductas activas y pasivas, y las diferencias que cabe encontrar entre unas y otras. Inicialmente, solía sostenerse que es activa la eutanasia en la que el sujeto activo hace algo que acorta la vida del disponente, pero pasiva aquella en la que se limita a no hacer algo que la alargaría. Sin embargo, las cosas no son tan fáciles.
Imaginemos un enfermo que para prolongar su vida necesita una inyección diaria. Si el enfermo, cansado de sus penosas condiciones de supervivencia, decide no volver a recibir una nueva dosis, el médico debe cumplir con su voluntad y no volver a inyectársela: se trataría de una eutanasia claramente pasiva e impune.
Sin embargo los avances técnicos nos han traído máquinas que dan a los enfermos periódicamente la dosis que necesitan, tanto de fármacos como de sustancias más básicas, como el aire. ¿Acaso si el enfermo está enchufado a una de estas máquinas pierde su derecho a rechazar una nueva dosis? ¿Le ha robado el desarrollo tecnológico la capacidad de decidir? Sería una conclusión absurda.
Esto nos lleva a la necesidad de interpretar de otro modo la diferencia entre eutanasia activa (delictiva) y pasiva (impune): de un modo coherente con la vigente regulación de los derechos del paciente. El art. 8 de la ley de autonomía del paciente (Ley 41/2002) establece que “toda actuación en el ámbito de la salud de un paciente necesita el consentimiento libre y voluntario del afectado, una vez que, recibida la información prevista en el art. 4 (“como mínimo, la finalidad y la naturaleza de cada intervención, sus riesgos y sus consecuencias”), haya valorado las opciones propias del caso”. La Administración no es quién para decidir contra la voluntad de la persona qué tratamiento debe recibir. Si la ley instituye al paciente como instancia soberana para decidir si consiente en recibir un tratamiento o lo rechaza, ello debe extenderse también a la decisión de seguir recibiéndolo o rechazarlo.
Debe entenderse, pues, que la eutanasia activa directa (la punible) consiste sólo en el suministro de tratamientos directamente dirigidos a acortar la vida, y la pasiva consiste en el no suministro o en la interrupción del suministro de un tratamiento (como la “desconexión”) a petición de quien es competente para decidir al respecto: el paciente. Así, la licitud de la eutanasia pasiva no es sino una consecuencia del derecho a no recibir tratamientos inconsentidos.
Ocurre, no obstante, que con frecuencia la interrupción de un tratamiento, sin más, puede acarrear unas consecuencias terribles. En el caso que nos ocupa, la mera desconexión de un respirador trae consigo de modo natural una muerte por asfixia, paro cardíaco, etc., que supone una auténtica tortura precisamente para quien está intentando librarse de una vida que se ha convertido en tormento. Si es un derecho del paciente consentir o dejar de consentir en la recepción de un tratamiento, el Estado debe proporcionar los medios para que el ejercicio de ese derecho no obligue al sujeto a pasar un infierno de sufrimientos físicos. Del mismo modo que si un enfermo en su derecho decide no someterse a un tratamiento anticanceroso largo e inseguro tiene derecho a recibir el debido tratamiento paliativo, es también un derecho del paciente recibir la sedación necesaria para que la desconexión no sea traumática ni dolorosa.
Debe saludarse, pues, un proyecto de ley como el andaluz que pretenda perfilar con mayor claridad las implicaciones del derecho del paciente al rechazo del tratamiento; pero esto no debe llamar a error. Conforme a la legalidad vigente, ese derecho ya asiste a los pacientes en toda España.
Jacobo Dopico Gómez-Aller es profesor de Derecho penal de la Universidad Carlos III de Madrid.

11 junio, 2008

Materialismo y membrillos

¿Se acuerdan los de mi quinta y así de aquellas lecturas juveniles de Marx pasado por los marxistas yugoslavos, los Petrovic, Markovic y tal, y por la Escuela de Budapest de antes de que llegara la Agnes Heller y se fuera con la música a donde el Imperio contraataca? Uno de los principales temas era si la estructura económica determinaba al cien por cien las superestructura ideológica o si desde el mundo de las ideas también se podía cambiar algo de la endemoniada configuración de los modos de producción y las relaciones de idem. La había liado Engels en aquella famosa carta a Bloch, aprovechando que don Carlos había palmado y seguramente dándose cuenta de que si el marxismo no influía como idea, a ver cómo iba a pintar un pimiento en la marcha de la historia; corcho, y de que don Carlos y él habían comido de sus plusvalías inglesas y no se resignaban a ser tan superestructurales. Luego vino Lenin y dijo que tranquilos, que donde esté una buena vanguardia que se quite todo y que allá vamos aunque no se den las condiciones objetivas que había previsto el bueno de Karl. En vez de estallar en Inglaterra o Alemania, la revolución prendía en Rusia y de algún modo había que justificar que ocurriera donde no tocaba, pues en lugar de proletarios deprimidos había campesinos más o menos y, a falta de capitalistas ahítos de plusvalías, terratenientes con ínfulas aristocráticas y ganas de tirarse una zarina. Así que lo que no alcanzaban los determinismos estructurales se suplía con voluntarismos que ya no eran ideología como falsa conciencia, sino canela fina, conciencia proletaria de dirigentes que antes muertos que obreros. Al fin y al cabo, igual que de sexo siempre han hablado más que nada los curas célibes, la revolución obrera han solido dirigirla burguesitos de fina estampa y espinazo rígido. Así resultó. Y lo de la determinación estructural de las superestructuras empezó a ser como el misterio de la Santísima Trinidad, pero en laico y con barbas.
Pero con tanta Guerra Fría y tanto cuento, la cosa iba colando y al que señalara una contradicción en el dogma se le tildaba de cómplice objetivo de las fuerzas de la reacción, amén de pequeño burgués y hasta kulak, cosa esta última que no se sabía muy bien lo que era, pero que sonaba de lo más pecaminoso para esa moral marxista que siempre fue un poco de vía estrecha en lo que tiene que ver con la liberación de los cuerpos y las almas por libre y sin desfiles ni pancartas. Luego Mao escribió un Libro Rojo que no tenía nada que ver con nada, pero que cada uno interpretaba según convenía para el avance triunfal de la historia en su barrio, y hasta se organizó en China una Revolución Cultural que acabo siendo agricultural, pues mandaron a todo quisque alfabetizado a plantar lechugas en los pueblos donde Confucio dio las tres voces, menos al propio Mao y a los cuatro de su banda de entonces, que no fueron porque tenían que organizar la Revolución Cultural, precisamente, y no todo iba a ser escardar cebollinos.
Pero vamos a lo que íbamos: que en esto y con el alboroto de las vísperas del sesenta y nueve llegaron los semiólogos y acabaron de liarla. Por ejemplo, me acuerdo de mi perplejidad cuando hace un porrón de años cayó en mis manos aquel libro de moda, Para leer al Pato Donald, escrito por un chileno y un belga con los resultados que cabía esperar de tal amalgama. Ahora resultaba no sólo que las ideas repercuten sobre las estructuras económicas de base y configuran las relaciones sociales por sí y un montón. No olvidemos que para entonces Althusser ya andaba meneando los que llamaba aparatos ideológicos del Estado, en la estela del gran Gramsci, don Antonio, que nos había enseñado desde la cárcel que más vale currar en la hegemonía que en el tajo, si queremos que cambie algo más que el nombre de la empresa. Luego Althusser estranguló a su señora con maneras nada ideológicas y acabó confesando en sus memorias que ni había leído apenas a Marx ni se enteraba mayormente de nada, pero que le echaba imaginación y que iba colando todo en aquellos tiempos propicios para la revolución creativa sin salir de la École Normale Supérieure.
Bueno, pues te leías lo del pato Donald y resultaba que una de las causas principales de los desaguisados y las injusticias del mundo se hallaba en la factoría Disney, que con sus viñetas daba malos ejemplos al proletariado y le inducía todo el rato a meter la pata. Esa era, creo, la lectura correcta de tan profundo escrito, y, por tanto, no fue la que perduró. No, la idea que al final se impuso en el selecto mundo de la cultura crítica y la política con conciencia con clase, a base de resúmenes, versiones, conferencias y me lo ha contado fulano, el de la Fundación, que lo ha leído, fue la siguiente: que la culpa del capitalismo la tenía el pato Donald propiamente dicho. Mano de santo, oiga. Si por pintar un pato erigimos todo un modo de producción y damos pie a tanto aprovechamiento malsano de fuerzas del trabajo y plusvalía, con pintar un pato bueno, o mejor una pata, cambiamos el mundo y alcanzamos el socialismo, la igualdad y el orgasmo en gracia de Dios, sin necesidad de más quebraderos de cabeza ni de putear a los electores con impuestos, tasas o expropiaciones que quitan un montón de votos, pues ya se sabe que esta gente vota peor cuanto más alienada está y menos conciencia tiene de nuestra clase y estilo.
Y ahí andamos, en ésas estamos, talmente. Convencidos de que el mundo se cambia hablando de otra manera, alterando por decreto el diccionario, haciendo que la loba del cuento sea la abuela, los cazadores manifestantes pacifistas y el lobo presidente de una ONG de ayuda a los caracoles, y pintándole al miembro unos lunares para que parezca miembra o membrillo. Maquillas la superestructura, le pones a la ideología unos tirabuzones, cambias el nombre de las cosas y.... ¡tachán!, tienes hecha la revolución por cuatro duros de nada y sin despeinarte las cejas.
Embargado de gozo y henchido de satisfacción ante tan potente descubrimiento, cuando viajo por esos mundos y veo en algunos lugares tanta pobreza y semejante abuso, me pregunto: ¿pero a qué esperan aquí para hablar de otra forma? ¿Por qué no les enviamos nosotros, de avanzadilla y para expandir los frutos de nuestra revolución, a Tere, a Bibiana y a su famoso tío, el tal Gilito?
Qué diría don Carlos Marx si viera esto, qué diría. Yo creo que se reconciliaría con Bakunin, al fin.

10 junio, 2008

Más sobre la ola de idiotez que nos invade

Escrito y colgado el post anterior, me voy a ver el partido. En el descanso miro el correo electrónico y, cáspita, me encuentro un mensaje que reenvía una comunicación de un decanato de la Universidad de Alcalá. Lo transcribo a continuación sin más comentario, pues para qué dar más vueltas a las estupideces que van imponiendo estos tontitos con mando en plaza.
Dice así el documento:
La UAH había solicitado la implantación del grado en Estudios Ingleses para el curso 2008/09. Hemos recibido ya la valoración previa de la ANECA, que ha sido desfavorable, mientras no sigamos una serie de recomendaciones que se nos hace o no subsanemos unas pocas deficiencias, para lo que contamos con diez días. Porque creo que nuestra experiencia puede ser útil a quienes estéis redactando los planes de estudio de las facultades, os comento uno de los puntos que debemos cambiar en la propuesta: el tema de los contenidos en la igualdad de género y la cultura de la paz.
Nuestra Facultad, muy reacia al tema de incluir asignaturas que llevasen la nomenclatura "género", pensó que era suficiente con asegurar que todas ellas tendrían en cuenta, de forma transversal, la perspectiva de género. Por tanto, en el apartado 2. de VERIFICA (Planificación de las enseñanzas), dábamos la lista de materias y competencias a adquirir, añadiendo frecuentemente: «todo ello desde una perspectiva que tenga en consideración los valores democráticos, de igualdad de género y de la cultura de la paz.»
Bien, el informe de la ANECA nos recomienda expresamente dar un paso más y nos sugiere literalmente:
«Se recomienda considerar la posibilidad de incluir módulos o materias específicas relacionadas con los derechos fundamentales y de igualdad entre hombres y mujeres, con los principios de igualdad de oportunidades y accesibilidad universal de las personas con discapacidad, más allá de la oferta que se incluya institucionalmente en el componente transversal».

¿Aló? Aquí el teléfono del maltratador

Un día de éstos me voy a declarar en huelga de comentario caído. Qué blog ni qué gaitas. Empiezo a ponerme paranoico y a ver en todas partes signos de una conspiración mu mala. Porque lo que está pasando no puede estar pasando de verdad. No, lo hacen para que en los blogs y demás webs nos obcequemos y embistamos y para decirnos luego aquello de tontín, has picado, era broma, jeje. Por otro lado, si lo que ocurre, ocurre de veras, que le den por el saco al mundo y allá cada cual se las componga. Cuantos más tarados meten en un Gobierno, más simpatías despierta; cuantas más gilipolleces hace un Gobierno, más encantado se muestra el pueblo con unos políticos tan in, tan cool, tan guais. Que se vaya a la porra el pueblo. Once millones de moscas no pueden equivocarse, vota mierda. ¿Cómo dice usted? ¿Que fueron veintiuno o veintidos los millones de moscas? Tiene razón: vota mierda.
Por ejemplo, estoy segurísimo de que la mayoría de las compatriotas y los compatriotos andan encantadas y encantados con ese engendro llamado Ministerio de la Igualdad. Uy, hija, qué cosa tan progresistísima. Va a haber un antes y un después en la historia de la mujer en este país. Fijate tú, Marilú. ¿Que la Menestra no sabe hacer la o con un canuto? Chica, pero es que tampoco la han puesto ahí para andar con canutos, sino de florero ideológico, para confirmar a los de IU que se cambiaron de cama que fíjate qué bien y que estamos salvando a la izquierda frente al embate derechoso insoportable y violentísimo.
Tiene co/ajones la tipa. Suelta lo de miembra y luego se disculpa con que así se dice en ciertos lugares de América Latina que no especifica. Mentira. Lo que pasa que si no inventa palabros, a ver qué carajo/coño hace. No hay más que fijarse en las medidas que, al parecer, va a poner en marcha su Ministerio. Gilipolleces/chuminadas como la copa de un/a pino/a. Pero a mí lo que más me excita es lo del teléfono del maltratador. Ideal de la muerte. Hoy en día se ponen teléfonos para todo. Y observatorios. ¿Para cuándo el observatorio del maltratador? La imaginación al poder.
Los martes tengo visiones y capto el futuro, no sé si se lo había comentado a ustedes alguna vez. No puedo evitarlo. Hoy lleva toda la mañana persiguiéndome el runrún de las primeras llamadas al teléfono del maltratador. Se las trancribiré tal cual, a ver si me libro de ellas.

Conversación 1.
- Buenos días, aquí el teléfono para hombres maltratadores. Le habla Venus, ¿en qué puedo ayudarle?
- Verá usted, estaba yo a punto de partirle la crisma a mi santa y me dije: hombre, voy a llamar primero al teléfono este que han puesto nuevo.
- Cuénteme, ¿cuál es su problema?
- No, problema ninguno, que me dan unos ataques con mi mujer, que de hoy no pasa.
- Pero usted ha llamado aquí, eso es buen síntoma.
- Sí, yo es que llamo por si me dan alguna idea para hacer que desaparezca el cadáver.
- ¿A qué cadáver se refiere?
- Al de mi mujer, pues cuál va a ser.
- No lo diga ni en broma.
- Pero, vamos a ver, ¿este no es el teléfono que puso el Gobierno para ayudar a los maltratadores?
- Sí, señor.
- Pues ahí está. Yo soy un maltratador y quiero que me ayuden con lo del crimen perfecto. Lo tengo todo pensado menos lo del cadáver.
- No, no, no. Yo debo convencerlo a usted para que no practique la violencia de género con su cónyuge.
- ¿Mande?
- Nada de matar ni de pegar.
- Y entonces para que se supone que los llamo a ustedes, ¿para hablar del tiempo?
- Para asegurarse de que no hay que practicar la violencia de género.
- ¿Mande?
- Que no se mata ni se pega a las mujeres.
- Vale. Pero ¿usted cree que si la tiro al río con unas piedras en los bolsillos saldrá a flote muy pronto?
- Señor, creo que usted necesita una terapia urgente y yo se la puedo brindar.
- ¿Mande?
- Para compensarle el desarreglo psicomotriz que le empaña la percepción de su ego masculino en armonía con los fluidos cósmicos.
- ¡Anda ya!
- Cierre los ojos.
- ¿Cómo dice?
- Que cierre los ojos.
- De acuerdo, ya está.
- ¿Tiene las manos libres?
- Bueno, me estaba rascando las ingles, pero si quiere lo dejo.
- Ponga en contacto las yemas de sus dedos pulgar e índice de cada mano. ¿Está?
- ¿El pulgar es el gordo?
- Sí
- Pues ya está.
- Con los ojos cerrados.
- Ondia, se me olvidaba.
- ¿Listo?
- Listo.
- Ahora repita conmigo: eimmmmmmm, eimmmmm, eimmmmm. Tres veces.
- Eimmmmmmmm, eimmmmmm, eimmmmmm. Tres veces. Ya está.
- ¿No se siente mejor ahora?
- Uy, sí, mucho mejor.
- ¿No nota como si se le hubiera quitado un peso de encima?
- Ya lo creo.
- Ya ve que no era tan difícil.
- Tiene usted razón, no sé por qué no se me ocurrió antes. Lo he visto clarísimo. Enterrada en la carbonera.
- ¿Cómo dice?
- Nada, nada, cosas mías.
- Bueno, ya sabe donde nos tiene si se vuelve a presentar la ocasión.
- Vale, muchísimas gracias. Y recuerdos a don José Luís.
- Se los transmitiré de su parte.

Conversación 2.
- Buenos días, aquí el teléfono del maltratador. Le habla Deysy.
- Yo quiero hablar con un tío, mecagoentó.
- Cuénteme a mí lo que le pasa.
- Pues que tentado estoy de darle un par de cachetes a la parienta.
- No debe hacerlo, ni se le ocurra.
- ¿Ves? Lo que yo le decía. Pero ella burra y burra y que por qué no le atizo en la rabadilla como hacen en las pornos.
- ¿Se refiere usted a las películas pornográficas, caballero?
- Sí, a las pornos. Antes las veíamos juntos, pero la Juani, mi mujer, coge todas las mañas y no me deja vivir.
- Dígale a su esposa que ésos son espectáculos degradantes para la mujer.
- ¿Degraqué?
- Degradantes.
- Ah. Bueno, como le iba diciendo, doña Bety
- Deysy.
- Eso. Pues que mi señora insiste en que le arree cachetadas en el culo mientras practicamos el sexo, pero a mí me da cosa.
- Es usted un varón ejemplar, muy bien.
- Gracias, ¿pero, entonces, no debo atizarle un poco para que le guste?
- ¿A qué se refiere usted exactamente?
- Pues mire, doña Deysy, a que según ella está en pompa y yo ataco desde el sur, le dé así con la mano abierta en las posaderas.
- ¿En las posaderas?
- Sí, mujer, en las nalgas. Pero sin hacerle daño.
- ¿Y a ella le gusta?
- Se pone como loca.
- ¿Y le da usted muy fuerte?
- Bueno, mucho, mucho no.
- ¿Con las dos manos?
- Esto..., pues unas veces con una y otras con la otra. Más con la derecha.
- ¿Y ella gime?
- ¿Cómo que si gime?
- Así: ummm, ahhhh, aaaaay, ohhh.
- Más o menos. Oiga, ¿se encuentra usted bien?
- Sí muy bien. Eres un encanto.
- Pues, esto... gracias. En fin, ya llamo otro día un ratito más.
- No, cielo, espera. Cuéntame qué le dices mientras le das palmadas en el culo.
- Pues qué quiere que le diga, que no sé a quién salió tan guarra.
- ¿La llamas guarra, mi amor?
- Bueno, es en confianza.
- Llámame guarra a mí, anda.
- ¿Cómo dice?
- Que me llames guarra y me digas que me vas a azotar un poquito en el trasero el día que nos veamos.
- Oiga, señora, que usted se confunde. Voy a colgar.
- No por favor, que ya falta poquito.
- Descarada, fresca, cerda.
- Ay, así, así, sigue.
Clic.

PD.- Sí, ya sé. Me la he vuelto a cargar. Caerá sobre el que suscribe la furia incontenible de las vestales y los vestalos de la corrección política. En cambio lo de la Aído no son chistes, ¿verdad? Manda narices. Qué país.

09 junio, 2008

País de masocas

Ayer, domingo, los periódicos leoneses daban cuenta del anuncio del presidente Zapatero en esta su tierra: de aquí al 2012 se instalarán en las carreteras españolas 1800 nuevos radares fijos y se espera que desde el Centro en Onzonilla se gestionen tres millones y medio de denuncias.
Lo que ha cambiado este país. Ahora reprimir y dar leña supone ganar votos. ¿Cuántas multas dice usted que me va a meter? Ah, más, por favor, qué bien. ¿Y que me va a controlar con radares a porrillo? Me muero de gusto, no pare, siga, siga. Con tanto paternalismo estatal, nos vamos quedando los ciudadanos en la tierna infancia, dependientes y sumisos hasta dar las gracias al que nos atiza. Si nos pegan, será porque nos quieren, no faltaba más. Luego un mimo de 400 euros y tan contentos. Palo y zanahoria. Ya cuando Franco se decía aquello de que a los españoles había que atarnos corto y que por eso sin dictadura acabaríamos en la anarquía. Pero no hay peligro, en democracia seguimos gimiendo placenteramente ante el castigo. Controles, admoniciones, avisos, advertencias, resta de puntos, multas, cárcel. ¿Para cuándo unos azotes? El pueblo goza y da las gracias, ofrece las posaderas al flagelador y se siente bien amado así. Voto al que más me regañe, cambio mi sufragio por un buen látigo que me zumbe.
Se dirá que de algún modo hay que poner coto a la lacra de los accidentes de circulación y qué mejor que vigilar y castigar. Vale. Pero resulta que también nos encanta que no nos dejen fumar, que nos prescriban un condón de esparto, que nos regañen por engullir hamburguesas y que nos amarguen la copita de vino, aunque en esto último fue el Gobierno a dar con las empresas y hasta ahí podíamos llegar. Que, si es por nosotros, ciudadanos en pompa, ya regaríamos el chuletón con agua sin gas para no contrariar al Ministerio de Sanidad.
Cuando los curas mandaban los enemigos del alma eran el mundo, el demonio y la carne. Ahora que imperan los progres de aguachirle, se han ido agregando pecados y prohibiciones, para que muramos con la satisfacción cierta de no haber disfrutado mayormente en vida, y así dará menos pena palmar. Hasta por una gracieta te puedes condenar, como cuando Franco. Entonces no podías hacer risas a costa del generalísimo pequeñajo y barrigón y ahora no debes contar chistes de mujeres ni de negritos ni de homosexuales ni de gordos ni de nadie que no sea del PP. Vivan las caenas.
Es cierto que la carretera mata demasiado, que el tabaco provoca cáncer y que el tocino te pone el colesterol como el Euríbor. Pero alguien debería también advertirnos de que el exceso de sumisión nos hace marionetas, beatos de la fe más insípida, ciudadanía light.

08 junio, 2008

No tenía que haber venido. Por Avelino Fierro

(Una presentación sin power point; nº 6 de “Birds”; “Club Leteo”; 6-junio-2008; Instituto Leonés de Cultura)

Sólo porque Alberto es insistente y antojado estoy aquí. Hubiera sido más cómodo enviar una carta, ya que estamos homenajeando un dossier epistolar, para que la leyera alguna “letea” de buen ver, cosa que el público agradecería. Veis? No tendría que haber venido. Ya se deslizó el primer comentario de género (masculino); ya empiezan los problemas.

Y es que a mí la escritura no me ha dado más que disgustos. Bueno, esto no es del todo exacto. Tengo con la escritura una primera aproximación gratificante y salutífera: voy buscando que me tranquilice o me cure de algo y en eso no me ha fallado, siempre ha estado ahí, abierta de… brazos. Como lo está Jessica Lange en “All that jazz” al final de aquel travelling inacabable y sensualísimo para recibir en su seno al crápula de Rod Steiger.

Así que cuando he tenido alguna obsesión, de esas que hacen presa en la chepa o en alguna neurona y empiezas a tener desarreglos, lo he puesto por escrito. Antes, quizá, con algún íntimo lo he verbalizado, como les gusta decir a los psicólogos, esa panda de abrojados (abrojado,a. adj. (Arg.) Entrometido, metiche, que se mete en asuntos ajenos). Pero no es lo mismo, las intuiciones se vuelven más claras con el esfuerzo de ponerlas en palabras. Y uno se atreve a forzar ciertos límites. Escribió Rubert de Ventós en “Oficio de Semana Santa”, “mucha gente… nunca se ha atrevido a explorar sus propias fronteras: ignorantes de lo que les sobrepasa, tampoco sabrán nunca lo que les pasa”.

A mí mi primer cuento “Dos horas de bondad y tres pecados capitales”, me sirvió para sobrellevar el mariposeo y posterior ninguneo de una camarera. En “El cuento de los cuentistas”, tenía que cotillear sobre un secreto de sumario. En el publicado en este número de la revista no me quedó más remedio que exorcizar otros demonios. Y así, buscando terapias, en varios casos.

Las consecuencias, la penitencia, los daños colaterales vinieron después. Con el primero, mi mujer me envió una temporada a dormir al salón; en el segundo, me libré de un expediente por los pelos; tras éste de hoy, algunos amigos arquitectos o periodistas van a negarme el saludo.

Así que para mí, el escribir no es una entretención –como diría un mexicano- ni la aspiración a las mieles de la fama, o al menos a esa fama lerda y un tanto escuálida de la que habla Jorge Volpi, sino la búsqueda de una cierta calma, la simpleza de dormir un poco mejor.

¿Veis por qué no tendría que haber venido? Un tipo que va pensando en su ombligo, buscando terapias, que escribe muy ocasionalmente y lo que escribe en realidad son cartas, no tiene derecho a dar explicaciones. Las únicas que le gusta dar, por un prurito de parecer “rara avis”, es a las dependientas de los estancos empeñadas en hacerle una factura por los sellos. Siempre les digo: “No la necesito, soy de los que todavía escriben cartas”.

Decía que esta última me traerá complicaciones. Se la envío a un amigo y éste va, y la publica en su blog. Alberto me pide que hable de los blogs. Comprenderéis que sólo puedo decir pestes de esa moda tonta que va a acabar con la amistad y la literatura.

Hace unos días Sidney Lumet, el director de cine, decía, “la gente pasa diez horas frente al ordenador y lo llama comunicarse”.

Con esto de los blogs, acabaremos no viéndonos. Iremos al bar esperando encontrar a otros tertulianos letraheridos y nos pasará como a Josep Pla, que visitaba todas las tardes al sepulturero de su pueblo, quien le decía: “Esto está cada día más muerto, señor Pla”.

Así que a un servidor, las blogonovelas o la regla cuarta para la supervivencia de la novela de la que hablaba Vicente Verdú hace nada en “El País”, “la fragmentación de las historias, con sus anotaciones e intervalos mentales, tiende a copiar del blog y de la comunicación fragmentaria omnipresente”, todo eso, digo, me parecen sandeces.

Además, qué manía con escribir; lo que es necesario es leer. Y ahí sí que no podemos andarnos con contemplaciones. Hay que leerlo todo.

La única grieta que todavía nos permite asomarnos al mundo de la verdad de lo inactual, escribía Azúa, es la voz de los muertos; sólo así podemos atisbar algún lejano eco de nuestro origen y de nuestro destino final.

Leer es la mejor higiene para combatir a los idiotas o desenmascarar el cinismo de los políticos, el pragmatismo imbécil, la prosa facinerosa de los psicopedagogos. Se trata de leer hasta quemarse los ojos. Discriminando un poco. Yo creo que tengo la suficiente intuición masculina (aunque ellas digan que eso no existe, que es suerte o casualidad) para saber que no he perdido nada por no leer las sombras del viento o los códigos davincis o las catedrales de los mares; sólo habría perdido tiempo.

Hace unos días una jefa me recomendó a Ian McEwan; uno de esos consejos a lo estricta gobernanta. No podía desairarla. Perdí el tiempo con “Ámsterdam”. No he escrito nada más allá de cuarenta páginas, pero dadme papel, lápiz y una semana de vacaciones y os fabrico otra “fábula moral e irónica que despliega su elegante estructura para placer de los lectores”. Otra novelita para europeos cincuentones, con un poco de sexo, paseos por la montaña, música sinfónica, intrigas periodísticas y pavesas del 68.

¿Entendéis por qué no tenía que haber venido? Resulta que llevo un buen rato pontificando. Y voy a seguir en ese plan profesoral y plúmbeo, recomendando como un gurú cultural cualquiera: Hay que leer, sobre todo, poesía. Porque no sabemos bien lo que es, pero sabemos con Brodsky que la manera de desarrollar el buen gusto en literatura es leer poesía. Y es el primer consejo que da Bradbury a quien quiera ser narrador: “Lea usted poesía todos los días”.

Aquí también no todo vale. Creo que podemos, debemos saltarnos a Ajo, un derivado de Mª José, una chica de Palencia, que asoma en la última página del País del 3 de junio. Dicen que “ha logrado la proeza de convertir la micropoesía en medio de vida”. No hay que leerla, salvo que sea amiga. Hay que leer a los amigos aunque sean insoportables, les debemos cariño e indulgencia. Y a Biedma y Machado, Auden y Larkin, Juaristi y Gil Albert. Pero hay que huir de los youtubes, myspaces, blogueros domingueros y vendedores de consignas y no ideas, novelas google y frases hechas, el todo vale como valor cultural. Vuelvo a Brodsky: “La cultura es ‘elitista’ por definición y la aplicación de los principios democráticos en la esfera del conocimiento propicia la equiparación de la sabiduría con la imbecilidad”.

Escribir no es una pamplina, es una cosa seria, ardua y penosa. Al menos hay que exigirle al plumífero que pase las de Caín, como un tal Junot Díaz, la gran esperanza de la nueva narrativa norteamericana, según El Cultural de ayer, que ha tardado once años en terminar su primera novela. Y eso no es garantía de nada si no estás tocado por la Gracia.

Poco más puedo decir. Bueno, que llevo unos años en compañía de Pla, D’Ors, Camba, Baroja, Nabokov…, que el último best seller que compré fue “El nombre de la rosa”, que mi último hallazgo es un maravillosos historiador del arte, Elie Faure, que se me están atragantando los Diarios de Valéry…

Y que no os agobiéis. Que el que escribe es porque no sirve para otra cosa. Pase que sea un pecado de juventud, porque hay exceso de energía y cierto desgobierno mental en esas épocas dominadas por hormonas y testosterona, pero más adelante es mejor dejarlo: Shakespeare lo hizo cuando le empezó a ir bien el negocio de cereales y Rimbaud se dedicó a traficar con armas. También podemos vender lavadoras y escribir un cuentito de vez en cuando, como nuestro Antonio Pereira.

Aunque reconozco que es complicado acabar con esa especie de virus. Y si insistimos en ello, hagámoslo en serio; busquemos la idea justa, la palabra perfecta. Y cuidemos los detalles. Hasta yo me he tomado en serio esto de venir hoy. He dormido la siesta; he llegado con tiempo (la última vez -Alberto lo sabe bien porque iba a una lectura suya- me metí en una conferencia sobre el Alzheimer); me he comprado un diccionario de la injuria, de dos argentinos, por si tenía que replicar a algún impertinente del público; hasta pensé en un nombre también sudaca para presentarme hoy, ya que los latinoamericanos parece que molan y han ganado los cinco últimos premios Herralde, para presentarme hoy y por si publico allá: Abel Ferrari.

Cuidemos el detalle, elijamos bien las corbatas y los amigos y seamos pacientes y resignados. Sabemos que este vicio solitario, de lectores o escritores, nos acabará convirtiendo en una pandilla de inadaptados.

Avelino Fierro.
León, 5 junio 2008.

07 junio, 2008

Nuevas impresiones mexicanas, con sorpresa final

Verá el amigo habitual de este blog que en este viaje por tierras de México he ido con tiento y poca tinta. La matraca de los censores va haciendo su mella, quiera que no. En España puedo decir pestes de los españoles y no pasa nada, pues soy de casa. Fuera, ojito, pues todo lo que no sean parabienes lo interpretarán los guardianes del templo aristocrático, los aristogatos de turno, como racismo, imperialismo, machismo y abuso en general. Nadie objeta si afirmo, como más de una vez he hecho, que da grima tropezarse con tanto varón español en chanclas, camiseta de tirantes bien sudada, bermudas con pelajos rizados en las pantorrillas y gritando por el móvil que enseguida llego, querida, vete poniendo los platos. En cambio, si sostengo que vaya feos los michelines apretados bajo camiseta de lycra que llevan las señoras en la playa, ya va a caer algún profeta de la sacrosanta corrección a llamarme obseso sexual y falócrata apocado. Y como las gordas embutida sean de un país que yo visite, mi falocracia será cómplice de Bush y de la explotación de los pueblos oprimidos. Donde esto escribo, en Ciudad Juárez, ando impresionadísimo con la obesidad desmedida de tantas damas, pero chitón, antes muerto que hacer chistes ni observaciones sobre la alimentación de las interfectas. Ya una sogenannte académica hispano-mexicana que habla con un tal Esteban dejó dicho en un comentario ahí abajo algo al respecto. No me suena de nada la tal mujer ni firma su escrito, pero no le resulta impedimento para insinuar que soy el enésimo cerdo hispánico y para, de paso, congraciarse con quien quería congraciarse, que sí la reconocerá pos las miguitas que deja. Pues nada, chica, ánimo, y, como dice la canción, a mover a mover, a mover la colita.

Sentado que soy español, varón, canoso y, de resultas de todo ello, un sujeto lamentable y siempre sospechoso de albergar los vicios más atroces en su alma sucia, algo sí quiero contar de mi periplo de ahora. La experiencia en Puebla me resultó sumamente grata. Llegué sumido en algún desconcierto, pero poco a poco fui entendiendo dónde me hallaba, con quién y para qué. Como personas, los poblamos resultaron muy acogedores y amables. Como auditorio, el de los estudiantes que traté era extraordinario, pues estaban llenos de inquietudes y se expresaban con tanto acierto como desenvoltura. Buena ocasión hubo también para tomarse cuatro “pasitas” en diez minutos (son bebidas, ojo) y para degustar tequila de primera, acompañado de horas y horas de conversación. Hastiado como, lamentablemente, va estando uno con tanto viaje y tanta historia, recuperé un poco de los antiguos ánimos y me fui con la sensación de dejar amigos a los que volveré a ver.

Ciudad Juárez es otro mundo, ciudad fronteriza, abigarrada, triste, dura. Le van contando a uno cómo están las cosas, y están muy mal. Estos mexicanos, y más los de aquí, se gastan un humor especial y un estoicismo sorprendente. Casi se ríen al narrarte que la maestría en la que imparto mis clases comenzó con más alumnos en su momento, pero que han ido matando a unos cuantos. Con el profesor anterior, español también, tuvieron que suspender alguna clase y cambiar el lugar de las otras, pues corría la amenaza de que entrarían los sicarios a “ejecutar”, como aquí se dice, a alguno de los profesionales del Derecho asistentes. Advierten que no se salga del hotel, no vaya a cruzarse uno con una “balasera”, y que ni se te ocurra ir a comer con algún fiscal o similar, por si toca que lo “ejecuten” en el restaurante y te cae algo de rebote.

Pero no se les nota tan inquietos como sería de esperar. Algunos tienen pistola, pero admiten que es herramienta de poca ayuda frente a los “cuernos de chivo”, los AK-47 que llevan los matones. Tampoco van con guardaespaldas los que están en peligro, y cuando se les pregunta por qué, miran con extrañeza, como si no fuera digno hacer tal cosa o no vieran la necesidad o la utilidad.

Los periódicos parecen crónicas del salvaje Oeste. Anteayer mismo, en portada, un par de cadáveres decapitados y con un papel escrito encima. Parece que el record de asesinatos mensuales está en ciento cuarenta y ahora mismo los muertos oscilan entre diez y veinte por día. Por cierto, explican los lugareños, un poco molestos, que las mujeres asesinadas misteriosamente en los últimos diez años aquí son sólo unas quinientas, no los miles que salen en algunas estadísticas. Y que eso ya pasó.

Dentro de la Universidad, en la maestría, nadie podría adivinar que fuera pasa lo que pasa y que el peligro es tan fuerte. Atienden, preguntan, discuten y se interesan como si la vida les fuera en la ciencia. Gratos misterios del alma humana, o del alma mexicana.

HASTA AQUÍ LO QUE HABÍA ESCRITO EN MI PENÚLTIMO DÍA. Ahora vamos con lo sucedido al final.

Última clase. Cuatro horas. Tras la pausa y cuando quedaba menos de una hora, una estudiante que había salido poco antes abre la puerta y dice a sus compañeros que es mejor dejarlo ahí e irse, pues acaban de matar allí cerca a dos funcionarios ministeriales y se teme que vengan a la maestría a buscar a más de los que están amenazados. Se produce la desbandada. Apurados apretones de manos de los más corteses, para despedirse del profesor. Aceleradas disculpas, gestos apenados. Instantáneamente aparece la persona que me trae y me lleva, me meten con rapidez en el coche y me escoltan unos cuantos estudiantes con sus vehículos. Están en plena psicosis y les urge quitarse de en medio. En el hotel tres de los estudiantes varones dicen que me invitan a una cerveza para que no me vaya con mal cuerpo. Acepto por su amabilidad y porque me interesa mucho escuchar sus opiniones sobre lo que está pasando en esta ciudad. No tienen ganas de contar demasiado, están prudentes y sofocados.

Sumando conversaciones y noticias de aquí y de allá y de unos y otros, algunas en susurro, voy atando algunos cabos; mejor dicho, quedo convencido de que es muy difícil atar cabos. Veamos. Leo los periódicos locales y del DF, en papel y en internet. La versión unánime es que el Estado mexicano se ha embarcado en una lucha a muerte contra los narcotraficantes en las zonas fronterizas, en particular en este Estado de Chihuahua y en esta Ciudad Juárez. Mueren sicarios y narcos en luchas entre bandas y mueren policías y funcionarios por la venganza de las bandas. El Presidente Calderón acaba de declarar que si hay polvo es porque se está limpiando la casa. Pues bien, parece que tal versión oficial no se la cree nadie. Así que paso a reconstruir la versión oficiosa que circula por todos los rincones.

Habría un Plan u Operación Chihuahua, consistente en servirse de un determinado grupo narco, encabezado por un personaje que hace unos años se fugó tranquilamente de una cárcel de seguridad, el Chapo Guzmán. En la contienda entre las bandas el Estado estaría apoyando al Chapo Guzmán y muchos sospechan que hasta la CIA no es ajena a todo esto. Hasta hace un tiempo dominaba otro grupo, llamado La Línea y dirigido por Amado Carrillo. Éste habría muerto por un fallo de anestesia en una operación de cirugía plástica para cambiar sus rasgos. Parece que son bastantes los que no creen que realmente fuera él el muerto. Un importante agente de la DEA norteamericana certificó la identidad del cadáver y puso su placa en juego como testimonio de su seguridad. Ahora están siendo sistemáticamente exterminados quienes tenían vínculos con La Línea. ¿Y los policías y funcionarios de justicia que son asesinados? Rige la convicción general de que todas esas muertes se deben a sus pasadas relaciones con La Línea, a cuyos miembros en su momento habrían dado amparo y protección. Este dato hace especialmente tristes dichas muertes, pues todos suponen que se trata de personas marcadas por esos vínculos anteriores. Cuando al despedirme de alguna persona le dije cuídese mucho, me respondió: maestro, quien nada debe nada ha de temer. El temor de la gran mayoría no es más que el de resultar atrapado entre dos fuegos con ocasión de alguna de esas “ejecuciones”.

El ejército patrulla las calles, pero no tranquiliza a las gentes, al contrario. Se habla de desmanes sin cuento, de patrullas del ejército entrando en las casas y matando o robando impunemente, de pruebas falsas de droga que dejan para incriminar a quien trata de hacer alguna resistencia o de defender sus derechos. Los ciudadanos están convencidos de que el ejército ha llegado para proteger al Chapo Guzmán y ayudarlo a consumar su tarea.

Parece que la situación de la policía es crítica. Los de tráfico, con un puñado de muertos en sus filas, están en huelga porque la autoridad pretende retirarles las pistolas y que vayan desarmados. Otros opinan que muchos de esos policías dan constantemente a los matones información sobre los movimientos de las víctimas señaladas.

En un periódico leo hoy mismo la protesta de policías que han sido traídos a Ciudad Juárez desde el sur de México y que se quejan de que están hacinados en barracones inmundos, sin medios, sufriendo vejaciones y viendo como hasta les roban los refrescos que tienen asignados, refrescos que revenderían los militares que están a su mando.

Todo es desconcertante y caótico, pero lo que más me sorprende es la actitud de las personas. Una y otra vez insisto en mi pregunta de por qué el Estado no les pone escoltas y nadie parece que entienda el sentido de mi pregunta, no le ven razón de ser. Tampoco se exilian o se van a otro lugar. Aquí a muchos les bastaría caminar unos cientos de metros y cruzar la frontera con EEUU para refugiarse en El Paso, donde casi todo el mundo tiene familiares y amigos. Pero no lo hacen. Permanecen estoicamente, siguen haciendo su vida como si nada pasara, mientras los matan y los matan. Es como si llevaran en la idiosincrasia o en los genes esa actitud vital. Me acuerdo del viejo tópico de la cultura de la muerte en México y, a falta de mejores referencias, no puedo evitar asociar esta situación con lo que ocurrió en tiempos de la Conquista, cuando llegó Cortés con unos cientos de hombres y los indígenas se perdieron en augurios y oscuros presagios, se resignaron a un supuesto y esperado castigo de los dioses y, siendo decenas y decenas de miles, no reaccionaron ni se defendieron hasta que fue tarde, hasta que estaban ya diezmados. ¿Será posible que perduren tanto y tan profundamente las mentalidades de los pueblos?

Las historias que día a día traen los periódicos son espeluznantes. Anteayer mismamente dos funcionarios de seguridad, matrimonio, fueron asesinados en la puerta de su casa, cuando se disponían a llevar a sus dos hijas pequeñas al colegio. La mujer entró en su coche con las niñas y apareció el “comando” y comenzó a disparar contra el vehículo. La mujer tumbó a las hijas en el suelo del coche y salió a pecho descubierto para ser abatida y que las pequeñas se salvaran. El marido asomó a la puerta en ese momento y fue acribillado también. Las niñas quedaron ilesas. Una persona me hizo ayer este sorprendente comentario: vea, maestro, qué belleza, aún no se han perdido los principios, los “comandos” siempre tienen mucho cuidado de que no mueran los niños. Eso dijo, “qué belleza”. Era un jurista.

Al irme trato de averiguar si en verdad fueron dos alumnos de la maestría los muertos el último día al atardecer. Parece que no. Era una funcionaria de seguridad que viajaba en su coche con su madre. Las dos quedaron gravemente heridas después de que les agujerearan el coche, la funcionaria con una bala en la cabeza. Alguien me dice que fue inusual ese atentado, pues se hizo con pistolas y no con AK-47. Una hora antes fue asesinado un hombre a bordo de su coche y mientras intentaba escapar de los que lo perseguían. Acabó dando con una farola y lo remataron allí mismo. Dos horas después, a las diez, otro varón fue “ejecutado” a la salida del cine. Es un goteo continuo, día tras día. Y lo terrible, repito: la gente piensa que los únicos inocentes que mueren son los que reciben una bala perdida, como esa trabajadora de una gasolinera, madre de tres hijos y embarazada, que recibió un tiro que no le correspondía mientras lavaba un coche. Ayer sus padres pedían ayuda económica para llevarse el cadáver a su tierra originaria y no regresar nunca. Habían venido a Ciudad Juárez a buscar trabajo para poder comer.

Pregunto y pregunto cada vez que tengo ocasión y a cualquiera que muestre ganas de conversar, estudiantes, profesores, camareros, conductores. Todos me dan esas mismas versiones con una naturalidad pasmosa, como quien habla de este calor sofocante. Y luego la mayoría pide mi opinión sobre qué tal le irá a la selección de España en la Eurocopa y averigua si vi el otro día la final mexicana entre el Santos y el Cruz Azul. Es la misma experiencia de otras veces y otros lugares, la misma sensación de tantas ocasiones en Colombia o en El Salvador, por ejemplo, salvando las distancias que haya que salvar. La muerte se vuelve un suceso casi trivial, una parte normal del día a día, un sobresalto que no empaña la calma cotidiana ni las pequeñas diversiones.

Y los periódicos también repiten sus modos en países con semejantes tragedias. En la portada se mezcla la cuenta de los muertos del día con las noticias sobre el fútbol o sobre la peripecia amorosa de alguna actriz de telenovela. Anoche mismo buscaba en internet alguna página informativa sobre esos supuestos muertos cercanos a la maestría. Al fin la encontré, bajo un sorprendente titular: “Violencia de género en las calles”. Violencia de género porque eran dos mujeres, la funcionaria y su madre, las que habían recibido los balazos de rigor.

Tengo ante mí un periódico local del día. Trae la relación de muertos en primera página, y también que aumenta la contaminación y escasea el agua. Con el periódico viene un suplemento lleno de fotos de gente guapa y de comentarios sobre la moda de temporada. En las dos páginas centrales, fotos de una jovencita en posiciones bien poco naturales. El titular: “Futura escritora”. El reportaje comienza así: “Sami es una niña super cool y muy artística con un hobby muy particular... escribir. Y todo lo que comenzó como un pasatiempo varios años atrás, se ha ido convirtiendo cada vez más en una realidad ya que dentro de sus próximos proyectos, está el publicar uno de los cuatro libros que ya tiene escritos. Esta linda estudiante del Tec adora leer novelas de amor y entre sus autores favoritos está Paulo Coelho”. Y sigue: “Otro de los pasatiempos de esta talentosa juarense, es pintar al óleo y cuando tiene tiempo libre gusta pasarlo con sus amigas o su novio en el cine. Te presentamos a una chica sensible, romántica y súper buena persona”.

Siempre lo mismo, la prodigiosa capacidad para desdoblarse que poseen las sociedades más acosadas; o la habilidad de las élites de cada lugar para vivir como si se hallaran en el mejor de los mundos posibles, esa capacidad estremecedora para negar a los muertos; o para aliviarse pensando que algo habrán hecho.

El avión despega y al poco ya no se divisa la ciudad, envuelta en una nube de humos y polvo. Alrededor todo es desierto. Hoy morirán unos cuantos más, pero la vida seguirá igual. La próxima semana llegará otro profesor a la maestría, con toda normalidad. Son valientes los juarenses, o locos, o fatalistas. Y a un servidor le va a caer otra buena bronca en casa y de sus amigos. Pero sin ver no se aprende y, luego, sale lo que sale cuando hacemos esas lujosas teorías del Estado y de los derechos, ésas que les contamos aquí llenos de orgullo, mientras a pocos pasos los muertos nos aplauden.

PD.- Mis respetos para este país de gentes acogedoras, de contrastes sociales extremos y de valientes que por estudiar se juegan la vida. Y si algún academiquito chic y cool se molesta, como ya me ha ocurrido en otros lugares, que se joda. O que vaya a ciudad Juárez a pelo, en lugar de arreglar el mundo desde una piscina de Miami, desde alguna universidad de ricos pedantes o desde los barrios más seguros y protegidos de alguna capital vuelta de espaldas a sus propios barrios. Cretinos.