Con toda humildad lo confieso y me apresto a cumplir la penitencia que se me quiera imponer: cada vez entiendo menos el cómo y el porqué de muchos de los debates que nos traemos en este país, o lo que sea. Y no es porque no me esfuerce, no, que bien que me leo a diario varios periódicos, escucho en la radio los boletines informativos cada tanto, estoy pendiente, a ratos, de más de una tertulia radiofónica, mañanera o nocturna, y hasta veo de pascuas a ramos algún telediario, cuando no hay cadena pirata que ofrezca imágenes más estimulantes. Pero, con todo y con eso, suelo quedarme a dos velas. Será torpeza constitutiva, incapacidad natural de uno o efecto de la muerte masiva de mis neuronas por causa de los lingotazos etílicos que me meto a la mínima ocasión que se presente. Y a eso voy, a lo del alcohol.
Hoy me topo con la noticia de que nuestra castigadora ministra de sanidad, que tiene una insana obsesión por ponernos cachondos a base de regañinas y prohibiciones, ha retirado el tan discutido proyecto que pretendía restringir el consumo de bebidas alcohólicas entre menores. No puedo entender por qué se entrega ahora la ministra a la marcha atrás, puesto que tampoco había llegado a asimilar su celo anterior, cuando se empeñaba en meternos la norma.
Acabo de echar un vistazo a las informaciones de esta temporada sobre tan debatido asunto y sigo in albis. Al leer el borrador que localicé en la red tampoco salgo de mi desconcierto. Tengo para mí que la única explicación de todo este lío es que la Elena se pone burra con estas cosas y llega al éxtasis cuando el personal le entra al trapo. Y ahora alguien le habrá parado los pies en pleno arrebato, dejándola como así.
Porque vamos a ver de qué se trataba con esa norma interrupta. En un editorial de El Mundo se lee hoy lo siguiente: “La ministra había presentado la ley como la forma más eficiente de luchar contra un problema gravísimo: el de la iniciación al alcohol en edades cada vez más tempranas. Para ello contemplaba la prohibición de la publicidad de bebidas alcohólicas en diversos soportes y la prohibición de su consumo en las cafeterías de institutos y polideportivos. La ley no distinguía bebidas de alta graduación como el ron o el whisky de otras como la sidra o la cerveza y sobre todo el vino, que tienen un importante peso cultural y económico en la sociedad española. Por esta razón, la ley cosechó un rechazo amplísimo. Se opusieron a ella los publicitarios, los dueños de los medios, los sindicatos agrarios, los cooperativistas, la asociación de bodegueros y hasta los socialistas de las zonas afectadas”. ¿Qué sacan ustedes en limpio? A mí sólo se me ocurre lo siguiente: que se consume tanto alcohol en las cafeterías de institutos y polideportivos que, si se prohibe, por ejemplo, la venta de vino en tales centros, se arruinan por completo las bodegas riojanas o de la Ribera del Duero. Caramba, nunca se me había ocurrido ir a tomarme unos traguillos al bar de un polideportivo, pero tengo que probar, pues el ambiente debe de ser de órdago.
También parece que los jóvenes beben más que nada por culpa de la publicidad y que en cuanto retires los anuncios, zas, se les pasarán las ganas de endilgarse calimocho. Por cierto, no recuerdo haber visto ningún anuncio de calimocho esta temporada; tengo que fijarme más.
Miro el periódico La Rioja, cuál mejor, y veo que “Elena Salgado ha reiterado que el 65 por ciento de los jóvenes, entre 14 y 18 años consumen alcohol los fines de semana y el 34 por ciento se ha emborrachado al menos una vez en los últimos treinta días”. Bien, es un problema social grave, está claro. Pero algo se me escapa. Del cabreo de los productores de vino deduzco que esos jóvenes menores de 18 años beben vino a mansalva. Nunca lo hubiera imaginado, salvo el Don Simón con coca-cola. La verdad, la verdad, en mi puñetera vida me he cruzado con un menor que llevara bajo el brazo una botella de Muga o de Marqués de Riscal para bebérsela con sus amiguitos, jamás. Tengo que salir más de casa y fijarme mejor en lo que me rodea. Y menos todavía consigo comprender el furor de la ministra y su confianza en que con las medidas que en el borrador legal se preveían fueran a cambiar los hábitos etílicos de nuestros encantadores retoños. Porque miren de qué medidas se trataba:
- Prohibición de la venta de alcohol a menores de 18 años. ¿Pero esto no estaba prohibido ya? Discúlpeseme la ignorancia, please. A lo mejor es que la reprohibición aumenta la eficacia de la prohibición, ustedes ya me entienden.
- Los menores de edad no podrían consumir alcohol en las vías públicas. Fíjate, en cada plaza un guardia de la porra haciendo control de cantimploras o comprobando que la pepsi de litro que llevan los críos no contiene vino ni ron. Eficaz y prometedor, qué duda cabe.
- No se permitía la publicidad de alcohol dirigida a los menores. Ah, bueno, otro concepto que no domino -¡Señor, qué día!-, el de publicidad dirigida a los menores. Yo nunca había visto un anuncio de bebida alcohólica en que aparecieran varios infantes trincándose una botella de Bombay azul –mmmmm....- , pero haber, habrálos, no digo que no. Si los menores ven un anuncio de prive protagonizado por mayores y mayoras bien macizos/as y suculentos/as, no pasa nada, pues al no ir dirigido a ellos no les hace mella. Ya se sabe cómo son los chavales. Y si hablamos de publicidad a la hora en que los niños ven la tele, que no permitan anuncios alcohólicos cuando Los Serrano, que ésa es la programación infantil de nuestro tiempo y ni los bebés se la pierden.
- Muy interesante resultaba también la prohibición de poner publicidad de alcohol en publicaciones para los menores, como libros de texto, cuentos para bebés y así. ¿Acaso ahora los libros de matemáticas para ESO llevan en la contraportada un anuncio de ron Brugal –mmmmm...-? Otra cosa de la que no me había enterado, y no sé cuántas van ya.
Y todo era así. Bueno, todo, todo, no, pues había gilipolleces aún mayores, como esta perla, miren:
“También se llevarán a cabo actuaciones de promoción de estos hábitos de vida en el ámbito de la salud, tanto en atención primaria como especializada, y dirigidas tanto a los menores como a sus familias. Se hará especial hincapié en la importancia de la atención individualizada del menor en su contexto familiar con el objetivo de facilitar una detección temprana de la existencia de problemas vinculados al consumo de alcohol”. ¿No es genial? La ley diciéndoles a los parientes del menor que oigan, miren, atiendan a ver si su hijo se coge unos pedos tremendos y díganle algo, jolines, ¿o es que no ven que en familia la atención tiene que ser individualizada? Me encanta la noción, atención individualizada dentro de la familia. Debe querer decir, por ejemplo, que el padre o la madre (o los dos padres, o las dos madres o lo que la aritmética del camastro determine, que da igual a estos efectos), en lugar de decir a sus dos pocholos aquello de “niños, a la mesa”, tienen que decir “Borja Alberto, Jimmy José, a la mesa”. Atención individualizada, ya te digo. Y lo mismo si los dos mocosos se emborrachan, nada de ir diciendo por ahí lo de “mis hijos son alcohólicos”, no. El pedal de cada uno considerado en sí mismo. Chachi, sabia medida. Seguro que no vuelven a probar el morapio. O a lo mejor el párrafo ese no quería decir eso que yo entendí; pero da igual, de estúpido no pasa, se tome como se tome.
En fin, no quiero cansar(me) más. Sólo pretendía compartir mi despiste, mi desazón al ver que semejante sarta de bobaditas ministeriales era tomada en serio por los políticos y los periódicos y que, para colmo, amenazaba, al parecer, con arruinar la industria vitivinícola nacional –o lo que sea-.
Pero, ¿tan tontos consideramos a nuestros hijos como para que dejen de emborracharse por esos jueguecitos legales para la galería?
Bah, yo qué sé. Ahora mismo voy a fumarme un puro a un restaurante que incumple la otra ley, je. No damos a basto. Se me está poniendo la anomia como loca.
Hoy me topo con la noticia de que nuestra castigadora ministra de sanidad, que tiene una insana obsesión por ponernos cachondos a base de regañinas y prohibiciones, ha retirado el tan discutido proyecto que pretendía restringir el consumo de bebidas alcohólicas entre menores. No puedo entender por qué se entrega ahora la ministra a la marcha atrás, puesto que tampoco había llegado a asimilar su celo anterior, cuando se empeñaba en meternos la norma.
Acabo de echar un vistazo a las informaciones de esta temporada sobre tan debatido asunto y sigo in albis. Al leer el borrador que localicé en la red tampoco salgo de mi desconcierto. Tengo para mí que la única explicación de todo este lío es que la Elena se pone burra con estas cosas y llega al éxtasis cuando el personal le entra al trapo. Y ahora alguien le habrá parado los pies en pleno arrebato, dejándola como así.
Porque vamos a ver de qué se trataba con esa norma interrupta. En un editorial de El Mundo se lee hoy lo siguiente: “La ministra había presentado la ley como la forma más eficiente de luchar contra un problema gravísimo: el de la iniciación al alcohol en edades cada vez más tempranas. Para ello contemplaba la prohibición de la publicidad de bebidas alcohólicas en diversos soportes y la prohibición de su consumo en las cafeterías de institutos y polideportivos. La ley no distinguía bebidas de alta graduación como el ron o el whisky de otras como la sidra o la cerveza y sobre todo el vino, que tienen un importante peso cultural y económico en la sociedad española. Por esta razón, la ley cosechó un rechazo amplísimo. Se opusieron a ella los publicitarios, los dueños de los medios, los sindicatos agrarios, los cooperativistas, la asociación de bodegueros y hasta los socialistas de las zonas afectadas”. ¿Qué sacan ustedes en limpio? A mí sólo se me ocurre lo siguiente: que se consume tanto alcohol en las cafeterías de institutos y polideportivos que, si se prohibe, por ejemplo, la venta de vino en tales centros, se arruinan por completo las bodegas riojanas o de la Ribera del Duero. Caramba, nunca se me había ocurrido ir a tomarme unos traguillos al bar de un polideportivo, pero tengo que probar, pues el ambiente debe de ser de órdago.
También parece que los jóvenes beben más que nada por culpa de la publicidad y que en cuanto retires los anuncios, zas, se les pasarán las ganas de endilgarse calimocho. Por cierto, no recuerdo haber visto ningún anuncio de calimocho esta temporada; tengo que fijarme más.
Miro el periódico La Rioja, cuál mejor, y veo que “Elena Salgado ha reiterado que el 65 por ciento de los jóvenes, entre 14 y 18 años consumen alcohol los fines de semana y el 34 por ciento se ha emborrachado al menos una vez en los últimos treinta días”. Bien, es un problema social grave, está claro. Pero algo se me escapa. Del cabreo de los productores de vino deduzco que esos jóvenes menores de 18 años beben vino a mansalva. Nunca lo hubiera imaginado, salvo el Don Simón con coca-cola. La verdad, la verdad, en mi puñetera vida me he cruzado con un menor que llevara bajo el brazo una botella de Muga o de Marqués de Riscal para bebérsela con sus amiguitos, jamás. Tengo que salir más de casa y fijarme mejor en lo que me rodea. Y menos todavía consigo comprender el furor de la ministra y su confianza en que con las medidas que en el borrador legal se preveían fueran a cambiar los hábitos etílicos de nuestros encantadores retoños. Porque miren de qué medidas se trataba:
- Prohibición de la venta de alcohol a menores de 18 años. ¿Pero esto no estaba prohibido ya? Discúlpeseme la ignorancia, please. A lo mejor es que la reprohibición aumenta la eficacia de la prohibición, ustedes ya me entienden.
- Los menores de edad no podrían consumir alcohol en las vías públicas. Fíjate, en cada plaza un guardia de la porra haciendo control de cantimploras o comprobando que la pepsi de litro que llevan los críos no contiene vino ni ron. Eficaz y prometedor, qué duda cabe.
- No se permitía la publicidad de alcohol dirigida a los menores. Ah, bueno, otro concepto que no domino -¡Señor, qué día!-, el de publicidad dirigida a los menores. Yo nunca había visto un anuncio de bebida alcohólica en que aparecieran varios infantes trincándose una botella de Bombay azul –mmmmm....- , pero haber, habrálos, no digo que no. Si los menores ven un anuncio de prive protagonizado por mayores y mayoras bien macizos/as y suculentos/as, no pasa nada, pues al no ir dirigido a ellos no les hace mella. Ya se sabe cómo son los chavales. Y si hablamos de publicidad a la hora en que los niños ven la tele, que no permitan anuncios alcohólicos cuando Los Serrano, que ésa es la programación infantil de nuestro tiempo y ni los bebés se la pierden.
- Muy interesante resultaba también la prohibición de poner publicidad de alcohol en publicaciones para los menores, como libros de texto, cuentos para bebés y así. ¿Acaso ahora los libros de matemáticas para ESO llevan en la contraportada un anuncio de ron Brugal –mmmmm...-? Otra cosa de la que no me había enterado, y no sé cuántas van ya.
Y todo era así. Bueno, todo, todo, no, pues había gilipolleces aún mayores, como esta perla, miren:
“También se llevarán a cabo actuaciones de promoción de estos hábitos de vida en el ámbito de la salud, tanto en atención primaria como especializada, y dirigidas tanto a los menores como a sus familias. Se hará especial hincapié en la importancia de la atención individualizada del menor en su contexto familiar con el objetivo de facilitar una detección temprana de la existencia de problemas vinculados al consumo de alcohol”. ¿No es genial? La ley diciéndoles a los parientes del menor que oigan, miren, atiendan a ver si su hijo se coge unos pedos tremendos y díganle algo, jolines, ¿o es que no ven que en familia la atención tiene que ser individualizada? Me encanta la noción, atención individualizada dentro de la familia. Debe querer decir, por ejemplo, que el padre o la madre (o los dos padres, o las dos madres o lo que la aritmética del camastro determine, que da igual a estos efectos), en lugar de decir a sus dos pocholos aquello de “niños, a la mesa”, tienen que decir “Borja Alberto, Jimmy José, a la mesa”. Atención individualizada, ya te digo. Y lo mismo si los dos mocosos se emborrachan, nada de ir diciendo por ahí lo de “mis hijos son alcohólicos”, no. El pedal de cada uno considerado en sí mismo. Chachi, sabia medida. Seguro que no vuelven a probar el morapio. O a lo mejor el párrafo ese no quería decir eso que yo entendí; pero da igual, de estúpido no pasa, se tome como se tome.
En fin, no quiero cansar(me) más. Sólo pretendía compartir mi despiste, mi desazón al ver que semejante sarta de bobaditas ministeriales era tomada en serio por los políticos y los periódicos y que, para colmo, amenazaba, al parecer, con arruinar la industria vitivinícola nacional –o lo que sea-.
Pero, ¿tan tontos consideramos a nuestros hijos como para que dejen de emborracharse por esos jueguecitos legales para la galería?
Bah, yo qué sé. Ahora mismo voy a fumarme un puro a un restaurante que incumple la otra ley, je. No damos a basto. Se me está poniendo la anomia como loca.
1 comentario:
¿Y dónde queda el aplauso a la ministra para brindar por nuevos temas de debate?
Por cierto, ya que ha tenido la paciencia de encontrar con serenidad el sobrio borrador, ¿se decía algo en alguna disposición transitoria o confusoria sobre la prohibición de cantar “Viva il vino spumeggiante, nel bicchiere scintillante como il riso dell'amante...”?. La próxima semana se representa en el Real Cavallería y como no vamos ni el ocho por ciento de los españoles, quizá alguna otra ministra quiera prohibirlo. Por si acaso, esta noche levantaré el vaso y entonaré: viva il vino ch'e sincero, che ci allieta ogni pensiero...
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