Se está organizando un jaleo simpático con el llamado Manifiesto por la Lengua Común. De lo más gracioso, la reacción de los partidos que más mandan. El PSOE insiste en que el castellano no está en peligro y el PP se maneja con tibieza, no sea que haya que pactar pasado mañana con los partidos nacionalistas y donde dije Diego digo Dídac.
Hace unos días me tomaba unas cervezas en Galicia con un colega de allá y me contaba que, efectivamente, toda la enseñanza primaria es ya en gallego, salvo en la asignatura de Lengua Española. No lo veía mal y argumentaba que los niños no van a dejar de aprender y hablar castellano, aunque en la escuela no se practique. Será. También me explicaba que en los concursos de la Administración gallega el certificado de gallego puntúa tanto como una tesis doctoral. Inteligentes prioridades.
El castellano sí está en peligro, pero en toda España. Mis alumnos son leoneses en su inmensa mayoría y gran parte de ellos no saben expresar en esta lengua una idea mínimamente compleja y tienen un vocabulario que apenas les da para andar por casa. Una estudiante me decía hace poco que no conseguía entender un párrafo de un libro porque no sabía qué quería decir “refutar”. Los ejemplos de este estilo son abundantísimos. Las carencias lingüísticas no permiten a muchos jóvenes entender lo que les rodea con un una mínima solvencia y están incapacitados para cualquier estudio superior que no sea a la boloñesa. Dentro de nada Ugh el Troglodita podrá graduarse con honores y sin demasiado esfuerzo en cualquier Facultad y aunque no tenga ni pajolera idea de dónde está Bolonia.
Cuando se critica la llamada política de inmersión en el catalán, el euskera o el gallego se suele hacer hincapié en el derecho de los padres a elegir el idioma en que se forme a sus hijos. No me parece el dato esencial, pero algo hay de paradójico en el hecho de que se garantice celosamente que puedan los padres elegir la religión que sus hijos estudien en el colegio y que se estén poniendo las bases para que no sólo sea la católica la que así se enseñe, mientras que con la lengua no se respeta tan escrupulosamente el pluralismo. Si se cree que el castellano ya lo adquirirán los niños en casa o en la calle, ¿por qué no pensar lo mismo de la religión y que no se imparta ninguna en los colegios? Por otro lado, ¿por qué no pensar que las lenguas autóctonas se aprenderán también en la calle y en casa, si realmente están vivas?
La verdadera faena se hace a los niños, privándolos de un conocimiento adecuado de una lengua con la que pueden entenderse con más de quinientos millones de personas. Quien viaja por Latinoamérica, y hasta por Estados Unidos, se siente privilegiado y acaba con un poco de lástima de franceses o alemanes, por ejemplo. Es posible que idéntica sensación se tenga pronto con catalanes o gallegos. Pero el nacionalismo nos prefiere aldeanos y más limitaditos. Allá se las compongan.
Que cada cual hable la lengua que quiera y estudie la que pueda. Pero tal vez va llegando la hora de aplicar la reciprocidad lingüística. Si para ser funcionario en el País Vasco, Galicia o Cataluña se debe acreditar conocimiento del idioma respectivo, ¿por qué no exigir el dominio del castellano para serlo en Castilla, Extremadura, Andalucía, etc.? Y si pueden, por ejemplo, opositar a judicatura todos los españoles por igual y conseguir destino en cualquier parte del Estado, ¿no tendría sentido pedir a todos los candidatos un perfecto manejo del castellano?
Dentro de unas pocas generaciones todos nuestros descendientes hablarán inglés y un poco de español. Salvo en ciertos valles y algunas montañas, donde unos pocos irreductibles entonarán sus cantos tribales antes de salir a cazar jabalíes a garrotazos. Serán lugares muy interesantes para antropólogos y variados misioneros.
Hace unos días me tomaba unas cervezas en Galicia con un colega de allá y me contaba que, efectivamente, toda la enseñanza primaria es ya en gallego, salvo en la asignatura de Lengua Española. No lo veía mal y argumentaba que los niños no van a dejar de aprender y hablar castellano, aunque en la escuela no se practique. Será. También me explicaba que en los concursos de la Administración gallega el certificado de gallego puntúa tanto como una tesis doctoral. Inteligentes prioridades.
El castellano sí está en peligro, pero en toda España. Mis alumnos son leoneses en su inmensa mayoría y gran parte de ellos no saben expresar en esta lengua una idea mínimamente compleja y tienen un vocabulario que apenas les da para andar por casa. Una estudiante me decía hace poco que no conseguía entender un párrafo de un libro porque no sabía qué quería decir “refutar”. Los ejemplos de este estilo son abundantísimos. Las carencias lingüísticas no permiten a muchos jóvenes entender lo que les rodea con un una mínima solvencia y están incapacitados para cualquier estudio superior que no sea a la boloñesa. Dentro de nada Ugh el Troglodita podrá graduarse con honores y sin demasiado esfuerzo en cualquier Facultad y aunque no tenga ni pajolera idea de dónde está Bolonia.
Cuando se critica la llamada política de inmersión en el catalán, el euskera o el gallego se suele hacer hincapié en el derecho de los padres a elegir el idioma en que se forme a sus hijos. No me parece el dato esencial, pero algo hay de paradójico en el hecho de que se garantice celosamente que puedan los padres elegir la religión que sus hijos estudien en el colegio y que se estén poniendo las bases para que no sólo sea la católica la que así se enseñe, mientras que con la lengua no se respeta tan escrupulosamente el pluralismo. Si se cree que el castellano ya lo adquirirán los niños en casa o en la calle, ¿por qué no pensar lo mismo de la religión y que no se imparta ninguna en los colegios? Por otro lado, ¿por qué no pensar que las lenguas autóctonas se aprenderán también en la calle y en casa, si realmente están vivas?
La verdadera faena se hace a los niños, privándolos de un conocimiento adecuado de una lengua con la que pueden entenderse con más de quinientos millones de personas. Quien viaja por Latinoamérica, y hasta por Estados Unidos, se siente privilegiado y acaba con un poco de lástima de franceses o alemanes, por ejemplo. Es posible que idéntica sensación se tenga pronto con catalanes o gallegos. Pero el nacionalismo nos prefiere aldeanos y más limitaditos. Allá se las compongan.
Que cada cual hable la lengua que quiera y estudie la que pueda. Pero tal vez va llegando la hora de aplicar la reciprocidad lingüística. Si para ser funcionario en el País Vasco, Galicia o Cataluña se debe acreditar conocimiento del idioma respectivo, ¿por qué no exigir el dominio del castellano para serlo en Castilla, Extremadura, Andalucía, etc.? Y si pueden, por ejemplo, opositar a judicatura todos los españoles por igual y conseguir destino en cualquier parte del Estado, ¿no tendría sentido pedir a todos los candidatos un perfecto manejo del castellano?
Dentro de unas pocas generaciones todos nuestros descendientes hablarán inglés y un poco de español. Salvo en ciertos valles y algunas montañas, donde unos pocos irreductibles entonarán sus cantos tribales antes de salir a cazar jabalíes a garrotazos. Serán lugares muy interesantes para antropólogos y variados misioneros.
2 comentarios:
Hace poco comentaba con un compañero el tema de la tercera hora de castellano en las escuelas catalanas. Por si no se está al corriente, parece ser que una de las líneas rojas de ERC es la no introducción de esta tercera hora de castellano en las escuelas. Mi compañero se mostraba un tanto perplejo en relación al debate, pues él consideraba que el nivel de idiomas de los niños, y el nivel de castellano en concreto, era lo bastante pobre como para que estuviera justificada esta tercera hora.
Yo le pregunté que cómo era tan ingenuo. Le dije que a mí me parecía que estaba bastante claro que la oposición a la tercera hora se basaba en que con dos horas de castellano a la semana es más fácil que con tres reducir en el futuro la enseñanza del castellano a una hora semanal y, a ser posible, a ninguna. El tema de la formación de los niños es absolutamente secundario en el debate. Lo esencial es el papel identitario del idioma. ¿Tan difícil es llamar a las cosas por su nombre?
La equiparación entre lengua y religión en lo tocante a su aprendizaje no se sostiene. la lengua se aprende mayormente hablando y la religión no, a no ser que pensemos en una sociedad fundamentalista en la que la religión ocupe un lugar principal en la vida cotidiana. Por otro lado, si el castellano es tan importante, descuide, que la gente lo aprenderá del mismo modo que se ha tenido que aprender el inglés. Un holandés habla perfectamente su idioma, se desenvuelve cotidianamente en él: está "inmerso" en él. Y, no obstante, maneja a la perfección el inglés. ¿Le parece a usted una fatalidad que los catalanes o los gallegos o los vascos se comporten como holandeses cuyo segundo idioma (el ecuménico, el de "comunicación"...) sea el castellano?
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