Por las mañanas, temprano, cuando el trajín comienza, se oye una especie de jadeo bullente con inflexiones de voces recias y oscuras, y se percibe el sudoroso ir y llevar de cajas, de cestos y de canastas, todo ello envuelto en una luz todavía indecisa, perezosa, que da al ambiente ese color de gasa gris y huidiza, propio de los amaneceres.
Pero pronto, cuando las luces, ya más enteras y enérgicas, proyectan su viva voluptuosidad, todo adquiere los precisos perfiles y el aire se llena de una carnosidad decidida y desafiante. Entonces, se pueden admirar los puestos de tomates, delicados y brillantes; de cebollas, de un tierno color dorado; de lustrosos pimientos, verdes, como viejo lascivo, o rojos descarados, como vestimenta de cardenal; los repollos; las ristras de ajos, especie de trenzas resecas de algún hada antigua de los campos; la suave y lívida piel de las berenjenas; las grandes calabazas, que se asan en algunas zonas de España y entonces adquieren un esponjamiento distinguido y un color de oro envejecido y prestigioso; las lechugas y las alcachofas, que son, por sus decenas de hojas, como libros amables y ligeros de la Naturaleza...
Muy cerca, las fresas, los plátanos, las manzanas pecaminosas, las naranjas de generoso jugo, las peras de sensuales formas, los higos, las almendras, los melones, grandes como huevos puestos por un ave caprichosa y prehistórica. Y más allá, las gallinas y los pavos de sólidos muslos; los faisanes de irisadas plumas, petulantes y hermosos hasta en la muerte; los conejos cuyas pieles parecen acabar de recibir el ligero adorno de la canela. Y, en otra esquina, bajo la luz que suaviza el cedazo de la altiva claraboya, la mueca helada en que ha quedado atrapada la sonrisa de un besugo, de una lubina, o los salmonetes, que han sido en vida saltarines y escurridizos, o las sedosas truchas, con ojos de insomnio, que recibirán tardíamente la visita amorosa del jamón o los pausados y distantes mariscos, las gambas y las cigalas, acogidas a sus recios caparazones como damiselas difíciles.
Todo esto se puede admirar en el mercado que es como un bodegón de Meléndez sólo que abultado y recrecido por graciosa providencia de la Naturaleza. Es una magnífica herencia que recibimos del pasado y que es deber nuestro cuidar, mimar y engrandecer. Porque el peligro acecha.
Cada vez es mayor el número de páginas que los periódicos dedican a otros mercados, más desfibrados y tristes, que a buen seguro tienen el alma helada del rentista y la mirada opaca de los ricos sórdidos. Se llaman mercado de futuros financieros, de renta fija, de opciones, monetario y hasta mercado continuo, que debe de ser una versión financiera y actualizada del suplicio de Tántalo.
En estos nuevos y amenazadores mercados, probablemente atendidos por señores remilgados y estreñidos o damitas artificiosas, de esas que gastan un perfume indefinido y ecléctico, no se ofrecen suculentos frutos ni apreciables y sápidas especias. Se ofertan productos desvaídos y de una vulgaridad consistente y precisa: operaciones de compraventa simple al contado, de compraventa con compromiso, de depósito interbancario, de regulación de liquidez. Para caprichosillos, disponen de un fondtesoro y para los más dandys, de pagarés a la medida, sin duda más distinguidos que los de confección, reservados a gentes más broncas o que aún conservan el pelo de la dehesa.
De momento no parece haber un peligro visible. Pero si tenemos en cuenta que todo lo malo acaba reemplazando a lo bueno porque la zafiedad tiene una abrasadora fuerza expansiva, el riesgo que corremos es fácil de entrever: este último mercado, el descolorido y con olor a escorbuto, acabará desplazando al primero, que es suculento y nos llega con el suave aroma de la cosecha y el mar. Si esto llega a ocurrir por nuestra desidia o nuestra culpa, que nadie se queje cuando, en vez de acudir a hacerse con un solemne centollo, se encuentre preguntando a cómo sale el cuarto de ampliaciones de capital en curso.
Pero pronto, cuando las luces, ya más enteras y enérgicas, proyectan su viva voluptuosidad, todo adquiere los precisos perfiles y el aire se llena de una carnosidad decidida y desafiante. Entonces, se pueden admirar los puestos de tomates, delicados y brillantes; de cebollas, de un tierno color dorado; de lustrosos pimientos, verdes, como viejo lascivo, o rojos descarados, como vestimenta de cardenal; los repollos; las ristras de ajos, especie de trenzas resecas de algún hada antigua de los campos; la suave y lívida piel de las berenjenas; las grandes calabazas, que se asan en algunas zonas de España y entonces adquieren un esponjamiento distinguido y un color de oro envejecido y prestigioso; las lechugas y las alcachofas, que son, por sus decenas de hojas, como libros amables y ligeros de la Naturaleza...
Muy cerca, las fresas, los plátanos, las manzanas pecaminosas, las naranjas de generoso jugo, las peras de sensuales formas, los higos, las almendras, los melones, grandes como huevos puestos por un ave caprichosa y prehistórica. Y más allá, las gallinas y los pavos de sólidos muslos; los faisanes de irisadas plumas, petulantes y hermosos hasta en la muerte; los conejos cuyas pieles parecen acabar de recibir el ligero adorno de la canela. Y, en otra esquina, bajo la luz que suaviza el cedazo de la altiva claraboya, la mueca helada en que ha quedado atrapada la sonrisa de un besugo, de una lubina, o los salmonetes, que han sido en vida saltarines y escurridizos, o las sedosas truchas, con ojos de insomnio, que recibirán tardíamente la visita amorosa del jamón o los pausados y distantes mariscos, las gambas y las cigalas, acogidas a sus recios caparazones como damiselas difíciles.
Todo esto se puede admirar en el mercado que es como un bodegón de Meléndez sólo que abultado y recrecido por graciosa providencia de la Naturaleza. Es una magnífica herencia que recibimos del pasado y que es deber nuestro cuidar, mimar y engrandecer. Porque el peligro acecha.
Cada vez es mayor el número de páginas que los periódicos dedican a otros mercados, más desfibrados y tristes, que a buen seguro tienen el alma helada del rentista y la mirada opaca de los ricos sórdidos. Se llaman mercado de futuros financieros, de renta fija, de opciones, monetario y hasta mercado continuo, que debe de ser una versión financiera y actualizada del suplicio de Tántalo.
En estos nuevos y amenazadores mercados, probablemente atendidos por señores remilgados y estreñidos o damitas artificiosas, de esas que gastan un perfume indefinido y ecléctico, no se ofrecen suculentos frutos ni apreciables y sápidas especias. Se ofertan productos desvaídos y de una vulgaridad consistente y precisa: operaciones de compraventa simple al contado, de compraventa con compromiso, de depósito interbancario, de regulación de liquidez. Para caprichosillos, disponen de un fondtesoro y para los más dandys, de pagarés a la medida, sin duda más distinguidos que los de confección, reservados a gentes más broncas o que aún conservan el pelo de la dehesa.
De momento no parece haber un peligro visible. Pero si tenemos en cuenta que todo lo malo acaba reemplazando a lo bueno porque la zafiedad tiene una abrasadora fuerza expansiva, el riesgo que corremos es fácil de entrever: este último mercado, el descolorido y con olor a escorbuto, acabará desplazando al primero, que es suculento y nos llega con el suave aroma de la cosecha y el mar. Si esto llega a ocurrir por nuestra desidia o nuestra culpa, que nadie se queje cuando, en vez de acudir a hacerse con un solemne centollo, se encuentre preguntando a cómo sale el cuarto de ampliaciones de capital en curso.
1 comentario:
En el primer mercado dos expertos (comprador y vendedor) cumplían con las leyes del mercado con unas garantías mínimas.
Anda que a mi madre le iban a chulear un duro o a colar gato por liebre (alguna vez sí lo harían), en definitiva el juego era limpio (o casi).
Hoy ni comprador, ni vendedor conocen el producto financiero-derivado-warrant-futuro-chupiguaidelamuerte. Eso sí el vendedor/a, emulando a un charlatán del oeste nos ofrece el elixir mágico que nos solucionará la vida y podremos sumarnos al selecto club cada vez más numeroso de neocapitalistas-pseudomillonarios-anhelorentistas-páginasalmonistas, para sentirnos Botines y/o/u Corcósteguis.
En el segundo mercado no sabes lo que estás comprando, no lo sabe ni el que te lo está vendiendo.
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