La noticia de que los pollos pueden sobrevivir durante meses sin cabeza ha conmocionado a quienes se ocupan de las rarezas de la ciencia que nos han contado cómo un pollo decapitado -llamado Mike- siguió tan campante su camino hacia el corral donde se reunió con sus compañeros pollos para practicar su vida corralera y avícola. Ninguno de ellos se sorprendió y siguieron considerando a Mike un ser como ellos, normal y en plenitud de facultades. Es más, consideraron que Mike tenía ventajas porque no podía comer granos de maíz con lo que tocaban a más y tampoco decía ni pío y eso que se ahorraban pues carecía de objeto discutir con él.
Su propietario le alimentaba a través de una pipeta pero, como pasaba el tiempo, el caso le pareció insólito y entonces lo llevó a un laboratorio donde un señor enfundado en una bata blanca y con gafas de respeto le explicó que la vida de Mike no tenía nada de extraña porque el corte que le habían propinado le había dejado intactas la yugular, gran parte del cerebro y un oído, elementos todos ellos de la naturaleza pollil que le servían para seguir siendo un ser respetable aunque decapitado. Esto le permitía vivir tranquilo y no andar ajetreado de un lado para otro, es decir no tenía que andar de cabeza. Mike había encontrado por efecto del tajo su forma peculiar de sentar cabeza.
Desde entonces todo es fortuna para Mike que sigue en su corral en una localidad del Estado de Colorado (USA) a cuyos habitantes sin embargo el asunto del pollo les trae de cabeza. Allá ellos y sus rutinas.
He estado pendiente por ver si en España se producía una noticia similar pero nuestros pollos son muy suyos y van muy erguidos siempre con su cabeza en lo alto, que por nada del mundo perderían. Son pollos tradicionales, dengosos, remilgadillos, que no le ven la gracia al hecho de andar decapitado, ignorando que así anduvieron los nobles más nobles a partir de la Revolución francesa. En aquellos tiempos era incluso signo de distinción y en la familia que no contaba con un miembro decapitado por la guillotina había como un sentimiento de frustración y una ocultación del hecho para que no se murmurara en la vecindad. Pero vaya usted a contarles la Revolución a los pollos españoles, a ellos que no saben ni siquiera quién era Tocqueville.
Sin embargo, cuando todo parecía tranquilo, la noticia saltó a los periódicos y se dio cuenta del hecho más extraño que imaginarse pueda: se había descubierto, tras sesudos estudios y varios proyectos de investigación financiados por las Agencias que mejor se las agencian del espacio europeo, que ¡en una Universidad española había sobrevivido un profesor con cabeza!
Así como suena. Gran conmoción en el mundillo universitario, no muy dado a conmoverse ciertamente pero que a veces se agita, tal como si estuviera vivo. El rector y toda la junta de gobierno se estremecieron y dedicaron una sesión entera al insólito fenómeno porque se decían: ¿cómo es posible que después de todo lo que acordamos aquí, con la cantidad de programas y estructuras de programa y sus correspondientes anexos que a diario mandamos rellenar, se haya producido este milagro de la naturaleza? ¿habremos hecho algo mal? ¿existirá algún resquicio de imaginación y de libertad que no hayamos obstruido?
Observadores de diversas agencias allá fueron para comprobar el fenómeno, se instalaron teleobjetivos de última generación y observatorios hipersensibles, todo para comprobar al final que había existido un error, que se había confundido cabeza con calveza. Es decir, un simple calvo había hecho pasar un calvario a los atareados colegas que volvieron, ya tranquilos, a sus formularios e impresos.
Su propietario le alimentaba a través de una pipeta pero, como pasaba el tiempo, el caso le pareció insólito y entonces lo llevó a un laboratorio donde un señor enfundado en una bata blanca y con gafas de respeto le explicó que la vida de Mike no tenía nada de extraña porque el corte que le habían propinado le había dejado intactas la yugular, gran parte del cerebro y un oído, elementos todos ellos de la naturaleza pollil que le servían para seguir siendo un ser respetable aunque decapitado. Esto le permitía vivir tranquilo y no andar ajetreado de un lado para otro, es decir no tenía que andar de cabeza. Mike había encontrado por efecto del tajo su forma peculiar de sentar cabeza.
Desde entonces todo es fortuna para Mike que sigue en su corral en una localidad del Estado de Colorado (USA) a cuyos habitantes sin embargo el asunto del pollo les trae de cabeza. Allá ellos y sus rutinas.
He estado pendiente por ver si en España se producía una noticia similar pero nuestros pollos son muy suyos y van muy erguidos siempre con su cabeza en lo alto, que por nada del mundo perderían. Son pollos tradicionales, dengosos, remilgadillos, que no le ven la gracia al hecho de andar decapitado, ignorando que así anduvieron los nobles más nobles a partir de la Revolución francesa. En aquellos tiempos era incluso signo de distinción y en la familia que no contaba con un miembro decapitado por la guillotina había como un sentimiento de frustración y una ocultación del hecho para que no se murmurara en la vecindad. Pero vaya usted a contarles la Revolución a los pollos españoles, a ellos que no saben ni siquiera quién era Tocqueville.
Sin embargo, cuando todo parecía tranquilo, la noticia saltó a los periódicos y se dio cuenta del hecho más extraño que imaginarse pueda: se había descubierto, tras sesudos estudios y varios proyectos de investigación financiados por las Agencias que mejor se las agencian del espacio europeo, que ¡en una Universidad española había sobrevivido un profesor con cabeza!
Así como suena. Gran conmoción en el mundillo universitario, no muy dado a conmoverse ciertamente pero que a veces se agita, tal como si estuviera vivo. El rector y toda la junta de gobierno se estremecieron y dedicaron una sesión entera al insólito fenómeno porque se decían: ¿cómo es posible que después de todo lo que acordamos aquí, con la cantidad de programas y estructuras de programa y sus correspondientes anexos que a diario mandamos rellenar, se haya producido este milagro de la naturaleza? ¿habremos hecho algo mal? ¿existirá algún resquicio de imaginación y de libertad que no hayamos obstruido?
Observadores de diversas agencias allá fueron para comprobar el fenómeno, se instalaron teleobjetivos de última generación y observatorios hipersensibles, todo para comprobar al final que había existido un error, que se había confundido cabeza con calveza. Es decir, un simple calvo había hecho pasar un calvario a los atareados colegas que volvieron, ya tranquilos, a sus formularios e impresos.
1 comentario:
Ay, qué calveza la mía.
Meto un topic de por ahí atrás:
Sobre la motivación del voto: las encuestas masivas como ciencia de la obviedad.
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