He tenido una visión. Simpática. Ya saben que me ocurre a veces. Leo cualquier documento del Ministerio de Ciencia e Innovación, entro en trance y capto pedazos del futuro. Es un palo, porque luego vuelves al presente y tienes remordimientos por echar pestes de la situación actual. Fíjense que en esas secuencias del mañana que percibí creo que el gobierno lo presidía Sonsoles Espinosa y Zapatero estaba como Kirchner, pero con el ojo bien. Pero eso apenas lo entreví, la historia era otra. La cuento.
La universidad española había seguido progresando adecuadamente. Habían tenido mucho éxito las políticas anteriores, especialmente la de cuotas. Ya había en el profesorado paridad entre mujeres y hombres, entre hijos de catedráticos e hijos del resto del mundo, entre simpatizantes del Liverpool y del Arsenal y entre tenedores de perros y de gatos. También había habido alguna que otra sorpresa: cuando el gobierno comenzó a aplicar una norma que obligaba a que entre los cátedros hubiera tantos oligofrénicos como normales, se encontró con que ya eran mayoría los oligofrénicos y hubo que echar a tres, en aras de la parida(d). Resultó muy polémica la medida, pues los afectados gritaban y pataleaban como posesos, como lo que eran. Uno hasta se tragó una toga como protesta y otro aseguró que en venganza votaría a Llamazares. El pobre no se había enterado de que bastantes meses antes el gobierno había nombrado a don Gaspar embajador en el Vaticano, como pago por los servicios prestados y para relevar por fin a Vázquez, que se había liado con la sobrina de un cardenal de la (in)Curia.
Una de las claves de tan notables progresos académicos eran los nuevos títulos universitarios. Después de lo de Bolonia había venido lo de Braga y el Espacio Universitario Europeo había sido sustituido por el Espacio a secas. La consigna era que nadie acabara sin título universitario. Se sorteaban títulos superiores el 22 de diciembre y el 6 de enero, los periódicos traían unos cupones que ibas recortando y cuando tenías diez elegías el título que querías, pero no de película, sino universitario. Los más requeridos eran Arquitectura y Corte y Confección. También se vendían en Carrefour, en El Corte Inglés y en varios centros universitarios privados con nombre de santo. Ahí ganaba por goleada una nueva universidad de Ávila que se llamaba Universidad San Acebes y que estaba en manos de una orden mariana. Por cierto que el Corte Inglés había tenido que cambiar de nombre por imperativo legal. En Cataluña se llamaba El Corte Catalán, en Galicia el Corte Galego, y así. En Castilla-La Mancha ya no se llamaba El Corte, sino El Tajo, El Tajo Manchego.
Una de las nuevas carreras, muy demandada, era la de Técnicas Culinarias. Dio lugar a algunos problemas económicos, pues todos los cocineros de restaurante acabaron de catedráticos y todos los ayudantes de cocina obtuvieron plaza de contratado doctor, por lo que en las casas de comidas ya sólo se servía cuscús y arepas, aunque los precios de los platos no bajaron. Varias abuelas intentaron conseguir puesto de profesoras alegando su dominio del fogón tradicional, pero la ANECA les cortó el paso por no saber explicar la receta del cocido con powerpoint y no haber tenido cargos en casa. Por esa vía, por cierto, consiguió Ferrán Adriá acabar de rector de la Pompeu.
En mi visión me explicaba la ardua tarea universitaria un profesor del área de Patata Pelada. Era una de tantas especialidades nuevas requeridas por la flamente titulación. Existían, por ejemplo, las áreas de Judía Verde, de Bacalao (en la UPV se llamaba área de Bacalao a la Vizcaína), de Zumos Naturales, de Lenteja Zamorana, de Arroz con Leche, etc., etc. Éste que me hablaba tenía un curriculum impresionante, logrado a base de esfuerzo y dedicación. Había hecho su tesis doctoral sobre “El pelado de patata gallega con navaja albaceteña” y era famoso por un importante artículo sobre “Reciclado de mondas. La monda sostenible”, publicado en una revista de gran impacto y varios eructos. En ese momento acababa de presentar en un congreso internacional sobre “Potatoes in Multiculticultural Society” una comunicación titulada “Pélatela tú mismo”. Después de asistir durante ocho meses a un curso sobre “Didáctica de tubérculos y motivación del estudiante bulímico”, había enviado sus papeles a la ANECA para acreditarse como catedrático y tenía fundadas esperanzas de que se estuviera cociendo una resolución muy favorable para su futuro académico. Su sueño era poder escribir un día una extensa monografía sobre nuevas técnicas para retirar el pellejo.
Y en esto me desperté contento, optimista y con un hambre del copón.
La universidad española había seguido progresando adecuadamente. Habían tenido mucho éxito las políticas anteriores, especialmente la de cuotas. Ya había en el profesorado paridad entre mujeres y hombres, entre hijos de catedráticos e hijos del resto del mundo, entre simpatizantes del Liverpool y del Arsenal y entre tenedores de perros y de gatos. También había habido alguna que otra sorpresa: cuando el gobierno comenzó a aplicar una norma que obligaba a que entre los cátedros hubiera tantos oligofrénicos como normales, se encontró con que ya eran mayoría los oligofrénicos y hubo que echar a tres, en aras de la parida(d). Resultó muy polémica la medida, pues los afectados gritaban y pataleaban como posesos, como lo que eran. Uno hasta se tragó una toga como protesta y otro aseguró que en venganza votaría a Llamazares. El pobre no se había enterado de que bastantes meses antes el gobierno había nombrado a don Gaspar embajador en el Vaticano, como pago por los servicios prestados y para relevar por fin a Vázquez, que se había liado con la sobrina de un cardenal de la (in)Curia.
Una de las claves de tan notables progresos académicos eran los nuevos títulos universitarios. Después de lo de Bolonia había venido lo de Braga y el Espacio Universitario Europeo había sido sustituido por el Espacio a secas. La consigna era que nadie acabara sin título universitario. Se sorteaban títulos superiores el 22 de diciembre y el 6 de enero, los periódicos traían unos cupones que ibas recortando y cuando tenías diez elegías el título que querías, pero no de película, sino universitario. Los más requeridos eran Arquitectura y Corte y Confección. También se vendían en Carrefour, en El Corte Inglés y en varios centros universitarios privados con nombre de santo. Ahí ganaba por goleada una nueva universidad de Ávila que se llamaba Universidad San Acebes y que estaba en manos de una orden mariana. Por cierto que el Corte Inglés había tenido que cambiar de nombre por imperativo legal. En Cataluña se llamaba El Corte Catalán, en Galicia el Corte Galego, y así. En Castilla-La Mancha ya no se llamaba El Corte, sino El Tajo, El Tajo Manchego.
Una de las nuevas carreras, muy demandada, era la de Técnicas Culinarias. Dio lugar a algunos problemas económicos, pues todos los cocineros de restaurante acabaron de catedráticos y todos los ayudantes de cocina obtuvieron plaza de contratado doctor, por lo que en las casas de comidas ya sólo se servía cuscús y arepas, aunque los precios de los platos no bajaron. Varias abuelas intentaron conseguir puesto de profesoras alegando su dominio del fogón tradicional, pero la ANECA les cortó el paso por no saber explicar la receta del cocido con powerpoint y no haber tenido cargos en casa. Por esa vía, por cierto, consiguió Ferrán Adriá acabar de rector de la Pompeu.
En mi visión me explicaba la ardua tarea universitaria un profesor del área de Patata Pelada. Era una de tantas especialidades nuevas requeridas por la flamente titulación. Existían, por ejemplo, las áreas de Judía Verde, de Bacalao (en la UPV se llamaba área de Bacalao a la Vizcaína), de Zumos Naturales, de Lenteja Zamorana, de Arroz con Leche, etc., etc. Éste que me hablaba tenía un curriculum impresionante, logrado a base de esfuerzo y dedicación. Había hecho su tesis doctoral sobre “El pelado de patata gallega con navaja albaceteña” y era famoso por un importante artículo sobre “Reciclado de mondas. La monda sostenible”, publicado en una revista de gran impacto y varios eructos. En ese momento acababa de presentar en un congreso internacional sobre “Potatoes in Multiculticultural Society” una comunicación titulada “Pélatela tú mismo”. Después de asistir durante ocho meses a un curso sobre “Didáctica de tubérculos y motivación del estudiante bulímico”, había enviado sus papeles a la ANECA para acreditarse como catedrático y tenía fundadas esperanzas de que se estuviera cociendo una resolución muy favorable para su futuro académico. Su sueño era poder escribir un día una extensa monografía sobre nuevas técnicas para retirar el pellejo.
Y en esto me desperté contento, optimista y con un hambre del copón.
5 comentarios:
jajajajaja !
Genial.
Ja, ja, ja.
Pongo la risa aquí porque son las siete de la mañana y si me rio de verdad despierto a toda la familia.
Lo triste es que es menos coña de lo que parece.
Saludos.
Yo voy más allá que Rafael, dilecto profesor y colega: a mí el último párrafo me parece, directamente, la trasposición al "blog" de un cuadro cualquiera de Antonio López, por escoger al hiperrealista que más me gusta,
Muy bueno. Está Ud. en plena forma. Feliz año.
Para mondarse...¡ Genial.
Publicar un comentario