Me acuerdo de cuando mi padre preparaba una vaca para intentar venderla en el marcado de ganados de Pola de Siero. Cepillado integral, lavado y recorte de cola (lavar y marcar), ordeño escaso para que las ubres se viesen bien prietas... Lo que son las cosas, ahora me viene esa imagen cuando veo a los profesores universitarios que aspiran a venderse en la ANECA y sus imitaciones a escala autonómico-parroquial. Se trabajan el currículum como el que se arregla el tupé para salir a ligar o para la foto de la agencia matrimonial. ¿Tú qué tal tienes el curriculum? A mí me tira un poco de la sisa, ¿y a ti? Yo tengo que meterle un poco los bajos.
Van desbocados de acá para allá, se mueven con desenfreno de chorrada en tontería. Uno pasa a la carrera para un cursillo de actualización didáctica, el otro prepara una comunicación de tres páginas para un congreso en Mansilla de las Mulas, el de más allá suplica un carguete a cambio de lo que sea y aunque duela al principio, y hasta hay quien implora algo para dirigir, una tesina, un trabajo de fin de carrera o una redacción escolar, cualquier cosa con tal de que se pueda poner en la casilla correspondiente de la aplicación informática oficial. Al final de la jornada, cuando llegan a casa, suspiran y murmuran en voz baja aquello de me siento sucia.
Antes se pensaba que para llegar a ser profesor de alto standing había que aplicarse; ahora lo importante es rellenar bien las casillas de la aplicación. Y con la dichosa aplicación sudan en frío. Si el título de una ponencia que hicieron es largo, se les queda a la mitad, pues en las casillas de la aplicación sólo hay espacio para títulos de cincuenta caracteres; si impartieron una charla en un curso de verano, se devanan los sesos para ver si eso es ponencia, comunicación, conferencia u otros méritos; si publicaron un artículo en una revista de Ciudad Real, recorren la red del derechas y del revés para tratar de averiguar si esa publicación tiene índice de impacto o si es de tipo bonoloto; si asistieron a un congreso hace diez años en San Petersburgo, escriben miles de mails para intentar que algún ruso blanco les certifique la presencia y el aprovechamiento. Y así todo el rato. Desde luego, lo que ya no pueden hacer es leer ni investigar en mucho tiempo; tampoco les compensa, ésa es la verdad. Lo importante es hacerse un lifting en la docencia, ponerse botox en la los artículos de revista e inflar los proyectos de investigación a base de silicona académica por un tubo.
Luego, cuando terminan los arreglos, dan al botón “enviar” en el menú de la aplicación y se quedan unos meses con el alma en vilo y las cicatrices tirantes en el expediente operado. Es lo que tienen los “castings”, que el que te juzga está detrás de una cámara y puede salirte por peteneras o echarte con cajas destempladas aduciendo que no te ve en el papel de titular o de cátedro y que mejor se lo damos al conejo de la Loles o a la Bernarda, por lo del tal.
Esto de las acreditaciones cada vez se parece más a la Pasarela Cibeles (o como se llame ahora, que ni lo sé ni me importa). Van desfilando los y las modelos y los modistos evaluadores ya están pensando en cómo serán las líneas (de investigación) para la próxima temporada otoño-invierno. Este año, por ejemplo, los currículos se llevan entallados por la parte de la investigación, con unos volantes de gestión y con mucho vuelo en las faldas pedagógicas, pero el día menos pensado se salen con la suya los artistas de la moda y consiguen candidatos con cabeza pequeña y unos morritos tal que así, de tanto tragarse memeces sin respirar.
Por cierto, por cierto. Según dicen por ahí, también cuentan las calificaciones que al profesor le ponen los alumnos en esas encuestas diseñadas por diseñadores de encuestas y en las que se pregunta: “marque si el profesor es a) muy puntual, b) regular de puntual, c) mal de puntual”. Pues bien, el cretino pedabobo que le dio curso a mi señora la pasada semana –ya me referí a él aquí, su curso era sobre habilidades comunicativas (¿orales?) en el aula-, les dijo a sus admirados alumnos –todos profesores- lo siguiente, con un par: yo sé un truco para que los estudiantes os califiquen muy bien, sólo tenéis que entregarles el formulario ya relleno con notas muy buenas, pero diciéndoles que si alguno no está de acuerdo con esas calificaciones le dais un impreso en blanco y tan amigos. Estos son los nuevos hallazgos, ultramodelnos y bolonios a tope, de esa panda de soplagaitas. En fin, con su aneca se lo coman.
Van desbocados de acá para allá, se mueven con desenfreno de chorrada en tontería. Uno pasa a la carrera para un cursillo de actualización didáctica, el otro prepara una comunicación de tres páginas para un congreso en Mansilla de las Mulas, el de más allá suplica un carguete a cambio de lo que sea y aunque duela al principio, y hasta hay quien implora algo para dirigir, una tesina, un trabajo de fin de carrera o una redacción escolar, cualquier cosa con tal de que se pueda poner en la casilla correspondiente de la aplicación informática oficial. Al final de la jornada, cuando llegan a casa, suspiran y murmuran en voz baja aquello de me siento sucia.
Antes se pensaba que para llegar a ser profesor de alto standing había que aplicarse; ahora lo importante es rellenar bien las casillas de la aplicación. Y con la dichosa aplicación sudan en frío. Si el título de una ponencia que hicieron es largo, se les queda a la mitad, pues en las casillas de la aplicación sólo hay espacio para títulos de cincuenta caracteres; si impartieron una charla en un curso de verano, se devanan los sesos para ver si eso es ponencia, comunicación, conferencia u otros méritos; si publicaron un artículo en una revista de Ciudad Real, recorren la red del derechas y del revés para tratar de averiguar si esa publicación tiene índice de impacto o si es de tipo bonoloto; si asistieron a un congreso hace diez años en San Petersburgo, escriben miles de mails para intentar que algún ruso blanco les certifique la presencia y el aprovechamiento. Y así todo el rato. Desde luego, lo que ya no pueden hacer es leer ni investigar en mucho tiempo; tampoco les compensa, ésa es la verdad. Lo importante es hacerse un lifting en la docencia, ponerse botox en la los artículos de revista e inflar los proyectos de investigación a base de silicona académica por un tubo.
Luego, cuando terminan los arreglos, dan al botón “enviar” en el menú de la aplicación y se quedan unos meses con el alma en vilo y las cicatrices tirantes en el expediente operado. Es lo que tienen los “castings”, que el que te juzga está detrás de una cámara y puede salirte por peteneras o echarte con cajas destempladas aduciendo que no te ve en el papel de titular o de cátedro y que mejor se lo damos al conejo de la Loles o a la Bernarda, por lo del tal.
Esto de las acreditaciones cada vez se parece más a la Pasarela Cibeles (o como se llame ahora, que ni lo sé ni me importa). Van desfilando los y las modelos y los modistos evaluadores ya están pensando en cómo serán las líneas (de investigación) para la próxima temporada otoño-invierno. Este año, por ejemplo, los currículos se llevan entallados por la parte de la investigación, con unos volantes de gestión y con mucho vuelo en las faldas pedagógicas, pero el día menos pensado se salen con la suya los artistas de la moda y consiguen candidatos con cabeza pequeña y unos morritos tal que así, de tanto tragarse memeces sin respirar.
Por cierto, por cierto. Según dicen por ahí, también cuentan las calificaciones que al profesor le ponen los alumnos en esas encuestas diseñadas por diseñadores de encuestas y en las que se pregunta: “marque si el profesor es a) muy puntual, b) regular de puntual, c) mal de puntual”. Pues bien, el cretino pedabobo que le dio curso a mi señora la pasada semana –ya me referí a él aquí, su curso era sobre habilidades comunicativas (¿orales?) en el aula-, les dijo a sus admirados alumnos –todos profesores- lo siguiente, con un par: yo sé un truco para que los estudiantes os califiquen muy bien, sólo tenéis que entregarles el formulario ya relleno con notas muy buenas, pero diciéndoles que si alguno no está de acuerdo con esas calificaciones le dais un impreso en blanco y tan amigos. Estos son los nuevos hallazgos, ultramodelnos y bolonios a tope, de esa panda de soplagaitas. En fin, con su aneca se lo coman.
1 comentario:
Ya sé como dices, excelso catedrático. Si aún no lo fueses (catedrático, digo: el excelso, por lo que se ve, te viene de serie), tú no pasarías por lo que tienen que pasar los pringadillos de los profesores...
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