(Dedicado, con afecto, a mis colegas enfermos)
Hace un rato me he encontrado en la T-4 con un colega catedrático al que no veía desde hacía un tiempo. Yo he estado mucho en mi casa últimamente y creo que a él lo han echado de la suya hace un par de cuatrimestres. Me llegaron diversos rumores sobre la causa de sus desarreglos familiares. El director de mi Departamento, que es persona discreta y conservadora, me aseguró un día que a mi colega lo había pillado su mujer probándose en el baño unas bragas de encaje y un liguero fucsia que ella no conocía, pues suyo no era. No sé de dónde sacó mi Director esa información, pero insistió en que la sabía de buena tinta. Siempre cuenta a quien tiene a mano algún chisme así antes de despedirse porque se va otro mes a Tomelloso, donde, al parecer, está rehabilitando una vieja casa que se compró con lo que le pagan como asesor ocasional del Ministerio de Transporte. Sí, hace años que no existe un Ministerio de Transporte, pero a él todavía le pagan por sus asesorías para ese Ministerio, pues es un consumado especialista en intríngulis administrativos y tiene muchos amigos en las altas esferas. Algunos insinúan que es masón y hay quien afirma que es homosexual, pero por qué no va a ser ambas cosas, que no tienen nada de malo. Donde sí se le ve mucho es en misa, pero eso tampoco tiene nada de particular.
Otros cuentan que los conflictos familiares de mi colega han sido causados porque su mujer se ha liado con la mujer de su Decano y que el Decano le propuso a mi colega que por qué no se entendían ellos también, y mi colega de mano aceptó, pero a los tres días se arrepintió y ya era tarde, por así decir. Esta versión me la dieron el otro día en el Ministerio, en una reunión de evaluación. Fue a la hora del café de media mañana y me lo contó de un tirón una catedrática de Prehistoria de la Universidad Rovira i Virgili con la que me tocó hacer equipo para revisar los contratos de profesores de Sociología y de Estadística. Yo no supe qué responderle, la verdad, porque ese colega me trae al fresco desde hace mucho, desde que una vez me lo encontré a las tantas de la noche sentado en las escaleras de la entrada de un hotel y, al preguntarle qué le pasaba, me respondió que lo dejara en paz porque estaba a punto de desentrañar un intrincado problema de lógica deóntica. Es persona con muchas rarezas y a mí me enseñaron que quien piensa mucho de madrugada no es de fiar.
Aquí en Barajas yo lo divisé primero a él. Caminaba medio ausente y llevaba puestos unos auriculares. Luego me explicó que anda haciendo un curso de música tántrica y que había aprendido a relajarse muchísimo en los aeropuertos. Pero eso ya fue cuando habíamos empezado a hablarnos con la máxima desconfianza. En cuanto lo vi, caminé hacia él y lo saludé con fingido alborozo, a sabiendas de que seguramente no le apetecía nada encontrarse conmigo y tener que hablarme. En realidad yo también habría preferido ignorarlo y seguir mi camino, pero sucumbí a la tentación de abordarlo porque pensé que su incomodidad sería mayor aún que la mía. Tras los saludos de rigor y un fugaz apretón de manos, los dos nos dijimos exactamente al mismo tiempo lo de qué haces por aquí y adónde vas. Y también fue simultánea la respuesta de ambos. Él me dijo “tengo una cosa en Vigo” y yo le recité “tengo una cosa en Sevilla”. Y ahí nos paramos ambos, sin añadir más. Por esa razón la desconfianza se pintó de inmediato en el rostro de cada uno y las miradas se nos pusieron torvas y huidizas.
La psicología profesoral es bien elemental en el fondo. Cuando dos colegas se encuentran y va cada uno camino de hacer algo presentable y lucido, se quitan la palabra con furia porque cada cual quiere presumir de sus bazas y exhibir su orgullo. Me han invitado a participar en Barcelona en un Seminario con dos premios Nobel, voy a impartir un curso en la Escuela Judicial, tengo una ponencia en un congreso internacional que financia el Ministerio de Medio Ambiente, voy a presidir el tribunal de tesis doctoral de la hija de Fulano, la que está tan buena pero es lesbiana. Cosas así, méritos que nadie discutiría y que envidiaría cualquiera. Ay, pero cuando un profesor se pone esquivo y al colega no le cuenta más que eso de “tengo un asunto, pero regreso a casa esta misma tarde”, o “los rollos de siempre, ya sabes”, o “nada, una presentación en un pequeño simposio de la universidad tal”, malo, malo, malo. Ahí hay gato encerrado. Alguien va a cometer actos inconfesables y no acierta a disimularlo como le gustaría. Se están rifando putadas.
En esta ocasión me parece que mi colega y yo estábamos en la misma situación y con idéntica sensación de clandestinidad. Yo lo mío lo sabía, claro. Concretamente, voy a valorar en Sevilla un proyecto sobre “Métodos y técnicas de investigación interdisciplinar en supradisciplinas”, proyecto firmado y avalado por mi colega. Es más, mi veredicto va a ser negativo, según decidí en cuanto le eché un vistazo hace unos días, pues la prosa de este tipo es empalagosa y sus bibliografía muy desfasada. Además, cita numerosos autores franceses, y a quién le interesa hoy en día la literatura metodológica francesa, vamos a ver. No me daba mala conciencia, más bien me divertía estar ante él, con esa cara de cretino que se le pone cuando coincidimos, y sabiendo yo que le iba a poner semejante zancadilla; plenamente merecida, eso nadie podrá dudarlo. Pero, ¿y por qué él, presumido donde los haya, petulante hasta la náusea, parecía intranquilo y no entraba en detalles sobre los propósitos y las razones de su viaje? ¿Dijo a Vigo? ¡Cielo santo!
En Vigo funciona la Agencia de Evaluación Académica de Galicia Sur. Hace un puñado de años que a mí me invitan para muchas de sus labores. Soy el más veterano y mejor considerado de los evaluadores en campo de las ciencias jurídicas, sociales y religiosas. Extraoficialmente he sabido que a raíz de la reciente designación de nuevo presidente de la Agencia de Evaluación Académica de Galicia Norte, con sede en Burela (uno nunca tiene todas las claves e ignoro por qué este antiguo puerto pesquero de la costa lucense acoge esa Agencia, pero imagino que, como tantas veces, habrá algún parentesco de por medio o un nombramiento de hijo adoptivo), el presidente de la Agencia de Galicia Sur, temeroso por su puesto, ha decidido organizar una evaluación de los evaluadores. He llamado a Laura, la secretaria de la presidencia, con quien me une desde hace tiempo una amistad sobre la que prefiero no entrar aquí en detalles, y le he preguntado por qué no han contado conmigo para calificar a los evaluadores. Ella, que me conoce bien, sabe que puedo ser perfectamente objetivo y totalmente riguroso aunque tenga que valorar mi propia labor. Pero me respondió con un misterioso “hay órdenes de arriba”. No logré, pese a todos mis esfuerzos, sonsacarle ni un solo nombre de los evaluadores de evaluadores. Sé que la próxima vez que nos veamos conseguiré, así, en persona, que me lo cuente todo. Pero me temo que algo ya lo he averiguado yo mimo aquí en Barajas hace un rato. Quién sabe si volverán a reclamar mis servicios desde Vigo, pues este colega cabrón seguro que se ceba conmigo. Sé que nunca he sido santo de su devoción. Además, puede que le hayan llegado habladurías sobre lo de mi dichoso expediente por aquel tema que ya tengo medio olvidado. En este mundo no hay más que cotillas y correveidiles.
No debí decirle que viajo a Sevilla. Me podría haber inventado otro destino y cualquier cometido de los habituales. Esto ya es el colmo. Tal vez asocie Sevilla con el proyecto del que está pendiente. Y pensará que si ando en eso, seguro que no lo trato bien. Pues ahora sí que se va a enterar. Ni de broma pasará la criba su proyecto. Que se joda. Que hubiera sido sincero conmigo y que me hubiera reconocido a qué iba a Vigo. Y si quiere perjudicarme, que me lo diga a la cara. Al fin y al cabo, somos colegas, aunque no compartamos universidad ni maestros.
Lo que me duele es acabar así mi relación con Vigo. También lo siento por Laura. Aunque, bien pensado, es otra cabrona que no me ha avisado de lo que se me avecinaba. Quién sabe si no está conchabada también con ese mierda. Verdaderamente, hace tiempo que la noto rara y sus mensajes ya no son tan naturales, tan espontáneos, tan cariñosos.
Otros cuentan que los conflictos familiares de mi colega han sido causados porque su mujer se ha liado con la mujer de su Decano y que el Decano le propuso a mi colega que por qué no se entendían ellos también, y mi colega de mano aceptó, pero a los tres días se arrepintió y ya era tarde, por así decir. Esta versión me la dieron el otro día en el Ministerio, en una reunión de evaluación. Fue a la hora del café de media mañana y me lo contó de un tirón una catedrática de Prehistoria de la Universidad Rovira i Virgili con la que me tocó hacer equipo para revisar los contratos de profesores de Sociología y de Estadística. Yo no supe qué responderle, la verdad, porque ese colega me trae al fresco desde hace mucho, desde que una vez me lo encontré a las tantas de la noche sentado en las escaleras de la entrada de un hotel y, al preguntarle qué le pasaba, me respondió que lo dejara en paz porque estaba a punto de desentrañar un intrincado problema de lógica deóntica. Es persona con muchas rarezas y a mí me enseñaron que quien piensa mucho de madrugada no es de fiar.
Aquí en Barajas yo lo divisé primero a él. Caminaba medio ausente y llevaba puestos unos auriculares. Luego me explicó que anda haciendo un curso de música tántrica y que había aprendido a relajarse muchísimo en los aeropuertos. Pero eso ya fue cuando habíamos empezado a hablarnos con la máxima desconfianza. En cuanto lo vi, caminé hacia él y lo saludé con fingido alborozo, a sabiendas de que seguramente no le apetecía nada encontrarse conmigo y tener que hablarme. En realidad yo también habría preferido ignorarlo y seguir mi camino, pero sucumbí a la tentación de abordarlo porque pensé que su incomodidad sería mayor aún que la mía. Tras los saludos de rigor y un fugaz apretón de manos, los dos nos dijimos exactamente al mismo tiempo lo de qué haces por aquí y adónde vas. Y también fue simultánea la respuesta de ambos. Él me dijo “tengo una cosa en Vigo” y yo le recité “tengo una cosa en Sevilla”. Y ahí nos paramos ambos, sin añadir más. Por esa razón la desconfianza se pintó de inmediato en el rostro de cada uno y las miradas se nos pusieron torvas y huidizas.
La psicología profesoral es bien elemental en el fondo. Cuando dos colegas se encuentran y va cada uno camino de hacer algo presentable y lucido, se quitan la palabra con furia porque cada cual quiere presumir de sus bazas y exhibir su orgullo. Me han invitado a participar en Barcelona en un Seminario con dos premios Nobel, voy a impartir un curso en la Escuela Judicial, tengo una ponencia en un congreso internacional que financia el Ministerio de Medio Ambiente, voy a presidir el tribunal de tesis doctoral de la hija de Fulano, la que está tan buena pero es lesbiana. Cosas así, méritos que nadie discutiría y que envidiaría cualquiera. Ay, pero cuando un profesor se pone esquivo y al colega no le cuenta más que eso de “tengo un asunto, pero regreso a casa esta misma tarde”, o “los rollos de siempre, ya sabes”, o “nada, una presentación en un pequeño simposio de la universidad tal”, malo, malo, malo. Ahí hay gato encerrado. Alguien va a cometer actos inconfesables y no acierta a disimularlo como le gustaría. Se están rifando putadas.
En esta ocasión me parece que mi colega y yo estábamos en la misma situación y con idéntica sensación de clandestinidad. Yo lo mío lo sabía, claro. Concretamente, voy a valorar en Sevilla un proyecto sobre “Métodos y técnicas de investigación interdisciplinar en supradisciplinas”, proyecto firmado y avalado por mi colega. Es más, mi veredicto va a ser negativo, según decidí en cuanto le eché un vistazo hace unos días, pues la prosa de este tipo es empalagosa y sus bibliografía muy desfasada. Además, cita numerosos autores franceses, y a quién le interesa hoy en día la literatura metodológica francesa, vamos a ver. No me daba mala conciencia, más bien me divertía estar ante él, con esa cara de cretino que se le pone cuando coincidimos, y sabiendo yo que le iba a poner semejante zancadilla; plenamente merecida, eso nadie podrá dudarlo. Pero, ¿y por qué él, presumido donde los haya, petulante hasta la náusea, parecía intranquilo y no entraba en detalles sobre los propósitos y las razones de su viaje? ¿Dijo a Vigo? ¡Cielo santo!
En Vigo funciona la Agencia de Evaluación Académica de Galicia Sur. Hace un puñado de años que a mí me invitan para muchas de sus labores. Soy el más veterano y mejor considerado de los evaluadores en campo de las ciencias jurídicas, sociales y religiosas. Extraoficialmente he sabido que a raíz de la reciente designación de nuevo presidente de la Agencia de Evaluación Académica de Galicia Norte, con sede en Burela (uno nunca tiene todas las claves e ignoro por qué este antiguo puerto pesquero de la costa lucense acoge esa Agencia, pero imagino que, como tantas veces, habrá algún parentesco de por medio o un nombramiento de hijo adoptivo), el presidente de la Agencia de Galicia Sur, temeroso por su puesto, ha decidido organizar una evaluación de los evaluadores. He llamado a Laura, la secretaria de la presidencia, con quien me une desde hace tiempo una amistad sobre la que prefiero no entrar aquí en detalles, y le he preguntado por qué no han contado conmigo para calificar a los evaluadores. Ella, que me conoce bien, sabe que puedo ser perfectamente objetivo y totalmente riguroso aunque tenga que valorar mi propia labor. Pero me respondió con un misterioso “hay órdenes de arriba”. No logré, pese a todos mis esfuerzos, sonsacarle ni un solo nombre de los evaluadores de evaluadores. Sé que la próxima vez que nos veamos conseguiré, así, en persona, que me lo cuente todo. Pero me temo que algo ya lo he averiguado yo mimo aquí en Barajas hace un rato. Quién sabe si volverán a reclamar mis servicios desde Vigo, pues este colega cabrón seguro que se ceba conmigo. Sé que nunca he sido santo de su devoción. Además, puede que le hayan llegado habladurías sobre lo de mi dichoso expediente por aquel tema que ya tengo medio olvidado. En este mundo no hay más que cotillas y correveidiles.
No debí decirle que viajo a Sevilla. Me podría haber inventado otro destino y cualquier cometido de los habituales. Esto ya es el colmo. Tal vez asocie Sevilla con el proyecto del que está pendiente. Y pensará que si ando en eso, seguro que no lo trato bien. Pues ahora sí que se va a enterar. Ni de broma pasará la criba su proyecto. Que se joda. Que hubiera sido sincero conmigo y que me hubiera reconocido a qué iba a Vigo. Y si quiere perjudicarme, que me lo diga a la cara. Al fin y al cabo, somos colegas, aunque no compartamos universidad ni maestros.
Lo que me duele es acabar así mi relación con Vigo. También lo siento por Laura. Aunque, bien pensado, es otra cabrona que no me ha avisado de lo que se me avecinaba. Quién sabe si no está conchabada también con ese mierda. Verdaderamente, hace tiempo que la noto rara y sus mensajes ya no son tan naturales, tan espontáneos, tan cariñosos.
4 comentarios:
Me quito el cráneo.
¿Quién es ese director de su departamento?
Eh, eh, RF, no se confunda. Es una historia inventada en todos y cada uno de sus puntos. Si quiere que le pongamos un nombre a ese director, se lo ponemos, también inventado. Pero no me parece necesario. Tampoco tiene nombre ese colega ficticio y la primera persona del relato no se corresponde a mi persona.
Pues no vea si cuela , con estos niveles de credibilidad Vd sería el testigo perfecto de una coartada.
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