19 octubre, 2009

¿Quién es Martha Wainwright?

A ver como cuento esto de hoy. Hace tiempo que me rondan estas ideas, pero no resulta muy fácil expresarlas, ya que es grande el peligro de chapotear en aguas pantanosas. Vamos allá. Vean esta foto. Es de una tal Martha Wainwright, que debe de ser una cantante conocida a la que yo no conozco, dada mi especial ignorancia en materia de eventos musicales recientes.
Salió en El País allá por mayo del 2008 y desde entonces tengo la página recortada y a ratos perdida entre el montón de papeles de mi mesa. Me provoca peculiares sensaciones y eso es lo que pretendo explicar. Tiene la imagen un toque erótico bien marcado, pero no es exactamente eso lo que me turba. Creo que es más bien esa mirada entre esquiva y ausente, ese gesto a medio definir. Las piernas también, por supuesto, pero por el modo como esa pose las resalta. Lo curioso es que dan ganas de ponerse a hablar con ellas; quiero decir con ella, con la señora Wainwright, y conviene preguntarse por qué.
Allá por aquellos tiempos de la represión juvenil en este país que era otro, se cotizaban entre los adolescentes de mi generación las fotos de desnudos femeninos. Ahí estaba el misterio, en las intimidades del cuerpo, en la pura imagen sin ropa. Necesitábamos conocer a la mujer por dentro, y para eso hacía falta despojarla del vestido. Lo de dentro no era más que la epidermis íntima. Había, sin duda, algo de intensamente poético, de misterio develado en esos descubrimientos, era acceder a un más allá gozoso y sorprendente, inquietante y magnético. En medio de variadas pulsiones, latía también un componente de pureza, de revelación, de conocimiento descarnado de los atributos gozosos de la carne. El cuerpo desnudo se entendía como la vía de acceso a enigmas sin cuento, pero el mero cuerpo deslumbraba tanto que tapaba el enigma y después de la contemplación del cuerpo se acababa por no ansiar más cosa que su posesión, al final puro objeto, simple materia.
Hoy, tanto tiempo después y con el cambio de las costumbres, el desnudo se ha banalizado, puede que por fortuna. La mirada ya no se extasía en la sorpresa, más bien se adiestra en la medida y la clasificación y hasta se tiñe de sospecha y ocasional desencanto. Esos cuerpos esmeradamente trabajados, labrados, esculpidos, adornados de tatuajes y recortes, se observan como se analiza una pieza de trabajosa orfebrería o como se estudia un edificio de sofisticada arquitectura. En las imágenes de desnudos que por doquier se nos imponen el cuerpo ya no provoca el sobresalto de lo sorprendente, sino, más bien, el interés del taxidermista que se fija en la pieza disecada o del mecánico que evalúa un motor y la articulación de sus piezas.
Debe estar ahí la razón por la que el más estricto erotismo se torna metafísico, trascendente, podría decirse que inmaterial, busca una luz interior, quiere aprehender el alma, alcanzar lo más difícilmente asible, penetrar en recovecos que ya no son corporales, sino psíquicos. Puede que sean muchos los varones que, ante la enésima foto de un desnudo femenino de proporciones perfectas, repasan con aburrido ánimo las formas y las posturas y acaban reparando en la mirada, para concluir casi siempre que quizá al otro lado no haya nada y que podrían ser de vidrio esos ojos y que, en consecuencia, tampoco importa lo más mínimo si los atributos corporales son de plástico o de metacrilato. Una persona desnuda, privada de esa máscara que es la ropa, está más tristemente vacía cuando tiene esa fría materialidad de las paredes o la estólida inmediatez de la materia sin espíritu.
Antes, en aquellas épocas atroces, creíamos que los cuerpos podían comunicar y comunicarse. Ahora, al fin, sabemos que no hay más comunicación posible que la del decir con palabras y en silencio, con miradas, con los gestos más fugaces, y que no hay mejor pasión amorosa o erótica que la asomarse el otro lado, al secreto evidente, al inconsciente apenas confesado, a lo oscuro y la luz, a lo inefable a gritos, al miedo y la alegría. El cuerpo es el telón que ha de levantarse, la puerta por la que nos aventuramos a un conocimiento del otro y de uno que siempre es provisorio e terminante, delicado y brutal, engañoso y transparente, sorprendente, aterrador incluso, a veces pletórico.
¿Qué diablos piensa la Martha Wainwright de esa foto? ¿Qué anhelos suben desde ese pie que parece una bandera exangüe hasta esos párpados que caen como si pudieran llorar y no quisieran?
Quién es Martha Wainwright, quién.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Según la propia Martha (hija de Loudon Wainwright III y de Kate McGarrigle, y hermana de Rufus Wainwright), Mr. Robert Zimmerman condensó todas las elucubraciones por usted expuestas, en la siguiente lúbrica pregunta: ¿Querrías abrirte para mí? Los poetas son así de sublimes.

Skip

Mercutio dijo...

Hoy, tanto tiempo después y con el cambio de las costumbres, el desnudo se ha banalizado, puede que por fortuna. La mirada ya no se extasía en la sorpresa, más bien se adiestra en la medida y la clasificación y hasta se tiñe de sospecha y ocasional desencanto, &c.

Querido, la idea está bien para hacer literatura; pero no te engañes: entonces tenías quince años y ahora no.

Anónimo dijo...

Una pequeña aportación:
Como se ha dicho con anterioridad, es hermana de Rufus Wainwrigth.
Y de Rufus, os invito a que pincheis y escucheis en youtube "cigarettes and chocolate milk" y os dejesis llevar......
ANA

pumarin dijo...

Querido....Amado:

Casi todos los grupos de excelencia tienen factoría..

Creo que ECTV la presentó en sociedad hace un par de años-al menos-!!!!

La Factory es el Grupo Wainwright/McGarrigle-Skip apunta- y ella la harmanísima genial de un crazy musical-y otros- maravilloso, Rufus Wainwright.

Un numeríto serio de ella y con ese título....FACTORY