Quién nos lo iba a decir, a lo mejor resulta que nuestro inefable Zapatero puede servir de botón de muestra para poner sobre la mesa alguna cuestión con enjundia filosófica y no sólo enigmas psico-sociológicos sobre la inteligencia de los pueblos o la atracción que el abismo ejerce sobre las masas atontadas.
La pregunta podría plantearse tal que así: la marcha de la economía de una nación o los altibajos de su bienestar ¿se relacionan con la acción de los gobiernos o están determinados por avatares estructurales que para nada dependen de las políticas concretas, al menos en ausencia de revoluciones o golpes de Estado?
Nuestra cultura está llena de contradicciones al respecto. En lo que tiene que ver con el destino de los individuos, la mentalidad moderna ha dejado en nosotros la convicción de que cada uno es dueño de su vida y la gobierna, de tal forma que el ideal de sujeto es el ser humano hecho a sí mismo a base de esfuerzo en el cultivo de su vocación y constancia en el manejo de sus dones, todo ello bajo la guía de una conciencia estrictamente personal. Pero, al tiempo, quedan abundantísimas secuelas de los esquemas antiguos, según los cuales nuestro sino individual y colectivo está dirigido por fuerzas que nos trascienden y de las que somos poco más que juguetes o marionetas. También se puede contemplar todo ello como tensión entre pensamiento secular y pensamiento religioso. Si mi vida es nada más que mía, mi suerte depende de mí y yo me hago responsable de cuanto derive del manejo de mi libertad. Si estoy en manos de un dios o de cualquier tipo de mecánica cósmica, hasta mi libertad es espejismo y todo lo que me suceda está fuera de mi control, determinado, preescrito y prescrito en las estrellas o en el hacer divino. Nuestras madres solían despedirnos, cuando salíamos de viaje, con el consejo de que nos abrigáramos para no coger un resfriado, pero se quedaban rezando a su Dios para que velara por nuestra salud. Los entusiastas de algún equipo de fútbol desean que éste cuente con los jugadores más competentes y el mejor entrenador, pero durante los partidos se ponen a rezar para que el gol de la victoria lo meta algún santo.
Dentro del cristianismo se reprodujo esa antítesis. Mientras el catolicismo explica que la salvación depende de nuestras obras e insiste en que serán los justos los que, por sus buenas acciones, consigan su parcelita en el Paraíso, Lutero lo fiaba casi todo a la predestinación y no reservaba la dicha eterna para el que se la ganara con sus obras. Más aún, insistía Lutero en que la fe era compatible con el pecado y que la confianza en Dios y la esperanza de que nos haya asignado fichas blancas no debe decaer aunque nos veamos débiles y poco enteros en esta vida.
¿Y Zapatero qué pinta en todo esto? Pues pinta que podemos contemplarlo como ejemplo de esa mentalidad religiosa de tintes premodernos. Los críticos se le echan encima porque no toma medidas para atajar la crisis económica, porque se queda a verlas venir y se empecina en el puro gesto, en la confianza idiotizada en que las cosas se arreglaran cuando toque, en los mohínes mediante los que revela que no puede asumir que no venga la Providencia a sacarnos del arroyo, a nosotros y a él, que tanto confiamos en el destino de los virtuosos y que tan buena suerte hemos gozado hasta hace poco. Unos insisten en que está poseído por una nueva enfermedad mental llamada buenismo; otros solemos insistir en que simplemente es tonto de remate y tiene menos luces que un topo. De todo habrá, pero puede que no sea ociosa la hipótesis de que ese pobre diablo tiene algo de una mentalidad que es trasunto del viejo cristianismo, con cierto predominio de su versión protestante. Cree que para el progreso de una nación bastan las intenciones puras del que la rija y que a la postre se salvarán los que se atengan a los mandamientos, aunque los suyos ya no sean los de la Ley de Dios, sino los del progresismo de baratillo. Y, adicionalmente, piensa que lo que haya de ser será y que poco vale la acción del hombre, ni siquiera la del político con mando, si en el orden del mundo está previsto que nos toque ahora bailar con la más fea. Hay que confiar hasta el fin, no perder la fe, interpretar los signos del modo más favorable y poner el esfuerzo mejor no en el trabajo o en la brega contra los inconvenientes, sino en la esperanza, aunque caigan chuzos de punta.
La suya es una esperanza sostenible y contrafáctica, como cuando al enfermo grave que no sabe si operarse a vida o muerte se le aconseja que lo mejor es rezar y se le persuade que será lo que Dios quiera y que más hace Dios que cualquier cirujano. Confianza es la palabra que más emplea, mientras se queda quieto y aguarda a que la tormenta pase o las fiebres bajen solas, repite que lo peor ya pasó porque necesita agarrarse a un clavo ardiendo y no acepta que la fortuna le dé la espalda, toma los desastres como prueba para su fe y la nuestra, se rodea de quienes como él prefieren la letanía a la consciencia o el puñetazo sobre la mesa. Y tampoco se olvida de que el demonio hace de las suyas y conspira contra los que se entregan a la santidad, aunque unas veces ve a Belcebú encarnado en los empresarios o en el capital financiero, al día siguiente en la prensa económica internacional y casi siempre en la oposición. Porque, con sus esquemas mochos, si él y los suyos son los justos y los elegidos, qué pueden ser los que se le opongan sino encarnación de las fuerzas del Averno. Mientras, su grey entona salmos y enciende hogueras, elabora índices de ideas prohibidas, reprime en lo que puede a los herejes y manda callar a los heterodoxos. ¿Diálogo, pactos, colaboración con todos? En qué cabeza cabe que se hayan de hacer concesiones a los réprobos o dar pábulo a los malvados. Antes muertos todos, en gloriosa expiación y para que los dioses aprecien la grandeza del sacrificio.
No digo que él sea ni medio consciente de todo esto, pobrecillo mío. Sólo afirmo que se parece mucho más a nuestras abuelas -y que me perdonen las abuelas- o a los curas que no le gustan, que a un gobernante de esta época.
Pero a lo mejor tiene razón, y el tiempo lo dirá. Si salimos de ésta con él cantando al timón y bajo la lluvia, será indicio de que algo hay. Seguramente no de que el Más Allá controle la deuda pública, el paro o el PIB, pero tal vez sí de que el mundo se autorregula a su aire, azarosamente, y que da igual que el poder político esté en manos de un genio o del más simple de los mortales, como es el caso. Al fin y al cabo, se dice que bienaventurados los pobres de espíritu y que de ellos será el Reino de los Cielos. Y en este Reino nuestro, de pobres de espíritu y tontos de capirote vamos bien servidos. Así que a esperar y a seguir rezando.
La pregunta podría plantearse tal que así: la marcha de la economía de una nación o los altibajos de su bienestar ¿se relacionan con la acción de los gobiernos o están determinados por avatares estructurales que para nada dependen de las políticas concretas, al menos en ausencia de revoluciones o golpes de Estado?
Nuestra cultura está llena de contradicciones al respecto. En lo que tiene que ver con el destino de los individuos, la mentalidad moderna ha dejado en nosotros la convicción de que cada uno es dueño de su vida y la gobierna, de tal forma que el ideal de sujeto es el ser humano hecho a sí mismo a base de esfuerzo en el cultivo de su vocación y constancia en el manejo de sus dones, todo ello bajo la guía de una conciencia estrictamente personal. Pero, al tiempo, quedan abundantísimas secuelas de los esquemas antiguos, según los cuales nuestro sino individual y colectivo está dirigido por fuerzas que nos trascienden y de las que somos poco más que juguetes o marionetas. También se puede contemplar todo ello como tensión entre pensamiento secular y pensamiento religioso. Si mi vida es nada más que mía, mi suerte depende de mí y yo me hago responsable de cuanto derive del manejo de mi libertad. Si estoy en manos de un dios o de cualquier tipo de mecánica cósmica, hasta mi libertad es espejismo y todo lo que me suceda está fuera de mi control, determinado, preescrito y prescrito en las estrellas o en el hacer divino. Nuestras madres solían despedirnos, cuando salíamos de viaje, con el consejo de que nos abrigáramos para no coger un resfriado, pero se quedaban rezando a su Dios para que velara por nuestra salud. Los entusiastas de algún equipo de fútbol desean que éste cuente con los jugadores más competentes y el mejor entrenador, pero durante los partidos se ponen a rezar para que el gol de la victoria lo meta algún santo.
Dentro del cristianismo se reprodujo esa antítesis. Mientras el catolicismo explica que la salvación depende de nuestras obras e insiste en que serán los justos los que, por sus buenas acciones, consigan su parcelita en el Paraíso, Lutero lo fiaba casi todo a la predestinación y no reservaba la dicha eterna para el que se la ganara con sus obras. Más aún, insistía Lutero en que la fe era compatible con el pecado y que la confianza en Dios y la esperanza de que nos haya asignado fichas blancas no debe decaer aunque nos veamos débiles y poco enteros en esta vida.
¿Y Zapatero qué pinta en todo esto? Pues pinta que podemos contemplarlo como ejemplo de esa mentalidad religiosa de tintes premodernos. Los críticos se le echan encima porque no toma medidas para atajar la crisis económica, porque se queda a verlas venir y se empecina en el puro gesto, en la confianza idiotizada en que las cosas se arreglaran cuando toque, en los mohínes mediante los que revela que no puede asumir que no venga la Providencia a sacarnos del arroyo, a nosotros y a él, que tanto confiamos en el destino de los virtuosos y que tan buena suerte hemos gozado hasta hace poco. Unos insisten en que está poseído por una nueva enfermedad mental llamada buenismo; otros solemos insistir en que simplemente es tonto de remate y tiene menos luces que un topo. De todo habrá, pero puede que no sea ociosa la hipótesis de que ese pobre diablo tiene algo de una mentalidad que es trasunto del viejo cristianismo, con cierto predominio de su versión protestante. Cree que para el progreso de una nación bastan las intenciones puras del que la rija y que a la postre se salvarán los que se atengan a los mandamientos, aunque los suyos ya no sean los de la Ley de Dios, sino los del progresismo de baratillo. Y, adicionalmente, piensa que lo que haya de ser será y que poco vale la acción del hombre, ni siquiera la del político con mando, si en el orden del mundo está previsto que nos toque ahora bailar con la más fea. Hay que confiar hasta el fin, no perder la fe, interpretar los signos del modo más favorable y poner el esfuerzo mejor no en el trabajo o en la brega contra los inconvenientes, sino en la esperanza, aunque caigan chuzos de punta.
La suya es una esperanza sostenible y contrafáctica, como cuando al enfermo grave que no sabe si operarse a vida o muerte se le aconseja que lo mejor es rezar y se le persuade que será lo que Dios quiera y que más hace Dios que cualquier cirujano. Confianza es la palabra que más emplea, mientras se queda quieto y aguarda a que la tormenta pase o las fiebres bajen solas, repite que lo peor ya pasó porque necesita agarrarse a un clavo ardiendo y no acepta que la fortuna le dé la espalda, toma los desastres como prueba para su fe y la nuestra, se rodea de quienes como él prefieren la letanía a la consciencia o el puñetazo sobre la mesa. Y tampoco se olvida de que el demonio hace de las suyas y conspira contra los que se entregan a la santidad, aunque unas veces ve a Belcebú encarnado en los empresarios o en el capital financiero, al día siguiente en la prensa económica internacional y casi siempre en la oposición. Porque, con sus esquemas mochos, si él y los suyos son los justos y los elegidos, qué pueden ser los que se le opongan sino encarnación de las fuerzas del Averno. Mientras, su grey entona salmos y enciende hogueras, elabora índices de ideas prohibidas, reprime en lo que puede a los herejes y manda callar a los heterodoxos. ¿Diálogo, pactos, colaboración con todos? En qué cabeza cabe que se hayan de hacer concesiones a los réprobos o dar pábulo a los malvados. Antes muertos todos, en gloriosa expiación y para que los dioses aprecien la grandeza del sacrificio.
No digo que él sea ni medio consciente de todo esto, pobrecillo mío. Sólo afirmo que se parece mucho más a nuestras abuelas -y que me perdonen las abuelas- o a los curas que no le gustan, que a un gobernante de esta época.
Pero a lo mejor tiene razón, y el tiempo lo dirá. Si salimos de ésta con él cantando al timón y bajo la lluvia, será indicio de que algo hay. Seguramente no de que el Más Allá controle la deuda pública, el paro o el PIB, pero tal vez sí de que el mundo se autorregula a su aire, azarosamente, y que da igual que el poder político esté en manos de un genio o del más simple de los mortales, como es el caso. Al fin y al cabo, se dice que bienaventurados los pobres de espíritu y que de ellos será el Reino de los Cielos. Y en este Reino nuestro, de pobres de espíritu y tontos de capirote vamos bien servidos. Así que a esperar y a seguir rezando.
4 comentarios:
Miserere Mei, Deus, etc, etc...
Parece evidente que ZP, (a) el inane, lo es porque no entiende nada de lo que está pasando a su alrededor, como muy bien describía Gustavo Bueno en su libro, "Zapatero y el pensamiento Alicia", allá a finales de 2006.
Rodeado de una tribu de palmeros incompetentes (salvo muy, muy contadas excepciones), afronta la crisis como un Don Tancredo, esperando que no le empitone la fiera, y sin importarle una higa la suerte de los monosabios, o sea, del personal de a pié. En un país como es debido, ya le habrían dado la patada en el culo. Pero este, desde luego, no es un país como es debido, sino un conglomerado amorfo de tribus imbéciles, de tan egoistas y miopes. Que pagarán, por ello, el pato, sin lugar a dudas. Aunque solo los malditos de a pie, of course.
Desde luego, saldremos de esta crisis económica, aunque nadie sabe (aún) a qué precio. Pues quedará mucha gente en la cuneta, no lo duden. Y aunque casi todos los lectores de este blog estén a resguardo de la tormenta gracias a su condición funcionarial, sus hijos y sus nietos no se librarán de pagar la factura.
Elecciones anticipadas,ya.
Saludos.
Hace poco estuvimos mis compañeros y yo en una conferencia dada por un experto (bastante mediático por cierto) en economía y sabe que le digo??que una cosa es predicar y otra dar trigo. El buen predicador nos dice que que mal están las cosas y que hay que apretarse el cinturón y que a él también le pasó hace mucho tiempo y lo pasó muy mal,y que obviamente el necesitado de ayuda es el empresario,que para eso genera el empleo él,dicho sea de paso.Pero cuando acaba la conferencia marcha "montao" en el dolar y los oyentes a apretarse el cinturon. Vale,eso esta muy mal.
Y digo yo... no estará peor ni siquiera predicar???es decir... el que ostenta un cargo del que se espera que ponga todos los medios inimaginables para tratar de enderezar el rumbo y no lo hace... (o al menos,no como debería) no esta peor aún???
Como usted nos dijo,profesor, "la mujer del César,a parte de ser casta y pura, tiene que parecerlo"
Un saludo!!
Leónidas
como dijo el profesor no, como dijo Julio César
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