Me llevan los demonios. Hoy toca desahogo de cabreo. Lo siento.
Esta mañana llegué a la Facultad, que es donde se supone que debería estar, a las tantas, después de gastar el tiempo con lo que enseguida contaré. El teléfono estaba sonando. Era un muy prestigioso profesor de ciencias, de los más notables de mi Universidad, que quería pegar fuego a algo después de leer en el periódico mi columna -aquí la transcribí el otro día- sobre los siete mil millones de euros regalados por el Ministerio de Ciencia e Innovación a la fundación de los cocineros vascos. Comprensible. Le dije que me avisara cuando él y sus colegas vayan a salir a la calle, aunque no sea más que a quemar unos contenedores. Cuelgo y vuelve a sonar. Un querido colega de la Facultad se despacha sobre mil y un problemas burocráticos y mil pegas que le ponen para la tramitación de gastos de su proyecto de investigación. Volvimos a juramentarnos para jugar juntos a la loto, a ver si un día damos el gran corte de mangas al mundo académico-caciquil.
Y yo que ya llegaba caliente. Permítanme que suelte bilis relatando mis penas, aunque esta vez no tengan que ver con la universidad, sino con este maldito país de inútiles y ladrones.
Hace un año compré una caldera de calefacción, pues la que el constructor -otro que tal- había puesto en mi casa era una calamidad completa. Casi tres mil euros de nada. Los de la tienda me la instalaron, la pusieron a funcionar, me dijeron que estaba perfecta y que ya pasarían los de “la casa” a echarle el último vistazo. Pregunté si tenía yo que ocuparme de algo y me contestaron que no. Nunca aparecieron los de “la casa”.
Este invierno ha comenzado a dar problemas la dichosa caldera. Como tengo el suministro de gas contratado con Endesa y pago un contrato de mantenimiento, llamé al teléfono correspondiente. Naturalmente, la caldera había dejado de funcionar durante los días más fríos de este invierno. Después del consabido pulse uno, pulse dos, tóquese el escroto, escuche esta musiquita de puticlub, aguarde a que esté libre un operador, espere que le paso al departamento de averías, aguarde, que le pongo con el servicio técnico -quince minutos, más o menos-, toman nota y dicen que acudirá el manitas. Transcurren tres días y no llega nadie. Vuelvo a telefonear y paso por los mismos trámites de teclas, tocamientos y remisiones. Al fin, una señora me aclara que aún estamos en plazo y que el contrato habla de cuarenta y ocho horas. Es que van tres días, le replico. Respuesta: sí, pero son cuarenta y ocho horas laborables y hoy es domingo. Juro en arameo y sigo esperando. Cinco días más. Llamo. Contestación: que busque un reparador por mi cuenta, lo pague y pase la factura a Endesa. A todo esto, yo ya había recurrido al famoso sistema de dar unos golpes al aparato y había vuelto a funcionar, evitando así la congelación irreversible de una familia entera. Pero los “endesos” no lo sabían.
Al cabo de unas jornadas más y de quince días desde mi primera solicitud de asistencia, llegan el técnico. Echa un vistazo y dice que lo que tiene que ver con el servicio del gas está bien y que la caldera no puede tocarla porque está en garantía. Vale. A todo esto, vuelve a averiarse. Consulto con la empresa que me la vendió y me dan el número del servicio técnico de la marca, a quien corresponde la reparación durante la garantía. El señor que me atiende se pone a especular sobre si les corresponderá o no a ellos el arreglo o si no tendrán que ser los propios de la tienda que me la instalaron. Hago comparecer por mi boca a unos cuantos santos y se aviene a hacerse cargo, añadiendo incluso que, de paso, me sellan el papelajo de la garantía. Por suerte, conservo en perfecto estado la factura de compra.
Con día y medio de retraso sobre lo comprometido, aparece esta mañana el chapuzas del servicio técnico. No doy crédito a lo que veo y oigo. Le quita la tapa a la caldera, coge su móvil y se pone a pedir instrucciones a alguien que estaba al otro lado. Que si busca un cable rojo y desconéctalo, que si da tres vueltas a una tuerca pequeña que está detrás del contador de no sé qué, que si ahora aprieta el tornillo verde. Palabra. Cuarenta minutos así. Y el cacharro que no arranca. Le pregunto que cómo es ese sistema de arreglo telefónico y se confiesa: es que yo -dice- de calderas de gas no sé nada, yo sólo entiendo de calderas de gasóleo. Tócate los cataplines. Y sigue llamando a distintos compañeros, que le van aconsejando que apriete aquí o afloje allá.
Esta mañana llegué a la Facultad, que es donde se supone que debería estar, a las tantas, después de gastar el tiempo con lo que enseguida contaré. El teléfono estaba sonando. Era un muy prestigioso profesor de ciencias, de los más notables de mi Universidad, que quería pegar fuego a algo después de leer en el periódico mi columna -aquí la transcribí el otro día- sobre los siete mil millones de euros regalados por el Ministerio de Ciencia e Innovación a la fundación de los cocineros vascos. Comprensible. Le dije que me avisara cuando él y sus colegas vayan a salir a la calle, aunque no sea más que a quemar unos contenedores. Cuelgo y vuelve a sonar. Un querido colega de la Facultad se despacha sobre mil y un problemas burocráticos y mil pegas que le ponen para la tramitación de gastos de su proyecto de investigación. Volvimos a juramentarnos para jugar juntos a la loto, a ver si un día damos el gran corte de mangas al mundo académico-caciquil.
Y yo que ya llegaba caliente. Permítanme que suelte bilis relatando mis penas, aunque esta vez no tengan que ver con la universidad, sino con este maldito país de inútiles y ladrones.
Hace un año compré una caldera de calefacción, pues la que el constructor -otro que tal- había puesto en mi casa era una calamidad completa. Casi tres mil euros de nada. Los de la tienda me la instalaron, la pusieron a funcionar, me dijeron que estaba perfecta y que ya pasarían los de “la casa” a echarle el último vistazo. Pregunté si tenía yo que ocuparme de algo y me contestaron que no. Nunca aparecieron los de “la casa”.
Este invierno ha comenzado a dar problemas la dichosa caldera. Como tengo el suministro de gas contratado con Endesa y pago un contrato de mantenimiento, llamé al teléfono correspondiente. Naturalmente, la caldera había dejado de funcionar durante los días más fríos de este invierno. Después del consabido pulse uno, pulse dos, tóquese el escroto, escuche esta musiquita de puticlub, aguarde a que esté libre un operador, espere que le paso al departamento de averías, aguarde, que le pongo con el servicio técnico -quince minutos, más o menos-, toman nota y dicen que acudirá el manitas. Transcurren tres días y no llega nadie. Vuelvo a telefonear y paso por los mismos trámites de teclas, tocamientos y remisiones. Al fin, una señora me aclara que aún estamos en plazo y que el contrato habla de cuarenta y ocho horas. Es que van tres días, le replico. Respuesta: sí, pero son cuarenta y ocho horas laborables y hoy es domingo. Juro en arameo y sigo esperando. Cinco días más. Llamo. Contestación: que busque un reparador por mi cuenta, lo pague y pase la factura a Endesa. A todo esto, yo ya había recurrido al famoso sistema de dar unos golpes al aparato y había vuelto a funcionar, evitando así la congelación irreversible de una familia entera. Pero los “endesos” no lo sabían.
Al cabo de unas jornadas más y de quince días desde mi primera solicitud de asistencia, llegan el técnico. Echa un vistazo y dice que lo que tiene que ver con el servicio del gas está bien y que la caldera no puede tocarla porque está en garantía. Vale. A todo esto, vuelve a averiarse. Consulto con la empresa que me la vendió y me dan el número del servicio técnico de la marca, a quien corresponde la reparación durante la garantía. El señor que me atiende se pone a especular sobre si les corresponderá o no a ellos el arreglo o si no tendrán que ser los propios de la tienda que me la instalaron. Hago comparecer por mi boca a unos cuantos santos y se aviene a hacerse cargo, añadiendo incluso que, de paso, me sellan el papelajo de la garantía. Por suerte, conservo en perfecto estado la factura de compra.
Con día y medio de retraso sobre lo comprometido, aparece esta mañana el chapuzas del servicio técnico. No doy crédito a lo que veo y oigo. Le quita la tapa a la caldera, coge su móvil y se pone a pedir instrucciones a alguien que estaba al otro lado. Que si busca un cable rojo y desconéctalo, que si da tres vueltas a una tuerca pequeña que está detrás del contador de no sé qué, que si ahora aprieta el tornillo verde. Palabra. Cuarenta minutos así. Y el cacharro que no arranca. Le pregunto que cómo es ese sistema de arreglo telefónico y se confiesa: es que yo -dice- de calderas de gas no sé nada, yo sólo entiendo de calderas de gasóleo. Tócate los cataplines. Y sigue llamando a distintos compañeros, que le van aconsejando que apriete aquí o afloje allá.
Al fin parece que da con la clave y aquello vuelve a chutar. Mientras, le cuento lo de mis largas esperas y me dice que ellos tienen un servicio de asistencia inmediata la mar de bueno, que resuelve cualquier avería en el día y que sólo vale ciento y no sé cuántos euros al año. No sé pierda de vista que pago a Endesa unos cien por la asistencia técnica. Le replico que para qué voy yo a contratar tal servicio mientras la caldera esté en garantía, y ahí se arma la marimorena, pues, tan campante, me espeta: “ah, pero yo la mano de obra y el desplazamiento se los tengo que cobrar”. ¿Cómo? ¿Entonces qué cubre la garantía? Las piezas, me contesta, pero no he tenido que cambiar ninguna. A todo esto, él ya había rellenado y firmado el impreso de la garantía, previa comprobación de mi factura, y ese impreso estaba en mi mano.
Voy y consulto a mi mujer, que es de Civil y sabe de esas cosas de consumo. Confirma lo que hasta yo conocía: que me estaban tomando el pelo y me querían estafar como lo que son, chorizos profesionales. Así que digo al operario que me dé el teléfono de su jefe.
Al jefe de las pelotas le explico, muy educadamente, que están en un error. Comienza a alborotarse. Le digo que tranquilo y que en mi casa de esas cosas de derechos de los consumidores y garantías postventa sabemos algo y que le voy a contar lo que prescribe la ley. Se pone a gritar que nosotros seremos profesionales del Derecho, pero que él es ingeniero técnico superior y que a él no le da lecciones ni Dios. Tal cual. Así que, como corresponde a mis orígenes plebeyos, me cago literalmente en su santa madre -que no tendrá culpa, la mujer, pero conviene hacer homenaje a las tradiciones locales y autonómicas, como dice el pensamiento al uso-, lo mando a la mierda y cuelgo.
Ahora le toca al operario que estaba en mi presencia y que parecía una mosquita muerta. Que le tengo que firmar el parte de trabajo. Le digo que a ver. Lo rellena, lo miro y sólo constaba lo que había hecho en el cacharro, en el consabido lenguaje incomprensible y creo que con alguna falta de ortografía. Como uno es tonto y, además, muy respetuoso con los derechos de los trabajadores, y pensando y diciéndole que contra él nada había, hago ademán de ir a firmar. En ese momento coge el papel y dice que tiene que añadir algo que se le olvidaba: pone los precios de sus labores y del desplazamiento, más de cien euros. Con el inevitable mosqueo, le respondo que muy bien, pero que no firmo. Réplica del mozalbete: entonces devuélvame la garantía que le rellené, que me la llevo. ¿Que le devuelva qué? Le casco unas palabritas y se larga de casa despotricando por lo bajo, supongo que sobre mis muertos y sus circunstancias pre y postdefunción.
Y digo yo: ¿a cuántos ciudadanos ingenuos o mal informados dan el palo así estos cabrones? Y digo más: si el artículo 248.1 de Código Penal dice que “cometen estafa los que, con ánimo de lucro, utilizaren engaño bastante para producir error en otro, induciéndolo a realizar un acto de disposición en perjuicio propio o ajeno”, ¿he sido o no víctima de un intento de estafa? Que me lo expliquen los amigos penalistas. Además, el artículo 250.7 estipula pena agravada para la estafa cuando “el defraudador... aproveche... su credibilidad empresarial o profesional”. ¿No es ése el caso? Ya sé, me vendrán los queridos penalistas diciendo que en esta ocasión faltaba el dolo pirindolo o el animus calefactandi. Al tiempo. Tendré que alegar que al patán le asomaba del bolsillo una foto de un niño en pelotas o que es medio novio de una prima mía y que le dio un empujón el otro día. Verán como lo enchironan en un satiamén.
¿Que quiebran muchas empresas por la crisis? Mecagoentó, y más que tendrían que quebrar. Voy a empezar a descorchar un buen Rioja cada vez que me entere de una más que se fue al carajo. Ya sé, ya sé, no es justo y hay de todo, como en botica. Pero es que uno, parroquiano de lo más común, últimamente sólo se topa con atracadores disfrazados de pequeña, mediana y gran empresa. A la puñetera hoguera y viva el escarmiento. Leña al chivo, aunque sea chivo expiatorio. Al fin y al cabo, también uno es un ciudadano honrado en todo lo que puede y ninguno de estos empresarios de pega lo trata como corresponde. Si no queda más capitalismo posible que el capitalismo salvaje, yo me pido una lanza o un cañón sin retroceso. Qué cojones.
Voy y consulto a mi mujer, que es de Civil y sabe de esas cosas de consumo. Confirma lo que hasta yo conocía: que me estaban tomando el pelo y me querían estafar como lo que son, chorizos profesionales. Así que digo al operario que me dé el teléfono de su jefe.
Al jefe de las pelotas le explico, muy educadamente, que están en un error. Comienza a alborotarse. Le digo que tranquilo y que en mi casa de esas cosas de derechos de los consumidores y garantías postventa sabemos algo y que le voy a contar lo que prescribe la ley. Se pone a gritar que nosotros seremos profesionales del Derecho, pero que él es ingeniero técnico superior y que a él no le da lecciones ni Dios. Tal cual. Así que, como corresponde a mis orígenes plebeyos, me cago literalmente en su santa madre -que no tendrá culpa, la mujer, pero conviene hacer homenaje a las tradiciones locales y autonómicas, como dice el pensamiento al uso-, lo mando a la mierda y cuelgo.
Ahora le toca al operario que estaba en mi presencia y que parecía una mosquita muerta. Que le tengo que firmar el parte de trabajo. Le digo que a ver. Lo rellena, lo miro y sólo constaba lo que había hecho en el cacharro, en el consabido lenguaje incomprensible y creo que con alguna falta de ortografía. Como uno es tonto y, además, muy respetuoso con los derechos de los trabajadores, y pensando y diciéndole que contra él nada había, hago ademán de ir a firmar. En ese momento coge el papel y dice que tiene que añadir algo que se le olvidaba: pone los precios de sus labores y del desplazamiento, más de cien euros. Con el inevitable mosqueo, le respondo que muy bien, pero que no firmo. Réplica del mozalbete: entonces devuélvame la garantía que le rellené, que me la llevo. ¿Que le devuelva qué? Le casco unas palabritas y se larga de casa despotricando por lo bajo, supongo que sobre mis muertos y sus circunstancias pre y postdefunción.
Y digo yo: ¿a cuántos ciudadanos ingenuos o mal informados dan el palo así estos cabrones? Y digo más: si el artículo 248.1 de Código Penal dice que “cometen estafa los que, con ánimo de lucro, utilizaren engaño bastante para producir error en otro, induciéndolo a realizar un acto de disposición en perjuicio propio o ajeno”, ¿he sido o no víctima de un intento de estafa? Que me lo expliquen los amigos penalistas. Además, el artículo 250.7 estipula pena agravada para la estafa cuando “el defraudador... aproveche... su credibilidad empresarial o profesional”. ¿No es ése el caso? Ya sé, me vendrán los queridos penalistas diciendo que en esta ocasión faltaba el dolo pirindolo o el animus calefactandi. Al tiempo. Tendré que alegar que al patán le asomaba del bolsillo una foto de un niño en pelotas o que es medio novio de una prima mía y que le dio un empujón el otro día. Verán como lo enchironan en un satiamén.
¿Que quiebran muchas empresas por la crisis? Mecagoentó, y más que tendrían que quebrar. Voy a empezar a descorchar un buen Rioja cada vez que me entere de una más que se fue al carajo. Ya sé, ya sé, no es justo y hay de todo, como en botica. Pero es que uno, parroquiano de lo más común, últimamente sólo se topa con atracadores disfrazados de pequeña, mediana y gran empresa. A la puñetera hoguera y viva el escarmiento. Leña al chivo, aunque sea chivo expiatorio. Al fin y al cabo, también uno es un ciudadano honrado en todo lo que puede y ninguno de estos empresarios de pega lo trata como corresponde. Si no queda más capitalismo posible que el capitalismo salvaje, yo me pido una lanza o un cañón sin retroceso. Qué cojones.
10 comentarios:
Profesor, que a lo mejor eran estafadores de verdad y ni empresa ni ostias y el que creyó Vd jefe al teléfono era otro estafador.
Lo mejor de todo:la actitud del "jefe" (o jefecillo,que no es lo mismo) de marras, "a mi no me da lecciones ni dios"... no es un país de piratas,es un país de buenos?salvajes profesor!!¿¿como puede decir alguien mínimamente formado eso??
Al menos la caldera le funciona para hoy por la noche,que se avecina fría!
La empresa de mantenimiento, pase en su piratería. El constructor, pase en su rapacidad. ¿Qué se le puede pedir a un alacrán, que no pique?
El problema grande es del Gobierno, que en teoría tenía que proteger a sus ciudadanos. Ha permitido en tiempos recientes que se construyan varios millones de casas con ¡calderas! - cuando el propio concepto de caldera está periclitado.
Y eso en nuestras latitudes. Y eso en época de crisis energética estructural. Y eso en tiempos de calentamiento global.
Salud,
Esto que usted cuenta supone un ejemplo perfecto de una reflexión que hasta ahora me rondaba pero que no llegué a poner negro sobre blanco. Resulta que uno, que conoce de todo y se relaciona con gente de muy variada condición, últimamente encuentra que son precisamente los que más abajo están en la escala social los que más defienden la idea de "rapiña lo que puedas", "tonto el que no engaña" y demás actitudes que se le suponen a los grandes magnates y empresarios bien asentados (¿cómo si no han conseguido reunir tantos millones?). A lo que voy: tengo la sensación que la clase obrera ha sucumbido a las ideas que se suponían que les eran antagónicas... de espíritu de clase, de lucha por liberarse de las cadenas, etc... nada de nada. Realmente la estructura dominante ha conseguido que la masa se disperse y se preocupe de hacerle la puñeta al de al lado en lugar de que se reunan para tocarle las narices de forma más seria a los que ganan. Porque los que se benefician de que en la sociedad se establezca este tipo de relaciones como la que describe en su post de hoy son las grandes empresas.
Disculpe este comentario de revitalización del marxismo, para algunos algo tan trasnochado, pero es que la cosa viene al pelo. O no permitimos nuestro auto-aislamiento viendo a los demás como enemigos (lo que ya resulta difícil, porque nos hemos dejado comer el terreno) o sólo contribuiremos a mantener el status quo (y ya me estoy poniendo revolucionario).
Voy a hacer la revolución con la parienta, disculpe usted que acabe aquí mi comentario.
Veamos,es muy importante manejar las formas y el tiempo en estos casos.
No se puede llamar a un servicio técnico ni a una compañía de gas contando su vida. Las frases deben ser concisas, directas, cortas, como si a un perro nos dirigieramos.
La próxima vez pruebe a decir: ¡Buenas! Llamo para decirles que la caldera no funciona y huele a gas que tira patrás, espero su visita antes de que todo esto vuele por los aires, gracias.
Por cierto, gas natural funcionaba de maravilla, como tiene que ser...con profesionales y todo, oiga.
¿Ha puesto alguna queja o reclamación para que conste? Nos gusta mucho hacerlo en los pasillos, blogs, baños del trabajo, cafetería, pero por desidia nunca en donde corresponde. Denuncie, hombre, denuncie.
Un cordial saludo.
Rumanos. Trabajan bien y barato, son cultos y discretos, vienen de otra ciudad y se van una vez hecho el trabajo. Se les da la dirección y el nombre e indicaciones claras sobre qué huesos o qué glándulas. Cumplen como caballeros. Es lo que tienen los países que disfrutaron de buenas escuelas.
Hoy en la página 22 del Diario de León vienen otros dos estafadores del ramo detenidos en Ponferrada.
Todo mi apoyo moral.
Pero ni marxismos ni leches. El problema es que aguantamos mucho y no nos quejamos.
Yo al ingeniero le metía la caldera por el culo hasta que se le saltaran los ojos.
Lo siento, pero me he partido de risa leyendo tu entrada. Te entiendo perfectamente. Y también que te desahogues poniendo por escrito tu experiencia. A mi me pasa igual, pero (y aquí coincido con Carmen) poniendo una queja en la compañía y/o el órgano administrativo competente.
Me salen unos escritos larguísimos; pero es que a medida que voy hilando párrafos me bajan las pulsaciones y me disminuye el cabreo. En un par de ocasiones hasta me devolvieron el dinero que me habían cobrado (una empresa de calderas y una compañía telefónica).
Al final todos estos saben que no pasa nada. Por eso tendríamos que inventar algo para que se les metiera el miedo en el cuerpo. A mi lo de los daños punitivos me gusta bastante. A ver si hacemos campaña para introducirlos en nuestro Derecho. A ver si nos animamos.
A mi una empresa de transporte internacional me quiso cobrar 24 euros por una liquidación de aduanas que no había que hacer porque la mercancía no tenía arancel y estaba exenta de IVA. Tuve que llamarles por teléfono para explicarles la ley; justo acababan de reformar lo del IVA, por lo que les comenté que igual por eso no estaban enterados, a lo que me contestaron que sí, que estaban enterados, pero que por favor les enviase la ley publicada en el BOE; leñe, ¿no estaban enterados?. Al final me remitieron la mercancía a mi domicilio después de mucho guerrear ya que me decían que fuera yo a buscarlo a la aduana del aeropuerto de Vitoria...los piratillas del transporte.
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