Esta temporada varios amigos de distintos lugares me han preguntado por qué ya casi nunca me meto con Zapatero en este blog. Tienen razón, ¿qué me pasa? Me pongo a pensarlo y concluyo que ahora qué gracia tiene, si lo que hay ya lo ven hasta los ciegos y los más esmerados zapateristas, que vienen a ser los mismos.
Nunca he ocultado que mi problema era químico. No de química personal propiamente dicha, pues no conozco personalmente a don José Luis ni lo he tenido cerca jamás. Cuando llegué a la Facultad de Derecho de León, él ya la había dejado para irse de diputado silente. Era mala química a distancia, por así decir. Todos somos rehenes de nuestras experiencias y de nuestros traumas y ya he contado alguna vez que estaba prevenido porque había conocido antes a varios sujetos de ese estilo y con esa pinta, tan seductores en la corta distancia como falsos, vacíos y trepas, arribistas sin fundamento, aprovechados de la ingenuidad ajena, maestros de la añagaza y virtuosos de la puñalada trapera, llorones con lágrima de cocodrilo, acusicas y falsarios, tan pueriles como peligrosos.
Que el paso del tiempo me esté dando la razón no es, pues, mérito de mi perspicacia, sino fruto de azares biográficos y del escepticismo con que a uno lo arman los desengaños. Así que no se me tome por soberbio o vanidoso si ahora, sin felicidad ninguna, manifiesto que para todos se ha hecho patente lo que algunos, pocos, veíamos venir: que nos gobierna un incapaz. Y no sólo eso, pues su inutilidad para el gobierno no resulta simplemente de que le falten luces para aplicar sus ideas o humildad para aconsejarse por los que sepan más; no, es más profundo, pues ideas tampoco tiene, salvo que alguien se empecine en considerar ideas, ideología o programa toda esa sarta de consignas ramplonas, de lugares comunes y de retórica de todo a cien. Nos gobierna un incapaz integral, un inútil completo, un cantamañanas. Nos gobierna, eso sí, con toda la legitimidad democrática, pues de las urnas salió su poder y a él se encomendó este pueblo con la misma alegría e irreflexión con que se compra uno unas maracas para irse de fiesta y celebrar que se ve rico, guapo y ligón. Ajo y agua.
Tuvo a su favor muchas inercias. Inercias económicas, pues primero parecía que las bendiciones en euros nos caían del cielo, sin falta de trabajar demasiado ni de ahorrar por si se torcía la suerte, y luego se pensaba que de la crisis se saldría cuando tocara y a remolque de otros países; inercias políticas, pues su partido iba prescindiendo de las cabezas mejores y más expertas, y los que se quedaban creían que tenían pastel para repartir de por vida; inercias sociológicas, ya que el personal que somos, envidioso y cabroncete, prefiere estar en manos de un tarugo -tampoco fue éste el primero- que admirar en el gobernante la valía cierta; inercias ideológicas, pues es agradable sentirse tan progre como él, con tan escaso esfuerzo y similar incongruencia, como si para ser vanguardia de los reformistas del mundo bastaran unos pocos gestos para la galería y unas pocas frases hechas (nunca había resultado tan fácil ser feminista, ecologista, pacifista y mil cosas más, todo de boquilla y en nada más que en el BOE).
Y ahora qué. Ahora da pena, pena del país, pena de nosotros, casi pena de él, pobre diablo con las vergüenzas al aire. Ensañarse ahora resulta casi de mal gusto, es como reírse del tonto del pueblo. Ahora debería el país ponerse a pensar en serio, aunque cueste y estemos desentrenados. De lo ridículo hemos pasado a lo patético y de lo cómico a lo trágico. Patético es ver, por enésima vez, cómo contradice este gobierno lo que ayer mismo proclamaba como dogma inquebrantable. Patético resulta que en la misma semana se proponga un cambio en el sistema de pensiones y se dé marcha atrás por completo en el tema del cálculo de las cotizaciones. Patético se hace contemplar esas imágenes del Foro de Davos, cuando hay que interrumpir los parlamentos porque a Zapatero no le funciona el sistema de traducción simultánea... del inglés, o cuando ayer mismo se celebra una reunión con un representante de los empresarios europeos que es alemán y habla inglés, y el ministro tiene que pedir a voces que venga un traductor. Patética es esa manera de hacerle la corte a Obama que, para colmo, se resiste a los requiebros. Patético será ver mañana a Zapatero con la ceja caída mientras los norteamericanos se descojonan y rezan, pues ha ido al Día de la Oración para estar un ratito al lado de “su amigo” Obama. Estamos sumidos en el patetismo, en la cutrez, en el descrédito, la vergüenza ajena. Es insoportable.
Pero toca pensar, hablar, hacer, salir de este maldito letargo. Para colmo y como a perro flaco ya se sabe lo que le pasa, el gran partido de la oposición es otra jaula de grillos inútiles. La primera legislatura zapateril la pasaron diciendo tonterías; ésta se la gastan sin decir ni palabra comprensible o coherente sobre las cosas que importan. ¿Acaso no hay en el PSOE personajes capaces y que hasta hablen inglés o algo? Sí, ahí están Almunia o Solana, sin ir más lejos. ¿Y en el PP? Baste pensar en Rato. ¿Entonces? Pues entonces deberán un día los historiadores analizar con calma por qué en este país se ha primado la incompetencia y la estulticia por encima de todo, desde las escuelas hasta el parlamento y el gobierno. Consecuencia, seguro, de aquella felicidad de nuevos ricos que nos obnubilaba.
¿Y ahora? Complicadísimo. Los datos aplastan, anonadan. Esa es la parte de lo trágico. Más de cuatro millones de parados, casi ocho millones de pensionistas, más de tres millones de funcionarios, once millones de asalariados por cuenta ajena (repárese en la proporción entre asalariados por cuenta ajena y funcionarios), deuda pública del sesenta y dos por ciento del PIB, etc., etc. ¿Y qué se debate, en lo poco que aún se debate? Si Zapatero se presentará o no a la reelección dentro de dos años. Mira qué cosa trascendente. Si debería convocar elecciones anticipadas. Ni muerto lo hará. ¿Acaso todo pasa y ha de seguir pasando por Zapatero?
O bien con elecciones pronto, o bien antes de las elecciones, no queda más salida, en mi modesta opinión, que un gobierno de concentración o de gran coalición, en manos de los más capaces y con objetivos fuertes que sólo así, concertadamente, se pueden cumplir: reformar las estructuras del Estado, reorganizar los servicios públicos esenciales, meter en cintura al capital financiero, imponer la productividad en las empresas y la Administración, restaurar la separación de poderes y rehabilitar los órganos de control, cerrar definitivamente el modelo de organización territorial y de financiación autonómica e instaurar la igualdad de derechos y la igualdad de oportunidades de todos los ciudadanos del Estado.
Cuando lo obvio parece imposible, es cuando debemos ser más conscientes de que hemos llegado al absurdo y de que o reaccionamos ahora o nos vamos al caos y la decadencia por mucho tiempo. Llega la hora de que los ciudadanos nos hagamos oír entre tanto ruido y de que, Constitución en mano, tomemos las riendas y la palabra. Lo de Zapatero (y Rajoy) fue divertido, pero se tiene que acabar. Por la cuenta que nos tiene. ¿O es que de verdad no tenemos salida ni arreglo? Cierto que pagamos por nuestros pecados, pero ya parece penitencia suficiente.
Nunca he ocultado que mi problema era químico. No de química personal propiamente dicha, pues no conozco personalmente a don José Luis ni lo he tenido cerca jamás. Cuando llegué a la Facultad de Derecho de León, él ya la había dejado para irse de diputado silente. Era mala química a distancia, por así decir. Todos somos rehenes de nuestras experiencias y de nuestros traumas y ya he contado alguna vez que estaba prevenido porque había conocido antes a varios sujetos de ese estilo y con esa pinta, tan seductores en la corta distancia como falsos, vacíos y trepas, arribistas sin fundamento, aprovechados de la ingenuidad ajena, maestros de la añagaza y virtuosos de la puñalada trapera, llorones con lágrima de cocodrilo, acusicas y falsarios, tan pueriles como peligrosos.
Que el paso del tiempo me esté dando la razón no es, pues, mérito de mi perspicacia, sino fruto de azares biográficos y del escepticismo con que a uno lo arman los desengaños. Así que no se me tome por soberbio o vanidoso si ahora, sin felicidad ninguna, manifiesto que para todos se ha hecho patente lo que algunos, pocos, veíamos venir: que nos gobierna un incapaz. Y no sólo eso, pues su inutilidad para el gobierno no resulta simplemente de que le falten luces para aplicar sus ideas o humildad para aconsejarse por los que sepan más; no, es más profundo, pues ideas tampoco tiene, salvo que alguien se empecine en considerar ideas, ideología o programa toda esa sarta de consignas ramplonas, de lugares comunes y de retórica de todo a cien. Nos gobierna un incapaz integral, un inútil completo, un cantamañanas. Nos gobierna, eso sí, con toda la legitimidad democrática, pues de las urnas salió su poder y a él se encomendó este pueblo con la misma alegría e irreflexión con que se compra uno unas maracas para irse de fiesta y celebrar que se ve rico, guapo y ligón. Ajo y agua.
Tuvo a su favor muchas inercias. Inercias económicas, pues primero parecía que las bendiciones en euros nos caían del cielo, sin falta de trabajar demasiado ni de ahorrar por si se torcía la suerte, y luego se pensaba que de la crisis se saldría cuando tocara y a remolque de otros países; inercias políticas, pues su partido iba prescindiendo de las cabezas mejores y más expertas, y los que se quedaban creían que tenían pastel para repartir de por vida; inercias sociológicas, ya que el personal que somos, envidioso y cabroncete, prefiere estar en manos de un tarugo -tampoco fue éste el primero- que admirar en el gobernante la valía cierta; inercias ideológicas, pues es agradable sentirse tan progre como él, con tan escaso esfuerzo y similar incongruencia, como si para ser vanguardia de los reformistas del mundo bastaran unos pocos gestos para la galería y unas pocas frases hechas (nunca había resultado tan fácil ser feminista, ecologista, pacifista y mil cosas más, todo de boquilla y en nada más que en el BOE).
Y ahora qué. Ahora da pena, pena del país, pena de nosotros, casi pena de él, pobre diablo con las vergüenzas al aire. Ensañarse ahora resulta casi de mal gusto, es como reírse del tonto del pueblo. Ahora debería el país ponerse a pensar en serio, aunque cueste y estemos desentrenados. De lo ridículo hemos pasado a lo patético y de lo cómico a lo trágico. Patético es ver, por enésima vez, cómo contradice este gobierno lo que ayer mismo proclamaba como dogma inquebrantable. Patético resulta que en la misma semana se proponga un cambio en el sistema de pensiones y se dé marcha atrás por completo en el tema del cálculo de las cotizaciones. Patético se hace contemplar esas imágenes del Foro de Davos, cuando hay que interrumpir los parlamentos porque a Zapatero no le funciona el sistema de traducción simultánea... del inglés, o cuando ayer mismo se celebra una reunión con un representante de los empresarios europeos que es alemán y habla inglés, y el ministro tiene que pedir a voces que venga un traductor. Patética es esa manera de hacerle la corte a Obama que, para colmo, se resiste a los requiebros. Patético será ver mañana a Zapatero con la ceja caída mientras los norteamericanos se descojonan y rezan, pues ha ido al Día de la Oración para estar un ratito al lado de “su amigo” Obama. Estamos sumidos en el patetismo, en la cutrez, en el descrédito, la vergüenza ajena. Es insoportable.
Pero toca pensar, hablar, hacer, salir de este maldito letargo. Para colmo y como a perro flaco ya se sabe lo que le pasa, el gran partido de la oposición es otra jaula de grillos inútiles. La primera legislatura zapateril la pasaron diciendo tonterías; ésta se la gastan sin decir ni palabra comprensible o coherente sobre las cosas que importan. ¿Acaso no hay en el PSOE personajes capaces y que hasta hablen inglés o algo? Sí, ahí están Almunia o Solana, sin ir más lejos. ¿Y en el PP? Baste pensar en Rato. ¿Entonces? Pues entonces deberán un día los historiadores analizar con calma por qué en este país se ha primado la incompetencia y la estulticia por encima de todo, desde las escuelas hasta el parlamento y el gobierno. Consecuencia, seguro, de aquella felicidad de nuevos ricos que nos obnubilaba.
¿Y ahora? Complicadísimo. Los datos aplastan, anonadan. Esa es la parte de lo trágico. Más de cuatro millones de parados, casi ocho millones de pensionistas, más de tres millones de funcionarios, once millones de asalariados por cuenta ajena (repárese en la proporción entre asalariados por cuenta ajena y funcionarios), deuda pública del sesenta y dos por ciento del PIB, etc., etc. ¿Y qué se debate, en lo poco que aún se debate? Si Zapatero se presentará o no a la reelección dentro de dos años. Mira qué cosa trascendente. Si debería convocar elecciones anticipadas. Ni muerto lo hará. ¿Acaso todo pasa y ha de seguir pasando por Zapatero?
O bien con elecciones pronto, o bien antes de las elecciones, no queda más salida, en mi modesta opinión, que un gobierno de concentración o de gran coalición, en manos de los más capaces y con objetivos fuertes que sólo así, concertadamente, se pueden cumplir: reformar las estructuras del Estado, reorganizar los servicios públicos esenciales, meter en cintura al capital financiero, imponer la productividad en las empresas y la Administración, restaurar la separación de poderes y rehabilitar los órganos de control, cerrar definitivamente el modelo de organización territorial y de financiación autonómica e instaurar la igualdad de derechos y la igualdad de oportunidades de todos los ciudadanos del Estado.
Cuando lo obvio parece imposible, es cuando debemos ser más conscientes de que hemos llegado al absurdo y de que o reaccionamos ahora o nos vamos al caos y la decadencia por mucho tiempo. Llega la hora de que los ciudadanos nos hagamos oír entre tanto ruido y de que, Constitución en mano, tomemos las riendas y la palabra. Lo de Zapatero (y Rajoy) fue divertido, pero se tiene que acabar. Por la cuenta que nos tiene. ¿O es que de verdad no tenemos salida ni arreglo? Cierto que pagamos por nuestros pecados, pero ya parece penitencia suficiente.
5 comentarios:
No se si existe un pacto de silencio en los medios de comunicación o que nuestro instinto de conservación lo tenemos en el chapista o todo ello o nada de ello.
Pero apostaría doble contra sencillo que en el cuarto trimestre del año en curso mayores cosas veredes amigo Sancho, que nos van a dejar perplejos y/o acojonados.
Hoy ha pasado por mi domicilio un afilador haciendo sonar su típico silbo (es verdad), nunca antes lo había oido por la zona y quizás hacía más de 15 años que no veía a ninguno en la ciudad.
Me ha dejado preocupado, lo he percibido como premonitorio, lo he interpretado como una inquietante señal derivada de una arriesgada permuta de afiliados por afilados.
De corazón deseo que no llegue la sangre al río, pero sinceramente le digo que estoy pelín asustado.
Estimado Juan Antonio, encantado de saludarle. Hace unos días dí con su blog, enhorabuena por él.
Suscribo palabra por palabra sus reflexiones pero, desgraciadamente, me temo que la penitencia aún no es suficiente. España "is diferent".
Un cordial saludo,
Juan Pablo
Tremenda realidad la descrita en el ensayo. Pero es eso, la realidad que nos rodea. Duele. Duele que en este momento nadie de los que asumen públicamente esa obligacion, hable claro a la ciudadanía. La ciudadanía está enviciada, sumida en un engaño dulce del que no quiere salir. Es preciso despertar de la comedia. La realidad virtual forjada por unos irresponsables que desde una cobertura de legitimidad democrática nos llevan añ abismo.
Enhorabuena por los comentarios. Se suscriben punto por punto.
te imaginas, caro amico, un golde de efecto de Rajoy diciendo que ofrece un gran gobierno de concentración ahroa mismo PP-PSOE para salvar la crisis y que a cambio el presentaría su irrevocable dimisión y solo pide a cambio que zp haga lo mismo????
sería como la peli las sandalias del pescador pero en plan medio gangoso... que gusto solo de pensarlo!!!!!!
Rogelio esté usted tranquilo, que ya están las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad para garantizar el órden constitucional y la paz social.
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